Día 5 » Cuando el amor se agota

Día 5
Tema: Cuarentena
Mundo real, actualidad
Kid y Bonney

Nadie hubiera esperado que Kid y Bonney empezaran alguna vez una relación seria. Era cierto que siempre había habido mucha tensión sexual entre ellos, ¿pero algo serio? Sus formas de ser chocaban siempre demasiado.

Sin embargo, llevaban un par de años viviendo juntos. Eustass Kid trabajaba como mecánico en una empresa de coches y Bonney trabajaba de secretaria en una empresa bastante importante de Osaka.

Sus horarios no les permitían coincidir mucho tiempo en casa. Cada uno con su rutina y compartiendo momentos juntos la relación iba muy bien, a pesar de las típicas discusiones de pareja, que se volvían algo intensas al tratarse de ellos dos.

Los problemas habían comenzado hacía a penas tres semanas. Nadie hubiera imaginado que tendría lugar una pandemia mundial, y ahora, los habitantes de varios países estaban en cuarentena. Las peleas habían aumentado, y discutían hasta por la mínima tontería.

—¿¡No has fregado los putos platos, Kid!?—preguntó Bonney, al borde de la desesperación, lanzando un vaso contra el suelo. El pelirrojo se levantó de un salto del sofá.

—¿¡Estás loca!? —Se acercó a la cocina, apretando los puños con fuerza—. ¡He cenado hace una hora! ¡Ya lo fregaré antes de irme a dormir! ¡Y deja de romper cosas, nos vamos a quedar sin vajilla!

—¡Sabes de sobra que odio ver platos sin fregar! ¡No te cuesta nada limpiarlos después de cenar y ponerte a ver después tus programas de mierda!

—¡No son programas de mierda! ¡Ni si quiera sabes lo que me gusta ver!

—Vete a la mierda —gruñó la chica de cabellos rosados. Se acercó a uno de los armarios y cogió dos paquetes de papas.

—Y deja de comer tanto. No podemos hacer tantas salidas al supermercado —le regañó Kid.

Ella no dijo nada, le sacó el dedo de en medio sin ni si quiera mirarle y se marchó hacia su habitación. Ya hacía días que cada uno iba por separado en aquella casa.

[•••]

Habían alargado otra semana más la cuarentena y aquellos dos jóvenes tenían los nervios a flor de piel. No se dirigían la palabra si no era para discutir. Bonney tan solo salía de su habitación para prepararse algo de comer, y Kid tampoco intentaba buscarla y hablar con ella.

Ambos culpaban al otro. Se culpaban por no entenderse, por no apoyarse en aquella situación tan delicada que estaban viviendo.

Bonney trabajaba a distancia. Los horarios habían cambiado y la carga de trabajo era incluso mayor que cuando iba de forma presencial a la empresa. La responsabilidad era todavía más alta y sus niveles de estrés habían aumentado. ¿Por qué Kid no lo entendía? ¿Por qué no podía ayudarle y dejar de hacer las cosas que sabían que le molestaban?

Por su parte, Kid no podía trabajar a través del ordenador, ya que el trabajo que él realizaba no podía hacerse de aquella manera. Su empresa había decidido prescindir de él temporalmente, de él y otros trabajadores. Al no tener que trabajar el pelirrojo se encargaba de hacer la compra y otras tareas de la casa, pero también necesitaba momentos para él. ¿Qué más daba fregar los platos un poco más tarde? Él también necesitaba evadirse. ¿Acaso Bonney pensaba que estaba feliz de haberse quedado sin trabajo? ¿Que era feliz sin hacer nada y sintiéndose un inútil? Viendo la televisión era la única forma de descontentar de esos pensamientos, aunque fuera por una hora.

En un principio pensaron que aquella situación podría llegar a unirles más, pero acabó ocurriendo todo lo contrario. Llegó un punto en el que ya no llegaban a soportarse. La situación se les fue de las manos. Tal vez el amor que sentían el uno por el otro se había agotado.

—Ya no aguantó más. Te juro que nada más podamos salir de casa no volveré a entrar por esa puerta —aseguró Bonney, en la última discusión.

—¿Estás diciendo que vamos a dejarlo? —preguntó Kid.

—Exacto. Cada uno por su lado. Será lo mejor, visto lo visto —respondió ella.

—Desde luego que sí —gruñó él, entre dientes.

El pelirrojo se levantó del sofá y se acercó a la cocina. Era casi la hora de cenar y no habían comido nada desde hacía horas, ya que no habían parado de discutir.

Abrió los armarios y la nevera, observando lo que tenían guardado y pensando que preparar con ello. No tardó en venirle una idea a la cabeza.

Un buen rato después, mientras Bonney estaba mirando la tele perdida en sus pensamientos, escuchó un ruido que le hizo volver al mundo real. Kid había dejado unos platos sobre la mesa.

Se quedó mirándolos, fijamente. Era pizza casera. Era exactamente la misma pizza que Kid preparó para su primera cita. Incluso el tamaño, la de ella era más grande y la masa más gruesa.

—¿A qué viene esto? —preguntó ella, alzando la vista para mirar fijamente a su novio. Bueno, ex novio. Él se sentó junto a ella.

—Ya que hemos tomado la decisión de dejarlo, creo que estaría bien que la convivencia sea decente hasta que acabe todo esto —explicó—. Por el bien de nuestra salud mental. He pensado que era una forma de firmar la paz.

—Sí, podemos intentarlo... —murmuró ella. Se recolocó en el sofá para poder empezar a cenar y le pasó el mandó al pelirrojo—. Pon lo que quieras. Creo que estaban haciendo ese programa que tanto te gusta.

Kid cogió el mando y fue pasando los canales hasta que llegó al indicado. Ambos se comieron las pizzas en silencio, observando aquel programa en el que un grupo de hombres forjaba armas y después los jueces se encargaban de juzgarlas. A Bonney jamás le habían gustado ese tipo de cosas; pero, por primera vez, pudo observar aquella expresión de emoción con la que Kid miraba la pantalla. Estaba tan adorable... Sacudió la cabeza y se centró también en la pantalla del televisor. Daba igual lo que pensara ahora, no podía seguir viviendo así.

—Voy a fregar los platos —dijo el pelirrojo, un rato después, al mismo tiempo que se levantaba del sofá y se inclinaba para cogerlos.

—No hace falta —dijo la chica, rápidamente—. Ya lo hago yo. Tú has cocinado.

—Pero tú llevas toda la semana trabajando sin parar en el ordenador —recordó él.

Bonney iba a regañarle, a gritarle que ya había dicho que lo hacía ella. Respiró profundamente y contó hasta diez antes de contestar.

—Está bien. Hazlo tú si quieres, pero no hace falta que sea ahora —dijo, mientras tiraba de su brazo para que volviera a sentarse—. Puedes esperar a que acabe tu programa.

—Está bien —murmuró, acomodándose en el sofá. No tenía sentido discutir más sobre ello.

[•••]

A partir de aquella tregua de paz, los días fueron más tranquilos. Aunque ambos continuaban pasando más tiempo a solas que juntos, los pequeños momentos que compartían eran más relajados e incluso podría decirse que divertidos.

—¿Estás bien? —preguntó Kid, al escuchar un quejido por parte de la chica al sentarse en el sofá.

—Tengo la espalda destrozada después de tantas horas en frente del ordenador —respondió ella.

—Ven, gírate —pidió el pelirrojo. Bonney le miró, arqueando una ceja—. Venga, vamos.

Finalmente, la chica de cabellos rosados acabó aceptando. Se movió y se colocó de espaldas al chico. Primero, sintió como le apartaba el pelo hacia un lado. Acto seguido notó sus fuertes manos comenzado a apretar sus músculos.

Durante el proceso, Kid se sintió tentado varías veces a besar el cuello de la joven, en especial cada vez que soltaba algún suspiro más fuerte que otro. No obstante, sabía que no era buena idea. No después de haber sentenciado que todo aquello se había acabado. ¿En serio se había acabado?

—Gracias, Kid —dijo ella, justo antes de poner un pie en el suelo y levantarse del sofá—. Creo que iré a dormir ya. Estoy agotada.

—Bien —murmuró el pelirrojo, mientras cogía el mando de la televisión para volver a subir el volumen. Escuchó como se alejaba, mientras él tenía los ojos fijos en la pantalla.

Cuando Bonney llegó a la habitación de invitados —llevaban semanas durmiendo separados— se dejó caer sobre el colchón. Con la mirada perdida en el techo, se puso a divagar entre sus pensamientos.

¿Qué estaba pasando? Desde que había comenzando aquella maldita cuarentena se le habían quitado absolutamente todas las ganas de acercarse a Kid. Habían discutido tanto que había llegado hasta aborrecerle. Ni si quiera era como antes de todo aquello, que después de alguna pequeña discusión todo se arreglaba con sexo. Sí, siempre les había excitado discutir por cualquier cosa; pero eran otro tipo de discusiones, sin faltarse al respeto y sin ir rompiendo cosas por ahí. Sin mostrar tanta rabia.

Tal vez había que tener en cuenta todo el estrés causado por aquel repentino encierro y todas las consecuencias que había tenido en sus vidas. ¿Se habría precipitado al decir que era mejor dejarlo? Tal vez, pero no pensaba echarse atrás. Todos los recuerdos de aquellos días discutiendo le hacían tener más clara su decisión.

[•••]

Al cabo de dos semanas más, por fin anunciaron en las noticias el día que acabaría la cuarentena. Eso no significaba que todo volvería a la normalidad. Habría restricciones que irían desapareciendo poco a poco si todo avanzaba adecuadamente.

La cuestión, era que Bonney ya podía irse. Todavía no había tenido el valor de dar la noticia a sus padres, así que pasaría unos días en casa de su mejor amiga. Puede que comenzara a compartir piso con ella, hasta que encontrara uno para vivir sola.

Una vez tuvo las maletas listas, se dirigió hacia el salón. No fue capaz de alzar la vista para contemplar la casa por última vez. Su hogar durante dos años. Es más, ni siquiera se sentía con fuerzas para despedirse de Kid. Se dirigió directamente a la puerta, sin apartar la mirada del suelo.

—Bonney... —murmuró Kid, acercándose rápidamente y poniendo la mano en el pomo de la puerta antes de que ella lo hiciera. Giró para abrir, al mismo tiempo que se despedía—. Que vaya todo bien...

Ambos se quedaron en silencio durante unos segundos. La chica comenzó a notar como las lágrimas se acumulaban en sus ojos. Apretó la mano con rabia, agarrando con fuerza el asa de la maleta. Odiaba que le vieran dudar. Ella misma odiaba dudar. No le gustaba arrepentirse de sus decisiones, pero... No quería... Ya no quería.

Soltó la maleta y se abalanzó sobre el pelirrojo, rodeándole con los brazos. Pegó el rostro contra su pecho, justo cuando las lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas.

Kid pasó un brazo por su cintura, atrayéndola más contra su cuerpo. Con la otra mano comenzó a acariciarle el cabello, y estuvieron así un rato, hasta que ella se calmó.

—No quiero irme —murmuró, sin despegar su cara de él, pero el pelirrojo logró entenderlo perfectamente.

—Pues no te vayas —dijo Kid. Bonney se separó ligeramente de él, para poder mirarle a los ojos.

—No es tan fácil —insistió ella—. Crees que... ¿Que podríamos estar como estos últimos días?

—Podríamos, aunque... Echo de menos algunas discusiones de las buenas. De las de antes de toda esta mierda —confesó el chico.

—Yo de esas también...

—Entonces vuelve a meter toda esa ropa en el armario —dijo él—. Voy a ir mirando las medidas para pedir comida a domicilio.

—Me apetece pizza. Bueno y hamburguesa. También un poco de sushi —comenzó a enumerar, mientras caminaba de nuevo hacia la habitación.

—Está vez nos arruinaremos —comentó el pelirrojo.

—Sabes perfectamente lo que implica tenerme en casa —le recordó Bonney.

—Y sabes perfectamente que acepto todo lo que implique tenerte a mi lado.

—Hacía tiempo que no sacabas tu lado cursi —se burló ella.

—Ve preparándote para cuando acabe de pedir la comida. No sabes las ganas que te tengo —le advirtió.

—Entonces pide rápido —le apremio, antes de desaparecer por el pasillo. Kid sonrió mientras abría la aplicación del móvil de comida a domicilio.

Su relación se había salvado, por los pelos. Solo les quedaba recordar los errores que habían cometido, aprender de ellos y luchar por que la relación continuara funcionando. Y ambos tenían claro lo mucho que pensaban esforzarse.

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