⚓️ [Disculpas]Eli x Tory

Eli (Halcón)
x
Tory

Advertencias:Ninguna


El dojo estaba vacío, salvo por los golpes secos que resonaban contra el saco de boxeo. Tory Nichols entrenaba con la misma ferocidad con la que enfrentaba la vida: sin pausas, sin piedad. Cada golpe era más fuerte que el anterior, como si al final pudiera destruir algo más que el cuero desgastado. Su respiración era rápida, sus nudillos ya comenzaban a sangrar, pero no se detenía. Nunca lo hacía.

Desde que Miguel Díaz había dejado Cobra Kai, todo parecía ir cuesta abajo. Miguel era una de las pocas cosas en su vida que le habían dado algo parecido a estabilidad. Pero después de aquella noche en la fiesta, en la que lo había encontrado besándose con Sam, todo cambió. Ese beso la perseguía, pero lo peor no era el dolor de la traición, sino la culpa que ardía en su pecho cada vez que pensaba en Eli Moskowitz, o Halcón, como lo llamaban ahora.

Ellos no tenían una relación normal. ¿Cómo podían, siendo quienes eran? Ambos vivían bajo el escrutinio constante de los demás: sus compañeros, Kreese, incluso Miguel. Mantener su relación en secreto era una elección, pero también una necesidad. En Cobra Kai, cualquier muestra de vulnerabilidad era un arma que podía ser utilizada en tu contra.

Eli llegó al dojo justo cuando Tory lanzaba un último golpe al saco, dejándolo tambaleándose. La observó en silencio por un momento. Había algo fascinante en ella cuando estaba así, tan cruda y despojada de cualquier máscara. Pero también sabía que detrás de esa fuerza había un dolor que nunca admitía frente a nadie.

—¿Otra vez peleando con el saco? —dijo finalmente, rompiendo el silencio.

Tory se giró para mirarlo, con las manos en las caderas y el cabello pegado a la frente por el sudor.
—¿Y qué esperabas? ¿Qué me pusiera a hornear galletas?.

El dejó escapar una risa suave, acostumbrado a su sarcasmo. Se acercó al saco y lo detuvo con una mano, mirando los nudillos ensangrentados de Tory.
—Te estás lastimando.

—Ya estoy acostumbrada —respondió ella con indiferencia, sacudiéndose las manos como si no le importara.

Él la miró con una mezcla de frustración y ternura.
—Eso no significa que sea bueno.

Tory desvió la mirada, incómoda con la atención. No estaba acostumbrada a que alguien se preocupara por ella de esa manera.
—¿Viniste a entrenar o a darme un sermón?

—Un poco de ambas —respondió Eli, esbozando una sonrisa antes de ponerse en posición de combate—. Vamos, dame tu mejor golpe.

Tory lo miró con escepticismo.
—¿De verdad quieres que te golpee?

—¿Tienes miedo de no darme?

Ella soltó una risa burlona.
—No me hagas reír, Halcon.

Él arqueó una ceja, claramente divertido.
—Entonces demuéstramelo.

Sin más advertencia, Tory lanzó un puñetazo rápido que Eli esquivó por poco. Durante los siguientes minutos, se enfrentaron en un intercambio de golpes y movimientos. Eli era rápido, pero Tory tenía un estilo impredecible que lo mantenía en alerta. Finalmente, logró atraparla, inmovilizándola contra la pared con una mano en su muñeca.

—¿Te rindes? —preguntó con una sonrisa triunfante.

Tory lo miró fijamente, con el pecho subiendo y bajando por el esfuerzo.
—Ni en tus sueños.

Eli la soltó, todavía sonriendo, y dio un paso atrás.
—Eso es lo que me gusta de ti.

Tory alzó una ceja, cruzándose de brazos.
—¿Qué es lo que te gusta?

—Que nunca te rindes, incluso cuando deberías —dijo, y aunque lo dijo en tono de broma, había algo sincero en sus palabras.

Ella lo miró por un momento, sintiendo cómo su corazón se aceleraba ligeramente. Eli tenía una forma de mirarla que la hacía sentir vista, como si no tuviera que fingir ser alguien más.

Esa noche, después de entrenar, se sentaron juntos en el estacionamiento, compartiendo una botella de agua. El silencio entre ellos no era incómodo, sino cargado de una conexión que ninguno de los dos sabía cómo describir.

—A veces pienso que todo esto es una pérdida de tiempo —murmuró Tory de repente, mirando las luces distantes de la ciudad.

Eli la miró de reojo, sorprendido por su confesión.
—¿El entrenamiento?

—No, la vida en general —dijo con una risa amarga—. Todo parece una pelea constante, y no importa cuánto luche, nunca es suficiente.

Eli dejó la botella a un lado y se inclinó hacia ella.
—Sé cómo te sientes.

—¿De verdad? —preguntó, levantando una ceja con escepticismo.

—Sí, Tory. ¿Crees que no me doy cuenta de lo que dicen de mí? pero al final, lo hago por mí, no por ellos.

Tory lo miró fijamente, sorprendida por la intensidad de sus palabras. Por un momento, se dio cuenta de que no estaba tan sola como pensaba.
—Supongo que eso es algo que tenemos en común.

Eli asintió, sonriendo suavemente.
—Y también esto.

Antes de que ella pudiera preguntar qué quería decir, Eli se inclinó y la besó. Fue un beso intenso, cargado de todo lo que ambos sentían pero nunca se habían atrevido a decir en voz alta.

Cuando se separaron, Tory lo miró con los ojos muy abiertos, su corazón latiendo con fuerza.
—Eli...

—No tienes que decir nada —la interrumpió él, mirándola con una suavidad que pocas personas veían en él—. Solo... déjalo ser.

Por primera vez en mucho tiempo, Tory se permitió bajar la guardia. Y aunque sabía que el mundo los haría pedazos si se enteraba de su relación, en ese momento, no le importó.

Los días siguientes en el dojo fueron un equilibrio precario entre su relación secreta y las tensiones crecientes. Miguel los evitaba a toda costa, y aunque Eli intentaba mantener la paz, Miguel no quería saber nada de él.

—¿Qué esperabas? —le dijo Tory un día, mientras entrenaban juntos—. Lo traicionaste.

—No lo traicioné. Solo elegí un camino diferente.

—Pues parece que él no lo ve así.

A pesar de sus diferencias, Tory y Eli seguían encontrando consuelo el uno en el otro. Pero ambos sabían que su relación no podía durar para siempre. En Cobra Kai, las lealtades eran frágiles, y los secretos siempre salían a la luz.

La pregunta no era si su relación se rompería, sino cuándo. Y cuando ese momento llegara, ninguno de los dos estaría preparado para las consecuencias.

Martes 21:31 p.m

El sol comenzaba a ocultarse cuando Eli y Tory llegaron al dojo de Cobra Kai, un lugar que se había convertido en una especie de refugio para ambos. Aunque en apariencia eran solo dos de los estudiantes más fuertes y temidos de la academia, había algo más entre ellos, algo que ninguno estaba dispuesto a admitir abiertamente. Para el resto de Cobra Kai, Eli y Tory eran el dúo dinámico: inseparables en sus estrategias para derrotar a Miyagi-Do, siempre un paso adelante, siempre creando el caos que más tarde les aseguraba las victorias. Pero entre ellos existía una conexión que iba más allá de su alianza en el dojo. Una conexión que los hacía sentirse más fuertes, pero también más vulnerables.

Eli la miró de reojo mientras ella ajustaba sus guantes de entrenamiento. Había algo hipnótico en la forma en que se movía, en su determinación y confianza. Tory irradiaba una energía que lo atraía irremediablemente. Su rabia y su dolor estaban siempre al borde de la superficie, y aunque nunca lo decía en voz alta, Eli sabía que detrás de esa fachada impenetrable había algo más: un cansancio acumulado, una tristeza que ella trataba de ocultar con cada golpe y cada sonrisa arrogante.

—Esta noche será épica. —La voz de Tory lo sacó de sus pensamientos. Ella sonreía de forma desafiante, como si ya supiera que la victoria era suya antes de que la batalla siquiera comenzara—. Les vamos a demostrar a esos idiotas lo que pasa cuando se meten con nosotros.

Eli asintió, forzando una sonrisa. Había aprendido a ocultar sus dudas, a seguirle el ritmo a la rubia incluso cuando algo en él le decía que no era el camino correcto. No podía mostrarse débil frente a ella. Tory no toleraba las dudas ni los titubeos, y Eli sabía que parte de su conexión con ella se basaba en la seguridad que ambos proyectaban. Pero en el fondo, una pequeña parte de él empezaba a preguntarse si estaba haciendo lo correcto.

—Va a ser un espectáculo..—respondió finalmente, mientras sus ojos buscaban los de Tory por un segundo más de lo necesario. Ella le sostuvo la mirada, y por un instante, el mundo pareció detenerse.

Esa noche, el grupo de Cobra Kai se reunió en las afueras de la casa de Sam LaRusso. Kyler lideraba la marcha con su actitud altanera, mientras los demás reían y compartían bromas. Tory caminaba al frente con la misma confianza de siempre, y Eli estaba a su lado, en completo silencio. Aunque trataba de concentrarse en la misión, su mente estaba dividida entre su lealtad al dojo y las personas que alguna vez había considerado amigos. Pero cada vez que esas dudas surgían, Tory lo miraba con esa mezcla de complicidad y desafío, y Eli se recordaba a sí mismo por qué estaba ahí.

Cuando llegaron, la batalla comenzó de inmediato. Era el tipo de enfrentamiento que Eli y Tory habían planeado cientos de veces: una interrupción rápida, caótica, donde Cobra Kai tuviera la ventaja del ataque sorpresa. Los gritos y los golpes llenaron el aire mientras los estudiantes de Miyagi-Do intentaban defenderse. Pero Cobra Kai era implacable. Tory se movía con la precisión de un depredador, buscando a su presa: Sam LaRusso. Eli, mientras tanto, luchaba con una intensidad que impresionaba incluso a sus compañeros.

—¡Vamos, acaba con ellos! —gritó Kyler mientras derribaba a un oponente. Pero Eli apenas lo escuchó. Sus ojos estaban buscando a alguien más. A Demetri.

Tory encontró a Sam en la cocina, y la tensión entre ellas fue inmediata. Los enfrentamientos entre ambas ya eran legendarios, y Tory parecía disfrutar cada segundo de su ventaja.

—¿Qué pasa, princesa? —dijo con una sonrisa burlona mientras caminaba hacia ella—. ¿No puedes defenderte sin tus amiguitos alrededor?

Sam intentó mantenerse firme, pero estaba claro que Tory la tenía acorralada. Cada paso que daba hacia ella era un recordatorio de que Tory nunca retrocedía, nunca dudaba.

Mientras tanto, en el salón, la situación escalaba rápidamente. Kyler y Doug habían acorralado a Demetri contra una pared, y lo sujetaban mientras se reían y lo empujaban. Eli, que había estado luchando con otro estudiante, se detuvo en seco al ver la escena. Fue como si algo dentro de él hiciera clic. Ver a Demetri, su mejor amigo de toda la vida, en peligro, lo sacó de su papel de Halcón. Por primera vez en mucho tiempo, Eli se sintió como Eli nuevamente.

Sin pensarlo dos veces, corrió hacia ellos. Su primer golpe fue directo al rostro de Kyler, quien cayó al suelo sorprendido. Doug intentó enfrentarlo, pero Eli era imparable. Sus movimientos eran precisos, y la ira en sus ojos era suficiente para que Doug retrocediera.

—¡Déjenlo en paz! —gritó Eli, con una furia que resonó en toda la sala.

Demetri lo miró con una mezcla de asombro y gratitud. No esperaba que Eli, quien había estado tan distante y tan cambiado, interviniera para protegerlo.

—Gracias, Halcon. —La voz de Demetri fue suave, casi incrédula.

—Es Eli —respondió él, con una seriedad que dejó a Demetri sin palabras—. Y lo siento.

Sin decir nada más, ambos se dirigieron rápidamente hacia la cocina, donde Tory aún tenía a Sam acorralada. Cuando entraron, la escena que encontraron era incluso más tensa de lo que imaginaban. Tory tenía a Sam atrapada en una esquina, y su mirada estaba llena de rabia y determinación.

—¡Tory, basta! —gritó Eli, entrando al lugar..

Ella se giró, sorprendida por su interrupción. Al verlo junto a Demetri, algo en su expresión cambió. Había decepción en sus ojos, pero también una chispa de traición.

—¿Qué mierda estás haciendo? —preguntó ella, con la voz cargada de enojo—. ¿Te estás poniendo del lado de ellos? ¿De ella?

Eli intentó calmarla, dando un paso hacia ella.
—Tory, esto no está bien. No podemos seguir haciendo esto.

—¿"No podemos seguir haciendo esto"? —repitió ella, con incredulidad—. Tú eras parte de esto, Eli.

Eli trató de acercarse, intentando calmar el torbellino de emociones que veía reflejado en los ojos de Tory. Su voz era baja, casi suplicante.

—Tory, somos mejores que esto.

Ella lo miró, incrédula, con una mezcla de rabia y desilusión. Su mandíbula se tensó, y su voz salió cargada de reproche.

—No me vuelvas a hablar.

Eli tragó saliva. Las palabras se atascaban en su garganta, como si su cerebro y su corazón no pudieran decidir qué decir primero. Pero antes de que pudiera responder, Tory notó algo detrás de él. Su expresión cambió por completo, endureciéndose como una máscara de acero. Miguel había entrado a la cocina, su presencia silenciosa pero pesada.

Sin mediar palabra, Tory apartó la mirada de Eli y se abrió paso con un movimiento brusco, empujándolo con fuerza al pasar. Él casi pierde el equilibrio, pero no la detuvo. Su mirada siguió a Tory mientras ella desaparecía junto a los demás miembros de Cobra Kai, dejando un vacío palpable a su alrededor.

Eli miró al suelo, sintiéndose más pequeño de lo que nunca se había sentido. No sabía qué hacer ni qué decir. Había querido proteger a Demetri, salvar a Sam y, de alguna manera, a sí mismo, pero ahora sentía que había perdido algo más importante: a Tory.

Un toque en el hombro lo sacó de sus pensamientos. Demetri estaba ahí, con una leve sonrisa en su rostro.

—Hiciste lo correcto. No importa lo que ellos digan, esto es lo que realmente importa. —Demetri hizo un gesto hacia Sam, quien todavía estaba recuperándose de la adrenalina.

Sam le dedicó una mirada agradecida, aunque aún estaba algo temblorosa.

—Gracias, Eli —dijo ella, su voz sincera pero cautelosa—. No sé qué habría pasado si no hubieras intervenido.

Eli apenas pudo asentir, sus ojos todavía clavados en el piso. Luego, su mirada se cruzó con la de Miguel, quien estaba parado en silencio, observándolo con algo que parecía una mezcla de respeto y nostalgia. Miguel le sonrió, como solía hacerlo en los días en los que ambos compartían un lado más ligero de su amistad. Sin embargo, esa sonrisa no logró encender nada en Eli. Por dentro, seguía sintiéndose vacío.

Jueves 12:33 p.m

Eli se dio cuenta de que algo estaba mal cuando intentó enviarle un mensaje a Tory. Primero fue el doble chequeo en azul que nunca llegó. Luego, la falta de respuesta. Finalmente, revisó todas sus redes sociales y confirmó lo que temía: Tory lo había bloqueado de todo. Instagram, WhatsApp, incluso su cuenta secundaria. Era como si ella hubiera decidido borrarlo de su vida por completo.

El golpe fue más fuerte de lo que esperaba. Intentó justificarse. "Quizás necesitaba espacio." "Quizás estaba enojada por la pelea." "Quizás..." Pero en el fondo sabía que no era tan simple. Ella estaba dolida, y ahora lo había apartado por completo.

Lo que no esperaba era lo que vendría después. No pasaron muchos días antes de que la secundaria entera comenzara a hablar de un nuevo fichaje en Cobra Kai: Robby Keene. Las historias sobre su habilidad en el karate se extendieron rápidamente, y no tardó en volverse el favorito de Kreese y Silver.

Los rumores eran inevitables, incluso entre los chicos de Miyagi-Do.

—¿Te das cuenta de que ahora tienen a Robby? —gruñó Demetri una tarde, mientras bebía agua—. Es como si no pudiéramos ganar. ¡Nos roban a Halcón y ahora tienen al ex de Sam! ¿Qué sigue, Miguel?

Miguel, sentado al lado de Demetri, negó con la cabeza y suspiró.

—No es tan fácil, Demetri. Robby siempre tuvo sus problemas con Miyagi-Do. Esto no es solo culpa de Cobra Kai.

Eli no dijo nada, aunque cada palabra de la conversación se le clavaba como una espina. El ahora estaba en Miyagi-do, sí, pero ver a Robby tomar su lugar, tanto en el dojo como en el corazón de... bueno, de ella, era un golpe bajo que no podía ignorar.

Jueves 14:22 p.m

El ruido constante de bandejas y conversaciones llenaba la cafetería, pero Eli apenas lo registraba. Su bandeja permanecía casi intacta frente a él, con un trozo de pizza enfriándose mientras él revolvía un tenedor en un charco de salsa sin pensar. Demetri estaba en su típica charla, divagando sobre las inconsistencias en la última serie de Star Wars, pero Eli no escuchaba ni una palabra. Su mente estaba en otro lugar. O, mejor dicho, en otra persona.

Un repentino cambio en la atmósfera de la sala lo hizo volver a la realidad. Las conversaciones se redujeron a murmullos y luego a un silencio expectante. Eli levantó la vista, sus ojos capturando de inmediato la fuente de atención colectiva. Robby Keene había entrado a la cafetería.

Y no estaba solo.

Tory caminaba a su lado, como si ambos fueran las únicas dos personas en la sala. Llevaba ese andar seguro y desafiante que siempre había capturado la atención de cualquiera que se cruzara en su camino. Su sonrisa estaba iluminada por algo que Robby acababa de decir, y ella le devolvió una mirada que parecía hecha a medida para él, una mirada cargada de una conexión tácita que Eli reconoció al instante.

Su conexión era innegable.

Robby inclinó la cabeza hacia Tory, como si estuviera susurrándole algo al oído. Ella se rió, esa risa que Eli recordaba tan bien, y lo peor fue ver cómo Robby reaccionó: su sonrisa se amplió, y sin pensarlo dos veces, deslizó un brazo alrededor de la cintura de Tory, acercándola más a él. Ella no se apartó; al contrario, su postura pareció encajar perfectamente con la de Robby, como si ese fuera el lugar al que siempre perteneció.

Eli sintió una punzada aguda en el pecho. Era algo más profundo que celos. Era como si un vacío se abriera en su interior, un abismo en el que caían todos esos momentos que creía significativos entre Tory y él. Las veces que ella le dedicó una sonrisa, las charlas que compartieron en la oscuridad de las fiestas, las bromas privadas que nadie más entendía. Todo eso ahora se veía reemplazado por Robby.

Por un momento, Eli no pudo apartar la mirada. Se sentía como si estuviera viendo una escena que no debería, una especie de invasión a una intimidad que ya no le pertenecía.

—¿Eli? —La voz de Demetri lo sacó de su trance. Demetri había dejado de hablar de Star Wars y ahora lo miraba con preocupación evidente—. ¿Estás bien, amigo?

Eli intentó asentir, pero el gesto se sintió forzado, casi mecánico.

—Sí, claro. Todo bien —murmuró, sin apartar la vista de Tory y Robby.

Pero no era cierto. Nada estaba bien.

Miguel, sentado frente a él, también parecía haberse dado cuenta. Aunque no dijo nada, sus ojos se cruzaron brevemente con los de Eli, como si intentara leer lo que estaba pasando por su mente. Sin embargo, Eli evitó el contacto visual. No quería que Miguel, ni nadie, supiera lo que estaba sintiendo en ese momento.

Mientras tanto, Tory y Robby seguían su camino a través de la cafetería, sin siquiera mirar hacia la mesa de Miyagi-Do. Robby, al parecer ajeno a las miradas que atraían, soltó una risa tranquila antes de volver a inclinarse hacia Tory, como si compartieran algún secreto entre ellos. Ella lo miró directamente a los ojos y asintió con una leve sonrisa, esa que Eli recordaba haber visto tantas veces... pero nunca dirigida a alguien más.

El brazo de Robby todavía descansaba sobre la cintura de Tory, y en un momento incluso la apretó ligeramente, como si quisiera recordarle que estaba ahí, que él estaba con ella. Ella no se resistió. Al contrario, pareció disfrutar del gesto, inclinándose apenas hacia él mientras sus ojos se encontraban nuevamente, creando una burbuja que los aislaba del resto de la sala.

Para Eli, esa conexión era como una bofetada. Era la confirmación de lo que temía: Tory había seguido adelante. Peor aún, lo había reemplazado con alguien que parecía encajar con ella a la perfección.

—¿Estás seguro de que estás bien? —insistió Demetri, ahora más serio.

Eli apretó los dientes y asintió nuevamente, esta vez sin molestarse en responder. Sentía un nudo en el estómago, una mezcla de enojo, tristeza y algo que no podía nombrar pero que lo carcomía desde dentro. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió completamente insignificante.

Miguel dejó escapar un leve suspiro. Parecía que quería decir algo, pero eligió no hacerlo. Tal vez sabía que cualquier cosa que dijera solo empeoraría las cosas.

Finalmente, Tory y Robby pasaron junto a la mesa de Miyagi-Do. No se detuvieron, ni siquiera los miraron. Estaban demasiado ocupados en su propio mundo, hablando y riendo como si nadie más importara. Robby dijo algo más, algo que Eli no pudo escuchar, pero que provocó que Tory estallara en una risa que resonó en la cafetería. Y luego, como si el golpe no fuera lo suficientemente fuerte, Robby le dio un pequeño apretón en la cintura y le susurró algo al oído que la hizo sonreír de nuevo, más brillante que antes.

Eli apartó la mirada, incapaz de soportarlo por más tiempo. Bajó los ojos a su bandeja, fingiendo interés en su comida, aunque la sensación de vacío en su interior le hacía imposible tragar siquiera un bocado.

Demetri intentó cambiar de tema.

—Bueno, al menos tenemos a Halcón en nuestro equipo. Si quieren a Robby, que lo tengan. ¿Qué tan bueno puede ser, de todos modos?

Eli no respondió. Sabía que lo último que quería escuchar era a Demetri restándole importancia a Robby, porque en ese momento, Robby no solo le parecía bueno en el karate. Parecía perfecto en todo lo que él no era. Y peor aún, ahora estaba ocupando el lugar que Eli había dejado vacío junto a Tory.

15:46 p.m

Las clases transcurrían con la monotonía habitual, pero para mí, era como estar atrapado en una interminable tortura. Estaba sentado en la última fila del aula, con Demetri a mi lado, balbuceando algo sobre cómo la profesora siempre tardaba siglos en devolver los exámenes. No le prestaba atención. Mi mirada estaba fija en el frente, o más bien, en la escena que se desarrollaba a unos pocos asientos de distancia.

Robby Keene. Ese tipo no solo me estaba robando la paz, sino también lo único que alguna vez me hizo sentir... especial.

No podía dejar de mirarlo. Estaba inclinado ligeramente hacia Tory, sus labios curvándose en una de esas sonrisas coquetas que parecían tan naturales para él. Dijo algo en voz baja, lo suficientemente bajo como para que el resto del salón no lo escuchara, pero no para Tory. Ella giró hacia él, riendo entre dientes, su expresión relajada y cómoda. Esa risa, esa maldita risa que yo conocía tan bien, ahora era para él.

No podía apartar los ojos. Cada vez que Robby la miraba, lo hacía de una manera que me revolvía el estómago. No era una mirada casual. Era intencionada, cargada de esa especie de confianza despreocupada que parecía gritar: Sé que te gusto y sé que no te importa demostrarlo. Y lo peor de todo era que Tory no lo rechazaba. Al contrario, parecía disfrutarlo.

Para cualquiera más, sus interacciones pasarían desapercibidas. Eran detalles pequeños: una inclinación de cabeza, un cruce rápido de miradas, un comentario que hacía que Tory sonriera y girara el cabello entre los dedos. Pero yo no era "cualquiera más". Lo veía todo. Y cada uno de esos gestos me golpeaba como una patada directa al pecho.

—¿Eli? —La voz de Demetri me sacó del trance. Parecía confundido—. ¿Estás bien? Estás mirando fijo hacia... ¿Robby?

—No estoy mirando a nadie, Demetri —respondí rápidamente, demasiado rápido.

Él arqueó una ceja, pero no insistió. En lugar de eso, volvió su atención al cuaderno frente a él, garabateando algo que probablemente no tenía nada que ver con la clase.

Volví mi atención al frente, aunque era incapaz de concentrarme en lo que la profesora estaba diciendo. Mis manos se cerraron en puños bajo la mesa. Sentía la ira burbujeando bajo la superficie, una ira que pensé que había dejado atrás cuando me despedí de Halcón. Pero ahora, esa ira estaba de vuelta, tan fuerte como siempre.

La veía sonreírle, y algo dentro de mí quería levantarse, atravesar el salón y decirle a Robby que no tenía derecho. Que era un segundón. Que Tory me pertenecía. Pero sabía que no podía. No tenía derecho a decirlo. Ella no me pertenece. Nunca lo hizo.

"¿Por qué mierda te importa tanto lo que hagan ellos dos?", pensé para mí mismo, pero no era una pregunta que pudiera responder. Sabía la verdad, aunque no quería enfrentarla.

Cuando la clase terminó, sentí el alivio momentáneo de poder salir de ahí, lejos de ellos. Pero, por supuesto, no podía tener suerte. Apenas me levanté, escuché la voz de Robby.

—¿Vamos, Tory? —dijo, como si fuera algo natural, como si esa palabra, "vamos", significara que ellos estaban juntos. Como si él tuviera el derecho.

Ella asintió, recogiendo sus cosas con la misma despreocupación que siempre llevaba. —Claro, Robby. Dame un segundo.

Los observé mientras cruzaban el aula. Robby caminaba a su lado, su postura relajada pero tan segura de sí mismo, como si supiera exactamente el efecto que tenía sobre todos. Cuando se acercaron a la puerta, él hizo algo que me descolocó por completo. Colocó una mano en la parte baja de su espalda, guiándola hacia la salida.

No pude evitarlo. Algo dentro de mí estalló.

—¡Robby! —lo llamé, mi voz sonó más fuerte de lo que pretendía.

Ambos se giraron. Tory levantó una ceja, claramente confundida. Robby, por su parte, simplemente sonrió, esa maldita sonrisa relajada que parecía decir que tenía todo bajo control.

—¿Sí? —preguntó, como si estuviera genuinamente curioso.

Las palabras se formaron en mi cabeza, afiladas y llenas de veneno, pero no salieron. Quería decirle que se alejara de Tory, que dejara de actuar como si ella fuera suya. Pero lo único que salió fue:

—Nada. Olvídalo.

Tory me lanzó una última mirada, antes de encogerse de hombros y salir con Robby. Mi mandíbula estaba tan apretada que dolía. Demetri apareció a mi lado, observándome con esa mirada de "sé que algo anda mal, pero no quiero meterme demasiado".

—¿Qué fue eso? —preguntó en voz baja, claramente preocupado.

—Nada. —Mi voz sonaba tensa, incluso para mí—. Solo déjalo, Demetri.

Él no respondió, pero sabía que no se lo creía.

Me quedé en el aula un momento más, observando la puerta por donde se habían ido. Me sentía como si hubiera perdido algo, aunque nunca estuvo realmente en mis manos. Tory no me pertenece, me repetí una vez más. Pero no podía ignorar el dolor que sentía al verla con alguien más. Especialmente con él.

16:21 p.m

El receso siempre era una escena caótica: estudiantes corriendo de un lado a otro, charlas a los gritos, risas que retumbaban por todo el patio. Todo ese ruido parecía ser el soundtrack permanente de la escuela. Sin embargo, en ese instante, no escuchaba nada. Mis ojos estaban clavados en una sola persona. Tory.

Estaba sentada bajo un árbol al final del patio, alejada de toda la agitación. Tenía las piernas cruzadas y sostenía un pequeño pincel mientras pintaba sus uñas con una precisión que parecía casi irreal. No solía verla así, tan tranquila, como si todo lo que pasara a su alrededor no existiera. No estaba con su grupo de siempre ni, para mi alivio, con Robby. Eso me daba cierta... esperanza. Aunque admitirlo ya era otra historia.

A mi lado, Demetri no paraba de hablar. Parecía estar tan nervioso como emocionado, perdido en su propia nube de inseguridades.

—Entonces, cuando la vea salir del aula de historia, me voy a "tropezar casualmente" con un ramo de flores. ¿O no? ¿Es muy cliché? A lo mejor algo más original. ¿Qué tal un café helado? Sí, eso tiene más onda, ¿no? Ella ama los cafés helados. ¿Lo sigue publicando en sus historias, verdad? —Demetri hablaba sin parar, moviendo las manos como si estuviera trazando un mapa de guerra.

—Ajá... café helado. Perfecto —murmuré distraído, sin apartar la mirada de Tory.

—¡No me estás escuchando! —protestó, dándome un codazo en las costillas. Luego, notó hacia dónde estaba mirando. Un brillo pícaro cruzó su rostro—. Oh, ya entendí. Así que el Halcón tiene problemas de enfoque porque está embobado con la cobra.

—No estoy embobado —solté, demasiado rápido y demasiado a la defensiva.

—Claro, y yo no me estoy muriendo de miedo de invitar a Yasmine al baile. —Rodó los ojos y apoyó un codo en mi hombro—. Escuchame, si no vas a hablar con ella ahora que está sola, no vas a tener otra oportunidad.

—No es tan fácil como parece —murmuré, tratando de restarle importancia.

Demetri dejó escapar una risa seca. —¿No es fácil? Vamos, Eli, ¿desde cuándo le tenés miedo a una chica? Solo andá, decile algo simple, tipo: "Hola, siento haber sido un idiota" y listo. —Me dio una palmada en el hombro y luego revisó su teléfono, que acababa de vibrar—. Ah, mensaje de Yasmine. Nos vemos, crack. Buena suerte, la vas a necesitar.

Antes de que pudiera responder, Demetri salió disparado hacia la cafetería. Me dejó solo con mis pensamientos... y con Tory, que seguía pintándose las uñas como si no tuviera otra preocupación en el mundo.

Respiré hondo y me puse de pie. Era ahora o nunca. Crucé el patio con pasos rápidos, tratando de convencerme de que esto era buena idea. Sin embargo, cuanto más me acercaba, más sentía cómo mi garganta se secaba.

Finalmente, llegué hasta ella. Levantó la mirada al notar mi sombra y, en cuanto me reconoció, su expresión cambió por completo. Sus ojos se entrecerraron y sus labios se torcieron en una mueca fría.

—¿Qué querés? —preguntó sin siquiera intentar disimular el fastidio en su tono. Volvió su atención al esmalte como si yo no fuera más importante que una hoja caída del árbol.

Me senté a su lado, aunque claramente no me había invitado. Ella me lanzó una mirada de advertencia, pero no me moví.

—Quiero disculparme —solté de golpe, antes de que mi cobardía me detuviera.

Tory dejó de pintar sus uñas, pero no me miró de inmediato. En lugar de eso, cerró el tarrito de esmalte con una calma calculada. Después, finalmente me dirigió esos ojos que siempre parecían capaces de atravesarme.

—¿Disculparte? —repitió, su tono cargado de escepticismo.

Asentí, intentando mantener mi voz firme. —Sí. Por haber sido un idiota. Por dejarte sola cuando más me necesitabas.

Ella dejó escapar una risa breve, seca, y se recostó contra el tronco del árbol. —¿Y qué fue lo que te hizo cambiar de opinión? ¿Verme con Robby? —preguntó con la precisión de alguien que sabía exactamente qué cuerda tocar para hacerme tambalear.

—Tal vez —admití después de un momento, con un suspiro. No tenía sentido mentirle.

—Al menos sos honesto —dijo, pero su voz estaba cargada de sarcasmo. Volvió a cruzar las piernas y jugueteó con el pincel, como si ya hubiera perdido interés en la conversación.

El silencio se instaló entre nosotros. Yo jugueteaba con una ramita del suelo, sintiéndome más idiota con cada segundo que pasaba. Finalmente, Tory dejó el pincel a un lado y cruzó los brazos.

—No se trata solo de que me dejaste sola, Eli. —Su tono era más suave ahora, pero no menos cortante—. Se trata de que esperaba algo más de vos. Algo mejor.

Sus palabras fueron como un golpe directo al estómago. Bajé la mirada, incapaz de sostener su mirada. —Lo sé. Y no puedo cambiar lo que pasó, pero... quiero intentar arreglarlo. Quiero ser alguien en quien puedas confiar.

Ella me observó en silencio por un momento. Luego, para mi sorpresa, extendió una mano y tomó la mía. Su toque era cálido, pero su rostro seguía mostrándose distante.

—Está bien —dijo, aunque no sonaba del todo convincente.

Se levantó, lista para irse, pero no podía dejar que las cosas terminaran así. Sin pensarlo, tomé su mano de nuevo.

—Tory, espera.

Ella se giró para mirarme, claramente sorprendida. Y entonces, sin pensarlo dos veces, me incliné hacia adelante y la besé. Fue rápido, torpe, pero puse todo lo que tenía en ese momento.

Cuando me aparté, ella no me golpeó, como había esperado. En lugar de eso, sonrió, esa sonrisa burlona que siempre lograba desarmarme.

—Vaya. Si para conseguir que te disculparas tenía que acercarme a Robby, lo habría hecho antes.

Me puse rojo como un tomate. La mezcla de alivio y vergüenza era tan abrumadora que apenas podía pensar. Tory se inclinó ligeramente hacia mí y, para mi sorpresa, acarició suavemente mi mejilla.

—Yo también —dijo, su voz baja pero cargada de significado.

No podía creerlo. Sonreí débilmente, y antes de darme cuenta, me acerqué de nuevo y la besé. Esta vez fue diferente: más lento, más seguro. Ella no se apartó, no dijo nada. Solo estábamos ahí, bajo ese árbol, como si el resto del mundo no existiera.

Tory rompió el beso y se apartó ligeramente, sus ojos buscando los míos como si intentara leer algo que aún no me había atrevido a decir. Su expresión seguía siendo un enigma, esa mezcla perfecta entre arrogancia y vulnerabilidad que siempre lograba desarmarme.

—¿Sabes qué es lo peor de todo esto? —dijo finalmente, con un tono que no sabía si era serio o juguetón.

—¿Qué cosa? —pregunté, todavía recuperándome del vértigo que me había dejado su cercanía.

Tory dejó escapar una risa breve, llena de ironía, y señaló con la cabeza hacia el patio, donde Robby acababa de aparecer. Estaba de pie, al borde del tumulto de estudiantes, y aunque estaba demasiado lejos para escuchar algo, su postura rígida lo decía todo. Nos había visto.

—Eso —respondió Tory, volviendo la mirada hacia mí con una sonrisa burlona—. Robby va a querer arrancarte la cabeza después de esto.

Suspiré, sabiendo que probablemente tenía razón. Pero por primera vez en mucho tiempo, no me importaba. De alguna forma, ese beso había cambiado algo. O tal vez no lo había cambiado, pero había dejado algo en claro: ya no estaba dispuesto a seguir esquivando lo que sentía por ella.

—Que lo intente —dije, encogiéndome de hombros. Intenté sonar casual, aunque sabía que mi tono era más desafiante de lo que pretendía.

Tory arqueó una ceja, divertida. —¿En serio? Eli Moskowitz, enfrentando a Robby Keene. Eso sí quiero verlo.

—No estoy bromeando, Tory —le respondí, con más seriedad de la que esperaba. Mi voz salió firme, sincera—. Me importa un carajo lo que piense Robby, o cualquier otra persona. Estoy harto de complicarlo todo, de jugar a lo seguro. Te lo dije antes: quiero ser alguien en quien puedas confiar. Y lo digo en serio.

Ella me miró, y esta vez su expresión perdió parte de esa máscara burlona. Parecía estar procesando mis palabras, como si no estuviera segura de si creerme o no. Finalmente, soltó un suspiro y sacudió la cabeza, aunque una sonrisa, pequeña pero genuina, curvó sus labios.

—Sos un idiota, ¿sabías? —dijo, aunque no había reproche en su voz, solo algo que parecía... afecto.

—Sí, pero soy tu idi-...—quise responder, arriesgándome.

Tory soltó una carcajada suave y me empujó ligeramente en el hombro. —No te pongas cursi, Halcón, no te queda.

Por un momento, me permití sonreír. Pero antes de que pudiera responder, Tory volvió a mirar hacia el patio, donde Robby seguía clavándonos una mirada asesina. Su sonrisa se desvaneció un poco.

—Esto va a ser un desastre —murmuró, más para ella que para mí.

—Probablemente —admití. Luego, en un impulso, añadí—: Pero lo podemos manejar. Juntos.

Tory no respondió de inmediato. En lugar de eso, se levantó, recogiendo su esmalte de uñas y metiéndolo en su bolso con movimientos deliberados. Luego me miró, su expresión completamente neutral, aunque sus ojos parecían esconder algo más profundo.

—Nos vemos, Eli. —dijo finalmente, con una sonrisa enigmática antes de girarse y comenzar a caminar hacia el edificio.

—Tory, espera —llamé, poniéndome de pie. Ella se detuvo y me miró por encima del hombro.

—¿Qué? —preguntó, con una ceja arqueada.

—¿Qué significa todo esto? ¿Nosotros? —solté, sintiendo que no podía dejar que se fuera sin una respuesta clara.

Ella se quedó en silencio por un segundo que se sintió eterno. Luego, una sonrisa ladeada apareció en sus labios.

—Significa que si sobrevives a Robby, hablamos. —Y con eso, desapareció entre los estudiantes, dejándome con una mezcla de confusión, emoción y una sensación de que las cosas apenas comenzaban.

Miré hacia donde estaba Robby, que seguía observándome desde lejos, su rostro una tormenta de emociones contenidas. Sus ojos encontraron los míos, y supe que no iba a esperar mucho para enfrentarse a mí.

Suspiré, metiendo las manos en los bolsillos mientras me dirigía hacia la cafetería. Había ganado una pequeña batalla, pero la guerra apenas empezaba.

-natipotter espero que haya gustado! ,gracias por la idea <3

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