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Un día no dejabas de dejarme maravillado
La luz de el día no era algo tan bello comprado a tu sonrisa. Caminaba más alegre que antes, sin ningún moretón que desafiar a tu piel lechosa y eso solo podía hacerme sonreír. Quizá me habías perdonado o quizá simplemente te habías contentado con tu esposo. Pensar en eso desvaneció mi sonrisa en una expresión neutral sin dejar de observarte. Fue entonces que tu mirada subió hasta la posada en la que yo estaba y se detuvo en mi. Te pusiste mortalmente sería al igual que yo. Quieta, mirando nuestros ojos fijamente.
—Querida—antes de que pudiera sonreirte. Aquel demonio llegó y te abrazo de la cintura, te dedico una sonrisa que le regresaste forzada y luego te dio un beso en la mejilla. Por tu expresión supe que te dio asco—Vayamos, más vale que termines tus deberes—
—Claro—cuando él volteo sus ojos yo ya no estaba ahí, solo estaba recargado con los celos fluyendo por cada parte de mi y las ganas de matarlo se volvían más grandes
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