Día 6 » La aldea de la desolación

Día 6
Tema: Body horror
Mundo real, actualidad
Law, Marco y Lectora

Ser médico siempre había sido la pasión de Law y Marco. Aunque el segundo doblaba la edad del primero, ambos habían logrado convertirse en grandes expertos en su campo.

Otra de las características que compartían era que vivían solos. No tenían a nadie. Marco fue adoptado de pequeño y jamás se fue del lado de su "padre" hasta que este falleció. Siempre había estado centrado en la familia y el trabajo, así que no llegó a conocer a nadie especial para formar la suya propia.

Por otro lado Trafalgar Law perdió a sus padres y a su hermana cuando tenía tan solo diez años. Pasó un tiempo en el orfanato, hasta que un buen hombre decidió adoptarle. Donquixote Rosinante había sido su gran apoyo durante la adolescencia. Gracias a él recuperó las ganas de vivir y acabó logrando graduarse en la universidad.

Sin embargo, su vida como médico no acabó siendo tal y como esperaba. Se imaginaba siendo cirujano en algún hospital de Tokio, o incluso en algún otra ciudad de Japón. También sabía bastante inglés, así que barajó la posibilidad de trabajar en el extranjero.

Finalmente, acabó trabajando en otro país. Por supuesto, totalmente diferente a lo que siempre había esperado.

Había que tener valor para trabajar en aquella pequeña aldea perdida por África. Valor y una buena predisposición mental. No cualquier médico estaría preparado psicológicamente para ello. Estar allí requería tiempo, mucho tiempo. Una persona con pareja e hijos difícilmente podría ser destinado allí.

Law y Marco cumplían todos los requisitos para atender a las pobres almas que habitaban aquel lugar.

Llevaban casi tres meses seguidos allí. Habían pasado la semana de Pascua cada uno en su ciudad natal, mientras otros dos voluntarios les sustituían. Desde entonces llevaban noventa días allí.

Tenían un pequeño campamento montado, al lado de la carpa donde atendían a los pacientes. Allí disponían de lo básico: colchones para dormir, cocina portátil, aseo, calefactor y aire acondicionado —para usar uno u otro dependiendo de la temperatura—.

Ya estaba amaneciendo. Era un día cualquiera. Allí todos los días eran prácticamente iguales y sabían la fecha a la que estaban porque debían rellenar un diario que mandaban cada final de mes a la asociación.

Unos metros antes de llegar a la carpa de los pacientes ya se podía notar en el ambiente aquel olor a enfermedad, putrefacción y agonía. Los voluntarios que acudían alguna semana para trabajar con ellos también lo notaban antes de comprobar con lo que iban a encontrarse. Voluntarios que apenas duraban unos días allí.

Marco corrió el trozo de tela que hacía función de puerta e hizo un gesto al pelinegro con la mano, indicándole que entrara primero.

Los alaridos y quejidos comenzaron a surgir de las bocas de aquellas personas; demandando sus calmantes, sedantes y medicinas varias.

Algunos eran niños pequeños, repudiados por malformaciones varias. Otros ya eran de edad más avanzada con partes del cuerpo deformes debido a alguna enfermedad, por heridas de guerra o de animales.

Nadie quería a esa gente. Los echaban de poblados y los abandonaban a su suerte. Pocos sobrevivían. Marco y Law simplemente se encargaban de hacer más llevadero su camino hacia la muerte. Tan solo necesitaban medicamentos para calmar su dolor y alguien que les hablaran como si fueran... Personas. Lo que eran al fin y al cabo.

Lo segundo se le daba mejor a Marco. Él era un tipo más amable y hablador, al contrario que Law. Dar demasiada conversación a aquella gente no sería tratarles como al resto, o al menos así pensaba el pelinegro.

—Tranquilo, Dakarai. Ya ha llegado tu turno. En unos minutos dejará de doler —dijo Marco, tratando de tranquilizar a uno de los adolescentes.

Aquel pobre chico ni si quiera podía hablar. Tenía la cara tan mal formada que los músculos no funcionaban bien. Si no le hubieran operado la nariz de pequeño, jamás hubiera sobrevivido. Aún así, el ruido que hacía cada vez que respiraba era notorio.

Habían tenido que aprender a interpretar los sonidos que emitía:  si eran por dolor y debían ponerle alguna pomada extra, si necesitaba un cambio de postura, si estaba aburrido... Y no solo con él, sino con todos los que tenían dificultades para hablar.

—Vamos a poner algo de música —anunció Marco, una vez acabaron de administrar las dosis que tocaban—. Dentro de un rato pondremos alguna película, ¿de acuerdo?

Ambos médicos abandonaron aquella carpa y dieron una gran bocanada de aire fresco al salir. Siempre solían poner música de fondo. Ayudaba a los enfermos a evadirse y no escuchar los extraños sonidos que alguno de ellos emitían.

La rutina diaria era sencilla. Entre medicamento y medicamento, a parte de la música solían poner alguna película. Además, hacían turnos para pasear a los enfermes en la camilla o en silla de ruedas, dependiendo de su estado. Había alguno de ellos que incluso podía caminar con ayuda de uno de los médicos.

Lo que fuera con tal de escapar de aquel ambiente tal desolador, tanto física como mentalmente.

Los dos doctores se adentraron en su pequeña carpa de trabajo, al lado de la de donde dormían. Tenían que organizar todo. Aquella misma tarde iba a llegar un posible voluntario.

Ambos solían hacer apuestas sobre cuánto tiempo durarían los que llegaban. Nadie pasaba de la semana, y llegaban a los siete días porque era lo mínimo que debían estar allí después de un largo viaje.

Después de la película y dejar de nuevo a los pacientes sedados, Marco cogió el coche para acercarse hasta el pueblo más cercano. Él se encargaría de recoger al nuevo compañero mientras Law se encargaba de que todo estuviera en orden y atender alguna posible emergencia.

Unas horas después, al escuchar el motor del coche acercándose, el pelinegro salió de la carpa. Vio como un chico joven, de apenas unos veinte años, bajaba del coche.

Ese era el tipo de voluntarios que solían venir, jóvenes estudiantes con ganas de ayudar —y algunos mientras lo publican en las redes sociales—. Sin embargo, aquello no era el típico voluntariado.

—Ey, Law —saludó su compañero, mientras se acercaban—. Este es Patrick, viene de Inglaterra.

—Hola, soy el doctor Trafalgar Law —se presentó él, tendiendo la mano. El chico la cogió y sacudió con energía.

Solía acudir gente de diversos países, así que casi siempre les tocaba utilizar el inglés cuando tenían visita. Con los pacientes era algo más complicado, les tocó aprender palabras y oraciones básicas en el dialecto de aquella zona, pero acabaron cogiéndole el tranquillo.

—Llegas justo para el paseo de la tarde —explicó Marco, al nuevo, una vez hubo dejado sus cosas y se dirigían a la carpa de los pacientes.

Cuando el rubio corrió la tela y el joven Patrick pudo observar el interior, pasó lo que Law había estado imaginando. Marco no quería juzgar a nadie con anterioridad, pero en el fondo sabía que pasaría de nuevo.

El universitario inglés notó que su estómago se revolvía al dar el primer paso dentro de la carpa. No solo por el asqueroso olor que caracterizaba el ambiente, también por la visión ante sus ojos: caras deformes y desfiguradas, muñones mal cicatrizados, extremidades desiguales... Además, había que sumar los alaridos y sonidos extraños que producían. Parecía una auténtica casa del terror.

Se dio la vuelta y salió rápidamente de la tienda, alejándose los suficientes para que aquellas pobres almas en pena no le escucharan vomitar.

—Tranquilo, suele pasar —le tranquilizó Marco, después de haberse acercado hasta él y posado una mano sobre su hombro—. Luego vas a acostumbrándote. Vamos a beber un poco de agua.

[•••]

Tal y como era de esperar, Patrick no acabó acostumbrándose. Cuando la semana de prueba finalizó, no tardó ni un minuto en hacerse la maleta.

Después de su marcha, tuvieron un par de semanas ese mismo mes para despejarse un poco. Unas pequeñas vacaciones. Otros les sustituyeron ese breve período de tiempo y, poco después de volver, anunciaron que tendrían un nuevo voluntario.

—¿Vomitará nada más entrar? —preguntó Law, en tono burlesco.

—Venga, no seas cruel —le reprochó Marco—. Por cierto, hoy te toca a ti ir al pueblo.

—Genial —masculló el pelinegro, entre dientes. Se acercó a la mesa plegable y cogió las llaves del coche—. Ahora nos vemos.

El trayecto al pueblo más cercano era una hora y media. La asociación de voluntarios llevaba a los nuevos hasta allí. Algunos se quedaban dando clase a los niños, cuidando ancianos... Los que se iban a la «Aldea de la desolación», tal y como los habitantes llamaban a aquel lugar, tenían que ser transportados por alguno de los dos médicos.

—Hola, Law. Aquí está vuestra nueva ayudante —comentó uno de los organizadores, cuando vio que el chico se acercaba a ellos.

—Hola, soy (TN) —se presentó ella, con un acento inglés que le delató rápidamente.

—Soy Trafalgar Law, puedes hablar en japonés —se presentó él.

—Ah, disculpa, se me olvidó comentártelo —se disculpó el organizador, mirando a aquella joven de cabellos (t/c)—. Ambos doctores son japoneses. Te sentirás como en casa.

Ella asintió, sonriente. Law le hizo una señal, indicándole dirigirse hacia el coche.

Durante el trayecto, la joven no habló mucho. Estaba ocupada explorando con sus ojos cada rincón del paisaje, allí por donde pasaban. Parecía una chica alegre y entusiasta, que venía con ganas de ayudar y de conocer mundo. Sin embargo, el pelinegro tenía muy claro que aquella sonrisa se le borraría de la cama al conocer la realidad. Por más que te lo explicaran, no lo entendías hasta que lo veías.

—Vaya, aquí está nuestra nueva compañera —saludó Marco, mientras se acercaba al coche y los otros dos bajaban.

—Me llamo (TN) —se presentó ella, teniéndole la mano.

—Bueno, cuéntanos un poco tu historia. Ven, vamos a dejar esto en la tienda —dijo Marco, señalando la mochila de la joven.

—He acabado este año la carrera de enfermería —comenzó a explicar, mientras los tres caminaban hacia la tienda—. Antes de encerrarme en un hospital me apetecía ver mundo y ayudar en lo que fuera posible. Me dijeron que a esto no se apuntaba mucha gente, así que pensé que tal vez era donde más me necesitaban. Y no sé, puede que esto me acabe llenando más que trabajar en un hospital normal y corriente.

—Es un trabajo duro —intervino Law.

—Pero estoy seguro de que (TN) estará a la altura —añadió el rubio, rápidamente.

—¡Ah! —exclamó la joven, asustada, dando un paso hacia atrás. Los dos doctores la miraron, extrañados—. Ya sabía que aquí había bichos enormes, pero... Me he asustado al ver esa araña.

—Le dan asco los bichos... —murmuró el pelinegro, algo decepcionado. No quería ni imaginarse cuando viera a los pacientes. El chico no tardó en recibir un codazo de su compañero.

—Ya te entro yo la mochila. Y no te preocupes por los bichos, muchos son inofensivos —dijo Marco, para tranquilizarla.

Una vez todo listo, caminaron hacia la carpa grande. Era por la tarde —los voluntarios solían llegar siempre sobre esas horas—, así que tocaba comenzar los turnos de paseo.

—¿Nerviosa? —preguntó Marco. Ciertos gestos denotaban el nerviosismo de la chica.

—Un poco —confesó ella—. No me gustaría causarles una mala impresión. He aprendido algunas frases básicas en el dialecto que me comentó la organización.

—Tranquila, lo harás bien. —el mayor de los doctores, apartó el trozo de tela y dejó pasar a (TN) primero.

La joven respiró hondo y entró a la carpa con una sonrisa dibujada en su rostro. Para sorpresa de ambos, no la vieron descomponerse ni un momento. Saludó de forma general y se fue acercando a cada uno presentándose y preguntado el nombre de ellos. Dos de las oraciones básicas que se había aprendido.

—Eh... —murmuró Marcó, gratamente sorprendido—. A estas hora solemos salir a dar una vuelta, por turnos. Algunos con las camillas, otros en silla de ruedas y otros nos usan de apoyo para caminar.

—Ah, genial. Un poco de aire fresco para todos —dijo la peli(t/c), emocionada—. Prefiero empujar camilla o silla de ruedas. Si veo a algún bicho extraño y doy un salto no quiero que nadie caiga al suelo.

—De acuerdo, no queremos accidentes —dijo el rubio, divertido—. Pues ve con Law a por un par de sillas, las tenemos ahí fuera, justo al lado de la tienda.

Ambos asintieron y comenzaron a caminar hacia la entrada de la carpa. (TN) siguió al chico, unos pasos por detrás. Una vez divisó las sillas, imitó al pelinegro y cogió una de ellas.

—Estabas fingiendo, ¿verdad? —preguntó él.

—¿Qué? —murmuró ella, extrañada, alzando la mirada y encontrándose con aquellos fríos ojos grises.

—¿No te ha resultado impactante?

—Claro que sí. Sobre todo ese olor nauseabundo que hay nada más entrar —respondió ella—. Y, bueno, todas esas malformaciones no son agradables a la vista... Pero he venido aquí para ayudar, y ayudar no es solo dar cuidados médicos. Necesitan a alguien que les haga sentir bien, y que no les miren como bichos raros.

—¿Como has hecho con la pobre araña? —preguntó el pelinegro, sonriendo de lado.

—Eso es superior a mí —contestó ella, al mismo tiempo que se dibujaba en su rostro una mueca de asco.

—Venga, vamos —indicó Law, comenzando a arrastrar la silla que había cogido. Era una chica interesante.

Una vez dentro, se encargaron de seleccionar a los tres primeros que darían el paseo. Sin pedir ayuda, (TN) se encargó de ayudar a levantarse a uno de los hombres que estaba tumbado en una de las camillas. Dejó que se apoyara en ella para bajar y sentarse en la silla de ruedas.

—Creo que a partir de ahora seremos tres, por fin. ¿No crees, Law? —preguntó Marco, girándose hacia el pelinegro.

Se sorprendió al observar cómo su compañero observaba a la chica, con un pequeño brillo en los ojos. Vaya, eso podía ser interesante...

Desde luego, (TN) iba a ser de gran ayuda. Un pequeño rayo de luz en aquel lugar oscuro y lleno de angustia.

NOTA 📌

Jamás se me hubiera ocurrido escribir sobre esta temática. Creo que me ha salido algo decente, más o menos. Al menos con sentido. Lo he intentado hacer lo mejor posible 😂

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