Día 4 » Dulce conquista
Día 4
Tema: Sorpresa
Mundo real, actualidad
Shanks y Makino
El sol apenas había comenzado a asomarse en aquel pequeño pueblo perdido en Japón, cuando Makino abrió su comercio al público.
Ofrecía diversos tipos de té, dulces típicos del país y algunos licores tradicionales. Los clientes más habituales eran los agricultores que se encargaban de trabajar en el campo, cultivando los productos que se exportaban a las ciudades.
Hacia unos años tan solo consumían ellos mismos lo que cultivaban; pero con el comienzo de la llegada de turistas necesitaron que la economía del pueblo creciera, así que ahora los agricultores se esforzaban el doble.
Como ya era costumbre desde hacía unos siete años, o al menos para Shanks, que es cuando comenzó a trabajar con el resto, solían acercarse temprano para beber una copa de sake antes de comenzar con la jornada de trabajo.
—Buenos días, Makino —saludó el pelirrojo, sonriente, nada más entrar al bar. El resto de compañeros, que entraron detrás, también saludaron a la joven.
—Buenos días a todos —saludó ella, devolviendo la sonrisa. Ya tenía los vasos preparados para servir el licor.
Makino llevaba desde niña en aquel bar. Su madre siempre se había encargado del negocio y la pequeña le ayudaba a servir y preparar los dulces. Desde que se puso enferma hacía poco más de un año y debía quedarse en casa sin hacer mucho es fuerzo, la joven de cabellos verdes se ocupaba de todo. A sus diecinueve años.
Le agradaban mucho las visitas de los agricultores, en especial la del pelirrojo. Era un hombre muy gracioso y contagiaba su alegría a todo el mundo. Además, jamás causaba ni un solo problema, aunque a veces se pasara con la bebida.
—Venga, Shanks, deja de entretenerte. Tenemos trabajo —le regañó uno de sus compañeros.
—Voy, voy —dijo él, sin ni si quiera girarse hacia ellos. Estaba charlando con la joven—. Volveremos esta tarde. ¿Prepararás esa tarta de queso tan esponjosa?
—Claro, dentro de poco me pondré manos a la obra con los dulces —respondió ella.
—Sería un gusto tenerte como esposa —comentó el pelirrojo, despreocupado. Makino notó como sus mejillas comenzaban a arder ante ese comentario.
—Solo una copa de sake y ya dices tonterías —dijo ella, restando importancia al asunto—. Venga, te están esperando.
—Nos vemos esta tarde —se despidió el chico, levantándose del taburete.
Aceleró el paso hasta llegar a la altura de sus compañeros, que ya se habían alejado unos cuantos metros del bar.
Después de un buen rato caminando, se percató de que todas las miradas estaban posadas en él. Era un tipo despistado y, a veces, le costaba captar las sutilezas e indirectas.
—¿Pasa algo? —preguntó.
—Eso nos gustaría saber —respondió Yasopp—. ¿Qué te pasa a ti con Makino?
—¿Cómo que que me pasa con Makino? —preguntó Shanks, confundido—. No me pasa nada. Solo me gusta hablar con ella. Siempre ha sido muy amable y simpática.
—Y ahora se ha convertido en toda una mujercita, ¿no? —añadió Benn. El pelirrojo se quedó pensativo durante unos segundos.
—Sí... —contestó, finalmente, sin comprender del todo a dónde querían llegar.
La jornada en el campo fue intensa. Ese día no solo tuvieron que recoger todos los productos que estaban en condiciones, sino plantar una nueva tanda. Sin embargo, eso significaba que vendrían algunos días más tranquilos, de riegos y cuidados varios.
Por su parte, Makino había pasado las horas atendiendo varios grupos de turistas que iban llegando de paso por el pueblo. Por suerte, ya tenía algunos dulces preparados cuando llegaron los primeros visitantes. El resto los fue haciendo entre pedidos y servicios.
Cuando Shanks y los demás llegaron, había un pequeño grupo de turistas que debían estar viajando por libre; ya que normalmente llegaban en mayor cantidad y junto a su guía, pero no había más extranjeros por el pueblo.
Se notaba claramente que estaban ebrios, por sus gestos y la forma de hablar. Los agricultores les ignoraron y se acercaron a una de las mesas que estaban cerca de la barra. La joven se acercó para tomarles nota.
—Una taza de té y un trozo de esa deliciosa tarta de queso, por favor —indicó Shanks.
—Enseguida —dijo Makino, inclinando ligeramente la cabeza antes de girarse para dirigirse a la barra.
Mientras el grupo de trabajadores charlaba tranquilamente y Makino preparaba su pedido, los tres forasteros armaban demasiado jaleo. Una vez la joven de cabellos verdosos sirvió el té y las porciones de tarta de queso, se acercó para llamar la atención del grupo de tres.
—Disculpad, os ruego que bajéis un poco la voz. Puede que el resto de clientes estén sintiéndose molestos —pidió ella, amablemente, haciendo gestos para que le entendieran.
—Vamos, no seas tan amargada —soltó uno de ellos. No comprendió con exactitud lo que la camarera había dicho, pero tenía claro que les echabas regañando.
Los otros dos se rieron ante su comentario. Ella no entendió sus palabras, pero era obvio que no tenían intenciones de dejar de armar jaleo. El chico que había hablado le cogió del brazo y tiró de ella hasta sentarle sobre su regazo.
—¡Diviértete un poco con nosotros! —exclamó el tipo, en su idioma.
—Soltadme –murmuró Makino, mientras intentaba forcejear.
Shanks observó la escena con expresión sombría en su rostro. Se levantó tranquilamente, cogió la silla de madera y la arrastró hasta la mesa donde estaban los turistas. Se sentó y depositó con fuerza la taza de té sobre la mesa, casi llegando a romperla.
Cuando los tres tipos se giraron hacia el pelirrojo y observaron al resto de agricultores detrás de él, se pudo observar cómo la expresión de su rostro cambiaba, mostrando preocupación.
—Está bien. Tomad, tomad. Es vuestra —farfulló uno de ellos.
Se levantó y lanzó a la chica contra Shanks. Este la rodeó con sus brazos para que no cayera. Los tres tipos se levantaron y se fueron del local rápidamente.
—Esos idiotas... ¿Quién se creen que son para tocar a alguien sin su permiso? —se pregunto el pelirrojo, mirando con el ceño fruncido hacia la puerta—. Oh, disculpa Makino, estoy diciendo esas palabras mientras te tengo entre mis brazos.
—No importa... Gracias por vuestra ayuda, chicos —agradeció, mientras él la soltaba con delicadeza—. Nunca había pasado algo así, los turistas suelen ser más educados.
—Un momento —dijo Shanks, de repente—. Se han largado sin pagar. Enseguida vuelvo.
Nadie tuvo tiempo de decir nada y, aunque lo hubieran intentado, era imposible frenar a ese chico cuando tenía algo claro.
El resto de sus compañeros se sentó de nuevo en la mesa y continuaron charlando mientras disfrutaban del té, sabían perfectamente que podía apañárselas solo. Por su parte, Makino se puso a recoger y limpiar la mesa en el que habían estado los tres turistas. Cada pocos segundos, iba mirando de reojo hacia la entrada, esperando que volviera sano y salvo.
—He vuelto —anunció, unos minutos después, agitando los billetes con la mano.
—¡Shanks! —exclamó la joven. Corrió hacia él y le rodeó con ellos brazos, apoyando la cabeza en su pecho.
—De nada, de nada —murmuró el pelirrojo, sonriente, mientras le acariciaba el pelo.
Podía oler el perfume de la chica desde aquella distancia. Makino se separó ligeramente de él y le miró fijamente con aquellos profundos ojos verdes. Era preciosa. Siempre había sido una pequeña adorable, pero ahora... Ahora era una mujercita hermosa.
—Estaba preocupada por ti, no por el dinero —recalcó, frunciendo el ceño de forma casi imperceptible.
—No tenían nada que hacer contra mí —dijo Shanks, tratando de quitar hierro al asunto—. Ahora ya puedo acabarme tu deliciosa tarta de queso.
—Te serviré otro trozo, por las molestias —propuso ella, justo antes de girarse hacia la barra. El chico estiró el brazo y atrapó la muñeca de la chica entre sus dedos.
—No ha sido ninguna molestia —le aclaró él.
Durante unos segundos se creó un silencio total en el bar, no solo por parte de ellos dos, sino de los compañeros del pelirrojo, que observaban la escena con curiosidad.
Ambos se miraron el uno al otro hasta que Makino bajó la mirada y la dirigió hacia su mano. Shanks estaba moviendo ligeramente su pulgar, acariciando con suavidad la piel de la joven. Las mejillas de ambos se tornaron de un leve tono rojizo. Él soltó la muñeca de la joven y volvió rápidamente con sus compañeros, mientras que ella se acercó a la barra para continuar con sus tareas.
Más o menos una hora después, los agricultores se despidieron y marcharon rumbo a sus casas. No solían alargar mucho por las tardes, ya que Makino debía dejarlo todo recogido antes de volver a su hogar. Por suerte, el local no era muy grande, sino hubiera tenido que contratar a alguien más para que le ayudara.
Bajaron la calle todos juntos y se iban despidiendo a medida que cada uno debía torcer a la izquierda o a la derecha para llegar a su casa. Cuando Shanks, Benn y Yasopp se quedaron solos, el primero por fin se atrevió a comentar algo que había estado rondando en su cabeza durante ese último rato en el bar.
—Tengo algo que decir —anunció el pelirrojo, frenando sus pasos. Sus dos compañeros y amigos pararon también. Se echaron una rápida mirada antes de que Shanks continuara hablando—. Creo que siento algo especial por Makino.
—Por fin te das cuenta —dijeron, prácticamente a la vez. Él les miró, extrañado.
—Lo que no sé cómo... Como puedo decírselo. Me gustaría hacerlo de alguna forma especial —explicó—. Tal vez preparando una cita sorpresa. ¡Puedo preparar una tarta yo mismo!
—Tal vez sería mejor si Makino sobreviviera a la cita... —murmuró Benn.
—Creo que le gustará la idea... A Makino no la sorprenderás con cosas caras. Algo creado por ti le encantará, aunque el resultado no sea... Del todo bueno —añadió Yasopp.
—Bien. Mañana es domingo. Me ayudaréis con los preparativos por la mañana y... ¡Prepararé la mejor merienda para Makino! —exclamó Shanks, convencido de la sencillez de la tarea.
[•••]
—¿Así estará bien mezclado? —preguntó Shanks. Los otros dos se asomaron para ver la masa que había dentro del bol.
—No se parece mucho a la del vídeo... —respondió Yasopp, mientras revisaba el móvil.
—Estaba claro que esto no iba a salir bien —añadió Benn.
—Oh, vamos. Le daré mi toque personal —dijo el pelirrojo, animado. Desde luego era difícil quebrar su fuerza de voluntad.
Después de un buen tiempo mezclando y horneando los diversos ingredientes, y tras un par de intentos totalmente nefastos, por fin el resultado tuvo forma de tarta. Tarta de nata y fresa, de las favoritas de Makino.
Tan solo quedaba preparar la mesa y encontrar una buena excusa para llevar la peliverde hasta el bar un domingo por la tarde.
[•••]
—¿Cómo puedes ser tan despreocupado? —preguntó Makino, mientras caminaba con el chico hacia el bar—. Además, ¿estás seguro de que te dejaste allí la cartera? No recuerdo haber visto nada al recoger.
—He buscado por todas partes, solo me falta ahí por mirar —respondió él, intentando poner cara de disimulo. La chica le miró, arqueando una ceja.
Continuaron caminando por las estrechas y acogedoras calles del pueblo, decoradas al estilo antiguo y con los farolillos que no tardarían en encenderse.
En pocos minutos, ya estaban delante de la puerta. La joven introdujo la llave en la cerradura y, al mover la puerta corredera, se quedó boquiabierta. La luz del restaurante era tenue, dejando que las velas de una mesa para dos destacaran.
Makino avanzó hacia el interior del local, acercándose a la mesa para observar mejor lo que había sobre ella. Era una tarta de nada y fresa, aunque la forma era algo irregular. Ese detalle le dio a entender rápidamente que Shanks la había preparado el mismo.
—Shanks... ¿Qué es todo esto? —preguntó, sin dejar de mirar la mesa.
—Es una cita sorpresa –respondió el pelirrojo, tranquilamente. La chica notó como sus mejillas comenzaban a calentarse.
—Una... ¿Cita? —preguntó en un susurro, casi que para sí misma.
—Sí —aclaró, con firmeza. Cuando la peliverde se giró hacia él, ya estaban demasiado cerca. El ritmo de los latidos de su corazón comenzó a acelerarse cuando Shanks posó suavemente los dedos sobre su barbilla—. Quería mostrarte que te has convertido en alguien especial para mí. Venga, vamos a sentarnos. Quiero saber que te parece la tarta. La he hecho yo mismo.
Mientras decía esas últimas palabras se acercó a la mesa y separó un poco la silla de Makino para que esta tomara asiento. Acto seguido, se sentó también, en frente de ella.
—Es zumo de frutas —explicó el chico, al ver que la joven se quedaba mirando la jarra de cristal. Sintió satisfacción al observar aquel brillo en sus ojos. Había acertado con todo.
El pelirrojo estiró el brazo para coger la jarra y sirvió un poco de zumo en ambos vasos. Miró fijamente a la peliverde mientras cogía los cubiertos y los acercaba hacia la tarta. Había llegado el momento de la verdad. Ya de primeras, no tenia tan buena pinta como las que ella preparaba, así que solo quedaba confiar en el sabor.
—¿Qué tal? —preguntó, ligeramente nervios. Ni si quiera había probado el pedazo que él tenía en su plato.
—No está mal —respondió, sonriente, después de tragar.
Él suspiró aliviado. Se llevó a la boca un buen trozo y lo masticó. Makino no puedo evitar soltar una pequeña carcajada al ver la expresión que apareció en su rostro.
—Está muy sosa... —comentó Shanks—. Aunque era difícil llegar a tu nivel.
—No está nada mal para ser la primera tarta que haces en tu vida —le tranquilizo la chica—. Lo que importa es el detalle y... Me ha encantado.
Ambos sonrieron. Continuaron con la cita y charlaron mientras continuaban comiendo de aquella tarta algo insípida y bebiendo el delicioso zumo de frutas.
Tan solo charlaban, como siempre habían estado haciendo. No hablaron sobre cómo irían las cosas a partir de aquel día. Ni sobre qué iba a cambiar a partir de entonces. Tan solo disfrutaron del momento.
Un rato, después, tras haber recogido la mesa entre ambos, ya estaban de vuelta a casa. Aunque el cielo no estaba oscuro del todo, los farolillos ya estaban encendidos, dando aquella atmósfera mágica que caracterizaba al pueblo. Algunos turistas estaban aprovechando para sacar las ultimas fotos antes de irse.
Shanks y Makino caminaban muy cerca el uno del otro, no llegaban a cogerse de la mano, pero sus dedos se rozaron varias veces. Cada vez que eso ocurría, una pequeña sensación de calidez invadía a ambos.
—Shanks... —murmuró la joven, unos metros antes de que llegaran hasta su casa. Los dos se quedaron parados. Tenía dudas. Él había dicho que era especial, pero no parecía que nada hubiera cambiado—. ¿Qué significa que soy especial para ti?
—Pues ya sabes... Quiero compartir mi vida contigo, casarnos, tener hijos... Eres la persona con la que me gustaría tener todo eso —contestó el pelirrojo—. Si es que tú sientes lo mismo.
La peliverde no dijo nada, tan solo se abalanzó sobre él. Shanks le rodeó con sus brazos y se inclinó ligeramente para depositar un suave beso en los cabellos de la joven.
Makino jamás lo hubiera imaginado. Llevaba años enamorada de él; pero jamas hubiera imaginado que se fijaría en ella, por la diferencia de edad. Cuando era más pequeña no le dio tanta importancia, lo tomó como el típico amor platónico. Sin embargo, hacía ya un par de años que se dio cuenta de que sus sentimientos no pasaban, sino que iban a más.
Poco después, el pelirrojo apartó un poco el cuerpo de la chica, lo suficiente para poder coger aquel precioso rostro entre sus manos.
—¿Eso es un sí? —preguntó Shanks, acariciando con delicadeza las mejillas de la peliverde.
Ella tan solo asintió. Se miraron fijamente durante unos segundos, hasta que el chico asimiló la respuesta y sonrió. Una sonrisa que hizo que a Makino le temblaran las rodillas. Él fue en primero en comenzar a acercarse, para romper por completo la poca distancia que separaban sus labios. Se fundieron en un tierno y dulce beso. El primer beso de todos los que quedaban por delante.
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