Día 2 » La voluntad del kitsune
Día 2
Tema: Mitología
Mundo real, Japón antiguo
Ace y Vivi
Hacía unos dieciséis años que aquella extraña joven de cabellos azules vivía en la aldea. Sus padres, quienes quieran que fueran, la dejaron en las puertas de aquel pequeño poblado situado cerca de un inmenso bosque. Tal vez tomaron aquel extraño color de cabello como un mal augurio.
Los habitantes no pudieron evitar extrañarse, la aldea más cercana estaba al otro lado del bosque y era extraño que recibieran visitas a no ser que fueran para pagar el tributo correspondiente. Incluso los intercambios comerciales se realizaban en otra zona.
A pesar de todo, la familia que mandaba en la aldea, decidió que aquella pequeña criatura debía ser acogida. Y así fue. Durante prácticamente dieciocho años, la niña fue criada por un matrimonio que no había sido bendecido con la capacidad de tener hijos. La llamaron Vivi.
Aquella joven fue como un rayo de luz para la aldea. Con su energía y vitalidad ayudaba en todo lo posible. No solo ayudaba a las mujeres con las tareas del hogar, sino que ayudaba a los agricultores. Les ayudaba a sembrar, arar e incluso recoger los productos. Aunque esto último no era muy bien visto por algunos habitantes, ya que era tarea de hombres, los trabajadores le estaban completamente agradecidos.
«Vivi, deja de ayudar en el campo. No solo vas a destrozar tus preciosas y delicadas manos, sino que ningún hombre querrá casarse con una mujer que descuida las tareas del hogar».
Esas eran las palabras que sus padres les repetían una y otra vez, cuando todavía vivían. Ella siempre les recordaba que no descuidaba las tareas del hogar, pero también le gustaba ayudar con los cultivos. Sin embargo, tuvieron razón en lo último. A sus dieciséis años, todavía no había encontrado un marido. A pesar del cariño que la aldea le tenía en general, continuaba siendo un bicho raro. Además, tampoco es que estuviera especialmente interesada en ningún hombre. Le gustaba su vida tal y como era.
A unos pocos kilómetros de allí, al otro lado del bosque, un joven de cabellos negros alborotados y numerosas pecas en su rostro, cargaba con algunos alimentos mientras se dirigía a su casa.
—Makino —llamó, mientras entraba por la puerta—. He traído todo lo que me has pedido.
—Muchas gracias, Ace —agradeció la mujer de cabellos verdes, mostrando una amable sonrisa—. Déjalo aquí y toma asiento. He preparado algo de té.
—Está bien, aunque no puedo quedarme mucho rato. Tengo que ir a ayudar a cargar carbón para que el fuego no se apague —recordó el chico, mientras se sentaba—. Hay que fundir el acero para las armas.
—Deberías descansar más. Te esfuerzas demasiado —le aconsejó Makino, al mismo tiempo que dejaba la bandeja sobre la mesa.
Ace no tenía un trabajo fijo asignado en el pueblo. Iba de un lado a otro, ayudando a los diversos grupos. Era un chico joven y fuerte, y ya no quedaban tantos como él en aquella aldea. Además Makino había conseguido criarlo muy bien. Jamás hubiera imaginado que ese pequeño niño, terco y algo maleducado, acabaría siendo tan responsable y dedicado a sus labores.
Tras una intensa tarde cargando carbón desde las cajas al horno de calor, el pecoso emprendió su camino de vuelta a casa. Las calles apenas estaban alumbradas por algún pequeño farolillo y la luz de la luna. Antes de abrir la puerta, alzó la mirada y observó fijamente entre los primeros árboles donde comenzaba el bosque. Le había parecido escuchar algo. Sacudió la cabeza. Podría haber sido cualquier animal. No pensaba creer en esas estúpidas leyendas sobre demonios y otros seres.
Lo que él no sabía era que tenía razón, a medias.
Era cierto que había algo entre los árboles. Unos brillantes ojos blanquecinos habían estado observando al joven desde la distancia. Sin embargo, no era un animal cualquiera. Era nada más y nada menos que un kitsune. Este zorro dotado de poderes sobrenaturales se encargaba de proteger el bosque y las aldeas cercanas, a pesar de hacer alguna travesura de vez en cuando. Aunque esto último tan solo lo hacía con la gente que lo merecía.
Ese ser tan especial había estado observando durante años a aquellos dos jóvenes, Vivi y Ace. Dos personas que no se conocían entre ellas, pero que compartían dos hermosas cualidades en común: bondad y esfuerzo. Ambos estaban tan interesados en ayudar a su aldea que ni si quiera se preocupaban por su propia felicidad.
El kitsune estaba completamente seguro de que aquellos dos estaban hechos el uno para el otro. Tan solo debía comprobarlo y darles un pequeño empujón. Tan solo debía aprovechar uno de sus poderes que le permitía emular la apariencia de determinados seres humanos.
[•••]
Era una noche cualquiera. Vivi estaba saliendo de una de las casas más cercanas al bosque. Había estado ayudando a preparar la cena a una anciana que vivía allí en las afueras. No es que le hiciera mucha gracia caminar por la calle cuando estaba oscuro, pero no podía negarse a ayudar.
Se sobresaltó al observar una figura apoyada en una de las paredes de la casa de en frente. Por lo que pudo distinguir gracias a la escasa luz que iluminaba el camino, le pareció que era un joven de cabellos negros. Debía ser un forastero, ya que no le resultaba familiar.
—Buenas noches —saludó, con algo de timidez, mientras caminaba hacia el chico. Puede que otra persona temiera encontrarse a esas horas con un desconocido, pero ella pensó que tal vez necesitara ayuda—. No eres de por aquí, ¿verdad? ¿Has llegado para visitar a alguien?
El chico alzó la cabeza. Se llevó una mano a la cabeza, para rascarse el pelo y sonrió mientras asentía. El kitsune no podía hablar, pero se había fijado en los gestos y lenguaje corporal de aquel joven.
Vivi se quedó unos segundos en silencio, observándole algo embobada. Era un chico muy guapo, y aquellas pequeñas manchitas que bañaban su rostro le daban un toque adorable. Sacudió ligeramente la cabeza. ¿Qué hacía fijándose en un chico de aquella manera tan descarada?
—¿Necesitas que te acompañe a algún sitio? Puedo guiarte si me dices a quién has venido a visitar —continuó la joven.
El pelinegro negó moviéndola cabeza, al mismo tiempo que hacía un gesto con las manos indicando que no era necesario. A la peliazul le extrañó que no hablara. ¿Tal vez tenía algún problema?
—Oh, ¿eres familiar del señor Miyake? —preguntó la chica, señalando hacia la casa. Él ladeo la cabeza. Se refería a la casa donde su espalda estaba apoyada. Miró de nuevo a Vivi y asintió—. Ah, entonces no estás perdido. Bueno, yo me retiro ya. Estoy algo cansada. Buenas noches.
Ambos inclinaron ligeramente la cabeza a modo de despedida.
Aquella tan solo fue la primera vez. A partir de entonces, el kitsune visitaba cada noche a aquella joven de cabellos azules y cada día que pasaba se sentía más a gusto compartiendo aquellos pequeños momentos con él. A pesar de que no emitía palabra alguna, Vivi se sentía bien a su lado. Incluso acabó comentándole cosas a aquel joven que no solía hablar con nadie: cómo le había ido el día, dudas e inquietudes, sueños que tenía...
[•••]
Aquella misma noche que el kitsune visitó por primera vez a la chica, también lo hizo con Ace. Después de darte un agua tras un día duro de trabajo, el pecoso solía dar un paseo por las afueras. Incluso a veces se quedaba dormido apoyado en uno de los troncos de los árboles más cercanos a la aldea.
Makino le había regañado varias veces por ello. ¿Acaso no le daba miedo que un animal salvaje pudiera atacarle?
El pelinegro no temía por ello. Los animales no solían acercarse a la aldea. La mayoría tenía miedo a los humanos y no era para menos. A él le había tocado tener alguna que otra discusión sobre algunas cosas que sus vecinos querían hacer en el bosque.
Unos minutos después de quedarse medio dormido, escuchó un ruido. Abrió uno de los ojos, con despreocupación. Se incorporó nada más observar a aquella joven de cabellos azules.
—¿Estás bien? ¿Te has perdido? —preguntó, mientras caminaba hacia ella. Una vez estuvo a escasos pasos, fue cuando pudo apreciar la belleza de la chica. Esta negó agitando la cabeza—. ¿Estás huyendo de alguien? ¿Tienes problemas?
La peliazul tardó en reaccionar. Finalmente, asintió al mismo tiempo que en su rostro se reflejaba una expresión de preocupación. Ace acercó una de sus manos al hombro de la joven, con el objetivo de tranquilizarla, pero esta se apartó bruscamente.
—Está bien. No te preocupes, puedes esconderte en mi casa si lo necesitas. Te protegeré —comentó él, mientras miraba de un lado a otro, intentando buscar a quien quiera que estuviera tras ella.
La chica de cabellos azules negó. Alzó una mano y señaló el bosque.
—¿Estás ahí escondida? —preguntó el pecoso. Ella asintió—. Está bien. Quédate allí. ¿Quieres que te lleve algo de comer? ¿Algo para beber? ¿Una manta? ¿No tienes frío?
Ella asintió rápidamente mientras se frotaba los brazos intentando darse calor, indicando que tenía frío. Ace no puedo evitar sonreír: era adorable.
—Ven, muéstrame dónde te estás escondiendo. Veremos si es un sitio seguro y te llevaré algo —propuso el pelinegro—. Te sigo.
A partir de aquel día, el joven se acercaba cada noche a aquella zona del bosque y siempre llevaba algo de comida o bebida a aquella misteriosa y agradable chica. A pesar de que no soltaba una palabra por su boca, aquella dulzura y simpatía provocaban que el pecoso se sintiera a gusto contándole cosas.
[•••]
Había pasado ya un mes desde que los encuentros habían comenzado. El kitsune querría haber alargado un poco más el juego, pero alguien había descubierto algo sospechoso.
—¿Qué haces por aquí, Vivi? —preguntó el señor Miyake, al salir por la puerta de su casa. La chica estaba medio asomada a la ventana. Se apartó rápidamente, algo avergonzada.
—Solo... Bueno, quería saber si estaba en casa ese chico que lleva ya un mes en el pueblo —explicó—. Es un conocido suyo, ¿no?
Nunca había hablado de ello con nadie, pero ya hacía días que le parecía extraño no verlo pasear por las calles a plena luz del día. No se había atrevido a preguntar y por ello había decidido asomarse disimuladamente.
—No hay nadie más en nuestra casa —aclaró el hombre de avanzada edad, algo desconcertado. En aquellos momentos, su mujer salía por la puerta.
—¿Qué ocurre, jovencita? —preguntó la señora Miyake. Su marido le explicó rápidamente lo que pasaba. La mujer se quedó en silencio, observando fijamente a la peliazul—. Debes andarte con ojo. Sospecho que un espíritu del bosque te está engañando.
—¿Qué? —murmuró la joven, aunque las palabras se quedaron prácticamente atascadas en su garganta.
—Querida, no le metas esas ideas en la cabeza —le regaló su marido—. Venga, vamos al mercado.
—Ten cuidado con eso de andar tonteando con espíritus en la oscuridad —le advirtió la mujer, antes de dar media vuelta.
Vivi se quedó paralizada. Su corazón latía con fuerza y las piernas le temblaban ligeramente. ¿Un espíritu del bosque?
Horas después, cuando cayó la noche y parecía que toda la aldea dormía, la joven de cabellos azules salió cautelosamente de su casa. Llevaba ya unas cuantas noches haciéndolo, pero esta vez no iba tan tranquila como siempre.
Estaba asustada, pero dispuesta a averiguar lo que estaba ocurriendo. Además, ¿y si no acudía y el espíritu decidía ir a buscarla a su casa? Agitó ligeramente la cabeza mientras continuaba caminado. Ella nunca había creído en espíritus, ¿por qué le habían afectado tanto las palabras de aquella mujer? Lo que estaba claro es que ese chico le había mentido.
Sus nervios aumentaron todavía más cuando lo divisó cerca de la entrada de la aldea. Intentó acercarse con la mayor decisión posible, en busca de explicaciones. Una vez estuvo lo suficientemente cerca, movió el farolillo que llevaba en la mano alrededor del chico, buscando algo que le indicara que era un demonio. Había escuchado leyendas sobre varios de ellos, pero... ¡Oh! ¿Qué era eso que se percibía en la sombra? ¿Eran colas?
—¡Ah! —exclamó asustada, mientras el farolillo se resbalaba de su mano y chocaba contra el suelo.
El kitskune alzó la mano y, de repente, el pequeño fuego que se estaba formando desapareció por completo. Acto seguido, se dio media vuelta y comenzó a correr hacia el bosque.
—¡No! Espera... —Se dio cuenta de que había alzado demasiado la voz.
Miró hacia atrás, pero todo continuaba tranquilo y en silencio. Acto seguido, fijó su mirada en el bosque. Era consciente de lo imprudente que sería adentrarse ahí dentro, sola y de noche. Sin embargo, algo le decía que debía hacerlo, que no corría peligro. Es más, sentía que debía ir.
El kitsune, una vez dentro del bosque, volvió a su apariencia real y corrió en busca de Ace, al que ya había guiado hasta el bosque. Había llegado el momento del reencuentro.
Siguió al pecoso de cerca, dándole señales y guiándole para que se encontrara cuanto antes con la chica de cabello azul. Los dos jóvenes caminaban con paso acelerado por el bosque, esquivando los obstáculos y paseando la mirada de un lado al otro.
—¡Eres tú! —exclamaron ambos, cuando casi se chocan al encontrarse.
Se hizo el silencio durante unos segundos. Eran la primera vez que escuchaban la voz del otro.
—Puedes hablar —murmuro Ace, mirándola fijamente. Vivi apartó la mirada, algo avergonzada. Le estaba mirando con demasiada intensidad.
—Creo que alguien ha estado jugando con nosotros —explicó ella. Al parecer, el pelinegro no se había dado cuenta de la situación.
Los dos se giraron sobresaltados al escuchar el sonido de unas pisadas cerca de ellos. Se quedaron petrificados al observar a aquel majestuoso animal. Un zorro de pelaje blanco y algunas zonas marrones. Sus ojos eran blancos y brillantes. Aunque lo que más llamaba la atención era la cantidad de colas que tenía.
—Es un kitsune... —dijo Ace, con un tono de voz casi imperceptible.
La peliazul, que estaba algo más asustada, se abrazó al pecoso cuando aquel extraño zorro se acercó hasta ellos. Simplemente dio un par devueltas alrededor de ellos, rozando su hocico contra las piernas de ellos, mostrando que no quería hacerles daño.
—Creo que no ha estado jugando con nosotros —aclaró el pecoso. La chica se separó ligeramente de él, aunque no mucho, ya que él le estaba rodeando con uno de sus brazos. Le miró, esperando a que continuara explicándose—. Puede que simplemente quisiera que nos conociéramos.
—¿Y eso por qué? —preguntó ella, algo extrañada.
—No sé, tal vez piense que estamos hechos el uno para el otro —respondió el pecoso, mientras una sonrisa divertida se formaba en su rostro—. Es extraño. Sé que no he estado hablando exactamente contigo durante estas noches, pero creo que me he estado enamorando de todas formas.
—Eh, yo... Bueno, yo... —comenzó a tartamudear ella, al mismo tiempo que notaba como las mejillas le ardían cada vez más. Se llevó las manos al rostro, para intentar ocultarse. Ace comenzó a reírse.
—Lo siento, creo que no he tenido mucho tacto —se disculpó él. Posó las manos sobre las de la chica, tratando de apartarlas con delicadeza. Definitivamente, era preciosa—. Ahora...Bueno, ahora que sabemos la verdad, podemos continuar... O bueno, más bien, empezar a vernos.
—Sí, claro —dijo ella, todavía sin poder mirar al chico fijamente. Estaba algo avergonzada, pero se moría de ganas por empezar a conocerle de verdad—. Aunque no sé cómo conseguiremos encontrarnos. El bosque es bastante grande y da un poco de miedo caminar a solas.
—Creo que tendremos ayuda —añadió Ace, justo cuando el kitsune se acercó de nuevo para rozar amablemente la pierna de Vivi.
—Sí —dijo, ella, sonriendo dulcemente.
[•••]
A partir de aquella noche los jóvenes comenzaron con sus verdaderos encuentros furtivos. Cuando el cielo estaba completamente oscuro y toda la aldea dormía, ambos salían de casa. Recorrían el bosque siguiendo las indicaciones que el kitsune les dejaba y se sentían protegidos gracias a su protección.
Un tiempo después, Ace y Vivi decidieron comenzar a construir una pequeña cabaña en medio del bosque. Querían alejarse y empezar su vida juntos. Rodeados de la naturaleza, cuidando de ella y encargándose de que nadie destrozara su nuevo hogar.
Y así fue, aunque a sus vecinos y amigos les pareció una locura, ellos no lo dudaron ni por un segundo. Su vida llena de paz, amor y felicidad dio comienzo, y fue larga y próspera.
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