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Las sirenas resonaban por las estrechas calles de Yokohama, pero Chuuya Nakahara corría como si las tuviera todas calculadas. La bolsa de cuero que colgaba de su hombro era ligera, a pesar de que contenía un botín que había costado a alguien una pequeña fortuna. Su sombrero apenas se tambaleaba mientras saltaba sobre un par de cajas apiladas y giraba a la izquierda hacia un callejón.

—¡Alto ahí! —gritó una voz familiar detrás de él.

Chuuya chasqueó la lengua.
—Otra vez no…

De todas las personas que podían perseguirlo, tenía que ser el inspector Ranpo Edogawa, un policía tan brillante como insoportablemente arrogante. Chuuya nunca había decidido si era un maldito genio o un loco con suerte, pero una cosa era segura: Ranpo disfrutaba demasiado jugando al gato y al ratón con él.

Chuuya se detuvo un segundo, apoyándose contra la pared mientras respiraba con calma. Cuando Ranpo apareció al final del callejón, con una sonrisa amplia y su gorra de policía torcida, Chuuya alzó las manos en un gesto teatral de rendición.
—¿Qué tal, inspector? ¿No tienes otro ladrón al que perseguir esta noche?

Ranpo caminó hacia él con una confianza que era casi insultante, sus manos en los bolsillos y una mirada que brillaba con burla.
—Oh, claro que sí. Pero ninguno es tan entretenido como tú, Nakahara. Siempre haces que mi trabajo sea más divertido.

Chuuya se rió, apoyándose contra la pared con un aire despreocupado.
—¿Y eso qué quiere decir? ¿Que soy tu favorito?

Ranpo inclinó la cabeza.
—Podrías decirlo. Aunque sería más fácil si dejaras de correr y te entregaras. Me harías quedar como un héroe frente a mis superiores.

Chuuya se cruzó de brazos, fingiendo pensarlo.
—Hmm... ¿entregarme? ¿Y perder la emoción de estas pequeñas citas nuestras? No, gracias.

Ranpo alzó una ceja, divertido.
—¿Citas? Yo lo llamaría trabajo. Pero si prefieres pensar que esto es algo más... ¿tendré que invitarte a cenar antes de arrestarte?

Chuuya soltó una carcajada.
—¿Qué pasa contigo, inspector? ¿Estás coqueteando conmigo?

Ranpo dio un paso más cerca, dejando apenas un par de metros entre ellos.
—¿Y si lo estoy? ¿Te pondrías nervioso?

Chuuya rodó los ojos, aunque una sonrisa burlona asomó en sus labios.
—Por favor. He lidiado con tipos más intimidantes que tú.

Ranpo sacó una libreta de su bolsillo y empezó a escribir algo con calma, como si la conversación no tuviera importancia.
—¿Sabes qué es gracioso? Podría describir exactamente cómo vas a intentar escapar esta vez.

Chuuya alzó una ceja, intrigado.
—¿Ah, sí? A ver, sorpréndeme.

Ranpo cerró la libreta con un golpe seco y lo señaló con ella.
—Vas a distraerme con algún comentario sarcástico, tirarás esa caja detrás de ti —señaló una pila de cajas al lado de Chuuya— y luego usarás tu agilidad para trepar al techo. Pero te advierto, no puedes superar mi intelecto.

Chuuya se rió bajo, lentamente enderezándose.
—¿Es eso lo que crees?

—Es lo que sé. —Ranpo lo miró con esa mezcla infalible de seguridad y desafío.

Chuuya sonrió de medio lado, girando la cabeza para mirar la pila de cajas.
—Entonces supongo que tendré que cambiar el guion, inspector.

Antes de que Ranpo pudiera responder, Chuuya lanzó su sombrero hacia él. Ranpo lo atrapó por instinto, pero en el momento que lo hizo, Chuuya le dio un empujón suave en el hombro y, en lugar de ir por las cajas, corrió directamente hacia el otro extremo del callejón, saltando por una valla baja con una agilidad que no coincidía con su tamaño.

—¡Oye! —gritó Ranpo, con el sombrero de Chuuya todavía en la mano.

Cuando llegó al borde del callejón, ya era demasiado tarde. Chuuya estaba al otro lado de la calle, lanzándole una sonrisa burlona mientras corría hacia las sombras.

—¡Nos vemos en la próxima, inspector! —gritó Chuuya, desapareciendo en la oscuridad.

Ranpo suspiró, ajustando la gorra en su cabeza antes de mirar el sombrero de Chuuya en sus manos.
—Esto no ha terminado, Nakahara.

Con una sonrisa pequeña pero decidida, se dio la vuelta, guardándose el sombrero como un trofeo hasta el próximo encuentro.

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