🐞[Babysitter]Robby x Tory
Robby
x
Tory
La mansión de los Nichols dominaba los suburbios más exclusivos de Los Ángeles. Sus muros de mármol blanco, altos ventanales y jardines inmaculados proyectaban una perfección casi sofocante. Cada detalle de la casa hablaba de control, de una vida planificada y de una familia obsesionada con mantener su imagen impecable. Pero dentro de esas paredes, las dinámicas familiares eran mucho más turbulentas de lo que cualquier vecino podría imaginar.
Victoria "Tory" Nichols, la menor de la familia, era una joven de 19 años acostumbrada a los lujos y a salirse con la suya. Con su cabello rubio siempre impecable y su actitud desafiante, Tory era la personificación de una heredera rebelde. A pesar de su juventud, tenía una capacidad casi instintiva para manipular situaciones a su favor. Sin embargo, tras su fachada de insolencia y glamour, había una joven llena de inseguridades, marcada por las expectativas desmedidas de sus padres.
Robert Keene, por otro lado, era el polo opuesto. A sus 28 años, había aprendido a enfrentar las adversidades de la vida con temple. Era maduro, responsable y lo suficientemente perspicaz como para manejar los caprichos de Tory. Contratado por Barbara y Joel Nichols como niñero personal de la joven, su rol iba mucho más allá de supervisarla. Él debía ser su sombra, su guía y, a menudo, el único adulto que realmente la entendía. Pero había algo más entre ellos, algo que ninguno se atrevía a admitir en voz alta.
La familia Nichols no estaba completa sin mencionar a Erick, el hermano mayor de Tory. A sus 22 años, Erick había renunciado a todo lo que representaban los Nichols: la opulencia, las expectativas y el constante escrutinio. Había tomado un camino propio, alejado de la mansión y del control de sus padres. Sin embargo, Barbara no podía desprenderse del todo de su primogénito. Aunque Erick rechazaba los lujos, su madre seguía enviándole dinero periódicamente, como si eso pudiera comprar su lealtad.
Tory admiraba a su hermano en secreto. Erick era la única persona que había tenido el valor de desafiar a sus padres y vivir bajo sus propias reglas. Pero al mismo tiempo, lo resentía por dejarla sola en el centro de la atención de Barbara y Joel.
Sábado 16:34 p.m
Era una tarde calurosa en Los Ángeles, y Tory estaba en su habitación, tumbada sobre la cama mientras revisaba su teléfono. La música retumbaba desde un altavoz caro, llenando el espacio con un ritmo vibrante que hacía temblar las paredes. La ropa de diseñador estaba esparcida por toda la habitación, mezclándose con joyas que costaban más que el sueldo anual de cualquier trabajador promedio.
En el pasillo, Robby golpeaba la puerta con impaciencia.
—¡Victoria! —gritó, utilizando el nombre formal que siempre usaban sus padres. Sabía que eso captaría su atención.
No hubo respuesta.
Suspirando, abrió la puerta sin esperar permiso. Tory estaba recostada con los auriculares puestos, completamente ajena a su presencia.
—¡Victoria! —repitió con más firmeza.
Ella se quitó un auricular, arqueando una ceja con irritación.
—¿Qué quieres?
—Tu mamá quiere que bajes. Hay una cena importante con inversores, y necesitan que hagas acto de presencia.
Tory rodó los ojos, como si el solo hecho de asistir a la cena fuera una tortura.
—No voy a ir.
Robby cruzó los brazos, apoyándose contra el marco de la puerta.
—Si no bajas por las buenas, tu mamá subirá. Y ambos sabemos lo dramática que puede ponerse.
Tory bufó, pero se levantó de la cama. Caminó hasta su armario y empezó a rebuscar entre los vestidos.
—¿Qué esperan que use? ¿Algo que me haga parecer una niña inocente o una perfecta muñeca de exhibición?
—Algo que no haga que todos los inversores se pregunten por qué contrataron a un niñero para ti.
Ella sonrió burlonamente, sacando un vestido negro ajustado y sosteniéndolo frente a su cuerpo.
—¿Qué tal esto?
Robby la observó por un momento, intentando mantener la compostura. El vestido era provocador, ceñido en los lugares correctos, resaltando su figura.
—¿Eso no es demasiado?
—¿Demasiado para ti o para ellos? —replicó con picardía, acercándose a él con una sonrisa desafiante.
—Para todos. —Intentó sonar neutral, pero su voz traicionó un leve nerviosismo.
Tory se rió y se dio la vuelta, probándose otro vestido.
—Tal vez quiero que piensen que soy demasiado para ellos.
La tensión entre ambos era palpable. Había una electricidad que siempre parecía chispear cada vez que estaban juntos. Robby desvió la mirada, intentando recordar por qué debía mantener las cosas profesionales.
Finalmente, Tory eligió un vestido elegante pero sutilmente provocador, sabiendo que sería lo suficiente para molestar a sus padres sin cruzar la línea.
20:49 p.m
El lujo impregnaba cada rincón de la residencia Nichols. Las luces cálidas de los candelabros de cristal proyectaban destellos sobre el mármol del suelo, y las conversaciones se mezclaban con el suave tintineo de las copas de champagne. Las risas de Barbara resonaban, perfectas y controladas, mientras su esposo Joel, con su característica energía arrolladora, se dedicaba a entretener a los inversores.
En el centro de todo estaba la mesa principal, un símbolo de opulencia. Cubiertos de plata, copas de cristal tallado y centros de mesa con orquídeas blancas cuidadosamente dispuestas para deslumbrar. Todo en esa noche estaba diseñado para demostrar poder y estatus.
Tory apareció en la sala principal, descendiendo por las escaleras con una calma aparente que solo aquellos que la conocían bien sabrían interpretar como desafiante. Su vestido negro, elegante pero sin excesos, abrazaba su figura con un aire de sofisticación que no hacía más que aumentar su magnetismo. El cabello, en ondas ligeras y naturales, caía por sus hombros, y su maquillaje resaltaba sus rasgos con una precisión que era casi un arma.
Detrás de ella, a una distancia calculada, Robby Keene la seguía. Su porte casual contrastaba con el ambiente refinado del lugar, pero había algo en su actitud relajada que lo hacía encajar de una manera inesperada. Aunque intentaba disimularlo, sus ojos no se apartaban de Tory ni un segundo, como si esperara que el mundo entero desapareciera si dejaba de mirarla.
Barbara fue la primera en notar a su hija, deteniendo momentáneamente su conversación para acercarse a ella. Su sonrisa, impecable pero carente de calidez, se amplió al verla.
—Victoria, qué gusto que hayas decidido unirte a nosotros —dijo, tomando su mano y analizándola de arriba abajo con una mirada rápida pero crítica.
Tory mantuvo su sonrisa, una curvatura de labios cargada de ironía.
—No podía perderme la oportunidad de ver tu obra maestra, mamá. Has superado tus propias expectativas.
El comentario pasó desapercibido para la mayoría, pero no para Barbara, cuya sonrisa se tensó apenas un segundo antes de recuperar su compostura.
—Qué encantadora. Espero que disfrutes esta noche, cariño. Es importante para todos nosotros.
Robby, que había observado el intercambio desde unos pasos atrás, no pudo evitar sonreír de lado. La tensión entre Tory y Barbara siempre le resultaba entretenida, aunque sabía que también era un terreno peligroso.
Antes de que Tory pudiera replicar, Joel apareció con su característica exuberancia, arrastrando consigo a un joven de apariencia impecable.
—Axel, ven, quiero presentarte a mi hija.
Tory arqueó una ceja, sintiendo cómo su paciencia empezaba a agotarse incluso antes de que el chico abriera la boca. Axel Kovacevic, alto, con cabello oscuro peinado hacia atrás y un traje hecho a medida que gritaba "privilegio", extendió una mano hacia ella con una sonrisa que parecía haber sido ensayada frente al espejo.
—Es un placer conocerte, Victoria. Tu padre no ha dejado de hablar de ti.
Tory estrechó su mano, manteniendo la misma sonrisa cortés que solía usar en situaciones como esta.
—Espero que no haya exagerado demasiado. Mi padre tiende a ser... creativo con las historias.
Axel soltó una risa suave, inclinándose apenas hacia ella.
—Bueno, si lo hizo, no me decepcionaste. Creo que subestimó tu encanto.
Robby, a unos metros de distancia, apoyado contra una de las columnas, apretó los dientes al escuchar aquello. Aunque su postura seguía siendo relajada, sus ojos parecían querer atravesar a Axel. La manera en que este se inclinaba hacia Tory, cómo le sonreía, cómo buscaba cualquier excusa para tocar su brazo... todo le resultaba irritante.
Joel, satisfecho con la interacción, palmeó el hombro de Axel.
—Axel, ¿por qué no acompañas a Tory a la mesa? Estoy seguro de que tendrán mucho de qué hablar.
Axel asintió con entusiasmo, girándose hacia Tory mientras le ofrecía el brazo.
—¿Me acompañas? —preguntó, su tono cálido y encantador.
Tory dudó un momento, lanzándole una mirada a Robby. Él seguía inmóvil, pero sus ojos estaban clavados en Axel con una intensidad que casi le provocó una risa. Finalmente, aceptó el brazo de Axel, siguiéndolo hacia la mesa.
—Claro, será un placer.
En la mesa principal, Axel parecía disfrutar cada segundo de la conversación con Tory. Había logrado sentarse junto a ella, y su atención era total, como si el resto del mundo no existiera. Cada tanto se inclinaba hacia ella para decir algo en voz baja, haciendo que Tory levantara las cejas o sonriera con ironía.
—¿Siempre son así de formales estas cenas? —preguntó Axel, observando a los meseros que servían los platos con una precisión casi militar.
Tory giró la copa de vino entre sus dedos, evitando la mirada de su padre al otro lado de la mesa.
—Digamos que son una buena manera de recordar por qué me gusta pasar tiempo lejos de esta casa.
Axel soltó una risa suave, estudiándola con interés.
—Lo entiendo. Pero debo decir que tu presencia mejora considerablemente el ambiente.
Robby, desde un rincón de la sala, no apartaba los ojos de ellos. Cada vez que Axel se inclinaba hacia Tory o reía ante algo que ella decía, la mandíbula de Robby se tensaba un poco más. Finalmente, incapaz de contenerse, caminó hacia ellos con paso decidido.
Se detuvo junto a Tory, inclinándose levemente hacia ella.
—Tu madre quiere verte en la cocina. Dice que es urgente.
Tory lo miró con incredulidad, pero decidió no discutir frente a Axel. Se levantó con elegancia, lanzándole a este una sonrisa cortés.
—Discúlpame, no tardaré.
Axel asintió, aunque su mirada mostraba una ligera incomodidad al ver la manera en que Robby la guiaba fuera de la sala.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Tory tan pronto como estuvieron fuera de la vista de los invitados.
Robby se encogió de hombros, cruzándose de brazos.
—Rescatándote de tu cita de ensueño.
Tory soltó una risa seca, acercándose a él con los brazos cruzados.
—¿Estás celoso, Keene?
Él dio un paso hacia ella, acortando la distancia entre ambos. Su mirada estaba cargada de algo que Tory no pudo identificar del todo, pero que hizo que su corazón latiera un poco más rápido.
—Celoso no es la palabra. Irritado, quizá. ¿De verdad tienes que dejar que ese tipo te toque cada dos segundos?
Ella lo miró fijamente antes de sacudir la cabeza, una sonrisa incrédula en sus labios.
—Eres increíble.
Antes de que pudiera seguir hablando, Robby tomó su rostro entre las manos y la besó. Fue un beso inesperado, pero lleno de una intensidad que dejó a Tory sin aliento. Ella tardó solo un segundo en responder, aferrándose a su camisa mientras él la empujaba suavemente contra la pared.
El mundo desapareció por un instante, hasta que escucharon pasos acercándose por el pasillo. Se separaron de golpe, respirando agitadamente mientras Barbara aparecía en escena.
—Victoria —dijo con su tono frío de siempre—, vuelve a la mesa. Ahora.
Tory se apartó de Robby, lanzándole una última mirada antes de seguir a su madre. Robby se quedó en el pasillo, observándola alejarse, sabiendo que la tensión entre ellos solo acababa de comenzar.
La sala había retomado su atmósfera de conversaciones controladas, risas elegantes y el sonido suave de la cristalería entrechocando. Tory regresó a la mesa con la cabeza en alto, como si nada hubiera pasado, aunque su mente todavía giraba alrededor de lo que había ocurrido en el pasillo. Sus labios aún sentían la intensidad del beso de Robby, pero su rostro no mostraba ni un rastro de esa agitación.
Axel, que la había estado esperando pacientemente, se levantó al verla volver y le sostuvo la silla con una sonrisa cortés.
—¿Todo bien? —preguntó, inclinándose un poco hacia ella. Su tono era cálido, pero su mirada reflejaba una ligera preocupación.
Tory se acomodó en la silla, retomando su copa de vino antes de responder.
—Perfecto. Gracias por preguntar.
Axel sonrió, claramente complacido por su respuesta.
—Me alegra. Aunque, si soy sincero, pensé que ibas a dejarme solo frente a esta mesa interminable.
Tory arqueó una ceja, divertida.
—¿Y arriesgarme a que mi padre piense que soy maleducada? No, gracias. Además, pareces manejarte bien solo.
Axel rió con suavidad, inclinándose un poco más hacia ella.
—Quizá, pero no es lo mismo sin tu compañía. —Sus ojos se encontraron con los de Tory, y por un instante, Axel pareció esperar alguna reacción de ella, pero Tory simplemente sonrió de manera ambigua.
Desde el fondo del salón, Robby estaba apoyado contra una de las columnas, los brazos cruzados y el ceño fruncido mientras observaba la interacción. No le hacía ninguna gracia la manera en que Axel se inclinaba hacia Tory, ni cómo ella respondía con una sonrisa tranquila. Él conocía esa sonrisa; era la misma que Tory usaba para controlar una situación, para no dejar que los demás vieran sus verdaderos pensamientos. Pero a Robby no le interesaba el control ahora. Lo único que quería era apartar a Axel de su chica.
Pronto, un movimiento captó su atención. Un joven de cabello desordenado y una actitud despreocupada entró al salón con una sonrisa de suficiencia. Erick Nichols, el "hijo prodigio" —como lo llamaban irónicamente—, llevaba un traje desarreglado y una copa de whisky ya medio vacía en la mano. Sus ojos recorrieron la sala, y cuando vio a Robby, su sonrisa se amplió.
—¡Keene! —exclamó Erick, acercándose con pasos rápidos y desacompasados—. ¿Qué haces escondido por ahí como si fueras un guardia de seguridad?
Robby suspiró, pero no pudo evitar sonreír un poco. Erick siempre lograba romper su mal humor, aunque fuera por unos minutos.
—Viendo cómo tu hermana se mete en problemas. ¿Qué haces tú aquí?
Erick se encogió de hombros, llevándose la copa a los labios.
—Lo de siempre: buscar chicas ricas y evitar a mi madre. Aunque parece que hoy la diversión está en otro lado. —Sus ojos se desviaron hacia la mesa donde Axel y Tory estaban sentados, claramente disfrutando de su conversación. Erick soltó una carcajada.
—¡Ah, ya entiendo! El malhumor es porque Axel está siendo demasiado... amigable con Tory, ¿no?
Robby no respondió, pero su mandíbula se tensó. Erick lo observó con atención, y su sonrisa se hizo más amplia.
—Vamos, Keene. Relájate. Mi hermana no es del tipo que cae fácilmente por un chico como Axel.
Robby lo miró, su expresión seria.
—Eso no significa que no lo intente.
Erick soltó otra carcajada, dándole una palmada en el hombro a su amigo.
—Tienes razón, pero esto es casi entretenido. Es como ver a un pavo real intentando impresionar a una pantera. Tory puede manejarlo, te lo aseguro.
De vuelta en la mesa, Tory y Axel seguían conversando. Aunque Axel hablaba con confianza, era evidente que intentaba impresionarla.
—Entonces, ¿qué haces para divertirte, Victoria? —preguntó Axel, enfatizando su nombre con una ligera inclinación de cabeza.
Tory lo miró con una mezcla de interés y escepticismo.
—Supongo que depende de lo que consideres divertido.
—Bueno, para mí, diversión es una escapada improvisada a las montañas, un viaje en yate... o algo más emocionante, como carreras de autos. —Axel la miró, esperando su reacción.
Tory alzó una ceja, su interés ligeramente despertado por la última parte.
—¿Carreras de autos? ¿De verdad?
Axel sonrió, notando el cambio en su tono.
—Claro. Nada se compara con la adrenalina de la velocidad. Aunque no estoy seguro de que mi familia lo apruebe.
Tory dejó la copa de vino en la mesa, apoyando el codo en el respaldo de su silla mientras lo estudiaba.
—La velocidad es interesante. Pero no sé si imaginarte en una carrera te hace más... interesante.
Axel se rió, aceptando el reto implícito en sus palabras.
—Tal vez te sorprendas. Aunque, si quieres comprobarlo, podríamos organizar una. ¿Qué dices?
Tory sonrió de lado, disfrutando del intercambio. Pero antes de que pudiera responder, Erick apareció junto a la mesa, interrumpiendo la conversación.
—Axel, ¿verdad? —dijo Erick, inclinándose un poco hacia el joven mientras su sonrisa sarcástica se ampliaba—. Un placer verte aquí.
Axel lo miró con curiosidad, extendiéndole la mano.
—Sí, Axel Kovacevic. ¿Tú eres...?
—Erick Nichols. El hermano de Victoria. —La última parte la dijo con un tono que hizo que Tory rodara los ojos de inmediato.
—Ah, claro. Un placer. —Axel intentó mantener la compostura, aunque la actitud de Erick claramente lo había tomado por sorpresa.
Erick lanzó una mirada rápida hacia Tory y luego a Robby, que observaba la escena desde lejos. Finalmente, se inclinó hacia Axel con una sonrisa conspirativa.
—Solo un consejo, Axel: mi hermana no es fácil de impresionar. Y si intentas pasarte de listo, bueno... hay varias personas en esta sala que no te lo dejarán pasar. ¿Verdad, hermanita?
Tory apretó los labios, tratando de no reírse. Axel, por su parte, se mostró un poco más incómodo, pero intentó no perder su aplomo.
—Lo tendré en cuenta, Erick.
Erick se enderezó, lanzándole una mirada significativa a Tory antes de volver con Robby.
—No está mal para un rato, pero Axel no tiene oportunidad —comentó Erick en voz baja mientras se colocaba junto a su amigo.
Robby, todavía serio, simplemente murmuró:
—Más le vale.
La noche apenas estaba comenzando, y la tensión en esa sala no hacía más que aumentar.
—¿Todo bien? —preguntó Axel, inclinándose ligeramente hacia ella mientras un destello de curiosidad iluminaba sus ojos oscuros.
—Perfectamente —respondió Tory con voz tranquila, alzando la copa hacia sus labios para dar un pequeño sorbo. Sus ojos se desviaron hacia el otro extremo de la sala, donde Robby seguía apoyado contra la pared, observándolos con una mezcla de irritación y algo que parecía rabia contenida.
Axel, ajeno a la verdadera naturaleza de las miradas de Robby, trató de retomar la conversación.
—Antes de que nos interrumpieran... estabas diciendo que te gustan los autos.
Tory se giró hacia él, y por un momento su sonrisa se volvió más genuina. Hablar de autos era, para ella, un escape.
—No solo me gustan, me fascinan. Carreras, motores, el diseño... todo. Es como si fueran obras de arte en movimiento.
Axel se recargó en la silla, sorprendido y visiblemente encantado con el entusiasmo que detectó en ella.
—No esperaba que alguien en un lugar como este tuviera un interés tan... intenso por los autos. ¿Tienes alguno favorito?
—Depende —respondió Tory, dejando su copa sobre la mesa y apoyando un codo mientras lo miraba directamente—. Para velocidad, soy fanática del Bugatti Chiron. Pero si hablamos de diseño clásico, me quedo con un Aston Martin DB5. Elegancia y potencia, todo en uno.
Axel dejó escapar una carcajada breve, claramente impresionado.
—¿Estás bromeando? El Chiron es mi favorito. He intentado convencer a mi padre para que compre uno, pero él es más de Ferraris. Ya sabes, cliché tras cliché.
Tory arqueó una ceja, divertida.
—No es mal gusto, pero... ¿Ferrari? ¿En serio? Es como si intentara presumir, pero sin creatividad.
Axel asintió con una sonrisa, inclinándose hacia ella como si fuera a compartirle un secreto.
—Exactamente lo que pienso. Aunque, para ser justos, el 812 Superfast no está nada mal.
La conversación continuó fluyendo con una naturalidad inesperada. Hablar de autos era terreno seguro para Tory, y Axel, sorprendentemente, demostraba saber más de lo que ella había anticipado. Los dos intercambiaban opiniones, reían cuando sus gustos coincidían, y debatían con entusiasmo sobre cuál era el mejor auto para circuitos urbanos.
Mientras tanto, Robby seguía observándolos desde su posición. El ver a Tory sonreír de esa manera —genuina y despreocupada— con Axel hacía que su irritación creciera. Él sabía cuánto le apasionaban los autos, y verla compartir eso con otro hombre, especialmente con alguien como Axel, lo hacía hervir por dentro.
—¿Por qué tienes esa cara? —preguntó Erick, apareciendo a su lado con una copa en mano y su característica sonrisa burlona.
Robby lo miró de reojo, pero no respondió.
—Vamos, cuidador. Dime que no te estás poniendo celoso porque tu chica está teniendo una charla técnica sobre autos con el chico perfecto.
Robby soltó un resoplido, tratando de mantener su tono despreocupado.
—No estoy celoso.
—Claro que no. Por eso casi rompes esa copa hace cinco minutos. —Erick se apoyó en la pared junto a él, observando la escena con interés. Después de un momento, agregó—: Aunque debo admitir que ese tipo está jugando bien sus cartas.
Robby apretó los dientes.
—Está perdiendo el tiempo. Tory no se interesa por idiotas con trajes caros.
—Tal vez, pero tiene puntos a su favor. Parece que está logrando que se olvide de ti por un rato.
Robby lo miró con una expresión que podría haber derretido acero, pero Erick simplemente rió, disfrutando del caos.
De pronto, las luces de la sala se suavizaron, y una música lenta comenzó a sonar, llenando el ambiente con un aire romántico y melancólico. Tory notó cómo la atención de sus padres, especialmente de su madre, se dirigía a ella. Joel hizo un pequeño gesto hacia Axel, una señal silenciosa que no pasó desapercibida para nadie en la mesa.
Axel, captando la indirecta, se levantó de su asiento y extendió una mano hacia Tory con una sonrisa encantadora.
—¿Me concedes esta pieza?
Tory dudó por un instante. Podía sentir la mirada de su madre sobre ella, una mirada que no le dejaba muchas opciones. Finalmente, aceptó, colocando su mano sobre la de Axel y dejándose guiar hacia el centro de la sala, donde otras parejas ya comenzaban a moverse al ritmo de la música.
Robby, que había estado siguiendo cada movimiento, apretó la copa en su mano con tanta fuerza que el cristal emitió un leve crujido. Erick lo notó y le dio un codazo.
—Cuidado, campeón. No queremos que explote la copa.
Pero Robby no respondió. Su atención estaba completamente fija en Tory, quien ahora estaba bailando con Axel.
—¿Siempre se hacen estos bailes en tus cenas familiares? —preguntó Axel mientras la guiaba en el ritmo, su tono ligero.
Tory dejó escapar una risa breve, aunque no tan genuina como antes.
—Digamos que son una tradición... anticuada.
Axel sonrió, inclinándose ligeramente hacia ella.
—Bueno, si me preguntas, tienes un talento natural para esto.
Ella lo miró, arqueando una ceja.
—¿Para bailar con desconocidos en eventos aburridos? Sí, soy una experta.
Axel rió suavemente, pero antes de que pudiera responder, Tory giró ligeramente la cabeza, como si buscara a alguien. Y allí estaba Robby, todavía en su lugar, observándola con una intensidad que era imposible ignorar.
Por un instante, Tory sintió un nudo en el estómago. Axel, sin percatarse, siguió moviéndose con ella al compás de la música, pero para Tory, el resto del mundo parecía haber desaparecido.
El baile continuó, pero la tensión en el ambiente era palpable, al menos para Tory y Robby. Ella sabía que, al terminar la noche, habría mucho que discutir.
22:16 p.m
La velada había terminado con la naturalidad que Tory esperaba. Axel había demostrado ser encantador y agradable, pero para ella, no era más que otro participante en el teatro que sus padres insistían en montar. Mientras él se despedía, le había dedicado una sonrisa cálida y un cumplido típico, el tipo de palabras que no dejaban impacto alguno en su mente.
—El gusto fue mío, Tory. Espero verte pronto.
Ella sonrió por cortesía, aunque sus pensamientos ya estaban en otra parte.
—Claro, Axel. Cuídate.
Tras despedirse de sus padres con un beso rápido en la mejilla de cada uno, Tory subió las escaleras hacia su habitación. Sentía el peso del día en los hombros, desde las tensiones en el evento hasta las miradas de Robby que parecían perforarla a través de la multitud. Sin perder tiempo, se deshizo de su vestido, lo dejó sobre una silla y se metió directamente en la ducha.
El agua caliente relajaba sus músculos tensos mientras cerraba los ojos, dejando que las gotas cayeran sobre su rostro. Sin embargo, no podía evitar que su mente regresara a Robby, a esa expresión dura y cargada de emociones que había mantenido durante toda la noche. Sabía que su presencia en el evento había sido una bomba de tiempo.
Cuando terminó, se envolvió en una toalla blanca y salió del baño, secándose el cabello con movimientos rápidos. Sin embargo, al levantar la vista hacia su cama, un sobresalto la invadió.
Robby estaba sentado allí, con los codos apoyados sobre las rodillas y las manos entrelazadas. Su postura denotaba tensión, pero lo que más llamó su atención fue su semblante. Su expresión era seria, casi fría, y sus ojos oscuros la observaban con una intensidad que la dejó sin palabras por un momento.
Tory se mordió el labio instintivamente, consciente de que su única prenda era la toalla que apenas cubría su cuerpo. Aunque su corazón latía con fuerza, no pudo evitar notar lo atractivo que Robby se veía cuando estaba molesto. Había algo en su enojo que siempre la desarmaba, aunque jamás lo admitiría en voz alta.
—¿Qué haces aquí? —preguntó finalmente, rompiendo el silencio. Su tono intentaba sonar firme, pero había un leve temblor en su voz que delataba su desconcierto.
Robby se levantó lentamente, sin apartar la mirada de ella.
—¿Te divertiste? —preguntó, ignorando por completo su pregunta.
Tory cruzó los brazos sobre su pecho, en parte para cubrirse y en parte para adoptar una postura defensiva.
—¿A qué te refieres?
Robby dio un paso hacia ella, acercándose lo suficiente como para que la distancia entre ellos comenzara a desaparecer.
—Sabes perfectamente a qué me refiero, Tory.
La tensión en la habitación era palpable, cargada de emociones que ambos se negaban a verbalizar pero que se manifestaban en cada movimiento, en cada mirada. Robby no esperó a que Tory respondiera. En un solo movimiento rápido, cruzó la distancia que los separaba, tomó a Tory del cuello —sin apretar, pero con firmeza— y la estampó contra la pared más cercana.
El golpe no fue violento, pero suficiente para que el aire entre ellos se electrificara. Tory lo miró sin un atisbo de miedo; al contrario, una sonrisa insolente curvó sus labios. La intensidad de Robby siempre había sido su debilidad, y en ese momento, él estaba en su punto máximo.
—¿De qué estás sonriendo? —demandó Robby, su voz baja y cargada de enojo. Su rostro estaba tan cerca del de Tory que podía sentir el calor de su aliento contra su piel.
—¿Y tú? —replicó ella con una calma irritante, desafiándolo con la mirada—. ¿Por qué estás tan molesto? ¿Celoso, quizás?
Robby apretó la mandíbula, claramente irritado por su actitud. Sus ojos, oscuros y llenos de frustración, buscaron los de Tory, pero lo único que encontró fue provocación.
—No juegues conmigo, Victoria—advirtió, su tono peligroso—. Sabes perfectamente lo que haces.
Tory arqueó una ceja, manteniendo su sonrisa desafiante. Sus manos, aún ocupadas sosteniendo la toalla contra su cuerpo, no intentaron apartarlo.
—¿Y qué si sé lo que hago? —preguntó con un tono burlón—. ¿Qué vas a hacer al respecto, Robby?
La paciencia de Robby parecía estar al límite. Cerró los ojos por un segundo, respirando profundamente como si tratara de controlarse, pero cuando volvió a mirarla, la intensidad en su expresión no había disminuido en lo absoluto.
—Te encanta esto, ¿no? —continuó él, inclinándose un poco más cerca, tanto que sus labios casi rozaron los de Tory—. Empujarme al límite, ver hasta dónde puedes llegar antes de que pierda la cabeza.
—Tal vez —respondió Tory, su voz apenas un susurro. Se mordió el labio inferior, disfrutando de cómo las palabras de Robby parecían admitir algo que él mismo no quería aceptar—. Pero admítelo, Robby, te gusta tanto como a mí.
Por un instante, el silencio se adueñó de la habitación. Robby no se movió, pero su mirada bajó de los ojos de Tory a sus labios, y el leve cambio en su respiración no pasó desapercibido. Tory sintió su corazón latir con fuerza, aunque no permitiría que él lo notara.
—Eres imposible, ¿sabes? —murmuró él, finalmente apartándose un poco, aunque mantuvo su mano en su cuello.
—Y tú estás demasiado tenso. —Tory inclinó la cabeza ligeramente, desafiándolo con su sonrisa—. Tal vez deberías relajarte un poco.
Robby soltó una risa seca, aunque no había humor en ella. Dio un paso atrás, soltándola finalmente, pero no quitó sus ojos de ella.
—Relajarme no es una opción cuando se trata de ti, Tory.
—¿Por qué no? —preguntó ella, con un toque de curiosidad genuina esta vez.
Robby se detuvo en seco. Su mirada permanecía fija en Tory, pero esta vez había algo más que simple frustración en sus ojos. Había deseo, ese sentimiento que él siempre intentaba ocultar, pero que Tory parecía disfrutar sacándole a la superficie.
Tory, con su sonrisa provocadora y esa chispa insolente que la caracterizaba, dejó caer lentamente la toalla que había mantenido firme contra su cuerpo. El suave movimiento reveló su piel completamente desnuda bajo la luz tenue de la habitación, pero ella no mostró ni una pizca de vergüenza o incomodidad. En cambio, se adelantó un paso, acortando la distancia entre ambos hasta que su pecho rozó el de Robby.
—¿Qué decías, Robby? —susurró ella, con una sonrisa que destilaba pura malicia—. ¿Que soy imposible?
Robby cerró los ojos un segundo, como si intentara recuperar el control de la situación, pero era inútil. Tory tenía esa habilidad especial de hacerlo perder toda compostura, y lo sabía. Cuando abrió los ojos, sus manos ya estaban en su cintura, y su agarre era firme, casi posesivo.
—Te odio cuando haces esto —murmuró, pero su voz carecía de convicción.
—No, no me odias. —Tory sonrió mientras deslizaba sus manos lentamente por los brazos de Robby hasta que llegaron a su cuello. Lo atrajo más cerca, sus labios a apenas centímetros de los de él—. Te encanta, pero no lo admites porque eso significaría que no tienes control, ¿verdad?
La provocación fue el detonante. Robby inclinó la cabeza y tomó sus labios con los suyos en un beso ardiente y lleno de intensidad. No hubo dulzura ni suavidad, solo una batalla cargada de pasión. Tory respondió con igual fervor, aferrándose a su cuello y acercándose aún más, dejando que sus cuerpos se encontraran completamente.
El calor entre ambos era innegable, y cada roce, cada movimiento, parecía avivar el fuego que compartían. Robby la empujó suavemente contra la pared de nuevo, sosteniéndola con una mano en su cintura y la otra recorriendo su espalda.
—Tus métodos... —dijo él entre besos, sin apartarse de ella—. Los odio.
—¿Seguro? —preguntó Tory, riendo suavemente contra sus labios.
La tensión en la habitación seguía siendo palpable, como si el aire entre ellos vibrara con una energía invisible pero innegable. Robby la miraba como si no pudiera decidir si quería seguir con esto o simplemente salir y dejarla con sus provocaciones. Sin embargo, sus manos seguían firmes en su cintura, como si su cuerpo ya hubiera tomado la decisión que su mente intentaba resistir.
Tory, por su parte, estaba en su elemento. Amaba este juego entre ellos, esa lucha constante entre el control y la rendición. No era solo su atractivo físico lo que la mantenía interesada en Robby, sino la intensidad con la que él la miraba, como si ella fuera la única persona en el mundo capaz de hacerlo perder el equilibrio.
—No puedes odiar algo que te tiene atrapado —dijo ella, con una sonrisa suave pero desafiante.
—Tú crees que siempre tienes el control, ¿no? —murmuró Robby, su voz baja y cargada de emociones que oscilaban entre la frustración y la atracción. Sus dedos trazaron un camino lento por su espalda, como si estuviera marcando el terreno que tanto intentaba evitar.
—No es que crea tenerlo. —Tory lo miró directamente a los ojos, su voz apenas un susurro—. Es que lo tengo.
El desafío en su tono fue suficiente para romper cualquier resistencia que quedara en Robby. Sus labios volvieron a encontrarse, esta vez con una mezcla de urgencia y ternura que no habían mostrado antes. No era solo un beso impulsivo, sino algo que parecía lleno de emociones reprimidas, un reflejo de la conexión que ambos intentaban negar.
Robby la levantó suavemente, sosteniéndola con facilidad mientras la apoyaba contra la pared, y Tory envolvió sus piernas alrededor de su cintura sin dudarlo. Los movimientos entre ellos no eran solo de deseo, sino de una necesidad de aferrarse el uno al otro, como si ambos buscaran algo que no podían encontrar en ningún otro lugar.
—Robby... —susurró Tory, su voz más suave de lo habitual mientras lo miraba desde esa cercanía que compartían—. Esto no es solo un juego para mí.
Por primera vez, Robby pareció detenerse, procesando sus palabras. Su mirada se suavizó, y una pequeña sonrisa apareció en sus labios, aunque no del todo. Aún había algo de ese fuego en sus ojos, pero también un rastro de vulnerabilidad que pocas veces dejaba ver.
—¿Crees que para mí sí lo es? —preguntó él, con una honestidad que no solía mostrar.
Tory no respondió de inmediato. En lugar de eso, llevó una mano a su rostro, acariciándolo suavemente mientras lo estudiaba. Había algo en esa conexión entre ellos, una mezcla de emociones que no se podían descifrar. Tory lo miró con una intensidad que Robby no supo cómo manejar al principio. Sus ojos, que normalmente estaban llenos de provocación y desafío, ahora mostraban algo diferente, algo que no esperaba: vulnerabilidad. Eso lo dejó sin palabras por un momento, pero no apartó la mirada.
—No sé lo que es para ti, Robby —continuó finalmente, su voz baja, casi temblorosa—, pero a veces me pregunto si en serio puedes manejar esto... si puedes manejarme.
Robby dejó escapar una risa seca, no burlona, sino más como una respuesta a la absurda verdad de lo que estaba diciendo. Porque Tory tenía razón. Ella era mucho más que un desafío para él, era un huracán, una tormenta que lo arrancaba de cualquier estabilidad que intentaba construir.
—¿Manejarte? —repitió, inclinándose ligeramente hacia ella, con una sonrisa que no llegó a sus ojos—. Tory, manejarte no es posible. Nadie puede hacerlo, y tú lo sabes. Pero eso no significa que no quiera intentarlo.
El comentario la tomó por sorpresa, y por primera vez, Tory se quedó callada. Había algo en el tono de Robby, una sinceridad cruda que no esperaba escuchar de él. En lugar de responder, dejó que sus manos se deslizaran lentamente desde su rostro hasta su pecho, deteniéndose justo donde sentía el ritmo constante de su corazón.
—Siempre dices algo que me hace querer odiarte —murmuró ella, pero su voz no tenía fuerza. Era una declaración vacía, porque odiarlo no era posible, no en ese momento.
Robby sonrió de lado y dejó que sus manos descansaran en su cintura, su toque ahora más suave, menos urgente. La pasión entre ellos seguía presente, pero había algo más fuerte: una conexión que ni siquiera ellos entendían del todo.
—Eso es porque sabes que soy el único que puede decirte las cosas como son —replicó él.
Tory rodó los ojos, aunque la sonrisa en su rostro no podía esconderse del todo. Aún así, dejó que sus pies volvieran a tocar el suelo y se apartó un poco, aunque sus manos no soltaron las de él.
—¿Sabes? Si me hubieras dicho que ibas a ser así cuando mis padres te contrataron como mi niñero, tal vez hubiera insistido en que eligieran a alguien más aburrido. —Su tono era burlón, pero había un trasfondo de seriedad en sus palabras.
—Oh, claro, porque seguro te hubiera encantado alguien que no te diga las verdades en la cara —respondió Robby, cruzando los brazos mientras le dedicaba una mirada cargada de ironía.
—Exactamente. —Tory rió, dándole un empujón ligero en el hombro antes de volver a mirar hacia la cama, donde su toalla seguía en el suelo. Se agachó para recogerla y la envolvió alrededor de su cuerpo otra vez.
Robby la observó en silencio por unos segundos. Había algo en ella que siempre lo mantenía alerta, pero también había momentos como ese, en los que Tory se mostraba más humana, menos distante.
—Escucha —dijo él finalmente, rompiendo el silencio—, lo que pasó aquí... no puede convertirse en un hábito.
Tory arqueó una ceja, claramente divertida por la seriedad en el tono de Robby.
—¿Un hábito? ¿De qué hablas? ¿De que me beses cada vez que no puedes resistirte?
Él negó con la cabeza y suspiró, pero una pequeña sonrisa apareció en sus labios.
—De que siempre consigas lo que quieres de mí.
—Ya lo haces. —Robby le lanzó una mirada que mezclaba exasperación y afecto. Luego tomó su chaqueta, que había dejado en la silla, y comenzó a caminar hacia la puerta. Antes de salir, se detuvo y la miró por encima del hombro.
—Descansa, Tory. Mañana tenemos práctica temprano, y quiero que estés lista. No acepto excusas.
Ella sonrió y lo vio salir, dejando la puerta entreabierta. Cuando finalmente se quedó sola, se dejó caer en la cama y suspiró profundamente, mirando al techo. Robby tenía razón en algo: manejarla no era fácil. Pero si alguien podía intentarlo, era él. Y eso, aunque no lo admitiría en voz alta, la hacía sentir algo que no estaba segura de querer analizar demasiado.
En el fondo, ambos sabían que su relación era mucho más complicada de lo que parecía en la superficie. Pero, por ahora, ese caos era algo con lo que ambos podían vivir.
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