Epígrafe
Sentada a la luz de la luna
a mí me gustaba ver
como el mundo en llamas ardía
y nadie lo podía detener.
Sin importar lo que el fuego quemara
sabía que lograría verlos caer.
Ven conmigo, escucha lo que te contaré.
Si debo empezar por el principio
supongo que lo haré con un
“Érase una vez”.
Allá donde el sol no se dejaba ver
vivía un rey, que en su castillo dorado tenía
lo que todos quisieran tener.
Él mismo fue aquel que guardó
bajo llave, candado y mil cerrojos
a la más hermosa perla que una vez
el mundo vio con sus ojos.
Cada amanecer ella lo veía llegar
y su cuerpo al instante comenzaba a temblar.
Ella debía disimular, posar y actuar.
Como la chica perfecta se debía comportar.
Ellos no sabían que cada acto de avaricia
graves consecuencias traería.
Ellos no pensaban
en el gran valor que, en su pecho,
aquella niña ocultaba.
Uno por uno fueron cayendo.
Todos y cada uno de sus planes falló.
El muro se derrumbó.
Y la verdad se descubrió.
Porque la historia real ella reveló.
No creas todo lo que dicen por ahí.
No hallarás una historia con final feliz aquí.
Y los besos de amor verdadero
quedaron en el libro de los hermanos Grimm.
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