37. Intentar Dejar

Personaje: Bakugo Katsuki

Advertencia: Drama, ozi ozi

Por cierto, no sabía que gente de Arabia Saudita e Italia me leen :0

Gracias a todas las personitas que siguen leyendo, da estrellitas y dejan comentarios, los aprecio un montón 

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— ¿Quieres ir a cenar? Podríamos...

— No, estoy ocupado — habló tajante sin despegar sus ojos del celular.

La joven bajo su rostro algo triste, pero se limitó a sonreír en un intento por subirse el ánimo, su mirada fue a dar en la argolla dorada de su dedo anular, ya eran cuatro años de matrimonio, cuatro años en que le había dado el sí a quien creyó que sería el amor de su vida. Su eterno amor, del cuál, tristemente ponía en duda más seguido de lo que debería.

— Kat.

— ¿Ahora qué quieres, mujer? — preguntó fastidiada alzando su mirada hacia su esposa.

— Mañana es tu día libre... — comenzó a balbucear — Podríamos ir...

— Estoy muy cansado para salir contigo, hago demasiado para mantener tu vida de princesa, si quieres salir hazlo, yo no iré a ningún lado — dijo fríamente levantándose de la cama con gran fastidio.

Quiso hablarle, pero solo vió como paso por enfrente para luego salir de la habitación dando un portazo. No pasó mucho para oír la puerta de la calle abrirse, y luego su auto encenderse para marcharse.

Ni siquiera se molestó por retener las lágrimas, en cuanto escucho del primer portazo, se dejó caer en el llanto, no era la primera vez que lloraba por él, y por lo visto tampoco sería la última vez en suceder. Lastimosamente, ello se estaba volviendo más frecuente.

No era capaz de recordar cuando fue la última vez que le miro con amor, con esa ternura, con ese brillo. No era capaz de recordar la última vez que la beso con deseo, con ilusión. Al parecer todo ello solo formaban de un sueño lejano, uno que muy bonito que cada vez le era más lejano e irreal.

No era tonta. Las cosas con su marido ya no funcionaban hacía como un año.

Jamás entendió el porque, de un día para otro, él simplemente dejó de quererla. De un día para otro, la flama que en un momento pareció eterna se apagó dejando de sus cenizas a la que se aferraba por volver a encender.

Esa noche, Bakugo no llegó a dormir.

[...]

— Katsuki.

El mencionado alzó la mirada algo cansado, podía notar el fastidio en su mirada. No era tonta, él estaba ya cansado de ella, y ella se estaba hartando de su actitud indiferente hacia ella. No era la primera vez que no llegaba a dormir.

— ¿Siempre eres tan molesta? Joder

Ella arrastró una silla hasta delante de él, se sentó frente a él, a unos escasos centímetros. Él pareció molestarle aquella cercanía, chasqueo la lengua inquieto. Le molestaba.

No sabía en qué momento su mujer le empezó a parecer irritante. Demandaba atención, siempre siendo melosa, siempre tras de él... Era tan odiosa.

— ¿Por qué te casaste conmigo? — cuestionó seria, viéndolo fijamente.

Ambos quedaron el silencio, ella atenta a cada movimiento que el rubio hacía, él se quedó quieto, aquella pregunta lo tomó completamente desprevenido, no la esperaba, continuó intentando parecer desinteresado, desvió la mirada.

Algo que nunca había cambiado era el no poderle sostener la mirada a la joven cuando hablaba de algo serio, ni es su noviazgo fue capaz d hacerlo. Ambos eran imponentes en cuanto a miradas, y Bakugo siempre terminaba por ceder en cuanto a miradas.

Chasqueo la lengua, molesto, empujó la silla para quitarla de enfrente, haciendo que cayera, levantándose del sillón para dirigirse a la habitación sin siquiera responder.

Se levantó rápido la joven tropezando con la silla, pero poco le importa, fue corriendo a él para tomarlo del brazo impidiendo que avanzará.

— ¿Acaso no vas a responder? — preguntó con un notorio nudo.

¿En qué momento se volvió tan vulnerable?
Katsuki desde su cambio de actitud hacia ella había ocasionado que se volviera más insegura, desconfiada, ya no era aquella mujer con sonrisa deslumbrante, tampoco aquella de las que sus ojos reflejaban de constelaciones. Daba simplemente pena, los problemas de autoestima salían a flote, cuando en el pasado jamás los tuvo.

El rubio cenizo apartó su mano de su agarré algo brusco mirándola. Notó como sus ojos ahora opacos se iban cristalizando por las lágrimas que desesperadamente hacia por no derramar.

— ¿Qué es lo que deseas? — se giró a ella cruzándose de brazos impaciente.

Se notaba desesperado. Bajo la mirada.

— Quiero ser madre... Katsu quiero una familia — dijo finalmente algo suplicante.

Él abrió los ojos tanto que parecía que saldrían de sus cuencas, no fue capaz de disimular en lo más mínimo su sorpresa ante tal petición de su esposa, incluso aflojó el agarre en sus manos, se sintió tambalear.

— Yo... — comenzó aún aturdido por lo pedido — No... Yo no quiero formar una familia, mucho menos contigo, ni siquiera sé por qué nos casamos.

Y entró a la habitación cerrando la puerta a su espalda. Mientras que ella se derribo a mitad de la sala a llorar.

[...]

Nuevamente estaba ahí en un rincón sentada abrazando de sus piernas tratando de dejar de llorar, observó a Katsuki acercarse lentamente a ella. Solo sintió de un terrible miedo, sí, le temía a ese mismo hombre que en pasado amó con locura, por el que juró que daría su vida, le temía. Jaló de ella levantando la de manera brusca.

 — ¿Por qué no me respondes cuando te hablo, maldita? —  dijo en un tono gélido. 

 — Katsuki  —  suplicó.

Los dedos de su esposo se enterraban más en su brazo, se había enrojecido por completo, le ardía. Intento zafarse, pero este volvió a tirar de ella.

 — ¿Por qué? ¡Eh! ¿En qué pensabas al ignorarme?

Mordió su labio inferior con fuerza intentando evitar volver a llorar, no lo haría, no delante de él. Cerró sus ojos con fuerza, y en ese momento fue que sintió de los labios de su marido estamparse con los suyos.

No era un beso de amor, para nada, era tosco, era brusco, era frío, era vacío.

Bakugo movía sus labios sobre los de ella de manera desesperada, apretando sus manos sobre los brazos de la chica buscando que este le correspondiera. Sin embargo, ella se negaba, esto no era lo que quería, buscaba desesperadamente zafarse de su agarre, giró una y otra vez su cabeza con tal de romper aquel rudo beso, sin éxito uno.

 —  Para...  —  dijo en un hilo de voz.

Una lagrima escurrió por su mejilla.

El rubio pasó de besar sus labios a su cuello, descendiendo por este, no era cuidadoso, no era cariñoso, no había calidez, no había amor; seguía haciendo por zafarse, le estaba lastimando, le repudiaba, le daba asco el como estaba tocando de ella. No estaba siendo para nada delicado, solo mordía con rudeza, causuando gran ardor. Incluso llegó a sentir que había sangrado por la fuerza en que le había mordido.

 — ¡Para, carajo!  —  gritó dándole una patada baja, siendo así como pudo liberarse.

 — ¡¿Qué mierda te pasa?!  —  gruñó él.

Arrodillado en el suelo, con una expresión un tanto rara, había dolor, había rabia, sin embargo, también tristeza. Intento por levantarse, pero no puedo, sentía náuseas por el golpe bajo que había recibido, se sentía sofocado, no podía levantarse, pero no dejaría que se viera vulnerable, por lo que hacía su esfuerzo por mantenerse firme, aún estando abajo, se veía intimidante con aquella gélida muy afilada mirada.

 — ¡¿Qué acaso no querías un bebé?!  —  volvió a decir  — ¡Te voy a hacer tu puto bebé tal y como querías! 

Y no pudo contenerse más, la fuerza con la que mordía su mejilla internamente para evitar el llorar, no fue suficiente, terminó por sangrar por la fuerza con la que se mordía y a su vez, derramando el llanto que había estado conteniendo. Cayeron por sus mejillas sin que pareciera que fuera detenerse, una fuerte opresión en su pecho se hizo presente, ni siquiera hizo por callar los sollozos que por su boca salían. Nuevamente lloraba y por culpa de él.

 — ¡Pero no así!  —  explotó, su rostro enrojecido, se llevó las manos a su rostro mientras lloraba  —  No así Katsu..

 — ¡¿Entonces cómo, mujer?! ¡He estado cumpliendo todos tus malditos caprichos y así me pagas!  —  poco a poco se fue reincorporando, aún adolorido, pero poco pudo se puso en pie.

 Estaba sin palabras, solo quería llorar, hundirse en sus lágrimas; su mano fue a donde la argolla aún seguía, girándola, esa maldita argollas, esa puta argolla que tenía decorando su dedo por casi ya varios años, esa que aún con todo esto no era capaz de quitarse.

 — Te desconozco, Katsuki  —  y sin más se fue a encerrar al bañó en donde se derribo a llorar sin consuelo uno.

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