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Título: "Vínculo Silencioso"

La noche estaba quieta y el aire fresco acariciaba las aguas del río. Las estrellas brillaban en lo alto, bañando el paisaje con una luz plateada. En el agua cristalina, la figura de Rui Ayaki se movía con gracia, sus manos delicadas recogiendo destellos de diamantes, oro y rubíes del fondo del río. La escena parecía casi etérea, como un sueño fugaz que desaparece al primer rayo de sol.

Rui, con su piel pálida como la luna, se encontraba de pie en el agua hasta las rodillas, usando únicamente unas bragas blancas que eran casi transparentes bajo la luz de la luna. Su cabello largo, blanco y sedoso, caía en cascada sobre su espalda, con un flequillo que parcialmente cubría su ojo derecho y su peinado de foma de patas de araña . Los puntos rojos en su rostro, conectados por líneas negras, le daban una apariencia misteriosa, incluso algo etérea. Todo en él parecía estar rodeado por un aura de fragilidad y belleza, un contraste con la fuerza de su naturaleza como omega.

Senjuro observaba desde la orilla, invisible en las sombras de la noche. Había sentido la presencia de un omega en la cercanía, y su instinto lo había guiado hasta este rincón apartado del mundo. Al ver a Rui en ese momento, algo en su pecho se apretó. Había algo en su figura, en su comportamiento, que no podía ignorar. Era un omega raro, especial, y su presencia era como un faro que atraía a los alfas, instintivamente, con su dulzura y vulnerabilidad.

Senjuro, un alfa fuerte y decidido, había estado buscando a un omega con quien formar un vínculo, pero nunca esperó encontrar a alguien como Rui. La forma en que el omega se movía, la quietud de su ser, su absoluta concentración en lo que hacía, lo hacía parecer aún más hermoso, más deseable.

Rui, ajeno a la presencia del alfa, seguía recogiendo las piedras preciosas del río, su figura delgada y frágil iluminada por la suave luz de la luna. Estaba absorto en su tarea, disfrutando del agua fría y del brillo de los diamantes en sus manos, pero había algo en su interior que lo inquietaba. Una extraña sensación de que algo o alguien lo observaba.

Finalmente, Rui dejó caer una piedra en el agua, levantando la mirada. Su ojo izquierdo, de un violeta profundo, brillaba con una luz especial mientras buscaba entre las sombras. Al principio, pensó que podría haber sido un animal o una criatura del bosque, pero sus instintos de omega pronto le dijeron lo contrario. Había algo más, algo que lo hacía sentirse... observado.

Senjuro, sin querer ser descubierto aún, dio un paso hacia adelante, dejando que su presencia alfa se sintiera en el aire. Los omegas, por naturaleza, podían percibir la cercanía de un alfa, y Rui no fue la excepción. La tensión aumentó en el ambiente, y el omega se giró lentamente, atrapado por los ojos de Senjuro.

—¿Quién eres? —preguntó Rui, su voz suave pero llena de curiosidad y cautela.

Senjuro salió de las sombras, su mirada fija en Rui. Algo en sus ojos era suave, cálido, como si pudiera entender el miedo y la duda que atravesaban el alma del omega. Se acercó lentamente, cada paso lleno de una intención clara, como si no hubiera dudas en su mente.

—Soy Senjuro, un alfa. He estado buscando un omega, y al parecer, lo he encontrado —dijo, su tono tranquilo, pero firme. La autoridad de un alfa resonaba en sus palabras.

Rui, aunque desconcertado por la revelación, no retrocedió. Algo en Senjuro lo atraía, no solo la seguridad de su presencia, sino la fuerza de su mirada y el magnetismo que desprendía. Sin embargo, la inseguridad de ser un omega lo hacía sentirse vulnerable.

—No me sigas... no quiero... —comenzó a decir, pero sus palabras se desvanecieron cuando sintió la presión de los instintos de Senjuro. El alfa no estaba aquí para hacerle daño, sino para formar un vínculo, un lazo que Rui no comprendía del todo.

Senjuro se detuvo a unos pocos pasos de Rui, y sus ojos recorrieron la figura del omega. La tensión en el aire era palpable. Sin embargo, Senjuro entendía que debía actuar con cautela. Sabía que los omegas, sobre todo los más delicados como Rui, no podían ser forzados.

—Lo sé —respondió Senjuro, su voz más suave ahora—. No estoy aquí para forzarte. Solo quiero... cuidarte, estar a tu lado.

Rui sintió que su corazón latía más rápido al escuchar esas palabras. Algo dentro de él quería confiar en Senjuro, pero sus propios temores lo hacían vacilar. Al final, sin decir una palabra más, Senjuro dio un paso hacia él, su aroma alfa envolviendo a Rui de una manera que lo hizo sentir una extraña calidez, una protección.

—¿Confías en mí? —preguntó Senjuro, tan cerca que podía sentir la respiración de Rui.

Rui cerró los ojos por un momento, sintiendo cómo sus propios instintos luchaban contra su mente. Finalmente, dejó escapar un suspiro, cediendo ante la inevitabilidad de su naturaleza. Abrió los ojos y, por primera vez, dejó de luchar contra lo que sentía.

—Sí... —respondió en un susurro, con una suave sonrisa en sus labios.

Senjuro, al escuchar su respuesta, no pudo evitar sonreír también. Era un vínculo, un lazo de alfa y omega, pero también algo más profundo. Algo que crecería con el tiempo, lleno de confianza, cariño y protección mutua.

Con una suavidad que contrastaba con su fuerza natural, Senjuro extendió la mano hacia Rui. El omega la tomó sin dudar, y, en ese momento, supo que este era solo el comienzo de algo mucho más grande.

El aire del río estaba tranquilo, y la luna seguía brillando con su luz plateada sobre el paisaje sereno. Sin embargo, la paz que parecía envolver el lugar fue interrumpida por la llegada de Kyojuro Rengoku, quien había estado buscando a su hermano Senjuro. La noticia de que había un omega especial, codiciado incluso por los demonios, había llegado a sus oídos, y su preocupación por su hermano había crecido con cada palabra que escuchaba.

Al acercarse al río, Rengoku vio a su hermano Senjuro de pie cerca de la orilla, con su mirada fija en Rui Ayaki, quien estaba de espaldas, totalmente sumergido en el agua. Rui, un omega con una belleza tan pura que deslumbraba, estaba recolectando piedras preciosas, ajeno a la presencia de los alfas. Solo llevaba unas bragas blancas que parecían casi transparentes bajo la luz de la luna.

Senjuro, preocupado por no ser percibido como una amenaza, se acercó con paso tranquilo. Su instinto lo llamaba a proteger a Rui, pero algo en su interior le decía que debía tener cuidado. Quería ayudarlo, ofrecerle la oportunidad de unirse a él, pero sabía que todo debía hacerse con cautela.

Rengoku, al ver la escena desde lejos, notó la tensión en el aire. Había algo en la forma en que Senjuro miraba a Rui, algo que hablaba más de lo que un simple intercambio de palabras podría comunicar. Algo más profundo estaba en juego, algo que tocaba la esencia misma de lo que Senjuro era.

Sin embargo, lo que más llamó la atención de Rengoku fue lo que sucedió a continuación. Senjuro, al notar que Rui no llevaba más que sus bragas, se apresuró a quitarse su abrigo y lo colocó suavemente sobre los hombros de Rui, tapando su cuerpo. Su gesto no fue solo de protección, sino también de respeto. Era evidente que, para Senjuro, el bienestar de Rui era lo más importante, más allá de cualquier deseo o atracción que pudiera sentir.

Senjuro... —murmuró Rengoku, aproximándose lentamente para no interrumpir el momento.

Senjuro se giró rápidamente al escuchar la voz de su hermano. Su expresión era seria, pero no sorprendida. Sabía que Rengoku había estado observando y no pudo evitar sonrojarse ligeramente por la situación. Sin embargo, su mirada hacia Rui no cambió.

Kyojuro, no es lo que piensas... —dijo Senjuro, su tono suave pero lleno de determinación. —Rui no está listo para unirse a mí, y yo no puedo forzarlo. Solo quiero protegerlo.

Rengoku frunció el ceño y miró a Rui con algo de tristeza. Había oído rumores sobre los demonios y cómo uno de ellos, Rui Ayaki, era el omega más deseado, pero también sabía que Rui estaba marcado por su vulnerabilidad, por el hecho de que aún era virgen. Algo que en este mundo de alfas y omegas podía ser tanto una bendición como una maldición.

—He oído hablar de Rui —dijo Rengoku con tono grave—. En el mundo de los demonios, se dice que es un omega extremadamente deseado... Pero también sé que hay algo en su interior que lo hace dudar, algo que lo hace huir de los alfas. Él aún no ha encontrado la persona correcta. Y eso lo hace aún más valioso.

Senjuro asintió lentamente, con la mirada fija en Rui. No necesitaba que su hermano le explicara nada más. Él ya lo sabía todo. Rui era especial, y su alma era pura. Pero el dolor de su pasado y la fragilidad de su ser lo hacían reticente a unirse a cualquiera.

Es su decisión. No puedo apresurarlo, ni hacerle daño... —Senjuro respiró profundamente. —Si él no quiere estar conmigo, entonces esperaré. Pero no lo dejaré solo, nunca.

Rengoku se acercó a su hermano y lo miró directamente. Sabía que Senjuro era un alfa fuerte y decidido, pero también sabía que los omegas como Rui no se entregaban fácilmente. Rui estaba marcado por su pasado, y Senjuro debía ser paciente. A veces, la paciencia era la prueba más difícil.

—Lo entiendo, hermano —dijo Rengoku finalmente, poniendo una mano en el hombro de Senjuro—. Solo recuerda que no estás solo en esto. Si alguna vez necesitas ayuda, estaré a tu lado.

Senjuro asintió, agradecido por el apoyo de su hermano. El vínculo entre ellos era fuerte, como el hierro, y sabía que no importaba lo que sucediera con Rui. Siempre tendría a su hermano para respaldarlo.

Mientras tanto, Rui, completamente ajeno a la conversación, seguía sumido en sus pensamientos, mirando las estrellas en el cielo. La presencia de los dos alfas lo había calmado de alguna manera, aunque la incertidumbre seguía pesando en su pecho. No entendía por qué los alfas lo deseaban tanto, pero algo dentro de él sabía que el futuro no estaba decidido aún.

El viento sopló suavemente sobre el río, y la noche continuó su curso. Sin embargo, para Rui, Senjuro ya había marcado una huella en su corazón. Aún no estaba listo para dar ese paso, pero su alma sabía que tal vez algún día, en algún momento, estaría listo para confiar en él.

El vínculo silencioso ya había comenzado a formarse, y aunque todo parecía incierto, el destino había puesto a Senjuro y Rui en el mismo camino. Y tal vez, solo tal vez, su encuentro en el río sería el primero de muchos momentos compartidos.

Los Pilares estaban reunidos cerca de un campamento en el bosque cuando notaron la figura de Senjuro Rengoku acercándose desde la distancia. Lo que llamó su atención no fue solo la presencia del joven, sino el hecho de que llevaba consigo a alguien envuelto en su abrigo. La figura parecía frágil, casi etérea, y conforme se acercaban, pudieron distinguir que se trataba de un demonio.

El demonio era Rui Ayaki, el omega más deseado y temido entre los Demon Slayers y los demonios por igual. La noticia de su existencia había corrido como pólvora. Se decía que era inmune al sol, un demonio perfecto que no podía ser destruido por ninguna katana nichirin. Sin embargo, lo que más llamaba la atención era que, a pesar de su belleza y su apariencia inmaculada, seguía siendo virgen, un detalle que muchos alfas veían como un símbolo de pureza y deseo inalcanzable.

Los ojos de Mitsuri Kanroji se llenaron de asombro mientras miraba a Rui, quien estaba parcialmente cubierto por el abrigo de Senjuro. Su cabello blanco brillante, que caía en mechones parecidos a patas de araña, brillaba bajo la luz del sol, y los patrones en su rostro realzaban aún más su delicada belleza. Sus bragas blancas, apenas visibles bajo el abrigo, hicieron que Mitsuri se sonrojara.

—¿Ese es... el demonio del que todos hablan? —preguntó Mitsuri, acercándose un paso. Su voz estaba llena de asombro y curiosidad.

Sanemi Shinazugawa frunció el ceño, observando a Rui con desconfianza. Para él, no importaba cuán inofensivo o hermoso pudiera parecer, un demonio seguía siendo un demonio. Sin embargo, al ver cómo Senjuro lo protegía, cubriéndolo con su abrigo y sosteniéndolo con cuidado, su curiosidad superó su hostilidad.

—¿Qué estás haciendo con un demonio, Senjuro? —preguntó Sanemi en un tono duro, aunque había un rastro de desconcierto en su voz.

Senjuro levantó la mirada, decidido pero tranquilo. Sabía que la situación era complicada, pero no iba a dejar que nadie dañara a Rui.

Rui es diferente. No es como los demás demonios —respondió Senjuro, su tono lleno de convicción—. Ha sufrido mucho, especialmente a manos de otros alfas. Tiene un trauma con ellos... pero confía en mí. No voy a dejar que nadie lo lastime.

Gyomei Himejima, siempre el más sabio entre los Pilares, asintió lentamente mientras escuchaba a Senjuro. Había oído rumores sobre Rui, sobre cómo había sido perseguido y casi abusado por alfas que solo buscaban aprovecharse de su vulnerabilidad. También había oído que Rui era completamente inmune a la luz del sol, un rasgo que lo hacía único entre los demonios.

—Es admirable que lo protejas, Senjuro —dijo Gyomei con suavidad, aunque su expresión era solemne—. Pero sabes que esto no será fácil. Muchos no lo entenderán, y otros podrían buscar dañarlo por lo que es.

Obanai Iguro, siempre observador, se acercó con cautela. Su mirada pasó de Senjuro a Rui, estudiando al joven demonio con detenimiento. Había algo en Rui que desafiaba todas sus expectativas. A pesar de ser un demonio, no mostraba signos de hostilidad ni peligro. De hecho, parecía frágil, casi humano.

—¿Por qué confía en ti? —preguntó Obanai, con un tono más curioso que crítico.

Senjuro miró a Rui, quien había permanecido en silencio todo este tiempo. Aunque estaba claramente incómodo con tantas miradas sobre él, no se apartó de Senjuro. Había algo en la presencia de Senjuro que lo hacía sentir seguro, algo que nunca había experimentado con ningún otro alfa.

Porque nunca lo he visto como un objeto, como algo que conquistar —respondió Senjuro, sus palabras firmes y sinceras—. Rui no necesita un alfa que lo domine. Necesita alguien que lo respete, que lo entienda. Y yo quiero ser esa persona.

El silencio que siguió a sus palabras fue pesado, pero lleno de significado. Incluso Tengen Uzui, conocido por su actitud extravagante y despreocupada, parecía impresionado por la determinación de Senjuro.

—Bueno, bueno, parece que tenemos un alfa con principios aquí —comentó Tengen con una sonrisa ligera, aunque había un tono de respeto en su voz—. Pero tienes razón en algo, Senjuro. Este omega es especial. Más vale que cuides de él como se merece.

Rui, todavía envuelto en el abrigo de Senjuro, levantó la mirada por primera vez. Sus ojos, uno verde y el otro violeta, miraron a los Pilares con una mezcla de temor y gratitud. Aunque todavía estaba asustado, algo en la presencia de Senjuro le daba la fuerza para enfrentar la situación.

—Gracias... —murmuró Rui, su voz apenas un susurro, pero lo suficientemente fuerte para que los Pilares lo escucharan.

Kyojuro Rengoku, quien había permanecido en silencio hasta ahora, dio un paso adelante y puso una mano en el hombro de su hermano menor.

—Estoy orgulloso de ti, Senjuro. Proteger a alguien, especialmente a alguien tan especial como Rui, requiere coraje. Y sé que no hay nadie mejor que tú para hacerlo.

Los Pilares, aunque aún divididos en sus opiniones, decidieron confiar en el juicio de Senjuro. Rui era diferente, y si alguien podía protegerlo y demostrar que los demonios no siempre eran enemigos, era Senjuro.

El vínculo entre el joven alfa y el omega más deseado había comenzado a fortalecerse, y aunque el camino que tenían por delante sería difícil, ambos sabían que no estaban solos.

En la tranquilidad de la noche, dentro de la carpa de Senjuro, el ambiente era íntimo y cargado de emociones. La luz tenue de la lámpara hacía que las sombras jugaran en las paredes de tela, y el sonido de los grillos llenaba el aire. Rui Ayaki, envuelto todavía en el abrigo de Senjuro, estaba sentado frente a él, su rostro ligeramente sonrojado. Había algo en su expresión que mezclaba nerviosismo y determinación.

Senjuro, —dijo Rui en voz baja, casi en un susurro—. Quiero pedirte algo... pero necesito que me escuches antes de decir que no.

Senjuro, sentado frente a él, lo miró con calma, su rostro mostrando esa paciencia y calidez que siempre le había brindado a Rui.

—Dime, Rui. Sabes que haré lo que sea para ayudarte.

Rui bajó la mirada, jugueteando con las mangas del abrigo que aún llevaba puesto. Luego alzó sus ojos, uno verde y el otro violeta, y miró a Senjuro directamente.

—Quiero que me marques en el cuello.

El corazón de Senjuro dio un vuelco ante esas palabras. Lo que Rui pedía no era algo trivial; una marca de un alfa en un omega no solo era un acto de unión, sino también una declaración. Era una señal para el mundo de que ese omega tenía a alguien que lo protegía, alguien que lo consideraba suyo.

—Rui... —empezó Senjuro, pero fue interrumpido.

—Quiero hacerlo porque... porque estoy cansado de que otros alfas me vean como un objeto, como algo que pueden tomar. No quiero ser vulnerable ante nadie más... excepto ante ti. Si tú me marcas, me sentiré seguro. Por favor, Senjuro.

La sinceridad en la voz de Rui tocó algo profundo en Senjuro. Podía ver el miedo y la fortaleza en esos ojos heterocromáticos. Después de unos segundos de reflexión, asintió con suavidad.

—Si esto es lo que deseas, Rui, lo haré. Pero quiero que sepas que no tienes que hacerlo solo para evitar a los demás. Quiero que sea porque confías en mí.

Rui asintió, sus mejillas sonrojándose aún más.

—Confío en ti más que en nadie, Senjuro.

Con cuidado, Senjuro se acercó, sus manos cálidas sosteniendo los hombros de Rui mientras este inclinaba ligeramente su cuello, dejando al descubierto la delicada piel. Senjuro podía sentir el pulso acelerado de Rui bajo sus dedos, y aunque él mismo estaba nervioso, quería que este momento fuera especial.

Inclinándose hacia el cuello de Rui, Senjuro dejó un beso suave antes de abrir ligeramente su boca, sus colmillos rozando la piel pálida.

Cuando finalmente mordió, lo hizo con delicadeza, lo suficiente para dejar la marca sin causarle daño. Rui soltó un gemido suave, pero no era de dolor. Era un sonido lleno de placer y alivio, como si un peso se hubiera levantado de sus hombros.

Senjuro retiró sus labios, observando la marca en el cuello de Rui. Era una declaración silenciosa de protección, algo que nadie podría ignorar.

—Listo —susurró Senjuro, su voz cargada de ternura—. Ahora todos sabrán que eres mío, y no dejaré que nadie te lastime.

Rui lo miró, sus ojos brillando con una mezcla de gratitud y emoción.

—Gracias, Senjuro. Me siento... completo contigo.

Ambos se abrazaron, dejando que la calma de la noche los envolviera. En ese momento, bajo la luz tenue de la carpa, un vínculo inquebrantable se había formado entre ellos, uniendo sus almas de una manera que nadie podría romper.

Era una noche tranquila en el campamento, y el sonido de los grillos llenaba el aire. Muichiro, buscando algo de agua para calmar su sed, caminaba entre las carpas. La luz de la luna iluminaba tenuemente su camino, y al pasar cerca de la carpa de Senjuro, escuchó murmullos provenientes del interior. Su curiosidad lo llevó a acercarse, pero lo que vio lo dejó paralizado.

A través de la abertura de la carpa, Rui Ayaki, un hermoso demonio omega, estaba sentado con el abrigo de Senjuro cubriéndolo parcialmente, pero dejando a la vista las bragas blancas de encaje que llevaba puestas. La escena hizo que Muichiro apartara la mirada rápidamente, sus mejillas encendiéndose de vergüenza. Sin embargo, no pudo evitar seguir escuchando la conversación dentro.

Senjuro, —dijo Rui con voz temblorosa—. Por favor, márcame en el cuello. No quiero que me vean como un omega virgen. No confío en nadie más que en ti.

Muichiro abrió los ojos de par en par. ¿Rui estaba pidiendo ser marcado? Aunque era joven, Muichiro entendía el significado de lo que Rui pedía. La marca de un alfa en un omega era algo significativo, una promesa de cuidado y protección, pero también una declaración de posesión.

Desde su lugar, pudo ver cómo Senjuro asintió y se inclinó hacia Rui con ternura. Cuando los colmillos de Senjuro se hundieron suavemente en el cuello de Rui, un gemido suave escapó de los labios del demonio omega. No era un sonido de dolor, sino uno cargado de placer y alivio. Muichiro sintió cómo su rostro se calentaba aún más, y sin pensarlo, soltó:

—¿Qué demonios está pasando aquí?

Senjuro y Rui se giraron hacia la entrada de la carpa, sorprendidos. Muichiro estaba parado allí, su expresión una mezcla de confusión y desconcierto.

—Muichiro, ¿qué estás haciendo aquí? —preguntó Senjuro, tratando de mantener la calma.

—Debería preguntarles a ustedes. ¿Acabas de marcar a Rui? ¿Y qué es eso de que no quiere que lo vean como virgen?

Rui, todavía sonrojado, trató de cubrirse mejor con el abrigo, pero la situación ya estaba expuesta.

—¡No es lo que parece! —exclamó Rui, aunque era difícil de creer por la marca fresca en su cuello y la atmósfera cargada en la carpa.

Muichiro, todavía procesando lo que había visto, cruzó los brazos y murmuró:

—Bueno... yo también soy un omega. Y también soy virgen. ¿Qué se supone que haga con eso?

Senjuro lo miró, sorprendido por su confesión repentina. Rui, todavía incómodo por la presencia de Muichiro, frunció el ceño.

—Eso no tiene nada que ver con lo que estamos hablando —respondió Rui, todavía tratando de recomponerse.

—Claro que tiene que ver. Ahora me siento como si estuviera perdiéndome de algo —dijo Muichiro, con su típica actitud directa.

Senjuro suspiró, frotándose la sien.

—Muichiro, esto es un asunto entre Rui y yo. No es algo de lo que debas preocuparte.

Muichiro se encogió de hombros.

—Solo digo que, si alguien intenta marcarme o algo así, espero que sea con más privacidad que esto.

Con esas palabras, Muichiro se dio la vuelta y salió de la carpa, dejando a Rui y Senjuro en un silencio incómodo. Rui, todavía sonrojado, miró a Senjuro con una mezcla de vergüenza y gratitud.

—Gracias por protegerme, incluso si ahora Muichiro piensa que somos raros.

Senjuro sonrió con suavidad y le acarició el cabello.

—No importa lo que piensen los demás. Lo único que me importa es que tú estés seguro conmigo.

Y en ese momento, Rui sintió que había encontrado un verdadero refugio en Senjuro, a pesar de las interrupciones inesperadas.

El sol comenzaba a despuntar en el horizonte, iluminando suavemente el campamento. Los pilares, que solían madrugar para organizar el día, se habían reunido cerca de las carpas. Mientras caminaban por el lugar, pasaron cerca de la carpa de Senjuro, donde notaron algo que captó de inmediato su atención.

Mitsuri Kanroji, con su inagotable curiosidad, fue la primera en asomarse con delicadeza. Allí, bajo una manta, estaban Senjuro y Rui Ayaki. Ambos dormían profundamente, pero lo que realmente llamó la atención fue una marca fresca en el cuello de Rui: la inconfundible mordida de un alfa. Mitsuri se llevó las manos al rostro, sus mejillas encendiéndose como brasas.

—¡Oh, cielos! —murmuró, claramente abrumada por la escena.

Shinobu Kocho, quien estaba justo detrás, levantó una ceja y sonrió con picardía.

—Parece que alguien aquí tuvo una noche interesante —comentó en voz baja, lo suficiente para que solo Mitsuri y Kanao la escucharan.

Kanao, aunque más reservada, no pudo evitar sonrojarse también al ver la marca en el cuello de Rui. Bajó la mirada rápidamente, sintiéndose algo fuera de lugar.

—¿Eso es... normal? —preguntó en un susurro, sin saber cómo procesar lo que veía.

Muichiro Tokito, que había estado observando la escena desde atrás, cruzó los brazos y suspiró. Él ya sabía lo que había pasado, pero había decidido no decir nada. Sin embargo, ahora que los demás lo habían notado, sabía que la tranquilidad de Senjuro y Rui estaba a punto de romperse.

—Ya lo sabía, pero no pensé que ustedes lo notarían tan rápido —dijo Muichiro con indiferencia, aunque un leve rubor traicionaba su tono.

Gyomei Himejima, quien se acercó poco después, levantó las manos en un gesto calmado.

—No debemos juzgar sin saber los detalles. Senjuro es responsable, y Rui claramente confía en él.

Sanemi Shinazugawa, que había llegado en ese momento, soltó una carcajada seca al notar la escena.

—¡Por todos los cielos! ¿Quién iba a pensar que el hermanito de Rengoku tenía este lado oculto? —exclamó, divertido.

Mientras tanto, Mitsuri no podía dejar de mirar la expresión tranquila de Rui mientras dormía, tan vulnerable pero a la vez tan sereno.

—Es tan... dulce. Creo que, en el fondo, Rui realmente necesitaba a alguien como Senjuro —dijo con un suspiro soñador.

Sin embargo, la tranquilidad de la escena se interrumpió cuando Rui comenzó a moverse lentamente, abriendo los ojos con un ligero parpadeo. Al darse cuenta de que había varias personas fuera de la carpa mirándolo, se sonrojó intensamente y rápidamente se cubrió hasta el rostro con la manta.

—¿Q-qué están haciendo aquí? —preguntó con voz temblorosa.

Senjuro, despertado por la voz de Rui, se incorporó con el cabello despeinado y un rostro todavía somnoliento. Al ver la situación, frunció el ceño.

—¿Qué están mirando? ¿No tienen otra cosa que hacer?

Mitsuri, Shinobu y Kanao se disculparon rápidamente, aunque Mitsuri no podía dejar de sonrojarse. Sanemi, por otro lado, simplemente se encogió de hombros con una sonrisa burlona.

—Solo estábamos apreciando lo unidos que están.

Senjuro bufó y abrazó a Rui con firmeza, como protegiéndolo de las miradas de los demás.

—Ya basta. Rui está bajo mi cuidado, y no es asunto de nadie más.

Rui, aún escondido bajo la manta, sintió una mezcla de vergüenza y gratitud. Por primera vez, a pesar de las miradas curiosas, se sintió verdaderamente protegido.

Mientras los pilares seguían comentando la escena, Tengen Uzui, siempre buscando añadir un toque dramático y extravagante, decidió intervenir. Con una sonrisa juguetona y su característico carisma, levantó ambas manos y comenzó a hacer señas exageradas: 🍆🍑🍌💦.

El gesto no pasó desapercibido para nadie. Mitsuri se tapó la boca con ambas manos, completamente roja y luchando por no reírse a carcajadas. Shinobu levantó una ceja, claramente divertida, mientras Kanao simplemente miraba al suelo, más avergonzada que nunca.

Rui y Senjuro, en cambio, se pusieron rojos como tomates. Rui intentó esconderse aún más bajo la manta, mientras Senjuro se aclaraba la garganta, incapaz de responder a la insinuación de Uzui.

—¡Señor Uzui! ¡Por favor, compórtese! —exclamó Senjuro, tratando de mantener algo de dignidad mientras su rostro seguía ardiendo de vergüenza.

Uzui simplemente soltó una carcajada sonora.

—¿Qué? ¡Solo estoy señalando lo obvio! ¡No hay nada de malo en ser un alfa espectacular con un omega perfecto! Además, todos sabemos que un vínculo tan... explosivo merece su reconocimiento.

Rui, incapaz de soportar la humillación, murmuró desde debajo de la manta:

—¡Ustedes son imposibles!

Sanemi, que aún estaba cerca, soltó una carcajada.

—No puedo con esto. Uzui, siempre llevándolo al límite.

Gyomei, sin embargo, intervino con un tono serio pero amable.

—Es suficiente, Uzui. No es apropiado burlarse de una relación tan reciente. Debemos respetar su privacidad.

Uzui levantó las manos en señal de rendición, aunque la sonrisa en su rostro mostraba que seguía disfrutando de la situación.

—Está bien, está bien. No diré nada más... por ahora.

Mientras tanto, Rui y Senjuro intercambiaron una mirada. Aunque la situación era incómoda, Rui no pudo evitar sonreír ligeramente al darse cuenta de que, a pesar de todo, tenía a alguien como Senjuro a su lado, dispuesto a protegerlo incluso de las bromas más extravagantes.

La atmósfera se volvió más tensa y silenciosa después de que los pilares se fueron, dejando a Rui y Senjuro completamente solos en la habitación. Ambos estaban en la misma cama, pero la incomodidad del momento se hizo palpable.

Rui no podía evitar sentirse incómodo. Había algo en el aire que lo hacía más consciente de los pequeños detalles, como el suave sonido de su respiración y el latido acelerado de su propio corazón. Miró a Senjuro, quien estaba recostado junto a él, aparentemente relajado, pero Rui no pudo evitar notar algo más: el bulto visible en su pantalón. Sus ojos se dirigieron involuntariamente hacia allí, y de inmediato, sus mejillas se tiñeron de rojo.

Senjuro, al notar que Rui lo miraba, se puso alerta. Sabía que había algo que lo hacía sentir nervioso, pero no quería apresurarse en asumir nada.

Rui, ¿estás bien? —preguntó Senjuro, dándose cuenta de que su mirada fija estaba causando una reacción.

Rui, sin saber cómo reaccionar o qué decir, tartamudeó:

—E... eh... S... Sí, solo... —su voz tembló por un momento, y rápidamente intentó apartar la mirada, pero no pudo evitar sentir cómo su rostro se encendía aún más.

Senjuro, viendo lo avergonzado que estaba Rui, se dio cuenta de lo que estaba sucediendo y, aunque también se sentía algo incómodo, trató de calmar la situación. Se incorporó un poco, buscando cambiar de tema, pero sin dejar de mostrarle su apoyo.

—Rui, no tienes que sentirte incómodo, lo que suceda entre nosotros... —Senjuro hizo una pequeña pausa, asegurándose de que sus palabras fueran claras—... siempre será algo que decidirás tú también.

Rui, aunque aún rojo, sintió una extraña calma al escuchar esas palabras. Sabía que Senjuro era alguien que se preocupaba por él, pero el calor que sentía en su rostro no desaparecía.

—Lo... lo sé. Solo... no sé qué pensar... —respondió Rui, con la voz aún temblorosa. —Es todo tan nuevo para mí.

Senjuro asintió con comprensión y sonrió de manera suave.

—No hay prisa, Rui. Vamos a ir paso a paso. Solo quiero que te sientas cómodo conmigo, sin presiones.

En ese momento, Rui sintió que, aunque la situación seguía siendo incómoda, había algo reconfortante en saber que Senjuro no lo forzaba a nada, y que, de alguna manera, las cosas podían desarrollarse a su propio ritmo.

Pero el aire seguía cargado, y Rui no podía dejar de sentirse nervioso. Lo único que podía hacer ahora era tratar de relajarse y permitir que el momento pasara, aunque el calor en su rostro no desaparecía.


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