𝐏𝐫𝐢𝐦𝐞𝐫𝐨 | 𝐩𝐚𝐫𝐭𝐞 (2/2).
Disclaimer: los personajes no me pertenecen. Son propiedad de Akira Toriyama.
Título: Una sorpresa para Gine. Segunda parte.
Locación: Vida normal. Sin poderes.
Advertencias: Ninguna.
➨NARRADOR OMNISCIENTE.
—Me siento como una jodida prostituta —Bardock quejó en voz alta, observándose a sí mismo en el espejo de su habitación.
Si a él le concernía la tarea de elegir un regalo: lo último que escogería en el mundo es eso.
¿A donde había llegado por confiar en su hijo mayor? Dejar las cosas en manos de Raditz fue una pésima idea.
El de la cicatriz llegó a pensar que su hijo solo tenía como proposito burlarse de él a sus espaldas.
Se sintió tan patético, absurdo; que en un ataque de furia arrancó en un tirón las pequeñas cadenas colgadas del collar de cuero que llevaba puesto.
Lo que restaba del traje lo hacía sentir tan incómodo. Eran finas telas, entrelazadas alrededor de su tonificado cuerpo, dejaban al descubierto la cantidad de piel justa como para querer ir más allá de lo visible. Un gran moño cubría su entrepierna, ocultando su intimidad y llevaba el slip rojo que minutos antes Raditz le entregó.
Solo pensar en lo cara que le salió su posible reconciliación le fastidiaba.
—Al demonio con esto —el de cabellos alborotados se retractó. A punto de jalar la cinta del listón rojo que sostenía el traje completo. Iba a quitárselo, cuando algo lo interrumpió en el intento— las flores nunca fa...
Aquella frase divagó en el aire.
El timbre de la casa se escuchó sonar en la planta baja, anunciando la llegada de su esposa.
—Mierda.
Si demoraba mucho, ella tenía una pequeña llave de repuesto, la cual guardaba en su bolso para casos de emergencia. Arruinaría una primera impresión, también algunas ideas que él planificó después de que sus hijos abandonaran la casa.
Demasiado tarde para arrepentirse.
A Bardock no le quedó de otra más que colocarse una bata encima y bajar corriendo a recibirla.
—¡Bebés!. Abran la puerta a su madre, tengo tanto frío que se me congelan los pies —pedía desde el otro lado, con su voz entusiasta y cálida como de costumbre. Siempre parloteaba sin cesar, Bardock no entendía como, pero esa mujer tenía tema de conversación cuando fuere.
—Bienvenida a casa.
Su esposo la recibió con un casto beso en los labios. Esa sonrisa brillante que adornaba su rostro se desdibujó. En su lugar, un gesto apático y una mirada inexpresiva le transformó el semblante.
Como era muy distraida, pasó de largo sin siquiera notar el camino de flores que pisoteaba en su andar. Quizá, su intento por rechazar a Bardock era tan drástico que evitó a toda costa encontrar su mirada.
Ella sabía como una mirada suya podía desestabilizar su mundo.
Por tanto, estaba decidida a subir las escaleras dando ese día por terminado. El brazo de Bardock bloqueó su plan de escape, obligándola a quedarse donde estaba.
—Mírame —exigió tajante.
Dejando en claro una pequeña molestia que traía arraigada.
La mas pequeña lo ignoró.
—Déjame pasar —evitó su órden, desviando su vista al ultimo escalón de adoquín.
—Gine, mírame —volvió a repetir, pero esta vez con sus dedos precionando su pequeño mentón la obligó a verlo a la cara.
Y su esposa seguía reacia a obedecer o a mirarlo tan siquiera a los ojos. Bardock la cargó de repente en sus brazos, arrebatando un jadeo sorpresivo de su parte; dejarla ir esa noche, no estaba en los planes.
Tan pronto como sintió ambas manos aferradas contra sus muslos, la menor se sonrojó. Tuvo que sostenerse por inercia, de lo contrario acabaría en el suelo en una bochornosa situación.
—¿Cual es tu problema conmigo? —dudó sin vueltas. Depositando un beso ligero en su mejilla por lo tierna que se veía cuando estaba enojada.
Seguía en la encrucijada de obedecer a su mente o a su corazón. ¿Seguía en su plan de hacerse la dura o solucionaba las cosas? Y, aunque lo negara ella también tenía una pisquita de orgullo.
—No me pasa nada —negó frunciendo los labios. Que dificil se le estaba haciendo resistir cuando Bardock la miraba como si fuere la octava maravilla del mundo.
—¿Hice algo mal? —volvió a interrogar, aferrando mas su pelvis contra sus caderas. Sus dedos acariciaban el cabello de su prometida.
—Tú sabrás —encaró su mirada por primera vez.
Ese era un matiz en la personalidad de Gine que también le encantaba. Le gustaba cuando se hacía la dura pero por dentro sentía muchas cosas, todo lo contrario delataba su expresión corporal.
Su carnosa boca entreabierta, lista para recibirlo si así quisiera. Sus manos sujetando mas firme el agarre de su cuello.
Bardock sabía como obtener cosas.
—¿Te caliento? —insitó. La punta de su lengua rozó con su lóbulo y bajó hasta besar sus clavículas.
Recibió un golpe en el pecho que dejó salir una carcajada ronca.
:—Te caliento la comida, mujer —aclaró en una expresión divertida— ¿Qué fue lo que pensaste?.
De nuevo ese calor abasteciendo sus mejillas. Su imaginación la hizo suspirar.
—No tengo hambre.
—La mentira del siglo.
—No hables como si fuese una gorda —Gine reclamó golpeando nuevamente su pecho con un puño.
—Una tragona es lo que eres —continuó molestándola, con ella quejandose en multiples ocasiones.
Al menos rompió un poco el hielo, ya no se veía tan arisca como cuando llegó. Bardock caminó con ella como si se tratara de un pequeño mono aferrado en su cintura, la depositó en una silla del comedor.
—Bardock ¿Que es todo esto? —inquirió demasiado sorprendida.
Cuando quitó su enojo como prioridad, pudo ver la decoración y cada detalle que con esmero fue planificado para ella; desde la entrada, al living y el comedor. Todo tenía un aire de romanticismo que la dejó sin aliento.
—Una sorpresa —Bardock respondió, quitando la campana de metal que cubría ambos platos.
—¿Para mí? —sus ojos lo miraron ilusionada.
—Para tí.
La mujer respiró profundo, pequeñas lágrimas de emoción amenazaron salir.
—¿Y los niños? —preguntó nuevamente, observando como Bardock servía su copa de vino hasta la mitad.
—Por ahí —volvió a responder sin importancia y levantó su copa entregándole la suya para brindar— olvídate de ellos, olvídate de todo. Esta noche... somos tu y yo.
Aceptó gustosa.
Correspondiendo su brindis en una sonrisa tímida.
Cenaron a gusto, la luz de las velas les dejaba ver un aire mas coqueto del otro.
—La comida está deliciosa —Gine comentó llevando un bocado de pollo a su boca.
—Si, no quedo tan mal —Bardock mintió descaradamente, por lo que enseguida su esposa lo miró entrecerrando sus ojos— bien, es comprada —confesó con el ceño fruncido.
Ella se reía dulcemente.
—Lo suponía, el día en que intentes cocinar vas a incendiar la casa.
—Tsk, gracias por considerarme tan inútil —Bardock recibió una caricia en el mentón a modo de consuelo.
Casi no probó bocado esa noche, no dejaba de ver a su esposa deleitarse con la comida y trataba de memorizar cada uno de los gestos divertidos que ella expresaba cuando saboreaba algo que le gustaba mucho. Esa mujer tenía una debilidad por lo dulce, aprovechó dicha debilidad para usar su jugada de la noche.
—No —quitó la cuchara de sus manos, cuando intentó degustar el postre de fresa que reposaba en el centro de la mesa— ese es un premio.
—Bardock —curvó uno de sus labios enseñando un puchero.
El mayor sacó de su bolsillo tres cartas, y las colocó boca abajo en un costado de la mesa. Ella lo observaba con curiosidad, bastante divertida por la actitud misteriosa de su esposo.
—Debajo de estas cartas hay un comodín —estableció las reglas del juego— si lo encuentras, te comes el pastel.
—¿Y si no lo hago? —con desconfianza preguntó.
Su esposo mostró una sonrisa torcida.
—Vas a hacer lo que yo quiera.
—Lo que tu quieras —repitió en voz alta, como para reflexionar si era bueno o no aceptar la propuesta.
La más pequeña propuso quitar una de sus cartas, aumentado sus probabilidades en un cincuenta porciento.
Bardock aceptó sus condiciones.
Y Gine se tomó su tiempo para seleccionar minuciosamente las cartas. Terminó escogiendo la del lado derecho de la mesa.
Observó con nerviosismo la carta y la arrojó sobre la mesa principal.
Entonces.
Bardock celebró...
Ocho de tréboles.
Supuso que la otra carta era la del comodín.
—¡Bardock! ¡Ni se te ocurra pedir nada extraño! —amenazó entre dientes.
Cuando imprevistamente fue cargada por el de la cicatriz. Por segunda vez en la noche.
Bardock la sujetó en sus brazos al estilo princesa y de camino a su recámara se burló por su derrota.
—Acepta las consecuencias como buena perdedora —fastidió subiendo las escaleras, hasta toparse con la puerta de su recamara.
Siempre se salía con la suya. Gine llenó sus cachetes de aire y resopló cuando su marido la recostó en esa cama matrimonial que compartían.
—Tira del cordón —desafío a la mujer que ahora se resfregaba en la cama con pereza.
Ella obedeció lo que dijo. Pero como era tan floja para volver a levantarse, lo hizo con ambos dedos de los pies; poco a poco, fue deslizando el nudo amarrado a la bata de ceda de Bardock... y se encontró con una sorpresa inesperada.
La bata terminó en el suelo.
Humedeció sus labios cuando lo vió de ese modo. Cada músculo de su cuerpo se tensó y su vientre la delató con un calor insoportable que obligó que se sentara en la cama. Gine cubrió su rostro con vergüenza, con el cuerpo acalorado saltó sobre Bardock y lo abrazó ocultando su cara en el hueco de su hombro.
Parecía un tomate.
Pero todo eso lo provocaba su atrevida anatomía.
El quedó demasiado satisfecho con su reacción. Invirtió su postura, quedando sentado sobre la cama con su mujer a horcajadas suyas.
—Entonces ¿Me perdonas? —el mayor interrogó cerca de su oido. Comenzó a esparcir pequeños besos a lo largo de su cuello.
—Olvidaste nuestro aniversario —Gine reprochó en un pequeño gemido, que escapó a consecuencia de las imquietas manos de Bardock— pero... Que hicieras todo esto, me parece tan tierno, y además...
Se alejó para poder observarlo más a detalle, casí sufre un derrame nasal. Sin dudas Bardock le generaba lo mismo que en su adolescencia, aun tenía esa chispa que alborotaba todas y cada una de sus hormonas.
—¿Te gustó mi regaló? —con aires de picardía cuestionó.
—mmm —lo pensó con sus dedos divagando por encima del terciopelo— ¿Se puede cambiar por otro modelo? Es que llevo casada con este muchos años.
Bardock se cruzó de brazos, frunció el ceño molesto. Ahí estaba el cascarrabias que amaba desde siempre.
Gine no resistió mas y lo tumbó sobre la cama, para besarlo con anhelo y pasión.
Les esperaba una noche larga.
Y la sorpresa fue todo un éxito.
Extra:
A la mañana siguiente.
—¡Bardock! ¿Donde dejamos la ropa sucia? —preguntó sin obtener una respuesta de su parte.
Encontró la bata que llevaba puesta la noche anterior debajo de la cama. Del bolsillo derecho vio sobresalir un pequeño naipe.
El comodín.
Había sido vilmente engañada.
—¡Simio embustero! ¡Hiciste trampa!.
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