𖡡𖠃✎El adorno roto𓅨


La tienda estaba llena de luces brillantes, adornos relucientes y el suave murmullo de villancicos en el aire. La Navidad ya se asomaba, y todo en la tienda parecía diseñado para hacer que los corazones se llenaran de alegría. Pero, para Chuuya y Ranpo, esa tienda era el escenario de una batalla épica… por un adorno navideño.

—¡Es mío! —gritó Chuuya, aferrándose al adorno en forma de estrella dorada.

—¡No, es mío! —respondió Ranpo, estirando el brazo para intentar arrebatárselo. La estrella estaba colgada en una estantería alta, pero ambos parecían no querer soltarla.

—¡Te dije que primero lo vi yo! ¡Deja de ser tan egoísta! —Chuuya tiró de la estrella, y Ranpo hizo lo mismo, empeñado en no ceder.

La situación se tornó aún más absurda cuando ambos, atrapados en un tira y afloja, terminaron empujándose accidentalmente, provocando una cadena de caídas y choques. Los adornos alrededor de ellos comenzaron a tambalearse y a caer de sus estantes, creando un caos entre el brillo y el sonido de vidrios rompiéndose.

—¡Lo rompiste! —gritó Chuuya, viendo horrorizado cómo la estrella dorada se estrellaba contra el suelo y se rompía en pedazos.

Ranpo, visiblemente avergonzado, intentó calmar la situación, pero no pudo evitar soltar una risa nerviosa.

—Bueno, no era tan bonita de todos modos —dijo, pero sus palabras no ayudaron a suavizar la tensión en el aire.

La dueña de la tienda, una mujer de mediana edad con una mirada severa, apareció al instante con los ojos fijos en ellos.

—¡Ustedes dos! ¡Fuera de mi tienda ahora mismo! —exclamó, señalándolos con el dedo. Los dos, completamente avergonzados, intentaron disculparse, pero no hubo forma de evitar la expulsión.

Unos minutos después, ambos salieron de la tienda con las manos vacías, la nieve cayendo suavemente sobre sus cabezas, cubriéndolos con un manto blanco. El frío del aire navideño parecía calar más que nunca, pero ninguno de los dos se movió. Se quedaron quietos, mirando el desastre que acababan de causar.

—Esto es… realmente tu culpa, ¿sabías? —dijo Chuuya, mirando a Ranpo con los brazos cruzados, claramente molesto.

—¿Mi culpa? ¡Tú también participaste en la pelea! —respondió Ranpo, aunque su tono era más relajado de lo que su postura indicaba.

Ambos estaban demasiado orgullosos para admitir que la pelea había sido ridícula, pero algo en el ambiente cambió. La nieve caía suavemente sobre ellos, y por un momento, la tensión desapareció. Se miraron fijamente, y aunque los dos sabían que no era el mejor momento, la cercanía entre ellos parecía más real que nunca.

Chuuya, con una sonrisa juguetona, se adelantó un paso. Ranpo lo miró desconcertado, pero no dio ni un paso atrás. Fue entonces cuando, sin previo aviso, Chuuya alcanzó su cuello con la mano, acercándose a él con una sonrisa desafiante.

—Lo rompiste —dijo, casi en susurro, mientras le daba un empujón juguetón. Ranpo no pudo evitar reír de nuevo, esta vez sin la tensión habitual.

—Ya lo sé, lo sé. Pero ya es demasiado tarde para arrepentirse —respondió Ranpo, acercándose un poco más, como si en ese momento las palabras no fueran necesarias.

Y fue entonces, en medio de la fría nevada, cuando sin pensarlo más, sus labios se encontraron en un beso suave, casi tímido, pero lleno de una calidez que ninguno de los dos había anticipado.

La nieve seguía cayendo alrededor de ellos, y el bullicio de la ciudad parecía desvanecerse. Todo lo que quedaba era el silencio y la suavidad del beso que los unía en ese extraño, inesperado momento. El adorno roto, la pelea, todo eso se desvaneció como si nunca hubiera existido, reemplazado por algo mucho más significativo.

Finalmente, cuando se separaron, ambos se miraron, aún sorprendidos por lo que acababa de suceder. Chuuya, con el rostro ligeramente sonrojado, no sabía si reír o ponerse serio.

—Esto es… extraño —dijo Chuuya, sin poder evitar la sonrisa en su rostro.

—Lo sé —respondió Ranpo, igual de sonriente. —Pero al menos ya no tenemos que pelear por un adorno.

Y con la nieve cayendo suavemente a su alrededor, ambos se quedaron allí, el uno frente al otro, sabiendo que algo había cambiado entre ellos, algo que ni la pelea ni el adorno roto podrían borrar.

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