Gladiador (1)

¿Cómo podía tenerlo todo y sentirse tan vacío? Aveces se sentía tan solo en en aquel solitario y frío palacio. Suena algo irónico, ¿no? Pues no todos los niños ricos son felices con el mundo que los rodea. La verdad, Taehyung odiaba su fortuna, su familia, sus amigos, su "hogar", todo en definitiva. Pero no tenía derecho alguno de quejarse, no solo porque su padre podría abofetearlo por ese pensamiento que tiene, si no porque todo lo que él tiene es lo que muchos desean.

Taehyung es hijo de emperador del pueblo donde viven, es el único heredero al trono y futuro esposo de la princesa Irene, hija del rey de un pueblo vecino. Su vida entera ya había sido planeada por sus padres, una hermosa vida llena de poder y de lujos, siendo la autoridad máxima de dos pueblos. Lo que para otros sería un sueño hecho realidad, para él no era más que aún más responsabilidades y más reclamos de sus familiares.

Que bonito era ser él.

En ese momento se encontraba caminando por los largos pasillos del mármol más fino. No tenía un destino en sí, pero no deseaba pasar sus días encerrado en su habitación, ni se encontraba del mejor humor para salir del castillo y compartir con otras personas. Llegó hasta los establos donde sus caballos de raza pura vivían. El lugar parecía estar vacío, sin ningún sirviente o soldado que pudiera perturbar su momento de soledad.

Se sentó en uno de esos cubos de heno, mirando a los caballos que estaban comiendo y reflexionando sobre su asquerosa y patética vida sin sentido. Aún no entendía cómo alguien como él de sangre azul y una vida llena de lujos se sentía tan vacío... tan solo.

—Alteza, ¿qué hace usted aquí? —preguntó una dulce voz detrás de él.

Taehyung se volteó para ver de quién se trataba y al hacerlo se encontró con el ser más hermoso que en su larga había visto. Un chico de casi su misma estatura, cabello azabache, piel nivea y vestido con unos harapos llenos de tierra, muy típico de los que se dedicaban a cuidar a los animales de su padre. A pesar de su ropa harapienta, su bello rostro era lo que más le deslumbraba, su cabello semi largo y ondulado, sus mejillas tenían un leve tono rosaseo producto del calor que hacía en esos momentos, sus ojitos tan bellos que desbordaban inocencia. Todo su ser era hermoso. Poseía una belleza sobrehumana.

—¿Alteza?

El castaño sacudió su cabeza para disipar aquellos pensamientos y concentrarse en lo que decía el chico.

—Estaba dando un paseo —contestó él.

—Oh, entiendo. —El chico sonrió ligeramente.— Pero le aconsejo no sentarse ahí a menos que desee que su ropa se ensucie o quiera oler a caballo por el resto del día.

—No me importaría en realidad. —Miró al frente nuevamente, viendo a los caballos.

—De acuerdo. Dejaré de molestarlo, alteza. Que tenga un buen día —dijo el joven para luego hacer una reverencia, aun que Taehyung no lo estuviese viendo.

El joven desconocido siguió su camino, pasando de largo del príncipe. Taehyung miró de reojo a aquel chico hasta que este desapareció de su vista. ¿Era posible quedar cautivado con alguien con solo haberlo visto una vez? Esperaba que no.

Al pasar las horas, Taehyung tuvo que asistir a esas estúpidas luchas de gladiadores, esas que tanto amaba su padre, le causaba mucha diversión. El emperador había adoptado la "moda" de pueblos occidentales, la lucha entre gladiadores era algo divertido de ver y que atraía el interés de su pueblo. Taehyung al ser príncipe debía asistir obligadamente a esas competencias. Era muy molesto para él, ya que no eran de su agrado, pero de igual forma intentaba de que nadie se diera cuenta de su poco interés en aquella actividad, en especial su padre.

El emperador junto con su concubina y sus tres hijos se encontraban sentados en el palco real, que quedaba una plataforma más arriba de las tribunas donde los plebeyos ocupaban sus lugares. Frente a todos y en el centro del lugar, se encontraba la arena donde los gladiadores peleaban por sus vidas. El emperador se levantó de su trono e hizo callar a toda su gente con solo un gesto, para después dar la orden de inicio.

—¡Que salgan los luchadores! —gritó eufórico el hombre, elevando sus brazos al aire.

Los gritos de los aldeanos no se hicieron esperar, la emoción era palpable en el lugar, a todos le resultaba emocionante ver a aquellos hombres matarse entre sí.

Las puertas de hierro que parecían de los calabozos comenzaron a elevarse, del pequeño túnel que estaba detrás de aquella puerta comenzaron a salir los hombres, acompañados de algunos guardias. Cada uno de ellos portaban una espada para atacar, un escudo con que defenderse y vestían unas armaduras que podían ser penetradas con facilidad.

Los hombres se pusieron en fila y se arrodillaron en dirección donde estaba el emperador y su familia, reafirmando una vez más su lealtad a su gobernante.

Taehyung pasó su mirada por cada uno de ellos, sintiendo pena por ellos al saber sus destinos, pero la cabellera azabache de uno de ellos se le hizo conocida. Sus ojos se abrieron desmesurados cuando el gladiador se levantó, dejando ver su hermoso y angelical rostro. Aquel joven era el mismo que había tenido la oportunidad de ver esa misma mañana.

Los gladiadores se levantaron y cada quien tomó una posición, adoptando su pose de batalla. La señal fue dada y comenzaron a luchar.

Los agonizantes gemidos de dolor de los peleadores al recibir una herida eran opacados por los gritos de aliento de todos los presentes, quienes disfrutaban del dolor ajeno. Se podía oír a la perfección el sonido de los metales filosos al chocar entre sí, como si de una guerra se tratase. La arena fue manchada con la sangre que caía sobre ella y los cuerpos sin signos vitales yacían tirados en el suelo, siendo pisoteados por aquellos que no los veían al estar concentrados en salvar su propia vida.

La campana sonó, la lucha paró. Solo cinco de los veintisiete luchadores quedaron en pie, el resto no eran más que simples cadáveres.

—¡Felicidades a los ganadores! —gritó el emperador con una radiante sonrisa. Se había divertido mucho.

Sin mucho más que decir, los gladiadores se retiraron de la arena. Los cuerpos fueron retirados por los soldados y de a poco el lugar iba siendo vaciado por la gente.

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El príncipe Kim daba un paseo nocturno por los pasillos del palacio antes de ir a sus aposentos para conciliar el sueño. Se sentía un tanto intranquilo debido a que aquel chico que había conocido en esa mañana había sido herido en múltiples zonas del cuerpo. Por alguna extraña razón se sentía preocupado por el chico, pero por otra parte también se encontraba sorprendido por la gran destreza que demostró tener con el uso de la espada. Le resultaba curioso ese hecho, pues el joven no parecía ser un gladiador, no demostraba tener una postura amenazante como los demás gladiadores. Simple y sencillamente, él jamás hubiese creído que ese bello chico podría ser un gladiador si sus ojitos no hubiese sido testigo de lo vivido esa misma tarde.

Taehyung soltó un suspiro agotado, quería sacarse a ese chico de su cabeza, pero no podía hacerlo, lo peor es que no entendía el porqué. Odiaba admitirlo, pero había cautivado con ese bello chico con solo haberlo visto una vez.

Todo pensamiento fue interrumpido cuando oyó un débil sollozo cerca de donde se encontraba. Con curiosidad se acercó a aquella zona, queriendo saber a quien pertenecía aquel llanto. Bajando las cortas escaleras que daban al enorme jardín trasero, se acercó a la columna de donde se oía esos pequeños sollozos. Se sorprendió al encontrar a ese hermoso chico que había estado en sus pensamientos durante en todo el día ahí sentado en el suelo, apoyando su espalda con la columna y las mejillas empapadas por sus propias lagrimas.

El azabache al darse cuenta de la presencia de su príncipe, se levantó con rapidez del suelo y limpio los restos de agua salina que empapaban sus mejillas.

—A-Alteza... lo lamento. N-No sabía que se encontraba aquí —dijo el joven, su voz sonaba empalagosa por el llanto.

—No te preocupes. Dime, ¿por qué lloras? —preguntó sin mucho rodeo. Una de las características de Kim era su gran honestidad y ser muy directo.

El chico desvió la mirada al recordar el porqué de sus lamentos.

—Por nada importante, alteza. —Taehyung se cruzó de brazos.

—¿Por nada importante lloras de esa manera? —Él asintió.— Lamento decir que no creo tus palabras. Nadie se lamento tanto sin razón alguna.

—N-No quiero molestarlo con mis problemas, señor —respondió el chico jugando con sus dedos y manteniendo la cabeza gacha—. Solo son... tonterías.

—No es molestia. Al contrario, te estoy preguntando porque me interesa.

Taehyung miraba atentamente al joven frente suyo jugar con sus dedos, sin emitir sonido alguno por unos momentos, tanto que Kim pensó que no contestaría a su incógnita.

—Me siento culpable, señor —dijo el chico en voz baja luego de unos minutos de silencio.

—¿Culpable? —repitió el príncipe extrañado. El chico asintió—. ¿Culpable de qué?

Los ojitos del joven comenzaron a llenarse de lagrimas hasta que finalmente se desbordaron por la comisura de sus ojos, creando otro fino camino de líneas en sus mejillas sonrosadas. No podía evitar sentirse mal, le dolía mucho tener que hacer aquello.

—P-Por los que f-fallecieron hoy —respondió con la voz quebrada, pasando sus manos formados puños sobre sus ojos para evitar que siguieran saliendo lágrimas.

Taehyung no sabía cómo reaccionar. Era la primera vez en sus veinte años de vida que veía a un gladiador sentirse mal por aquellos hombres a los que les arrebató la vida. Sí había visto a muchos arrepentirse de sus actos, pero nunca hasta el punto de llorar. No podía entender cómo ese joven que horas atrás demostraba ser un increíble luchador, ahora lloraba como un niño pequeño arrepentido de sus travesuras.

Sin saber qué hacer para calmar el llanto del más bajo, se acercó a él y envolvió su cuerpo con sus brazos. Sentía ese impulso de querer tenerlo entre sus brazos y protegerlo de todo. Podía ver que sus heridas seguían abiertas, pues aún no se había curado. Aun que ninguna de esas heridas eran profundas, podían infectarse y causarle muchos problemas.

Cuando el llanto del azabache cesó por completo, se alejó del cuerpo ajeno y retiró los últimos rastros de lagrimas de sus mejillas.

—L-Lo siento, alteza —se disculpó el joven aún con la cabeza gacha.

—No te preocupes. —Sonrió levemente.— Dime, ¿cómo te llamas?

—Jeon Jungkook.

—Bien. Jungkook, ¿me dejarías curar tus heridas? —El nombrado levantó la mirada, con las mejillas teñidas de un rojo intenso. Sus ojitos y la punta de su nariz también se encontraban con un tono rojizo debido al llanto. Él negó ante la pregunta de su señor.— Por favor, Jeon, no te haré nada.

—N-No se preocupe, alteza, las doncellas curarán mis heridas. No quiero molestarlo.

—No es molestia. En verdad, yo no tengo problema. —Sonrió.— ¿Me dejas ayudarte?

Jungkook se quedó mirándolo por unos segundos, ¿Cómo decirle que no cuando le sonreía de esa manera? Sin estar muy seguro, asintió con timidez.

—¡Genial! Vamos entonces.

Los dos comenzaron a caminar hacia el interior del palacio en silencio. Taehyung miraba de reojo al azabache de vez en cuando, se le hacía conocido de algo, pero no lograba recordar de qué.

—A-Alteza... me está incomodando que me mire tan atentamente —dijo Jungkook jugando con sus dedos, manteniendo la mirada gacha.

—Lo siento... es que creo haberte visto en otro lado —confesó en un suspiro—. ¿Nos conocemos nosotros dos? —Jungkook lo miró con una ligera sonrisa.

—Me vio durante esta mañana, alteza. ¿No se acuerda?

—Sí, pero... olvídalo. Mejor sigamos.

Jungkook asintió y ambos siguieron su camino.









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