𖡡𖠃✎Rivales y confesiones secretas𓅨
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El patio del kinder estaba dividido en dos territorios invisibles, una división creada no por los maestros, sino por los niños mismos. De un lado estaba el grupo de Ranpo, siempre planeando actividades “intelectuales” como concursos de adivinanzas y competencias de acertijos. Del otro lado estaba el grupo de Chuuya, un equipo ruidoso y energético que prefería juegos físicos como carreras y juegos de “policías y ladrones”.
Y en el centro de esa rivalidad estaban ellos dos: Ranpo Edogawa, el hijo del director que parecía saberlo todo, y Chuuya Nakahara, el pequeño líder con un carisma arrollador y una sonrisa confiada.
—¡Mi salón ganó la competencia de carreras la semana pasada! Eso prueba que somos los mejores —dijo Chuuya un día, con los brazos cruzados mientras miraba a Ranpo con un brillo competitivo en sus ojos.
Ranpo, sentado en un banco con una piruleta en la mano, ni siquiera se molestó en levantarse.
—¿Ah, sí? Bueno, mi salón ganó la competencia de dibujos. Eso prueba que somos los más creativos.
Chuuya rodó los ojos, mientras sus amigos, Tachihara y Shirase, se reían detrás de él.
—Dibujar no cuenta, cualquiera puede hacer eso. Pero correr rápido y ganar, eso sí es importante.
—Correr rápido es fácil. Usar el cerebro, no tanto —respondió Ranpo, masticando su piruleta con una sonrisa de superioridad.
—¿Qué dijiste? —gruñó Chuuya, dando un paso hacia él.
Antes de que pudiera hacer algo, Gin, siempre tranquila pero directa, tiró de su manga.
—Chuuya, la maestra dijo que no te metas en problemas otra vez.
Chuuya frunció el ceño, pero se apartó, no sin antes señalar a Ranpo.
—Ya veremos quién es el mejor.
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Los enfrentamientos entre Ranpo y Chuuya se habían vuelto legendarios entre los niños del kinder. Si Ranpo organizaba un concurso de acertijos, Chuuya respondía con una competencia de saltos de cuerda. Si Chuuya lideraba una búsqueda del tesoro, Ranpo lo superaba con una expedición para “descubrir fósiles” (en realidad, piedras decoradas por su clase).
Lo que nadie sabía —o al menos eso creían— era que, en el fondo, esa rivalidad no era más que una fachada.
Cada vez que Chuuya veía a Ranpo sentado con su chaqueta ligeramente desabrochada y esa sonrisa confiada, sentía un pequeño salto en el pecho. ¿Cómo podía alguien ser tan insoportablemente inteligente y, al mismo tiempo, tan interesante?
Por su parte, Ranpo encontraba fascinante la forma en que Chuuya lideraba a su grupo con tanta energía. Su risa era contagiosa, y aunque nunca lo admitiría, había algo en su cabello rojizo y desordenado que siempre captaba su atención.
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Una tarde, después de clases, Ranpo estaba caminando por el pasillo cuando escuchó una voz familiar.
—¿Qué haces aquí tan tarde? —preguntó Chuuya, apoyándose en el marco de la puerta del salón.
Ranpo, sorprendido, giró hacia él, sosteniendo un libro que había ido a buscar a la oficina de su padre.
—Nada importante. ¿Y tú?
Chuuya se encogió de hombros.
—Estaba esperando a Tachihara, pero parece que ya se fue.
Se quedaron en silencio por un momento, algo raro para ellos. Sin sus respectivos equipos observando, la rivalidad parecía innecesaria.
—Oye, Ranpo… —murmuró Chuuya de repente, cruzando los brazos con incomodidad.
—¿Qué? —preguntó Ranpo, levantando una ceja.
Chuuya desvió la mirada, sus mejillas enrojeciendo ligeramente.
—Nada, olvídalo.
Ranpo, que rara vez dejaba pasar algo, se acercó un paso más.
—Vamos, dímelo. No tienes miedo, ¿o sí?
—¡Claro que no tengo miedo! —replicó Chuuya de inmediato, fulminándolo con la mirada. Pero el rubor en sus mejillas no desapareció. Finalmente, suspiró y murmuró algo tan bajo que Ranpo apenas lo escuchó.
—¿Qué dijiste? —insistió Ranpo, inclinándose hacia él.
—Dije que… creo que eres un buen líder —admitió Chuuya rápidamente, apretando los puños como si esa confesión le doliera físicamente.
Ranpo parpadeó, sorprendido, antes de que una sonrisa lenta y triunfante se extendiera por su rostro.
—¿Eso es una confesión, Chuuya?
—¡No lo es! —protestó Chuuya, sus orejas completamente rojas ahora.
Ranpo se rió suavemente, disfrutando del raro momento en que Chuuya estaba fuera de su elemento.
—Bueno, en ese caso, creo que tú también eres un buen líder.
Chuuya levantó la mirada, claramente no esperando esa respuesta.
—¿De verdad?
Ranpo asintió, su sonrisa volviéndose un poco más suave.
—Sí. Aunque todavía creo que mi salón es el mejor.
—¡Típico de ti! —gruñó Chuuya, pero no pudo evitar sonreír.
En ese momento, ambos sabían que, detrás de su constante rivalidad, había algo más. Algo que ni siquiera entendían del todo, pero que hacía que cada pequeño enfrentamiento fuera especial.
Y aunque ninguno lo admitiera, esperaban con ansias el siguiente día, la siguiente competencia y, tal vez, la siguiente confesión.
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