𖡡𖠃✎Dulce compartida𓅨
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El reloj de pared marcaba las tres de la tarde, pero en el pequeño apartamento de Ranpo, el tiempo parecía haberse detenido. El mundo exterior, con sus prisas y responsabilidades, no existía en ese momento. Solo estaban ellos dos: Ranpo Edogawa, estirado cómodamente en el sofá, y Chuuya Nakahara, acurrucado junto a él con una manta compartida cubriéndolos.
En la mesita frente a ellos había un caos dulce: latas de refresco abiertas, bolsas de caramelos de colores, una caja de chocolates casi vacía y una bolsa de papas fritas que Ranpo insistía en llamar postre salado.
—¿De verdad piensas comerte todos los caramelos tú solo? —preguntó Chuuya, alzando una ceja mientras veía a Ranpo tomar un puñado de gomitas y llevarlas a su boca.
Ranpo, con los ojos cerrados y una sonrisa de satisfacción, solo murmuró:
—Por supuesto. Pero puedes suplicarme si quieres uno.
—Eres un descarado. —Chuuya resopló, aunque no pudo evitar sonreír ante la actitud infantil de Ranpo. Sin mucho esfuerzo, estiró la mano y le arrebató un par de gomitas.
—¡Oye! —protestó Ranpo, abriendo un ojo para mirarlo—. Eso cuenta como un robo. Tendré que arrestarte.
Chuuya se encogió de hombros, llevándose una gomita a la boca.
—Buena suerte con eso, detective.
Ranpo dejó salir un falso suspiro de derrota antes de volver a acomodarse contra Chuuya, apoyando su cabeza en el hombro del pelirrojo.
—Está bien, te perdono esta vez. Pero solo porque eres tú.
El calor del cuerpo de Ranpo contra el suyo y la suavidad de la manta hacían que Chuuya se sintiera peligrosamente cómodo. No era algo que solía permitirse, pero estar con Ranpo tenía una forma de desarmarlo.
—¿Qué piensas? —preguntó Chuuya después de un rato, rompiendo el silencio mientras jugaba con un mechón del cabello negro de Ranpo.
—En nada. —Ranpo abrió los ojos y lo miró con esa expresión soñadora que hacía que Chuuya quisiera lanzarle un cojín o besarlo, dependiendo del momento—. Bueno, en ti, supongo.
Chuuya sintió un leve calor subiendo por su rostro.
—No digas cosas tan cursis, Edogawa.
Ranpo se incorporó un poco, acercándose lo suficiente como para que sus narices casi se tocaran.
—¿Por qué no? Es verdad. Estoy pensando en lo mucho que me gusta estar contigo, en cómo tu cabello brilla con la luz de la ventana, y en cómo hasta comer dulces contigo se siente especial.
Chuuya lo miró, incapaz de encontrar una respuesta que no lo hiciera sonar completamente derretido.
—Eres un tonto.
Ranpo sonrió, satisfecho consigo mismo, y volvió a apoyarse en él.
—Puede ser. Pero soy tu tonto.
Chuuya negó con la cabeza, dejando escapar una pequeña risa mientras envolvía a Ranpo con un brazo.
—Sí, lo eres.
El resto de la tarde transcurrió en la misma serenidad, entre dulces, risas suaves y un amor tan sencillo y cálido como el sol que brillaba débilmente a través de la ventana.
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