𖡡𖠃✎Enredos de la corona𓅨

Advertencias: Ninguna
Sinopsis:
En el palacio real, los matrimonios no son más que alianzas políticas, y el amor verdadero es un lujo que pocos pueden permitirse. Ranpo, consejero del Rey, ve su mundo trastocarse cuando conoce al prometido de Dazai, el príncipe Chuuya. En un entorno donde cada mirada y cada palabra tienen consecuencias, Ranpo se encontrará enfrentando algo que nunca calculó: el amor.

El eco de las botas resonaba por los amplios pasillos del palacio mientras Ranpo caminaba tranquilamente hacia la entrada principal. Fukuzawa le había advertido sobre la llegada del príncipe Chuuya, pero no esperaba ser el encargado de recibirlo.

—"Siempre soy yo quien tiene que lidiar con estas formalidades. ¿Acaso nadie más en este palacio sabe cómo dar la bienvenida a la realeza?" —murmuró para sí mismo mientras ajustaba su capa bordada con el emblema del reino.

Cuando las puertas principales se abrieron, un carruaje dorado se detuvo frente a las escaleras. Los caballos relinchaban y los guardias se alineaban perfectamente. Ranpo suspiró y tomó su postura más diplomática, aunque no pudo evitar sentirse aburrido.

Pero cuando la puerta del carruaje se abrió y vio descender al príncipe, el aire pareció detenerse por un instante.

Chuuya Nakahara era... imponente. Su cabello rojizo brillaba bajo el sol, y sus movimientos eran gráciles pero firmes, como los de un guerrero. Su atuendo, aunque formal, tenía un toque de rebeldía que hacía que destacara entre la perfección rígida de los alrededores.

Ranpo parpadeó, sorprendido por el efecto que la presencia del príncipe tenía en él.

—¿Eres tú el consejero del Rey? —preguntó Chuuya con voz firme, deteniéndose frente a Ranpo.

El consejero inclinó ligeramente la cabeza, esbozando una sonrisa confiada.

—El mismo. Ranpo Edogawa, a tu servicio. Espero que el viaje no haya sido demasiado tedioso, príncipe Chuuya.

Chuuya levantó una ceja, como si analizara cada palabra.

—Lo fue, pero no vine aquí a quejarme del camino. ¿Dónde está el Rey?

—Está ocupado con asuntos de la corte. Mientras tanto, yo tengo el honor de escoltarte a tus aposentos. —Ranpo extendió una mano, señalando el camino.

Chuuya asintió, aunque no parecía del todo convencido. Mientras caminaban por los pasillos del palacio, Ranpo notó los pequeños detalles en el príncipe: el ligero movimiento de sus dedos, como si estuviera listo para desenvainar una espada en cualquier momento; la forma en que sus ojos se movían, analizando el entorno. Este príncipe no era alguien común.

—¿Siempre es tan opresivo este lugar? —preguntó Chuuya de repente, rompiendo el silencio.

Ranpo sonrió.

—Depende de cómo lo veas. Algunos lo encuentran majestuoso; otros, sofocante.

Chuuya lo miró de reojo.

—¿Y tú?

—Yo... —Ranpo hizo una pausa, sus ojos verdes brillando con astucia—, lo encuentro interesante.

Chuuya soltó una risa breve, casi como si estuviera probando la autenticidad de Ranpo.

—Eres diferente a los consejeros que conozco.

—Lo tomaré como un cumplido.

Cuando llegaron a los aposentos, Ranpo abrió la puerta y se giró hacia el príncipe, inclinándose ligeramente.

—Tu alteza, si necesitas algo, no dudes en pedírmelo. Estoy aquí para... facilitar tu estadía.

—¿Facilitar mi estadía o vigilarme? —replicó Chuuya, cruzándose de brazos.

Ranpo sonrió ampliamente, como si acabaran de proponerle un desafío.

—¿Por qué no las dos cosas?

Chuuya lo miró fijamente durante un momento, y Ranpo sintió que el tiempo se detenía. Había algo en esos ojos azules, algo que lo hacía sentir pequeño y a la vez completamente expuesto.

—Supongo que veremos qué tan bueno eres en ambas tareas, consejero.

Ranpo asintió, retrocediendo un paso para salir de la habitación.

—Será un placer demostrarlo.

Cuando cerró la puerta, Ranpo apoyó la espalda contra la pared, llevándose una mano al pecho.

—"¿Qué demonios acaba de pasar?" —murmuró para sí mismo.

Ranpo estaba de pie al lado del trono del Rey Mori, con los brazos cruzados y su expresión característica de desinterés mientras observaba a los demás miembros de la familia real reunidos en el gran salón. Mori, sentado en el trono con su usual aire calculador, tenía una sonrisa afilada en los labios, como si estuviera a punto de cerrar un trato que cambiaría el destino del reino.

A su izquierda estaba Dazai, apoyado perezosamente contra una de las columnas, con una expresión aburrida y los ojos fijos en algún punto distante del techo. A pesar de su postura relajada, sus dedos tamborileaban contra la superficie de la columna, un tic nervioso que Ranpo notaba cada vez que el príncipe intentaba esconder su disgusto.

Yosano, sentada elegantemente en un sillón cercano, sostenía un libro en las manos, aunque era evidente que no estaba leyendo. Sus ojos se movían ocasionalmente hacia Ranpo, pero ambos compartían un entendimiento tácito: esto era un circo, y ellos eran simples piezas en el tablero del Rey.

—¿Cuánto más va a tardar? —preguntó Dazai, rompiendo el silencio con su tono usualmente sarcástico—. No puedo esperar para conocer al famoso príncipe heredero.

—Ten paciencia, Dazai —respondió Mori, sin apartar la vista de las grandes puertas del salón—. La familia Nakahara es conocida por su puntualidad.

Ranpo rodó los ojos discretamente. Sabía que Mori estaba más interesado en la herencia del príncipe Chuuya que en cualquier otra cosa. La habilidad para manipular la gravedad era un poder inigualable, una ventaja que Mori quería a toda costa para el reino.

El eco de los pasos en el pasillo principal llamó la atención de todos en la sala. Las enormes puertas de madera se abrieron lentamente, y un heraldo anunció la llegada del invitado.

—Presentamos a Su Alteza Real, el príncipe Chuuya Nakahara, sucesor del Rey Verlaine.

Ranpo enderezó ligeramente su postura, curioso por ver al hombre que había causado tanta expectación.

Chuuya entró al salón con la cabeza en alto, luciendo una capa roja con bordados dorados que reflejaban el símbolo de su familia. Su presencia era magnética; caminaba con una seguridad que solo alguien con su linaje podía poseer. Sus ojos azules brillaban con determinación, pero había una chispa de desconfianza en ellos mientras recorría el salón y analizaba a cada persona presente.

—Bienvenido, príncipe Chuuya —saludó Mori, poniéndose de pie con los brazos abiertos como si estuviera recibiendo a un viejo amigo—. Es un honor tenerte en nuestro reino.

Chuuya se detuvo frente al trono, inclinando la cabeza en un gesto cortés, pero no servil.

—Rey Mori —respondió, su tono firme—. Espero que esta reunión sea tan fructífera como prometieron.

Mori rió suavemente, complacido por la actitud del príncipe.

—Estoy seguro de que será beneficiosa para ambos reinos.

Ranpo observaba atentamente cada movimiento de Chuuya. Había algo en él que lo intrigaba, más allá de los rumores sobre su habilidad. Tal vez era la forma en que mantenía su compostura en un ambiente que claramente le resultaba hostil.

Cuando los ojos de Chuuya se encontraron con los de Ranpo, algo pareció detenerse en el aire. Fue un intercambio breve, pero suficiente para que Ranpo sintiera un extraño calor subiendo por su cuello.

—Él es Ranpo Edogawa, consejero del reino y el hombre más inteligente que jamás conocerás —dijo Mori, interrumpiendo el momento.

Chuuya levantó una ceja, claramente poco impresionado por la presentación.

—Un placer —dijo Chuuya, su tono ligeramente desafiante.

Ranpo esbozó una sonrisa ladina, inclinando la cabeza con elegancia.

—El placer es todo mío, príncipe Chuuya. Estoy seguro de que encontrarás este reino... interesante.

Chuuya entrecerró los ojos, como si intentara descifrar el significado oculto tras esas palabras.

Dazai, desde su rincón, soltó un largo suspiro, llamando la atención de todos.

—¿Podemos ya hablar de lo importante? Porque si esto es solo una introducción para la política aburrida, prefiero estar en cualquier otro lugar.

Mori le lanzó una mirada severa, pero antes de que pudiera hablar, Chuuya lo interrumpió.

—¿Siempre es así de insoportable?

Ranpo no pudo evitar soltar una risa suave.

—Siempre.

El comentario provocó una sonrisa breve en Chuuya, pero el príncipe rápidamente recuperó su semblante serio.

Mori chasqueó la lengua, frustrado por el desvío de la conversación.

—Basta de juegos. Chuuya, esta reunión es para formalizar la alianza entre nuestros reinos. Tu compromiso con Dazai asegurará la estabilidad que ambos necesitamos.

El salón quedó en silencio, y Ranpo pudo sentir la tensión en el aire. Mientras Mori hablaba, notó cómo los músculos de Chuuya se tensaban y cómo Dazai evitaba mirar a nadie.

Ranpo, sin embargo, no podía apartar la vista del príncipe. Sabía que este compromiso no sería tan simple como Mori lo hacía parecer, y en el fondo, una parte de él deseaba que Chuuya no aceptara.

Porque si lo hacía, Ranpo sabía que sería más difícil ignorar la creciente fascinación que sentía por él.


Las semanas pasaron, y el castillo comenzó a transformarse en un escenario donde dos figuras parecían orbitarse mutuamente, incapaces de escapar de la gravedad que los atraía. Ranpo y Chuuya comenzaron a bailar uno alrededor del otro, una curiosidad y fascinación magnética camuflada con la excusa de la simple convivencia.

Ranpo siempre estaba allí, con comentarios ingeniosos y bromas sarcásticas, desarmando a Chuuya con su inteligencia. Chuuya, por su parte, nunca retrocedía, lanzando sus propias réplicas con una intensidad que hacía sonreír al consejero del Rey. Lo que en apariencia eran simples interacciones cotidianas estaban cargadas de una tensión eléctrica, apenas contenida bajo una capa de profesionalismo.

Una tarde, mientras Chuuya recorría los jardines del castillo, encontró a Ranpo sentado bajo la sombra de un árbol, leyendo un pergamino con una expresión relajada. Sin pensarlo mucho, se acercó, movido por una mezcla de curiosidad y un impulso que aún no entendía del todo.

—¿No deberías estar trabajando? —preguntó Chuuya, cruzando los brazos mientras miraba al consejero con una ceja arqueada.

Ranpo levantó la vista, su mirada iluminándose al verlo.

—Esto es trabajo —respondió con una sonrisa juguetona, agitando el pergamino en su mano—. Estoy estudiando los tratados de tu reino para entender mejor cómo evitar que tu hermano quiera arrancarle la cabeza al Rey Mori.

Chuuya bufó, pero una sonrisa se asomó en sus labios antes de que pudiera evitarlo.

—Buena suerte con eso. Verlaine no es exactamente el más diplomático de los hombres.

Ranpo se acomodó bajo el árbol, haciendo un gesto para que Chuuya se sentara a su lado. Aunque dudó por un momento, el príncipe aceptó, dejándose caer en el césped junto a él.

—¿Y tú? —preguntó Ranpo, observándolo de reojo—. ¿También heredarás esa falta de paciencia o hay esperanza contigo?

Chuuya rodó los ojos, pero no pudo evitar reír suavemente.

—Supongo que soy un poco más razonable, aunque no te emociones demasiado.

Ranpo inclinó la cabeza, estudiándolo con atención.

—Lo eres, ¿sabes? Más razonable de lo que esperaba. Y más... interesante.

La confesión, aunque velada, hizo que Chuuya desviara la mirada, sintiendo un leve calor subir por su cuello.

—Eres un consejero muy poco profesional, Ranpo.

—Y tú un príncipe muy malo ocultando su incomodidad.

Chuuya lo miró de reojo, sus labios curvándose en una sonrisa desafiante.

—¿Incomodidad? ¿Eso crees que es?

Ranpo sostuvo su mirada, un brillo divertido en sus ojos.

—Creo que todavía no estás seguro de qué es. Pero, eventualmente, lo descubrirás.

El silencio que siguió no fue incómodo. Era un momento de conexión, uno que ambos pretendieron ignorar cuando se levantaron y retomaron sus respectivos papeles en el castillo. Pero a medida que pasaban los días, aquel baile invisible se hacía más evidente, y tanto Ranpo como Chuuya sabían que, tarde o temprano, tendrían que dejar de disimular.

La noche había caído sobre el castillo, cubriendo los pasillos con un silencio espeso, roto solo por el eco de pasos apresurados. Ranpo apenas tuvo tiempo de registrar lo que estaba sucediendo cuando Chuuya lo tomó del brazo y lo arrastró hacia los aposentos que el príncipe ocupaba.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Ranpo, más intrigado que molesto, mientras se dejaba llevar.

Chuuya no respondió hasta que cerró la puerta detrás de ellos, asegurándose de que nadie pudiera escucharlos. Su mandíbula estaba apretada, y sus ojos brillaban con una mezcla de indignación y algo más que Ranpo no pudo identificar del todo.

—¿Por qué no me dijiste que estás comprometido con Yosano? —soltó Chuuya, directo al grano.

Ranpo parpadeó, sorprendido por el arrebato.

—¿Cómo te enteraste?

—Eso no importa —replicó Chuuya, cruzando los brazos—. Lo que importa es por qué no me lo dijiste.

—¿Y por qué habría de decírtelo? —preguntó Ranpo con una calma exasperante, inclinando la cabeza con curiosidad—. No es algo que te concierna.

—¡Claro que me concierne! —exclamó Chuuya, alzando un poco la voz antes de darse cuenta y bajar el tono—. Claro que me concierne...

Ranpo lo miró en silencio por un momento, una ligera sonrisa curvando sus labios.

—¿Estás celoso?

La pregunta hizo que Chuuya se tensara, sus mejillas encendiéndose con un rubor que no podía ocultar.

—¡Sí! —admitió finalmente, sus palabras llenas de frustración—. Sí, estoy celoso. ¿Eso querías escuchar?

Ranpo no parecía perturbado por la confesión; de hecho, su sonrisa solo se amplió.

—Bueno, es verdad —dijo con naturalidad—. Estoy comprometido con Yosano. Pero fue decisión del Rey, no mía. Y no tengo ningún interés en ese matrimonio. Para mí, Yosano es como una hermana, nada más.

La sinceridad en sus palabras pareció calmar un poco la ira de Chuuya, aunque la incomodidad seguía presente.

—Entonces... ¿por qué no lo dijiste? —preguntó Chuuya, su tono más bajo, casi inseguro.

Ranpo dio un paso hacia él, encogiéndose de hombros.

—Porque no pensé que te importara tanto.

Chuuya apretó los labios, incapaz de responder. Ranpo aprovechó el silencio para inclinarse un poco más cerca, sus ojos verdes estudiando el rostro del príncipe con atención.

—Pero ya que estamos siendo honestos... ¿tú vas a aceptar el compromiso con Dazai?

La pregunta lo tomó por sorpresa, y Chuuya desvió la mirada, su postura rígida.

—Eso no es asunto tuyo.

Ranpo soltó una suave risa.

—¿No lo es? Si tú estás celoso de mi compromiso, ¿no debería preocuparme yo por el tuyo?

Chuuya lo miró de reojo, su expresión una mezcla de desafío y vulnerabilidad.

—Dazai no significa nada para mí.

Ranpo sonrió, complacido con la respuesta.

—Bien. Porque tú sí significas algo para mí.

Chuuya sintió que su corazón se detenía por un momento, sus ojos clavándose en los de Ranpo. Antes de que pudiera responder, el consejero se apartó, dándole su espacio.

—Eso era todo lo que quería saber.

Ranpo se dirigió hacia la puerta, pero antes de salir, se giró para mirarlo una vez más, con esa sonrisa juguetona que Chuuya empezaba a odiar y a amar al mismo tiempo.

—Por cierto, me gusta verte celoso. Te queda bien.

La puerta se cerró tras él, dejando a Chuuya solo en la habitación, con el sonido de su corazón retumbando en sus oídos.

En el salón del trono, Mori estaba sentado en su imponente asiento, observando con una mirada calculadora los documentos que Yosano le había entregado esa mañana. Su atención, sin embargo, no estaba completamente en el pergamino frente a él. Sus pensamientos giraban alrededor de algo más inquietante: el comportamiento de Chuuya y Ranpo.

Cuando Ranpo entró en la sala, con su porte relajado y esa sonrisa que solía irritar y fascinar a partes iguales, Mori alzó la mirada.

—Ranpo, necesito hablar contigo.

El tono del Rey era cordial, pero Ranpo percibió la tensión detrás de sus palabras. Deteniéndose frente al trono, Ranpo inclinó ligeramente la cabeza en señal de respeto.

—¿En qué puedo servirte, Su Majestad?

Mori apoyó el mentón en su mano, sus ojos oscuros evaluando a su consejero.

—He notado que últimamente pasas demasiado tiempo con el príncipe Chuuya.

Ranpo no reaccionó de inmediato. Su rostro permaneció inexpresivo, aunque por dentro podía sentir cómo se tensaban sus pensamientos.

—Es un joven interesante —respondió con naturalidad—. Y necesita compañía mientras se adapta al castillo.

—¿Compañía? —repitió Mori, dejando caer la palabra con un deje de burla—. Su compañía ya fue designada. Dazai es quien debe estar con él, no tú.

Ranpo mantuvo su compostura, pero la leve inclinación de su cabeza reveló su desacuerdo.

—Con todo respeto, Su Majestad, Dazai parece estar más interesado en sus propios asuntos que en el compromiso con Chuuya.

Mori no se molestó en ocultar su irritación. Se inclinó hacia adelante, sus ojos clavándose en los de Ranpo con una frialdad que hizo que el aire en la sala pareciera más denso.

—No estoy pidiendo tu opinión sobre Dazai. Te estoy ordenando que te mantengas alejado de Chuuya.

Por un instante, Ranpo sintió un golpe en su orgullo. No era común que Mori lo tratara con tanta dureza; después de todo, era su consejero más confiable. Pero ahora, parecía que la relación que había estado construyendo con Chuuya era vista como una amenaza.

—Entendido, Su Majestad —respondió Ranpo con una inclinación de cabeza, su voz sin emoción.

Mori lo observó por un momento más, como si intentara asegurarse de que la lección hubiera quedado clara.

—Confío en que no tendré que repetírtelo.

Ranpo se retiró del salón con pasos tranquilos, pero su mente estaba lejos de estar en paz. Su posición como consejero le exigía obediencia, pero la idea de alejarse de Chuuya, de dejarlo solo bajo la sombra de Dazai y las manipulaciones de Mori, le resultaba insoportable.

En los pasillos del castillo, se detuvo un momento y miró por una de las ventanas que daba al jardín. Allí estaba Chuuya, practicando movimientos con una espada bajo la supervisión de un guardia. La luz del sol hacía brillar su cabello, y su postura era tan firme y elegante que Ranpo no pudo evitar sonreír con amargura.

—¿Qué vas a hacer ahora, Ranpo? —murmuró para sí mismo, sabiendo que cumplir con las órdenes del Rey no sería tan sencillo como parecía.


Los jardines del castillo estaban tranquilos, con el suave murmullo del viento entre los árboles y el sonido lejano de las fuentes. Chuuya caminaba con paso decidido, buscando a Ranpo. Durante los últimos días, algo había cambiado. El consejero que solía aparecer como una sombra a su lado ahora parecía hacer todo lo posible por evitarlo.

—Cobarde —murmuró Chuuya para sí mismo mientras doblaba una esquina hacia el patio interior.

Finalmente, lo encontró. Ranpo estaba sentado en uno de los bancos bajo la sombra de un árbol, fingiendo leer un documento mientras mordisqueaba distraídamente un dulce. Chuuya apretó los dientes al verlo tan relajado, como si nada estuviera mal.

—¡Ranpo!

Ranpo alzó la vista, sorprendido por el tono furioso de Chuuya. De inmediato intentó ponerse de pie, pero el príncipe ya estaba frente a él, con los brazos cruzados y una expresión que podía helar el fuego.

—Ah, Chuuya, qué sorpresa verte por aquí —dijo Ranpo con una sonrisa nerviosa, tratando de parecer despreocupado.

—¿Sorpresa? —repitió Chuuya, su voz cargada de sarcasmo—. Llevo días buscándote, pero parece que te has vuelto un experto en desaparecer cada vez que me acerco.

Ranpo bajó la mirada, incómodo.

—No es eso, solo he estado ocupado con asuntos del reino.

—¡Mentira! —espetó Chuuya, dando un paso más cerca—. Si tienes tiempo para sentarte aquí y comer dulces, tienes tiempo para verme. ¿Qué está pasando?

Ranpo intentó mantener la compostura, pero la intensidad en los ojos de Chuuya lo hacía tambalearse. No podía decirle la verdad, no podía admitir que Mori le había prohibido estar cerca de él.

—No es nada personal, Chuuya. Solo he tenido otras prioridades.

—¿Nada personal? —repitió Chuuya, su tono subiendo de volumen—. ¿De verdad vas a decirme eso después de todo? ¡No soy estúpido, Ranpo!

Ranpo frunció el ceño, su paciencia empezando a agotarse.

—¿Y qué quieres que diga, Chuuya? ¿Que me disculpe por tener obligaciones que cumplir?

—¡Quiero que seas honesto conmigo! —exclamó Chuuya, señalándolo con el dedo—. Si no quieres verme, dilo de una vez. Pero no me trates como a un idiota.

La tensión entre ambos era palpable. Ranpo se levantó, enfrentándolo con una expresión seria que rara vez mostraba.

—No es que no quiera verte —dijo con calma, pero su voz estaba cargada de frustración—. Pero hay cosas que no puedo cambiar, Chuuya.

—¿Qué cosas? —preguntó Chuuya, su tono ahora más suave, pero sus ojos seguían exigiendo respuestas.

Ranpo desvió la mirada, incapaz de sostenerla.

—El Rey me pidió que me mantuviera alejado de ti.

El silencio que siguió fue ensordecedor. Chuuya parpadeó, procesando lo que acababa de escuchar.

—¿Mori? —preguntó finalmente, su voz llena de incredulidad—. ¿Qué tiene que ver él con esto?

—Todo —admitió Ranpo, con un suspiro pesado—. Él piensa que paso demasiado tiempo contigo, que debería centrarme en mis responsabilidades y dejar que Dazai sea quien esté a tu lado.

Chuuya apretó los puños, su rostro encendiéndose de rabia.

—¿Y por eso decidiste evitarme? ¿Ni siquiera pensaste en decírmelo?

—¿Qué querías que hiciera? —replicó Ranpo, levantando las manos en señal de exasperación—. No puedo desobedecer al Rey, Chuuya. Mi posición depende de ello.

Chuuya lo miró fijamente, su pecho subiendo y bajando mientras intentaba controlar su ira.

—Eres un cobarde, Ranpo —dijo finalmente, su voz quebrándose un poco—. Podrías haber hablado conmigo, podrías haberme dejado decidir qué hacer. Pero en lugar de eso, decidiste apartarte como si nuestra relación no significara nada.

Ranpo sintió el golpe de esas palabras, pero no respondió. No podía.

—Si eso es lo que quieres, está bien —continuó Chuuya, dando un paso atrás—. Pero no me vengas con excusas cuando todo esto explote en tu cara.

Sin esperar respuesta, Chuuya se dio la vuelta y se alejó, dejándolo solo bajo la sombra del árbol. Ranpo se dejó caer de nuevo en el banco, sintiéndose más agotado que nunca.

—Cobarde... —murmuró para sí mismo, sabiendo que, en el fondo, Chuuya tenía razón.

La biblioteca del castillo estaba desierta, iluminada solo por la luz tenue de las velas que danzaban en candelabros de bronce. Ranpo estaba sentado en una de las mesas largas, con la mirada fija en un pergamino que no había leído en absoluto. Sus pensamientos estaban en otro lugar, en otra persona.

La noticia se había extendido rápidamente: Chuuya había aceptado el compromiso con Dazai. Aunque Ranpo sabía que aquello era inevitable, no pudo evitar sentir cómo algo se rompía en su interior al escuchar esas palabras.

—¿No estás demasiado callado para ser tú? —preguntó Fukuzawa, entrando con pasos tranquilos. Ranpo alzó la vista, sorprendido de ver a su padre adoptivo.

—Solo estoy pensando —respondió Ranpo, tratando de sonar despreocupado mientras daba un mordisco a un dulce que había estado sosteniendo durante un rato.

—Hmmm, pensar. Eso siempre es peligroso contigo —bromeó Fukuzawa, sentándose frente a él—. ¿Quieres hablar de ello?

Ranpo negó con la cabeza al principio, pero el peso de sus pensamientos era demasiado. Suspiró y dejó el dulce sobre la mesa.

—Chuuya aceptó el compromiso con Dazai —dijo finalmente, su voz más baja de lo habitual.

Fukuzawa lo miró en silencio durante unos segundos antes de responder.

—¿Y qué vas a hacer al respecto?

La pregunta lo descolocó. Ranpo lo miró con una mezcla de confusión y frustración.

—¿Qué puedo hacer? —replicó—. Nada. Si siquiera intento algo, me convertiré en un traidor.

—Sí, lo serás —admitió Fukuzawa con calma, para sorpresa de Ranpo—. Pero prefiero tener como hijo a un traidor del reino que a un hombre miserable que se pasa sus días mirando al chico que ama desde lejos.

Ranpo se quedó en silencio, las palabras de Fukuzawa resonando en su mente como un eco implacable.

—No tengo mucho que ofrecerle — murmuró desviando la mirada, resistiéndose a la idea.

—Le ofrecer amor verdadero Ranpo, una reliquia escasa en este mundo.

Un silencio acogedor se filtró entre ambos, un silencio que le recordó a Ranpo a los primeros años junto a Fukuzawa.

—¿Y qué pasa con mi deber? —preguntó finalmente, casi como si estuviera probando las palabras.

Fukuzawa sonrió levemente.

—Tu deber es contigo mismo, Ranpo. Siempre has sido un hombre que busca la verdad, ¿no? Entonces, ¿por qué mientes sobre lo que sientes?

Ranpo bajó la mirada, sin saber qué responder.

—No puedo simplemente... ignorar mis responsabilidades —dijo, aunque su voz sonaba menos convincente.

—No te estoy diciendo que ignores nada —respondió Fukuzawa, poniéndose de pie—. Solo que elijas. Por primera vez en tu vida, elige lo que tú quieres. No lo que el Rey quiere, no lo que el reino espera, ni siquiera lo que yo pueda aconsejarte. Tú.

Ranpo lo observó mientras se dirigía hacia la salida. Antes de cruzar la puerta, Fukuzawa se detuvo y lo miró por encima del hombro.

—Y recuerda, Edogawa Ranpo, no importa lo que decidas. Seguiré estando orgulloso de ti.

La puerta se cerró suavemente, dejando a Ranpo solo con sus pensamientos. Por primera vez, se permitió considerar lo que realmente quería, sin las cadenas del deber o la lógica.

Y por primera vez en mucho tiempo, el caos de su mente se sintió un poco más claro.

El sonido de la música proveniente del salón de baile llenaba los pasillos del castillo, un recordatorio constante de que el tiempo se agotaba. Ranpo corría a toda prisa, esquivando a los sirvientes y guardias que lo miraban con sorpresa mientras subía las escaleras hacia los aposentos de Chuuya.

Cuando llegó a la puerta, no se detuvo a pensar. La abrió de golpe, entrando con rapidez.

—¡Chuuya! —exclamó, su voz casi desesperada.

El pelirrojo, que estaba de espaldas terminando de ajustar los botones de su camisa, se sobresaltó tanto que casi tropieza con una de las sillas cercanas.

—¡¿Qué demonios haces aquí, Ranpo?! —gritó, volviéndose hacia él con las mejillas encendidas de vergüenza—. ¡Sal ahora mismo, no estoy listo!

Pero Ranpo no se movió ni un centímetro. Ignoró por completo el estado de Chuuya y avanzó hacia él con pasos decididos, sus ojos fijos en los del joven príncipe.

—No quiero que te cases con Dazai —soltó, su voz firme y sin dejar espacio a dudas.

Chuuya lo miró, desconcertado.

—¿Qué estás diciendo? —preguntó, retrocediendo un poco al notar la intensidad en la mirada de Ranpo.

—Escúchame, Chuuya —continuó Ranpo, acercándose aún más—. Dazai es un imbécil. No te quiere, y tú tampoco lo quieres. No serás feliz con él.

Chuuya parpadeó, sorprendido por la declaración.

—Ranpo, no puedes simplemente irrumpir aquí y decirme eso —respondió, cruzándose de brazos para ocultar su nerviosismo—. Es mi deber como príncipe. Además, ¿qué te importa a ti?

—¡Me importa porque yo sí te quiero! —exclamó Ranpo, su voz subiendo de tono por primera vez.

Las palabras llenaron el silencio que siguió, haciéndolo pesado y cargado de tensión. Chuuya lo miró con los ojos muy abiertos, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar.

—¿Qué...? —murmuró, casi sin aliento.

—Lo que escuchaste —dijo Ranpo, dando un paso más cerca—. No puedo quedarme de brazos cruzados viendo cómo te casas con alguien que no merece estar a tu lado.

Chuuya, aún procesando, apartó la mirada, sintiendo cómo sus mejillas se encendían aún más.

—Ranpo... esto no es tan simple.

—No tiene que serlo —interrumpió Ranpo, tomándolo suavemente de los hombros—. Pero lo único que importa es lo que tú quieras, no lo que Mori, Dazai o cualquier otro piense.

Chuuya levantó la mirada, encontrándose con los ojos verdes y decididos de Ranpo.

—¿Y si quiero a alguien que no debería querer? —preguntó en voz baja, casi como un susurro.

Ranpo sonrió, una sonrisa pequeña pero llena de confianza.

—Entonces ese alguien debería ser lo suficientemente valiente para luchar por ti.

El silencio volvió a instalarse entre ellos, pero esta vez no era incómodo. Chuuya suspiró, apartándose ligeramente, aunque sin dejar de mirarlo.

—Esto es una locura...

—Puede que lo sea —admitió Ranpo—, pero es tu locura. Y si me dejas, quiero ser parte de ella.

Chuuya lo observó unos segundos más antes de soltar un leve suspiro, incapaz de ocultar la pequeña sonrisa que se formaba en sus labios.

—Idiota...

Ranpo solo sonrió más ampliamente.

—De todos modos Verlaine no estaba de acuerdo con mi compromiso con Dazai — sonrió Chuuya abriendo los grandes ventanales de su habitación.

Ranpo lo vió con diversión deduciendo lo que pensaba hacer —Siempre me pregunté que se siente volar.

Chuuya sonrió terminando de abrocharse su camisa y colocarse su capa antes de pararse en en ventanal.

—Si tomas mi mano lo descubrirás. —le aseguró extendiendo su mano hacia el mayor, sintiendo el viento de la noche mover su cabello.

Ranpo lo miró, incrédulo, mientras Chuuya extendía una mano hacia él desde el ventanal. El pelirrojo tenía una expresión confiada y retadora, como si estuviera a punto de lanzarse al vacío solo por el placer de asustarlo.

—¿Estás loco? —preguntó Ranpo, aunque una sonrisa de diversión empezaba a formarse en sus labios—. Eso suena menos como volar y más como caer con estilo.

Chuuya soltó una carcajada, dejando que el viento de la noche agitara su capa.

—Confía en mí, consejero. Con mi habilidad, volarás más alto de lo que jamás imaginaste.

Ranpo cruzó los brazos, arqueando una ceja mientras evaluaba la situación. Chuuya era impulsivo, eso ya lo sabía, pero había algo en el brillo de sus ojos que hacía difícil resistirse. Además, Ranpo era curioso por naturaleza.

—¿Y si me caigo? —bromeó, aunque un pequeño nerviosismo se escondía detrás de sus palabras.

—No dejaré que te pase nada —aseguró Chuuya, su tono más suave de lo que Ranpo esperaba. Extendió más su mano, esperándolo con paciencia—. Ahora, ¿vienes o no?

Ranpo lo observó un momento más, como si estuviera evaluando todas las variables y posibles desenlaces. Pero al final, la tentación de lo desconocido y la presencia de Chuuya resultaron más fuertes que cualquier duda.

—Está bien, pero si morimos, será tu culpa —dijo Ranpo, tomando la mano de Chuuya con firmeza.

—No moriremos, Ranpo.  —Chuuya sonrió con una mezcla de emoción y satisfacción antes de tirar suavemente de Ranpo hacia él.

Con un movimiento elegante, Chuuya envolvió su brazo libre alrededor de la cintura de Ranpo mientras activaba su habilidad. En un instante, ambos se elevaron en el aire, el viento golpeando sus rostros mientras ascendían.

—¡Maldición! —gritó Ranpo, sorprendido por la repentina falta de suelo bajo sus pies—. ¡Esto es una locura!

—¡Es libertad! —respondió Chuuya con una risa genuina, disfrutando del momento mientras los mantenía flotando por encima del castillo.

Ranpo, después de unos segundos de pánico inicial, empezó a relajarse, dejando que la emoción lo envolviera. Miró a Chuuya, quien lo sostenía con firmeza, y no pudo evitar notar lo natural que se veía, como si estuviera en su elemento.

—¿Sabes? —dijo Ranpo, tratando de hacerse oír sobre el viento—. Esto no es tan malo.

—Te lo dije —respondió Chuuya, guiñándole un ojo—. Siempre puedes confiar en mí, Ranpo.

En el cielo nocturno, bajo las estrellas y el suave brillo de la luna, los dos compartieron un momento que parecía suspendido en el tiempo, alejados de los compromisos, las intrigas y las órdenes del rey. En ese instante, solo existían ellos dos, flotando entre las nubes.

El salón del trono del reino de Chuuya estaba decorado con una majestuosidad que pocos podían igualar. Los tonos dorados y carmesíes adornaban cada rincón, reflejando la riqueza y el poder de la familia real. Pero más allá del lujo, lo que llenaba el ambiente era una sensación de alegría genuina.

Chuuya, vestido con un traje real que resaltaba su figura y su cabello ardiente, esperaba junto a Ranpo en el altar improvisado frente al gran ventanal del salón. La luz del sol bañaba el espacio, iluminando los rostros de los dos hombres que, contra todo pronóstico, habían llegado a este día.

Ranpo, con su usual aire confiado, llevaba un atuendo más sobrio pero igualmente elegante. Sus ojos brillaban con algo más que inteligencia; una chispa de emoción y, quizás, nerviosismo se asomaba en su mirada.

En el lugar, los invitados de ambos reinos estaban reunidos. Fukuzawa, con una sonrisa ligera pero orgullosa, observaba a su hijo adoptivo. Yosano, con un vestido que reflejaba su estilo único, parecía disfrutar de lo absurdo de todo el asunto.

Entre todos, Verlaine destacaba con su porte imponente. Aunque su expresión era severa, había un destello de aprobación en sus ojos mientras miraba a su hermano menor.

—Al menos no es con ese maldito Dazai —murmuró, lo suficientemente alto como para que Fukuzawa, a su lado, escuchara.

—Estoy seguro de que Chuuya está feliz de tener tu aprobación —respondió Fukuzawa con calma, ocultando una sonrisa.

El maestro de ceremonias comenzó a hablar, pero Ranpo apenas podía concentrarse. Su atención estaba fija en Chuuya, quien parecía incapaz de dejar de sonreír.

—Estás nervioso —murmuró Chuuya, inclinándose ligeramente hacia él sin perder la compostura.

—¿Yo? Nunca —respondió Ranpo, aunque su tono ligeramente tembloroso lo traicionaba.

—Seguro. —Chuuya rió suavemente antes de mirar al maestro de ceremonias.

Finalmente, llegó el momento más esperado.

—¿Chuuya Nakahara, aceptas a Edogawa Ranpo como tu esposo, prometiendo amarlo y respetarlo por el resto de tus días?

Chuuya asintió con firmeza, sin titubear.

—Acepto.

El maestro de ceremonias repitió la misma pregunta para Ranpo, quien, por una vez en su vida, parecía haber encontrado algo más importante que cualquier deducción o misterio.

—Acepto —respondió, su voz clara y decidida.

Cuando los anillos fueron intercambiados, el salón se llenó de aplausos y vítores. Verlaine, aunque no era del tipo que demostraba emociones, se permitió un leve asentimiento de aprobación.

—Espero que estés a la altura, Edogawa —murmuró para sí mismo, mirando a Ranpo.

Ranpo, como si lo hubiera oído, sonrió con autosuficiencia mientras tomaba la mano de Chuuya.

Y así, bajo la bendición de dos reinos, Edogawa Ranpo y Chuuya Nakahara sellaron su unión, desafiando las expectativas y demostrando que, incluso en un mundo lleno de política y poder, el amor podía encontrar su lugar.


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