Desde El Principio
Fue ahí de los años 1600, en el Período Edo, aquel en el cual Japón estuvo aislado del mundo.
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Cerca de los puertos de Nagasaki, un elegante joven inglés de cabellos rubios y ojos esmeralda era acompañado por un pequeño niño rubio de ojos azules.
— Inglaterra-san ¿Qué lo trae por aquí? — preguntó un hombre japonés de cabellos negro azabache y ojos marrones sin brillo. La representación de aquella nación.
— Bueno, hemos venido de visita para alegrar un poco a mi hermanito. Sucedió un hecho lamentable y vine para que pudiese divertirse un poco — explicó el joven inglés acariciando los cabellos rubios del pequeño.
Aquel niño mantenía su mirada gacha, aferrándose a los ropajes de su "hermano mayor". Su expresión era melancólica y triste.
— Síganme, por favor — pidió el japonés caminando hacia su casa, recibiendo de manera alegre a sus invitados. Inglaterra era uno de sus amigos importantes; por lo cual, le alegraba recibir su visita.
El pequeño americano observó los alrededores de aquella casa japonesa, era grande y un tanto extraña para él. Nunca había visto un lugar como ese.
— América, tienes que quitarte los zapatos — pidió Inglaterra antes de entrar a la casa.
— ¿Por qué?
— Es una tradición en Japón, por favor, sólo hazlo. — Volvió a pedir el rubio mayor.
Ambos se quitaron los zapatos antes de entrar en la casa. Para el pequeño era algo increíble, tanto que por un momento casi se olvida de la muerte de Davie.
El pequeño América suspiro agachando la mirada de nuevo, era bastante duro para alguien tan joven como él.
— He traído té y unos bocadillos — anunció Japón con una pequeña bandeja.
El rubio más joven volteó a verlo, encontrándose con los ojos oscuros del oriental, quien le miraba fijamente, pero aquello fue por un momento muy breve antes de que este volteara a ver al inglés.
Las mejillas del más pequeño tomaron un color rosa brillante, mientras sus ojos de cielo se mantenían fijos en la delgada figura del japonés, quien servía un poco de té.
Ambos amigos conversaron sobre algunas anécdotas divertidas. El pequeño americano no prestaba atención en ello, aunque en ocasiones, con timidez, sus ojos se posaban en el de cabellos azabache.
— ¿Tienes algo que decirle a Japón, hermanito? Lo has estado observado desde hace un rato — preguntó el británico.
El pequeño América observó a la nación oriental, quien le miraba expectante.
— N-No, sólo quisiera tomar una siesta.— Se excusó el más pequeño.
Por supuesto, aquello era una mentira, pues no podía decirle que lo estaba mirando porque le parecía lindo, sería demasiado penoso para él.
— Claro, tengo un futón y una habitación en donde puedes dormir —dijo Japón levantándose y extendiendo su mano al más pequeño.
La nación más joven tomó la mano del oriental con timidez, sintiendo como sus mejillas tomaban color debido al ardor en estas.
El mayor entró a una habitación y sacó un futón, colocándolo en el piso y pidiendo al pequeño que se acomodara. América hizo caso y se acostó, siendo cobijado por Japón. Sus ojitos azules brillaban mientras mantenía su mirada fija en el japonés.
Japón cerró las ventanas y puertas de la habitación, para que la luz no entrara y; así, el pequeño podría dormir.
— O-Oye Japón
— ¿Si?
— Cuando sea una nación grande y fuerte como Inglaterra, ¿tú te casarás conmigo? — preguntó el joven apenado y escondiendo su rostro entre las cobijas.
El nipón lo observó unos momentos, aquel pequeño era aún muy inocente. Sonrió e hizo un asentimiento, no iba a destrozar los sueños de un niño, en un futuro aquello se le olvidaría. Sin más, se retiró, dejando a un feliz y emocionado americano en la habitación.
Esa fue la primera vez que América vio a Japón. L primera vez que se enamoró de alguien.
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El americano despertó por los molestos rayos del sol, con un bostezo se levantó de su cama. Miró el calendario ¡Hoy iba a ser el día! Habían pasado doscientos años desde la última vez que vio al japonés y hoy iba a viajar allá de nuevo, dispuesto a que él abriese su país nuevamente. Tenía el pretexto perfecto para ir, ya que su jefe le había dado aquel plus para volver a ver a su querido Japón.
El americano se vistió y corrió hasta el puerto para tomar la embarcación que los llevaría al País del Sol Naciente, con todas las ansias de ver a la nación que amó y amará toda su vida.
— ¡Allí voy, Japón! — pensó la jovial nación con una sonrisa y mirada decidida.
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Los años pasaron, muchas cosas sucedieron; momentos dolorosos y algunos felices, y siguieron pasando hasta llegar a la actualidad. Japón y América han sido muy buenos amigos, pero ahora, eran mucho más que eso, ahora eran dos naciones que se amaban profundamente y habían cumplido con la inocente petición de un niño.
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