16. Poemas
Personaje: Tamaki Amajiki.
Advertencia: no es exactamente un lemmon, pero por ahí va la cosa.
Pedido de: AnaLey2
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¿Y qué si la luna nos observa?
¿Y qué si la luna es un sueño imposible?
Mi más divino sueño no es con la luna, mi más divino sueño es compartir de mi manto con usted, mi amor mío.
El joven de cabellos oscuros se sonrojó a más no poder en cuanto encontró de aquella nota entre sus cuadernos. Instintivamente volteó para todos los lados posibles como si fuera a encontrar al propietario de aquella anónima nota dejada a mitad de su cuaderno.
Pero no vió nada que pudiera delatar aquello, dejó caer su mirada al suelo, comenzó a imaginar que las posibilidades a que la nota fuera un error eran altas. ¿Quién podría amarlo? Respuesta, nadie; al menos esos eran sus pensamientos en mente cuando acabó con la cabeza contra la pared.
Era probable que la nota fuera para cualquier otro chico en su clase y que hubiera terminada traspapelado entre sus cosas. Sí, eso tenía que ser, pues cualquier chico era más interesante a él, cualquiera era mejor en su comparación; y aquél pésimo pensar lo llevó a hundirse más en la pared.
Estaba más que seguro de ello, se había convencido. Y todo lo que pensaba era erróneo, efectivamente que una chica se hallaba interesada en él, era cierto que una fémina buscaba de manera desesperada acercarse a él, y lo único viable en lo que pudo pensar fue en notas anónimas entre sus cosas. Para su desgracia, la primera de ellas no había provocado del efecto esperado, haciéndola desanimarse.
Tamaki, por su parte, decidió no hablar sobre aquella carta entre sus cuadernos, diciendo hacer como si nunca hubiera aparecido. Por supuesto que la nota tenía de palabras que a su corazón había estremecido, por tanto en sus planes no estaba desecharla, optó por guardarla en medio de uno de sus libros.
La melodía de las estrellas, el canto de la luna, el vals de las galaxias, de ninguna fuera posible si yo no tuviera de su mirada. De usted es por quién creo en todo ello, por usted es que las melodías acarician mis oídos, por usted es que el canto ha de mecerme, y es con usted con quién desearía de tener un vals.
El rostro de Tamaki se hizo tan rojo como el mismo ocaso, sus manos empezaron a temblar mientras sostenía aún de aquel papel dejado entre sus cosas. No podía ser una casualidad que una segunda nota anónima se traspapelara en sus cuadernos, alguien definitivamente tenía que estar colocando de esas románticas cartas en sus cosas, pero la pregunta ahora era ¿Quién?
— ¿Pasa algo? — se sobresaltó cuando sintió una mano en su hombro, ocultando el papel rápidamente — Ey, ¿Qué tienes ahí?
— N-nada — tartamudeo el de cabellos oscuros desviando la mirada.
— ¿Y esa nota? — Mirio tomó de la nota sin que el chico tímido se percatara de ello — Oh, vaya... Tienes una admiradora intensa.
Y para cuando su rubio amigo alzó la mirada de aquellas palabras plamasdas en el cuadrado papel, su amigo ya estaba con la cabeza pegada en la pared temblando más de lo que era costumbre, el rubio arqueó una ceja volviendo a leer el contenido de la nota tratando de descifrar quién podría ser la chica de tan intensas palabras.
— Hey, ¿Por qué no le respondes? — sugirió Togata acercándose a su amigo de toda la vida — Quizá y obtengamos pistas de quién pueda ser.
Tamaki asintió con el sonrojo hasta las orejas.
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Una chica de baja estatura, delgada y de largo cabello blanco con mechones rosas se dirigía hacia el lugar de su amado con una nueva nota en manos, cargaba a su espalda un estuche donde guardaba de su violín, su cabeza se hayan decorada por una diadema de guirnaldas, y bajo la axila llevaba de su libro favorito de Shakespeare. Por si sola lograba destacar entre la multitud, una joven soñadora, y de un quirk con gran potencial, que sin duda una, si fuera de último año estaría dentro de los Tres Grandes o haciéndoles competencia.
Y cuando iba a dejar de la nueva nota en las cosas del dueño de sus suspiros, éste apareció inesperadamente, provocando de un ligero susto en la joven de segundo año. Claro que ese pequeño descuido había sido planeado por hacerlos reunirse. Mirio observaba desde una de las paredes la escena que causa suya estaba llevándose a cabo, él había estado investigando quién podría ser la autora de aquellas palabras, y sin necesidad de más, llegó a la conclusión de que aquella chica fanática de la poesía y el romance clásico tenía que ser la autora, para su buena fortuna, su intuición había sido correcta.
— Pero que grata sorpresa, no esperaba que me fuera a encontrar a mitad de la movida — exclamó la chica acomodando uno de sus rizos tras su oído.
Tamaki permaneció callado. El rojo en su rostro se fue avivando más y más, hasta cubrir de sus orejas inclusive, jamás imaginó que su admiradora fuera de una chica tan bella, mucho menos ella, que en los últimos meses había ido escalando entre los populares de la academia.
La joven rió levemente, dejó del libro y nota sobre la butaca del joven mayor, y con pasos ligeros se acercó a él sonriendo.
— Alena Winter, es el nombre de su servidora — dijo haciendo de una reverencia ante el joven — Por favor, concedame de una cita con usted.
— S-sí — fue lo único que logró articular ante tal esplendor de la joven.
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No entendía cómo, pero tampoco quería hacerlo, le agradaba la forma en la que había terminado con aquella joven. Ambos habían comenzado a salir hacía más de ocho meses, y cada cita con ella no podía comprarse con ninguna otra.
Tamaki tomó de la cintura de la joven con una mano, con la otra la mano de la chica mientras danzaban del vals que los violines marcaban a su alrededor, ella portaba de una largo vestido color crema, dejando de sus hombros al desnudo, su larga cabellera era decorada por una diadema de laureles, y él portaba de una elegante traje negro.
Sintió a ella apoyar de su cabeza en el pecho de él haciéndolo temblar, pero lo que realmente hizo de su corazón acelerarse fue de la frase que recitó para él.
— Antes de tocar tu labios, quiero tocar tu corazón, antes de conquistar tu cuerpo, quiero conquistar tu amor.
El rostro de Tamaki volvió a enrojecer fuertemente, la melodía iba culminando y ambos estaba quietos mientras ella lo abrazaba con gran amor, se paró sobre sus puntas, tomando el rostro del tímido joven con ambas manos, para plantar de un corto, inocente y dulce beso en sus labios, el primer beso de la pareja, el más bello para ambos.
Continuaron danzando al compás de la sinfonía que los violines provocaban, y de un momento a otro el ambiente se tornó a uno denso, en el que ninguno podía de escapar, la temperatura fue en aumento, mientras había de más y más roces entre sus cuerpos cuando bailaban. Un suspiró abandonó los labios de Alena, cuando giró sintiendo de su largo vestido deslizarse por su cuerpo quedando como de un adorno más en la habitación.
Sucedió lo mismo con la vestimenta de Tamaki, pronto ambos despidieron de unirse a otro tipo de danza en donde lo primordial era el desprendimiento de las prendas; la piel de cada uno se sentía ardiente, cada roce, cada tacto, cada caricia era de un abrazador fuego que se extendía a lo largo de la piel de cada uno.
Los laureles terminaron por caer, mientras que sus cuerpos se apegan más y más. La boca del joven descendía por el cuello de la chica con lentitud, mientras que sus manos acariciaban de su cintura, siguiendo del camino de sus curvas, haciendo ahora de la danza, una erótica en donde tocar era la prioridad.
Ella pasó con suavidad sus manos por el tonificado pecho de su amado mientras que de sus labios no paraban de los suspiros, la luna iluminó de sus cuerpos desnudos mientras de las caricias y besos seguían.
Tamaki volvió a besar su boca con gran desesperación, y ella enredado de sus dedos el cabello azulado del joven, sus piernas se removieron bajo su pálido cuerpo, sintió de la humedad de su lengua tocar de sus labios volviendo a recorrer su cuello. Mientras que los roces se volvían más y más exquisitos entre ambos.
Y entre tanto beso y caricia, sus cuerpos se unieron a mitad de la noche, siendo la luna testigo de la música de la que era de su autoría. Tamaki una vez sintiéndose aceptado, no dudó en aumentar de la ferocidad en sus embestidas dadas a la joven de albinos cabellos, siendo complacido por los rasguños y suspiros que ésta emitía entre cada entrar.
Sus piernas en medio de temblores se enrollaron a la cadera de joven, arañando con más fuerza de la espalda del joven perteneciente a los tres grandes, quién no dudó en hacer un aumento en su velocidad sin dejar de esparcir besos por el cuerpo bajo su merced.
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