🧡 [¿Bailas?]Maria x Robby

Maria
X
Robby

Advertencias:Ninguna



El bar era ruidoso, pero no insoportable. El tipo de ruido que llena los silencios incómodos y te permite perderte en tus propios pensamientos sin que nadie te moleste demasiado. Después de un día tan agotador en el torneo Sekai Taikai, había imaginado que salir con mis amigos sería un buen plan. Algo ligero para despejar la cabeza. Pero ahora, sentado en una mesa pegajosa con una Coca Cola que no quería, no estaba tan seguro de que esa fuera la mejor idea.

—¿Seguirás con eso toda la noche? —preguntó Eli, señalando mi vaso medio vacío.Parecia relajado, había un toque de burla en su tono.

—Déjalo, Halcon. —Sam me defendió desde su silla, aunque no sonó demasiado convincente. Ella también parecía estar en otro mundo, removiendo con una pajilla el hielo de su bebida sin probarla.

Demetri, sentado al lado de Eli, levantó las manos como si quisiera calmar las aguas.
—Bueno, al menos no está bebiendo nada fuerte. Eso es... algo, ¿no?

Sus palabras me hicieron reír por lo bajo, pero no dije nada. Habían pasado dos días desde que Tory me había pedido ese maldito "tiempo". ¿Tiempo para qué? ¿Para encontrarse a sí misma? ¿Para alejarse de mí? Me lo había dicho con palabras tranquilas, casi como si no fuera gran cosa, pero lo era. Sentía como si alguien me hubiera dado una patada directa al estómago.

No quería pensar en ella, pero todo en este lugar la recordaba. El olor a alcohol mezclado con el perfume de alguien que había pasado demasiado tiempo arreglándose. Las risas distantes. Las luces bajas que daban al ambiente un aire casi íntimo. Todo.

—Voy al baño —dije, levantándome de golpe.

No esperé respuesta. Caminé hacia la barra en lugar del baño y apoyé los codos en el mostrador. El bartender me miró de reojo mientras limpiaba un vaso con un trapo que no parecía del todo limpio.

—¿Algo más fuerte que una Coca Cola? —pregunté, tratando de sonar casual.

—¿Qué te parece un ron con cola? —respondió, ya preparándolo sin esperar mi confirmación.

—Perfecto.

Tomé el vaso y volví a la mesa. No dije nada cuando Sam frunció el ceño al ver mi nueva elección de bebida, pero no iba a dar explicaciones. Si Tory quería "su tiempo", entonces yo tenía derecho a desconectarme por un rato.

Las primeras tragadas quemaron, pero pronto se volvió más fácil. La conversación en la mesa giraba alrededor del torneo, estrategias, movimientos, lo que deberíamos mejorar para el día siguiente. Yo asentía de vez en cuando, pero apenas estaba escuchando.

Fue entonces cuando la vi.

Entró como si nada, con esa mezcla de seguridad y despreocupación que siempre me había vuelto loco. Su cabello estaba suelto, cayendo en ondas perfectas sobre sus hombros. Llevaba una chaqueta de cuero ajustada que combinaba con unos jeans, y cuando sonrió, mi corazón dio un vuelco, a pesar de todo. Pero no estaba sola.

A su lado, Kwon caminaba con su típica actitud arrogante, esa sonrisa que siempre parecía decir "soy mejor que vos". A él lo seguía Yoon, el nuevo fichaje estrella de Cobra Kai, con un aire más reservado pero igual de intimidante.

Tory giró la cabeza en mi dirección por un breve segundo, lo suficiente como para que nuestros ojos se encontraran. Mi pecho se apretó, y por un instante pensé que tal vez vendría hacia mí. Pero no. Kwon, como si lo hubiera planeado, pasó un brazo por su cintura y la guió hacia una mesa al otro lado del bar.

—¿Robby? —La voz de Sam me sacó de mi trance.

—¿Qué? —pregunté, demasiado brusco.

Sam me miró con preocupación.
—¿Estás bien?

Mentirle no tenía sentido, pero tampoco quería hablar de ello.
—Sí, estoy bien.

Ella suspiró, cruzando los brazos.
—No tienes que hacer esto.

—¿Hacer qué? —respondí, fingiendo no entender.

—Esto. —Sam señaló mi vaso de ron con cola, luego a mí, como si eso lo explicara todo—. Beber como si eso fuera a resolver algo.

—No estoy resolviendo nada, Sam. Sólo estoy... —Busqué las palabras adecuadas, pero no las encontré. Me limité a encogerme de hombros y darle otro trago a mi bebida.

No pude evitar mirar de reojo hacia la mesa de Tory. Estaba sentada entre Kwon y Yoon, riéndose de algo que Kwon había dicho. Él se inclinó hacia ella, susurrándole algo al oído, y mi mandíbula se tensó.

—¿Qué estás mirando? —preguntó Eli, notando mi distracción.

—Nada. —Aparté la mirada rápidamente, pero sabía que no los había engañado.

—¿Tory? —Demetri fue quien lo dijo, su tono más cauteloso.

No respondí, pero eso fue suficiente confirmación.

—No te preocupes por eso, amigo. —Eli trató de suavizar la situación, dándome una palmada en el hombro—. Seguro que está haciendo lo mismo que vos: fingir que está bien.

No estaba seguro de si tenía razón o no. Lo único que sabía era que el ron estaba empezando a hacer efecto, y que por primera vez en días, la tristeza estaba dejando espacio para algo más: enojo.

Maldije por lo bajo y terminé mi vaso de un trago.
—Voy por otro.

Me levanté antes de que alguien pudiera detenerme. Esta noche no iba a ser fácil, pero estaba decidido a enfrentarla, aunque fuera desde lejos.

22:45 p.m

La noche seguía como si alguien hubiese presionado el botón de "repetición" en un mal loop. Las risas se mezclaban con los beats de la música, y el ruido de vasos chocando llenaba el aire. Había perdido la cuenta de los tragos. Podría haber sido el quinto ron o quizás el décimo. No lo sabía. Solo sentía el calor del alcohol corriendo por mi cuerpo, nublándome los pensamientos pero afilando mi humor para todo lo que me molestaba.

Estaba mirando al vacío, cuando mis ojos se posaron en Tory. Lo había intentado evitar toda la noche, pero ahí estaba, como siempre. Ella discutía con Kwon. Aunque no podía escuchar el contenido de la pelea, bastaba con observarla para entenderlo: esa mirada que mezclaba rabia y un toque de vulnerabilidad lo decía todo. Era una combinación que conocía demasiado bien, y verla así solo aumentaba la inquietud en mi pecho.

—¿Viste eso? —murmuró Eli desde mi izquierda, inclinándose hacia mí con esa sonrisa petulante que parecía tener como estándar.

—¿Qué cosa? —respondí, distraído.

—Kwon intentó besarla —respondió él, señalando con disimulo hacia donde estaban la rubia y el pelinegro.

Me giré hacia ellos justo a tiempo para verla empujarlo con fuerza antes de levantarse y salir del bar. Sus movimientos eran rápidos, enfadados. No estaba segura de si había llegado a oír alguna palabra de Kwon, pero su expresión me lo decía todo.

—¿Qué decís? —pregunté, sintiendo cómo la tensión subía en mi pecho.

—Lo que escuchaste, genio. —Eli bebió de su vaso como si nada—. Lo intentó, pero ella lo mandó a volar. Clásico del estupido ese, siempre creyéndose irresistible.

Mis ojos siguieron a Tory mientras cruzaba la puerta del bar. Yoon y Kwon iban detrás de ella, claramente intentando calmarla o, en el caso de Kwon, quizás justificarse.

No entendía por qué seguía tan pendiente de ella. O tal vez sí lo entendía, pero me negaba a aceptarlo. Sentí un extraño alivio al verla rechazar a Kwon, pero eso no ayudó a que dejara de darle vueltas a la situación. Ella se había ido, y yo todavía estaba aquí, atrapado en un mar de luces parpadeantes y risas ajenas.

Mi atención volvió a la mesa cuando los murmullos entre Eli y Demetri se convirtieron en una discusión que fue imposible ignorar.

—Te digo que me miró a mí primero —insistía Eli, cruzado de brazos.

—Por favor. —Demetri soltó una carcajada breve y sarcástica—. Te miró porque estabas en su línea de visión. Obviamente le guste más.

—¿De quién están hablando ahora? —interrumpí, arqueando una ceja mientras apuraba lo que quedaba en mi vaso.

—De Maria. —respondió Eli, casi como si fuera obvio.

Fruncí el ceño. El nombre me resultaba vagamente familiar.

—¿Quién?

—¿En serio? —Demetri me miró como si acabara de insultar algo sagrado—. La capitana de Furia de Pantera. La viste en el torneo, ¿no?

Ahí lo recordé. Claro, Maria Álvarez. Había sido difícil no notarla en el torneo, especialmente cuando derribó a Devon con una facilidad que rayaba en lo humillante. Pero esta noche no la había reconocido hasta que la señalaron.

La vi en la pista de baile. Su cabello oscuro caía en cascada por su espalda, y sus jeans marrones estaban hechos para hipnotizar. Sus movimientos eran precisos pero fluidos, como si cada giro estuviera perfectamente ensayado. Había algo en su presencia que atrapaba a cualquiera que estuviera cerca, y Eli y Demetri no eran inmunes.

—Ustedes dos tienen novia —dije, mirando a ambos con una mezcla de incredulidad y cansancio.

—Eso lo sabemos —respondió Demetri, suspirando dramáticamente mientras miraba su vaso como si esperara encontrar respuestas ahí—. Y las amamos, ¿si? Pero...

—Pero nada —lo interrumpí—. Piensen con la cabeza, por favor.

—Estoy pensando con la cabeza. —Eli se golpeó la frente con el dedo para enfatizar su punto.

Lo gracioso era que ambos parecían demasiado ensimismados en su "discusión" para darse cuenta de que Maria los había notado. Mientras ellos seguían peleando, ella se giró hacia nuestra mesa. Su mirada era intensa, directa, como si ya supiera todo lo que estaba pasando en nuestras cabezas.

—Viene para acá —murmuró Demetri, poniéndose tenso como un niño que acababa de meterse en problemas.

—¿Qué hacemos? —preguntó Eli, claramente nervioso pero intentando mantener la compostura.

Antes de que pudiera responder, Maria llegó a nuestra mesa. Sus pasos eran elegantes, controlados, y su sonrisa tenía ese toque coqueto que hacía que todo el mundo se sintiera especial.

La verdad, pensé que Maria se acercaba por Eli. Después de todo, él estaba prácticamente brillando bajo las luces del bar con su pose arrogante y esa sonrisa confiada que ponía siempre que alguien atractivo entraba a su radar. O quizás era Demetri quien le interesaba, con su torpeza adorable que, por extraño que pareciera, funcionaba con algunas chicas. Incluso pensé que tal vez venía por Sam, porque era imposible ignorarla con ese aire de reina en exilio que llevaba puesto.

El ruido, las risas y la música se convirtieron en un zumbido lejano mientras ella se acercaba con pasos firmes y una sonrisa que podría haber iluminado cualquier habitación. Su mirada iba directamente hacia mí, intensa y segura, como si hubiera decidido que yo era su objetivo desde el principio.

Me sentí congelado en mi silla. Demetri, a mi lado, estaba tan rígido que parecía un muñeco de cera. Eli estaba sorprendentemente callado, lo cual ya era bastante extraño, y Sam cruzaba los brazos con una expresión que mezclaba incredulidad y desinterés.

Y entonces, Maria se detuvo justo frente a mí.

—Hola —dijo, con una voz suave pero segura, acompañada de esa sonrisa que me dejaba sin palabras.

Intenté responder, pero mi garganta parecía haberse cerrado.

—Ehm... hola —logré balbucear finalmente, sintiéndome como un completo idiota.

Maria inclinó ligeramente la cabeza, evaluándome como si estuviera leyendo cada pensamiento que cruzaba por mi mente. Luego, dejó que sus dedos rozaran la manga de mi campera con delicadeza, como si estuviera inspeccionando una obra de arte.

—Me gusta mucho tu chaqueta. ¿De dónde es?

Su acento, aunque ligero, tenía un encanto único, y sus palabras, aunque simples, no sonaban para nada casuales. Era como si quisiera dejarme claro que estaba interesada.

—Ah... gracias. Es de una tienda en el centro, creo. No recuerdo el nombre.

—¿En serio? —preguntó, alzando una ceja y sonriendo de manera divertida—. Pues te queda muy bien.

—Gracias —respondí torpemente, deseando tener algo más interesante que decir.

Maria se inclinó un poco hacia mí, y sus ojos brillaron con picardía.

—¿Y bailas?

La pregunta me tomó por sorpresa. Mi instinto fue decir que no, que no era lo mío, que prefería quedarme sentado. Pero algo en su mirada hacía que negarse fuera imposible.

—Eh... sí, creo que sí.

—¿Crees? —repitió, soltando una pequeña risa. Se enderezó y me ofreció su mano, con una confianza que me desarmó por completo—. Ven, demuéstramelo.

Antes de que pudiera procesarlo, ya estaba de pie, y Maria me llevaba hacia la pista de baile. Apenas me dio tiempo de mirar hacia atrás para ver las expresiones de mis amigos. Eli parecía al borde de soltar un comentario sarcástico, pero Sam lo empujó ligeramente y murmuró algo que no alcancé a oír.

La música en la pista era vibrante, un reguetón con un ritmo intenso que hacía temblar el suelo bajo nuestros pies. Maria ya se estaba moviendo, con una gracia que me dejó aún más nervioso.

—¿Vas a quedarte ahí parado o vas a bailar conmigo? —preguntó, girándose hacia mí y tomando mis manos.

—Lo intento, pero no soy tan bueno en esto.

—No seas modesto. Todos pueden bailar, solo hay que sentir la música. —Me miró fijamente, como si me estuviera desafiando—. Relájate, ¿vale? Déjame guiarte.

Tomó mis manos y las colocó en su cintura, algo que no esperaba en absoluto. Se movía con tanta facilidad que me sentí completamente fuera de lugar.

—Confía en mí —dijo suavemente, empezando a moverse mientras yo intentaba seguir el ritmo.

Mis movimientos eran torpes al principio, pero ella no parecía molesta. Al contrario, cada vez que lograba coordinarme, me dedicaba una sonrisa que hacía que quisiera intentarlo aún más.

—Ahí está. ¿Ves? No es tan difícil.

—Es fácil decirlo cuando eres tan buena en esto.

Maria soltó una risa melodiosa y se acercó un poco más, haciendo que nuestras miradas se cruzaran.

—Y tú no estás tan mal. Para ser alguien que no sabe bailar, lo haces bastante bien.

—Gracias... creo.

Seguimos bailando, y poco a poco empecé a soltarme más. La música, el ambiente y, sobre todo, Maria, lograron que olvidara mi incomodidad inicial. Cada vez que giraba o movía las caderas, me daba una breve mirada que me hacía sonreír sin darme cuenta.

Después de varias canciones, sentí que mis piernas necesitaban un descanso. Maria, sin soltarme, me llevó de regreso a la mesa y me empujó suavemente hacia una silla.

—Listo, bailarín. Ahora te mereces un respiro.

—¿Y tú? ¿No necesitas uno? —pregunté, todavía un poco sin aliento.

—Por favor —respondió, riéndose—. Esto es apenas un calentamiento para mí.

Me reí con ella, aunque no sabía si hablaba en serio o si solo estaba bromeando. La morena se inclinó hacia mí, apoyando un codo en la mesa mientras jugaba con el borde de su vaso vacío.

—Debo admitir que me sorprendiste. Bailas mejor de lo que esperaba.

—¿En serio? Pensé que estaba haciendo el ridículo.

—No digas tonterías. Si algo me gusta es un hombre que sabe moverse. Y tú...lo haces muy bien.

Su tono era tan casual que casi no noté la intensidad de su mirada hasta que fue demasiado tarde. Desvié la vista hacia mis amigos, pero para mi sorpresa, ya no estaban.

—¿Y los demás? —pregunté, confundido.

—Se fueron. Dijeron que estaban orgullosos de verte feliz, así que nos dejaron solos. —Se encogió de hombros, como si fuera lo más natural del mundo—. Muy considerados, ¿no crees?.

—Sí... supongo.

Maria apoyó la barbilla en su mano y me miró fijamente, como si estuviera evaluando qué decir a continuación.

—¿Y ahora? —pregunté, sin saber por qué lo dije.

—Ahora... —Maria sonrió lentamente, una sonrisa peligrosa pero tentadora—. Dejemos que la noche nos sorprenda.

02:23 a.m

La noche estaba perfecta, el tipo de noche que no quieres desperdiciar yendo a casa. El aire era fresco pero no frío, y el sonido de las olas golpeando suavemente contra la orilla era casi hipnótico. Maria y yo decidimos alejarnos del bar y dar un paseo por la playa. La luna llena iluminaba el agua, y había algo en la forma en que brillaba que hacía que todo se sintiera surrealista, casi como un sueño.

Caminábamos cerca del agua, lo suficiente como para sentir la arena húmeda bajo los pies, pero sin mojarnos.La morena hablaba con entusiasmo sobre España, describiendo lugares que sonaban sacados de un cuento de hadas.

—¿Y entonces, qué te gustaría conocer?—preguntó, girándose hacia mí con esa sonrisa despreocupada que ya empezaba a reconocer como su sello personal.

—No sé... tú eres la experta. A ver, ¿qué lugar dirías que es imprescindible? —respondí, intentando sonar más relajado de lo que me sentía.

—Uf, esa es difícil —dijo, llevándose un dedo al mentón en un gesto exagerado de reflexión—. Barcelona es un lugar mágico ,hay muchos lugares lindos ,La Sagrada Familia, las calles del Barrio Gótico, y no te puedes perder la comida. Te morirías con un buen plato de paella.

—Suena increíble —admití, aunque lo único en lo que realmente podía concentrarme era en ella. La forma en que su cabello se movía ligeramente con la brisa, cómo sus ojos brillaban bajo la luz de la luna. Era hermosa, y en ese momento, me di cuenta de que no quería que la noche terminara nunca.

Estaba tan absorto mirándola que no vi lo que hizo hasta que fue demasiado tarde. De repente, sentí el frío del agua salpicándome de lleno.

—¡Hey! —exclamé, dando un paso atrás, sorprendido.

Maria estaba riendo a carcajadas, sus manos todavía mojadas de haber lanzado el agua hacia mí.

—No te pongas así, ¡es solo agua! —dijo entre risas, retrocediendo unos pasos mientras yo intentaba procesar lo que acababa de pasar.

—¿Ah, sí? ¿Solo agua? —respondí, tratando de sonar indignado pero sin poder contener una sonrisa.

—Sí, y te hace falta. Estás demasiado seco para estar en la playa.

Antes de que pudiera replicar, Maria dio un paso hacia el agua, salpicando más a propósito. Yo ya estaba lo suficientemente mojado, así que decidí rendirme.

—Muy bien, tú ganas. Pero no vas a salir ilesa de esto.

Ella alzó una ceja, desafiándome.

—¿Ah, no? ¿Y qué vas a hacer?

En lugar de responder, corrí hacia ella. Maria soltó un grito entre risas y comenzó a correr hacia el agua, como si supiera lo que estaba por venir. Nos metimos al mar con ropa y todo, sin importar que el agua estaba fría al principio.

—¡Estás loco! —exclamó, girándose hacia mí mientras las olas rompían suavemente contra nuestras piernas.

—Tú empezaste —respondí, acercándome hasta que estaba lo suficientemente cerca para agarrarla.

Sin pensarlo demasiado, la tomé en brazos. Maria soltó una exclamación sorprendida, pero no parecía molesta. Al contrario, sus brazos rodearon mis hombros casi instintivamente mientras la levantaba del agua.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó, con una sonrisa divertida, aunque había algo en su mirada que parecía más serio.

—Lo mismo que tú. Dejándome llevar.

Nos quedamos quietos por un momento, con el agua llegando hasta mis rodillas y el sonido de las olas llenando el silencio. Maria me miró con una expresión que no había visto antes, una mezcla de coquetería y algo más profundo.

—Eres más interesante de lo que pensaba, ¿sabes? —dijo en voz baja.

—¿Eso es un cumplido?

—Tal vez. —Sonrió y, sin decir nada más, se inclinó hacia mí.

Su beso fue suave al principio, como si estuviera tanteando el terreno. Yo correspondí sin dudar, acercándola más a mí, mis manos firmes en su cintura. Sentí cómo sus dedos se entrelazaban detrás de mi cuello, y el mundo entero pareció desvanecerse.

Por un momento, no hubo nada más que el sabor salado del agua, el calor de su cuerpo contra el mío, y la certeza de que no quería que esto terminara.

Cuando finalmente nos separamos, Maria me miró con una sonrisa que hacía que mi corazón latiera con fuerza.

—¿Siempre besas así, o soy especial? —preguntó, claramente disfrutando de mi reacción.

—No lo sé... tú dime.

Ella soltó una risa suave, apoyando la frente contra la mía por un instante antes de deslizarse de mis brazos.

—Ven, todavía no hemos terminado con esta noche.

—¿A dónde vamos ahora?

—Eso depende. —Me miró por encima del hombro mientras salía del agua, su ropa empapada pegándose a su cuerpo—. ¿Te atreves a seguirme?

—¿Eso es un desafío?

—Tal vez. Pero ya sabes lo que dicen... la noche es joven.

Y mientras la seguía de regreso a la orilla, no pude evitar pensar que, por primera vez en mucho tiempo, estaba disfrutando del momento sin pensar en lo que vendría después.

03:02 a.m

Caminamos de vuelta al hotel empapados, con los zapatos haciendo ese molesto squish en cada paso, pero a ninguno de los dos parecía importarle. Maria no paraba de reírse, y yo no podía evitar reír también. La noche había sido surrealista, una especie de escape de todo lo que normalmente ocupaba mi mente.

—Creo que deberíamos haber pensado mejor lo de meternos al agua con ropa —dije, mirando cómo mis jeans estaban completamente pegados a mis piernas.

Maria me lanzó una mirada burlona.

—¿Te estás quejando? Porque no fuiste tan inocente allá dentro, ¿eh? —preguntó, dándome un codazo juguetón.

—Para nada, pero... —Hice un gesto hacia mi camisa—. Esto probablemente no se va a secar hasta mañana.

—Oh, pobrecito. ¿Necesitas qué alguien te consuele? —respondió, fingiendo lástima antes de soltar una carcajada.

—Tal vez. ¿Ofreces el servicio?

Ella se detuvo frente a la entrada del hotel y me miró con una sonrisa pícara, esa que parecía ser su marca registrada.

—Tal vez. Entra y averígualo.

Cuando cruzamos el vestíbulo, todavía riendo como dos idiotas, noté una figura familiar al fondo. Tory estaba de pie junto a las escaleras, con el celular en la mano. Mi risa se detuvo por un segundo, y ella también pareció quedarse congelada al verme.

Su expresión pasó de la sorpresa a algo que no pude descifrar del todo. Me miró, luego a Maria, y de nuevo a mí. Por un momento pensé que iba a acercarse, pero en lugar de eso, simplemente inclinó la cabeza hacia mí en un gesto que no entendí del todo, como si estuviera reconociendo lo que estaba pasando. Después, se dio la vuelta y se marchó sin decir una palabra.

—¿Qué pasa? —preguntó Maria, notando mi cambio de expresión.

—Nada, creí ver a alguien conocido, pero ya se fue.

Ella no pareció darle mucha importancia y me tomó de la mano.

—Pues mejor. Así no nos interrumpen.

Subimos juntos en el ascensor, todavía riéndonos de nuestras tonterías. Maria seguía soltando comentarios sobre lo gracioso que me veía en la playa, lo mucho que me había tardado en soltarme y cómo, según ella, necesitaba "clases de diversión".

—¿Clases de diversión? —pregunté, arqueando una ceja—. No recuerdo haberlas pedido.

—Ah, pero las necesitas. Es evidente. Por suerte para ti, soy una excelente profesora. —Me miró de reojo con una sonrisa traviesa.

Cuando llegamos a su habitación, Maria sacó la llave y abrió la puerta, invitándome a pasar.

—¿Quieres algo? ¿Agua, una toalla seca, un par de consejos sobre cómo no parecer un pato en el agua? —preguntó mientras cerraba la puerta detrás de nosotros.

—Vas a seguir con eso, ¿no?

—Oh, apenas estoy empezando.

Me senté en la cama, todavía con la ropa mojada, mientras Maria se quitaba los zapatos y buscaba algo en su maleta. La habitación era pequeña pero acogedora, con una gran ventana que dejaba entrar la luz de la luna.

—Bueno, ¿piensas quedarte ahí sentado toda la noche o vas a hacer algo? —preguntó, girándose hacia mí con las manos en la cintura.

—¿Algo como qué?

Maria se acercó, cruzando los brazos mientras me miraba fijamente.

—Algo como esto.

Sin previo aviso, se inclinó hacia mí, tomándome por sorpresa con un beso. Fue más intenso que el que habíamos compartido en la playa, como si estuviera esperando todo el camino para esto. Sus manos se deslizaron hacia mi cuello, y yo instintivamente la tomé por la cintura, atrayéndola más cerca.

—¿Estás seguro de esto? —murmuró contra mis labios, sus ojos buscando los míos.

—No he estado más seguro de algo en mucho tiempo.

Lo que siguió fue un torbellino de emociones. Deshaciendo botones y cremalleras sin decir una palabra. Todo lo demás se desvaneció: el torneo, la presión de ser capitán, incluso Tory. Por primera vez en meses, mi cabeza estaba en blanco, centrada únicamente en el momento, en ella.

Maria tenía una mezcla perfecta de intensidad y ternura, como si supiera exactamente cuándo tomar el control y cuándo dejarse llevar. Cada beso, cada caricia, hacía que el mundo exterior pareciera aún más lejano.

Cuando finalmente nos detuvimos, con la respiración entrecortada y los cuerpos enredados, Maria apoyó su cabeza en mi pecho, trazando pequeños círculos sobre mi piel con la punta de los dedos.

—No pensé que esta noche fuera a terminar así —dije, rompiendo el silencio.

Ella levantó la cabeza, mirándome con una sonrisa satisfecha.

—¿Y cómo pensabas que iba a terminar?

—No sé. Seguramente con un desastre. Pero esto... esto es mucho mejor.

Maria se rió suavemente y apoyó su cabeza de nuevo en mi pecho.

—Pues me alegra haberte demostrado lo contrario. Aunque... todavía tienes mucho que aprender, ¿eh?

—¿Ah, sí? —pregunté, riendo mientras le daba un suave pellizco en el costado.

—¡Oye! —protestó, golpeándome ligeramente en el brazo antes de volver a acomodarse.

Nos quedamos así por un rato, en silencio, escuchando el sonido lejano de las olas desde la ventana. Y por primera vez en mucho tiempo, me sentí completamente en paz.



soufflehan gracias por la idea! ,espero que te haya gustado <3

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