Capítulo dos.
Ace la mirada como si la estuviera descifrando y eso la ponía incómoda a más no poder. Sus ojos oscuros eran tan penetrantes y tempestuosos que Clío empezó a sentirse muy, muy pequeña; mientras se agazapaba para tratar de escapar de esa mirada afilada.
—Lamento no poder seguir entreteniendote —habló por fin, tras interminables segundos—. ¿Conoces algún sitio donde pueda ir a dormir?
Él sacó cuentas mentales y señaló el saco de tamaño mediano que ella sostenía con una delgada mano.
— ¿Todo eso te pagaron? —Con una ceja alzada, escéptico.
Clío asintió, encogiendose de hombros. Acto seguido Ace se le acercó con una sonrisita, y ella apartó el saco justo antes de que la mano del pirata se moviera tan rápida como una lanza directo a quitarle el dinero.
— ¿Qué haces? —Compuso un mohín. En el fondo, admitía: se sentía traicionada. Ace se veía desconcertado; lo último que había esperado de ella es que se diera cuenta y reaccionara tan rápido.
Se encogió de hombros y se acomodó el sombrero, que se había corrido un poco a un lado.
—Soy un pirata. —Fue toda la explicación que dio. Clío dejó salir una melodiosa risa, como si no necesitara más y esa fuera la mejor explicación para el asunto— Lamento decepcionarte, pero no conozco ningún sitio para dormir excepto mi barco —como esperaba, ella hizo una mueca. Aunque pareció pensarselo—; lo que sí conozco es un bonito sitio donde ir a caminar, pero no me gustaría ir solo.
— ¿Por qué?
Ace se encogió de hombros, apoyó una de las manos en la cadera y le tendió la otra mano, una clara invitación para que pasaran el resto de la madrugada juntos.
— ¿Vienes?
Ella pensó "¿por qué no?" mientras se encogía de hombros. Sin embargo, antes de aceptar la invitación, infló las mejillas con molestia y lo señaló con la mano libre, intentando parecer amenazante sin saber que en realidad, a ojos del muchacho frente a ella, se veía como un gatito adorable.
— ¡Pero no toques mi dinero, chico pirata! —Chilló. Ace se echó a reír con ganas, la onomatopeya resonando gloriosamente en los oídos de la castaña. Un sonrojo coloreó sus mejillas y sus pecas casi invisibles, verlo tan feliz era un placer de los grandes.
—Está bien, ¡lo prometo! Es tu dinero, no lo voy a robar.
Seguía sonriendo de oreja a oreja como remanente de la risa segundos atrás, su mano continuaba extendida en el aire. Finalmente Clío asintió, correspondió su sonrisa y le tomó la mano aceptando su invitación.
Había tenido contacto físico con otros hombres antes, no era algo muy difícil o que pudiera evitar perteneciendo a una tripulación como la de Barba Blanca en la que, la mayoría —por no decir todos, eran hombres. Incluso, había tocado a Ace mucho antes, la noche anterior cuando lo había salvado de ahogarse, pero esta vez, cuando sus pieles hicieron kinestesia, fue como tener fuegos artificiales en el estómago que explotaron uno, tras otro, tras otro; hasta dejar sus piernas temblorosas como gelatina. El pecho le ardió porque su corazón se saltó un latido. Raro.
Soltó la mano de Ace como si le quemara, como si tocarlo estuviera prohibido y condenado a muerte; y Ace se extrañó al principio pero comprendió —en el fondo también había sentido el chispazo que le recorrió el espinazo hasta terminar en su nuca como una mecha encendida provocando una explosión.
No dijeron nada más y él lideró la caminata nocturna hasta llegar al sitio prometido, que hizo los ojos verde-gris de Clío brillar con fuerza reflejando la luz de la luna que iluminaba el mar, y las pacíficas olas bailando en la orilla de la playa. Era una costa bonita, no muy larga y delimitada con piedras que creaban pequeños caminos y piscinas naturales donde se concentraban animales pequeños y escurridizos como cangrejos, caracoles y caballitos de mar.
Ella dejó de sonreír y pareció deprimirse un segundo, cosa que dejó a Ace desconcertado.
— ¿Por qué estás torciendo la cara? Creí que te gustaría el lugar —comentó, sentándose sin más en la arena, con las piernas flexionadas y los brazos apoyados en las rodillas—. Eres pirata, ¿no?
Sus ojos claros lo miraron con cierta especie de afecto por lo que acababa de decir, y su corazón se saltó el segundo latido de la noche: la luz de la luna le daba un brillo etéreo a Ace, como si estuviera sumergido en un mar de plata. Clío no podía dejar de pensar que era precioso, como salido de un cuento de hadas.
—Me gusta el lugar —afirmó a la duda tácita que él había expresado—, es sólo que me hace pensar que la belleza dura muy poco para una vida tan larga. —Ace alzó una ceja. Clío señaló las piedras que conformaban las piscinas naturales y los bordes de la playa— En unos años, ya no van a estar ahí, y la playa va a verse tan sola.
—Creo que ser efímero es lo que le da valor. —Se encogió de hombros, mirando a las piedras también— Si estuvieran ahí para siempre, no lo apreciarías de la misma forma.
Clío compuso una amplia sonrisa cuando Ace volteó a verla de nuevo. Soltó el saco de bellis a un lado de él en la arena y caminó hasta la orilla de la playa donde el viento hizo volar las faldas del vestido y su cabello desordenadamente. Cuando el agua entró en contacto con sus pies, un escalofrío subió hasta las raíces de su cabello por lo fría que estaba, pero siguió adentrándose hasta estar sumergida hasta la cintura y luego se metió por completo al mar. El capitán de los piratas spade no la vio por unos buenos tres minutos, y luego ella emergió varios metros más lejos, justo en medio del reflejo de la luna llena que iluminaba el ambiente.
Un suave tarareo llegó a sus oídos. No necesitó pensar demasiado para saber que era la voz de ella cantando de nuevo, más suave y bajo que en el bar.
Full moon sways
gently in the night of one fine day...
Ace apoyó las manos en la arena tras su espalda y escuchó la gentil canción de Clío con gusto, desde el inicio hasta el fin, una balada tranquila que sonaba más como canción de cuna a sus oídos. La playa estaba tan sola y las olas serenas y ella estaba ahí en medio del agua iluminada por la luz de la luna mientras cantaba —Ace comenzaba a preguntarse si de verdad ella era real y no salida de una leyenda de sirenas o algo parecido, porque parecía una en todos los sentidos.
Sólo faltaba que de la nada le saliera una cola de pez. Rió para sus adentros. Eso era imposible, ¿no?
Sintió que se le acercaba y volvió su vista a la castaña que salía del mar sonriente. Le devolvió el gesto. Clío se sentó cerca de él y se abrazó a sus piernas, no pasó mucho tiempo para que empezara a temblar ligeramente por el clima y su cuerpo, ahora húmedo.
— ¿Tienes frío? —Ace alzó una ceja. El sombrero colgaba de su espalda y su cabello bailaba libre con el viento. Ella asintió, entonces Ace se movió un poco más cerca de ella y extendió un brazo—: ven aquí.
Clío lo miró ladeando la cabeza como un minino confundido. Tardó un par de segundos mirándolo desconfiada pero finalmente cedió, y se acercó hasta estar pegada a él, quien sorprendentemente estaba cálido como una hoguera, a pesar de llevar una camisa abierta y un short y nada más. Se acurrucó más contra su costado, arrullándose con el sube-y-baja de su respiración y el latido acompasado de su corazón.
Se sentía bien. Se sentía en casa.
Alzó un poco la mirada -porque ya le parecía raro que Ace no hubiera dicho nada más- sólo para encontrarse con que estaba bien dormido.
Entornó los ojos y ahogó una risa. Ace era como nadie en el mundo. Conocía a muchos piratas, pero este en particular se llevaba el título de único. Clío se incorporó un poco para apartarle un mechón de cabello de ébano que caía sobre su frente y le acarició un poco las pecas de las mejillas; eso pareció traerlo de vuelta del mundo onírico porque abrió los ojos y le dio una miradita confundida, por la repentina cercanía, y sonrojandose después de sentir el tacto suave de la pequeña mano de Clío sobre su cara.
Ella le sonrió ampliamente, casi carcajeandose, sólo para hacerlo poner rojo como las manzanas que se habían comido en la tarde cuando dijo la siguiente frase:
—Ace, ¡me gustas!
Definitivamente, Clío pecaba de libertad.
×
Al día siguiente, Ace y toda su tripulación estaban explorando la isla a fondo y se encontraban en el acantilado de donde se había caído dos días antes.
Se ponía pensativo cada vez que recordaba el suceso. Las sirenas existían, había llegado a la sólida conclusión tras aquello: una sirena le había salvado la vida. No existía otra explicación lógica para la cola que había visto y los brazos que lo rodearon antes de caer inconsciente. Y la voz que recordaba cantando, también.
Deuce lo había visto taciturno y pensativo desde que llegó al barco durante la madrugada, y ya no soportaba más la actitud de su capitán. Por su parte el susodicho estuvo lejano la mayor parte de la mañana tratando de no pensar en Clío exclamando al mundo que le gustaba. Se ponía escandalosamente rojo de tan sólo pensarlo.
— ¿Qué pasa, Ace? Ayer te perdiste en la madrugada y parece que todavía no hayas vuelto —se quejó Deuce, dándole una palmada en la espalda.
Ace se puso rígido como un tronco, enrojeció hasta la médula y empezó a reírse a carcajadas, como un demente.
—Nada, no pasó nada, ¿me escuchaste, Deuce? ¡Nada!
Su segundo al mando torció una mueca y se alejó un par de pasos, empezando a pensar seriamente que su capitán se había dado un fuerte golpe en la cabeza y ahora tenía delirios graves. Aún estaba balbuceando y sudando como loco cuando llegaron casi al borde del acantilado, donde estaba un gran gyojin azul de kimono oscuro.
La tripulación se detuvo tras el capitán, quien alzó una ceja en ese gesto tan característico al notar la marca de los piratas del sol en el centro de su pecho.
×
Clío estaba en una zapatería modesta del pueblo, resignada a hacerle caso al consejo del dueño del bar. Se estaba probando unas sandalias de cuero marrón con cintas que se enredaban en sus piernas hasta debajo de la rodilla. Curiosamente combinaban con su vestido como si hubiera salido de alguna leyenda mitológica pirata, y se decidió por comprarlas porque, aparte de lucirle bien, eran bastante cómodas.
Quince minutos después, salía de la tienda con un par de zapatos nuevos de los que seguramente se iba a deshacer cuando estuviera de vuelta en el Moby Dick, pero le servirían para que dejaran de verla con malos ojos mientras estuviera en tierra.
Estaba caminando de vuelta al bar con el saco de bellis que se había vuelto su nuevo mejor amigo, cuando; lejos, en una montaña que a duras penas podía divisar, una llamarada se alzó hasta el cielo y el sonido de la explosión alertó a los pueblerinos. La gente empezó a correr a sus casas asustados de que fuera algún encontronazo pirata, pero Clío fijó su marcha al lado contrario: directo a la pelea.
Pudo haberse tardado más en llegar porque no conocía los bosques de la isla, pero las constantes explosiones y llamaradas que se alzaban por encima de las copas de los árboles la guiaron pronto hasta un descampado al borde de un acantilado donde se encontraba un grupo grande de hombres cuyos rostros recordaba del día anterior en el bar, y más allá, por su gran tamaño, pudo ver a Jinbei, batiendose en un ardiente duelo con...
— ¿Ace? —Susurró, desconcertada una vez se dio cuenta— ¡Ace!
Se abrió paso a golpes y empujones, quedando un paso por delante del resto de la tripulación. Jinbei paró un golpe de Ace envuelto en fuego, mirando de reojo a la castaña y sus ojos verde-gris ampliamente abiertos analizando la escena y tratando de sacar sus propias conclusiones.
— ¡Jinbei! —Chilló, agitando los brazos— ¡De verdad eres tú, Jinbei! ¡Que alegría! —Sonreía y reía para sorpresa de los presentes, el shichibukai se separó de Hiken, que la miraba con la cara inicialmente roja y luego con una sorpresa increíble, mientras Jinbei daba dos pasos hasta donde estaba Clío— ¿Pops te mandó a buscarme? Creo que esta vez me adelanté demasiado.
—Sí. Está preocupado —el gyojin la miró y de repente aquello parecía una reunión familiar con todo y regaño incluido—. No vuelvas a hacer eso.
—Lo siento.
—Te llevaré de vuelta. Quédate aquí, voy a terminar con esto.
— ¿"Terminar con esto"? ¡No te lo tomes tan a la ligera, oye! —Ace gritaba de vuelta, haciendo una especie de berrinche— ¡Clío! ¿¡Conoces a este tipo!?
Ella ladeó el rostro en un gesto que Ace bautizó como típico de Clío. Tenía el ceño ligeramente fruncido, en una auténtica muestra de confusión.
— ¡Respondeme, Clío! ¡A qué se refiere con "llevarte de vuelta"!
—Al barco de Barba Blanca, desde luego, ¿no te lo había dicho ya? Soy una pirata. —Finalmente tras un par de gritos más ella respondió, causando que el corazón de Ace se saltara un latido.
Desconocía la razón exacta por la que le estaba exigiendo respuestas con tanto ahínco, y por la que sentía una especie de amargura recorrerle las venas. Reconoció el sentimiento como traición, entonces, ¿eso era sentirse traicionado? Pero no tenía mucha lógica si conocía a Clío desde hacía un día y a penas sabía de ella algo más que su nombre. Prueba de eso era que se acababa de enterar que formaba parte de la tripulación de un yonkō, uno de los hombres a quien se tendría que enfrentar para ser el rey de los piratas. Lo que automáticamente la convertía a ella en su enemiga.
La desagradable amargura creció y se asentó en la boca de su estómago, Ace no pudo evitar hacer una mueca. Se distrajo un segundo, lo que le tomó a Jinbei volver a lanzarse contra él y reanudar su enfrentamiento, causando que se abriera un cráter donde el nuevo pilar de fuego nacía del capitán de los piratas spade y se perdía en el azul del cielo.
Clío suspiró y se sentó en el mismo sitio en el que estaba parada porque sabía que la pelea iba a durar un tiempo. Lo que no se imaginaba era que se extendería por cinco días y cuatro noches a partir de ese momento.
×
No sabía específicamente cuánto tiempo pasó desde que Jinbei se fue del barco y partió en busca de Clío, pero lo que sí estaba claro era que faltaba muy poco para llegar a la siguiente isla. Podía ver la sombra clara de su silueta a lo lejos en el horizonte, y aunque no la viera con claridad, sus hijos ya corrían de aquí para allá por toda la cubierta preparando todo para atracar.
Marco estaba de pie en la proa dando órdenes cuando un chapoteo llamó su atención y segundos después, Clío estaba subiendo a cubierta con el vestido empapado y el pelo pegado a la cara como un chicle.
—Mocosa —Barba Blanca alzó una ceja mientras ella se acercaba a saludar, tomando entre sus pequeñas manos una parte de la falda de su vestido para exprimirla—, veo que Jinbei te encontró.
—Así es —sonrió—, aunque está un poco ocupado en este momento. ¡Lamento haberme ido por tanto tiempo, padre!
— ¿Ocupado?
Marco se les había acercado con las manos en jarras, alzando ambas cejas y revolviendo el cabello enredado de Clío con una de las manos. Ella bajó el rostro por el gesto, cerró los ojos un segundo y finalmente asintió.
—Está peleando con Ace —desvió la mirada al cielo—. Lo conocí en la isla. Quiere ser el rey de los piratas.
Marco parpadeó cerca de cinco veces seguidas, su padre se mantuvo en silencio y luego ambos empezaron a carcajearse por todo lo alto. Ella, por el contrario, se encogió de hombros, se volteó para ver la isla a lo lejos y señaló el sitio de donde salía una llamarada enorme y se perdía entre las nubes.
—Hace cinco días empezaron a pelear y no se han dado tregua —explicó—. Me sorprende que haya logrado plantarle cara a Jinbei por tanto tiempo... creo que quiere pelear contigo, Pops.
—Ya nos ocuparemos de ese mocoso cuando lleguemos a la isla. Aún falta algo de tiempo —el yonkō suspiró—. Ve a cambiarte y come algo. Bienvenida de vuelta.
— ¡Sí! —Sonrió. Alzó los brazos y gritó a su padre y a sus hermanos—: ¡Estoy en casa!
El rubio a su lado le dio una palmada en la espalda y una toalla cayó sobre su cabeza. Clío se volteó para ver a Thatch detrás de ella sonriendole ampliamente, sacudiendo la tela sobre su cabeza para cumplir doble función: saludarla y secarle el cabello al mismo tiempo.
—Hola, pequeña. —Le abrazó por los hombros y se la llevó directo a donde estaba su camarote, flaqueados por Marco que ya había terminado de gritar sus órdenes y tan sólo faltaba que el barco siguiera su curso todo recto hasta la isla.
— ¿Esos son zapatos? —Cuestionó el rubio, señalando las sandalias que se abrazaban a las piernas de Clío— ¿Desde cuándo usas zapatos?
—No te acostumbres, hermano. —Agitó una mano y compuso un mohín— La gente del pueblo me miraba muy extraño por ir descalza. Al final terminé comprándolos, sólo para que dejaran de mirarme así.
—Pero si no te llevaste nada.
Clío empezó a reír entre dientes para ella misma, recordando la noche en el bar.
—Te divertiste en esa isla, ¿no es así? —Thatch rió con ella, ganándose un asentimiento energético.
—No tienen idea.
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