Capítulo VIII
Capítulo VIII: “El espejo y sus reflejos”.
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Todo ser humano tiene un punto de quiebre. Un extremo al que no puede llegar, porque si lo hace simplemente explotará y se romperá. Algunos son capaces de soportar un gran dolor físico, pero en el instante en que su corazón se ve afectado, ellos tocan fondo. Otros, por el contrario, tienen un corazón de acero que resiste a pesar de todas las veces que pueda llegar a ser lastimado, sin embargo, su cuerpo no aguanta tanto.
Por último, están aquellos que no son fuertes ni física, ni emocionalmente. Aquellos que son frágiles y se rompen una y otra vez por diferentes motivos. Ese tipo de personas no se divide en dos partes donde una es más resistente que otra, sino que, al ser iguales, se unen como piezas de un rompecabezas que no pueden permanecer distantes y se convierten en una sola.
Ahí, es donde reside su fortaleza, porque en ocasiones aquello que te hace parecer débil no es más que el aspecto más letal de tu ser.
Blanca pertenecía al tercer grupo. Ella era una muchachita inocente e ingenua que, a pesar de haber sido herida en numerosas ocasiones, seguía sin ser capaz de percibir la maldad en las personas. Siempre sonreía y esperaba a que llegara su príncipe azul, o tal vez, su hada madrina, para que ellos mejoraran su vida por arte de magia y todo terminara por ser color de rosas, pero la vida no funciona así. Su hada madrina no tenía una varita mágica para facilitarle las cosas, ella solo podía brindarle cariño y protección al ofrecerse como el blanco de los golpes de su padre durante años con tal de que no la lastimaran. Mientras que su príncipe azul terminó por convertirse en un monstruo que, en lugar de rescatarla en su caballo blanco, lo único que hizo fue construir un infierno privado para encarcelarla.
Blanca era un ser tan lleno de bondad que no era capaz de comprender que el mundo no es un libro de cuentos. Y es que, aunque la hubieran decepcionado tantas veces para ella siempre estaba ahí la posibilidad de redimirse y corregir los errores, porque perdonar y pedir perdón era el acto más humano que existía.
O al menos pensó así hasta esa noche.
Había tocado fondo tan repetitivamente que se creía familiarizada con la sensación, pero luego de lo sucedido el día –y la noche- de su boda se dio cuenta de que no existía caída en la cual no se tocara el suelo.
En ningún momento apartó la vista de la pared desde el primer instante en que la puso ahí. No lo hizo cuando todo terminó, ni tampoco cuando volvió a empezar, mucho menos lo hizo cuando el acto se repitió una y otra vez. No pudo dormir. El cansancio la agotaba, pero los pensamientos la mantenían despierta.
Los primeros rayos de sol del día siguiente golpearon su cara y sólo eso la hizo reaccionar y mirar en dirección a la ventana donde una pequeña brecha entre las cortinas permitía que se colara un poco de luz. Una lágrima cayó por su mejilla cuando se vio a si misma con una manzana en la mano sonriéndole a la nada en su balcón, y entonces deseó ser capaz de volver a sentir el calor del astro mayor.
En silencio y con sigilo se levantó de la cama. Un dolor intenso en su parte íntima la hizo quejarse en voz baja antes de dedicarse a buscar por el piso el camisón con el que había llegado. No tardó mucho en encontrarlo y al inclinarse para recogerlo tuvo que cubrir su boca para evitar que un sollozo se escapara y despertara a su esposo. Con los ojos empañados en lágrimas se vistió y cruzó la puerta interior en dirección a su habitación.
Una vez estuvo del otro lado y aún con las manos sobre su boca, recorrió con la mirada toda la estancia y se sintió fuera de lugar en aquella nueva alcoba que le habían asignado junto a la de su marido debido al cargo que ahora ellos ostentaban. Sin pensarlo dos veces cambió sus ropas por unas que resultaran menos reveladoras y salió corriendo hacia el otro lado del castillo, donde estaba su antigua habitación.
Nada más poner un pie dentro fue como si de repente sus pulmones se llenaran de aire puro y fresco, como si por primera vez en años hubiera vuelto a respirar.
Todo estaba tal cual ella lo había dejado excepto por un pequeño detalle: el candelabro que estaba junto a su estantería. La posición en la que se encontraba era completamente desfavorecedora y no permitía que la luz llegara a ningún lado así que Blanca ordenó siempre que aquel objeto permaneciera apagado. Entonces… ¿por qué había una pequeña llama danzando encima de la vela?
Por un momento, la joven de mejillas rosadas dejó de pensar en los sucesos que había vivido anteriormente y comenzó a caminar en dirección al candelabro. Aquello era como si una fuerza superior a ella la estuviera controlando, como si algo la llamara y le susurrara al oído que se acercara.
Una vez llegó al costado de la estantería cogió una profunda respiración y la soltó hacia la vela provocando que aquella llama anaranjada se apagara y el cuarto se sumiera en una potente oscuridad. Estaba dispuesta a ir hasta su antigua cama cuando escuchó una voz muy conocida hablarle:
—Hola, Blancanieves.
—¿Dudie? —cuestionó confusa.
—Ese soy yo. Te extrañamos, hace tiempo no nos visitabas.
—Creí que ustedes estarían donde yo esté.
—No somos fantasmas, querida —dijo Priden.
—Yo soy alguien excepcional, pero hasta ahora no puedo atravesar paredes —habló esta vez Selflov.
—¿Quieres conocernos en persona, Blanca? —inquirió Greed
—Es lo que llevo esperando toda mi vida.
—Pues este es el momento —contestó Dudie. —Solo tienes que halar el candelabro en tu dirección y luego a la derecha, entonces una puerta te conducirá hasta nosotros.
En aquel momento parecía que en el menudo cuerpo de Blanca no habría espacio para toda la emoción que desbordaba. Por fin tendría la oportunidad de ver, de tocar a aquellas personitas que solo con su voz, tantas veces la calmaron y le hicieron compañía, que tantas veces le demostraron que no estaba sola, que los tenía a ellos.
Así que, sin detenerse a pensarlo mucho, Blanca siguió las instrucciones de Dudie y posó su delicada mano encima del candelabro de hierro para después halarlo con fuerza hacia su pecho y posteriormente a la derecha. Al principio le costó un poco, ya que, al parecer, aquel mecanismo estaba algo oxidado debido al tiempo que llevaba en desuso, pero una vez lo logró sólo tuvo que esperar un par de segundos para poder ser testigo de algo que no olvidaría nunca.
Ante sus ojos se estaba abriendo un pasaje secreto. La pared donde se ubicaba el candelabro se había corrido hacia atrás y luego, poco a poco comenzó a moverse hacia un lado, ocultándose así la pared falsa detrás de la verdadera. Sería una vil mentira decir que no tenía miedo, porque la realidad era que estaba aterrada, pero la emoción por conocer a los enanitos en persona era superior a cualquier otro sentimiento. Así pues, sin necesidad de meditarlo demasiado se adentró en aquel pasadizo oscuro que parecía llamarla.
Nada más hubo ingresado en el interior de aquel lugar, la pared a sus espaldas se comenzó a mover con dificultad hasta cerrarse completamente. En ese momento hubiera sido realmente fácil para ella describir lo que puede ver un ciego, ya que no era capaz de notar algo más que una espesa negrura. Se sentía desorientada sin poder dar uso de su sentido de la vista, pero fueron sus otros instintos naturales los que la condujeron al lugar al que debía llegar.
De pronto, sus oídos detectaron un sutil y casi imperceptible sonido. Una melodía dulce y suave que la tenía tan hipnotizada, tan hechizada, que sólo podía pensar en oírla más de cerca. Los acordes que percibía eran tan bajos que estaba completamente segura que, de no haber perdido la visión, le habría resultado imposible notarlos. Sin embargo, lo había hecho y ahora debía descubrir de dónde provenían.
Con decisión cerró los ojos –como si eso fuera a hacer alguna diferencia-, se concentró en las ligeras ondas sonoras que lograba captar y una vez creyó encontrar el punto donde tenían una mayor frecuencia comenzó a tantear con sus manos las paredes del estrecho pasillo y a caminar en esa dirección.
Por muy sencillo que esto suene, caminar a ciegas en un lugar desconocido, sin saber con qué se puede uno encontrar y viéndose guiado únicamente por un sonido tan bajo que, incluso, se podría llegar a pensar que es producto de la propia imaginación, no es cosa fácil y Blanca se sentía valiente por su forma de actuar.
Poco a poco la melodía que escuchaba se hacía más clara, una señal inequívoca de que se estaba acercando. Esto la hizo apresurar más el paso, ansiosa por estar lo suficientemente próxima como para escucharlo todo a detalle y realmente no tardó mucho en lograrlo.
De repente se detuvo en seco. Ahora sí era capaz de oír aquella música a la perfección y, a la vez, reconocerla. Su mente viajó al primer día de primavera de hace un año atrás, el mismo año que conoció a su ahora esposo, el mismo año en que, paseando por el jardín trasero, escuchó una melodía idéntica a la que en aquellos instantes estaba volviendo a oír.
Blanca estaba en shock. ¿Cómo, siquiera, era eso posible? Si hace un año lo que sea que produjera ese sonido estaba en el patio trasero ¿cómo diantres había llegado al pasadizo secreto oculto en su antigua alcoba?
Una vez más, cambió de expresión, aunque era difícil detallar exactamente las facciones que surcaban su rostro debido a la oscuridad había algo que sí era posible asegurar; nuevos aspectos de su personalidad estaban despertando y la firmeza y convicción eran sólo algunos de ellos.
Siguió avanzando a paso suave, sin prisa, sin pausa, simplemente caminando con calma hasta llegar a su destino que esta vez se encontraba mucho más cerca de lo que imaginaba. Lo que sucedió a continuación ella no lo esperaba, porque cuando comenzó a recuperar la visión se vio obligada a pestañear repetitivamente en busca de estabilidad, pero todo era real, había una luz tenue a lo lejos.
Blanca corrió y tropezó un par de veces antes de llegar al lugar de donde provenía la luz. Una habitación. Una habitación inmensa y llena de espejos. A cada lugar que miraba, una imagen suya completamente diferente y distorsionada le recibía. A veces era muy gorda, a veces muy delgada, en ocasiones su rostro se deformaba haciéndola ver horrenda y en otras, por muy difícil que pareciera, la hacía ver más hermosa de lo que ya era.
Sin embargo, en el centro del cuarto había un espejo completamente diferente al resto, comenzando por el hecho de que se encontraba enmarcado por un cuadro bañado en oro y con numerosas piedras preciosas incrustadas en él. No tenía punto de comparación con los demás cristales porque era el único donde la imagen de quien se reflejaba en él no se veía desfigurada. Lucía diferente, pues Blanca estaba segura de que la chica frente suyo era ella, pero una versión de sí misma completamente distinta a ninguna que haya podido ver antes.
—Es el espejo mágico —una voz detrás suyo le hizo dar un respingón en su lugar antes de dar la vuelta.
—¿Cómo dices?
—Que es mágico —contestó aquel hombrecito —o al menos eso dicen. Perteneció a alguna de tus antepasadas, pero en algún momento lo refugiaron en este lugar para evitar que lo destruyeran.
—Es solo un mito, Rager —una pequeña personita rodó lo ojos desde la puerta.
—Pues según el “mito” ese espejo es capaz de revelar aquello que somos realmente —apareció otro más.
—Yo puedo dar fe de ello, me veo increíble ahí también.
—Por favor que alguien lo mate.
—Debes dejar la violencia de lado, Hatery.
La boca de la joven muchacha se encontraba ligeramente abierta. Poco a poco habían aparecido seis hombrecitos recortados frente a sus ojos y ella no podía creer que fueran ellos. Es cierto, sabía que sus amigos eran enanos, se lo habían dicho ya, pero nunca había visto a alguien tan pequeño con facciones y cuerpo de adulto. Lentamente se puso a su altura mientras ellos seguían discutiendo y, dejándose llevar por la curiosidad, pinchó con su uña la nariz del enanito que tenía más cerca.
—¡Ay! ¿Pero qué crees que estás haciendo, loca? —chilló indignado.
—¿Hatery?
—No, el rey Christoph. ¡Pues claro que soy Hatery mocosa! —Blanca rió levemente.
—Eres tan gruñón como te imaginaba —los recorrió a todos con la mirada y luego los comenzó a señalar. —Tú debes de ser Rager, Priden, Greed, Devilry y Selflov.
—Buen trabajo en señalar lo obvio —Devilry rodó los ojos.
—Un momento… ¿dónde está Dudie?
—Justo aquí, hermosa Blancanieves —dijo un hombre canoso y barbudo del tamaño de un infante de 5 años. —¿Por qué me miras así?
—Debo admitir que no esperaba ver a un niño con barba.
—¡No somos niños! —corearon los siete. —Somos mayores que tú, señorita, más respeto.
—De acuerdo, de acuerdo. —trató de aguantar la risa. —Lo siento por eso. Mejor explíquenme que es este lugar.
—Esta, querida Blanca, es la sala de espejos del palacio —Priden habló, comenzando a alardear de su conocimiento. —Fue creada hace muchísimos siglos y antes estaba en un espacio público que permitía a las personas acceder por un precio asequible, pero con el tiempo, tus antecesores se vieron obligados a fingir un incendio y ocultar los espejos, pues la codicia y la sed de poder de las personas les hacía desear tenerlos para ellos.
—Como te dije antes, Blanca, se dice que este salón de espejos, sobre todo ese de allá —señaló el grande enmarcado en oro, —es capaz de mostrar cada faceta de tu ser que desconoces u ocultas, te dice quién eres en realidad, tus sueños y anhelos, tus defectos y virtudes, entre otras cosas. Muchas personas le temían porque pararse frente a él es lo mismo que dejar tu alma desnuda ante todo aquel que esté de espectador.
—Es sólo un mito.
—Pues yo creo que es verdad —dijo suavemente Blanca mientras se ponía de pie justo enfrente del gran espejo. —Veo mi reflejo aquí y siento que me estoy conociendo realmente, que estoy descubriendo quién soy en realidad.
¡Y vaya que lo estaba haciendo! La joven que le devolvía la mirada desde el espejo no tenía un camisón de seda, sino que vestía un maravilloso vestido rojo que la hacía ver imponente y delicada a la vez. Su cabello iba suelto a su libre albedrío, siendo balanceado por el viento, a la altura de sus hombros –algo que estaba muy mal visto entre las mujeres de aquellos tiempos-. Tenía los labios untados en carmín, haciéndolos lucir aún más provocativos y rojizos de lo que normalmente eran. Sus ojos y mejillas tenían algo de colorete haciendo resaltar más sus facciones y su semblante dulce había sido cambiado por uno más desafiante.
Blanca se repasó con la vista de arriba hacia abajo y sin poder evitarlo se terminó comparando con la versión de sí misma que veía en el espejo. La chica tenía unos ojos brillantes y llenos de vida, parecía estar en paz, sin demonios que la atormentaran. Mientras que ella se encontraba despeinada, pálida como nadie, con ojeras y moretones a todo lo largo de su cuerpo. Había perdido toda su elegancia, su finura; de la noche a la mañana había dejado de ser la hermosa princesa Blancanieves para convertirse en la desdichada reina a la que le había sido arrebatado el trono, Blanca von Venningen y no había nada que la hiciera sentir más triste, porque no sólo le habían robado su vida y lo que le correspondía por derecho, ahora también le habían quitado su identidad.
Ella estaba rota. No había punto de comparación entre el reflejo y lo reflejado. Sentía que todo aquello que una vez fue, había sido destruido, reducido a cenizas y ya no le quedaban, siquiera, las ganas de volverse a construir.
Frente a los siete enanitos se desmoronó. Cayó de rodillas delante del espejo ahogándose en sus propias lágrimas de dolor, agonizando entre los brazos de su propio sufrimiento, sintiendo como un viento gélido proveniente de su pecho la hacía estremecer. Su mente la hizo revivir todos los momentos difíciles por los que había pasado.
Su noche de bodas.
Sus meses de encierro.
Los golpes recibidos.
Las decepciones vividas.
Todas esas ocasiones en que creyó quedarse sin aliento para seguir soportando.
Todas aquellas veces que deseó que su corazón dejara de latir.
Así permaneció varios minutos, o tal vez, fueron horas, envuelta en sollozos y con todas las ropas mojadas gracias a las gotas saladas que se suicidaban, precipitándose al vacío, cayendo desde sus ojos. Parecía que no iba a parar nunca, pero lo hizo cuando Dudie se le acercó y levantó su barbilla con un dedo.
—¿Has terminado ya tu drama?
—¿Drama dices? —cuestionó entre gimoteos. —¡Tú has estado conmigo todos estos años, Dudie! Tú has estado todas esas veces en que me desmoroné una y otra vez por culpa de todos ellos, eres consciente de todo lo que he sufrido ¡¿y te atreves a decir que esto es drama?!
—Precisamente por eso te digo que estás dramatizándolo todo. Han sido años, Blanca, años de dolor y lágrimas, años en los que a pesar de todo siempre sonreías y seguías en pie. ¡No te atrevas a dejarte caer ahora! —le gritó el hombrecillo con enojo. —Es momento de que dejes el papel de víctima del destino y comiences a interpretar al personaje que tú quieres ser. ¿Quieres ser la mejor reina consorte que ha tenido este país? Pues conviértete en ello. ¿Quieres sacar las garras y golpear a tu marido por lo que te hizo? Pues hazlo, pero no quiero verte aquí lloriqueando porque de esa manera no vas a conseguir nada y esta vez yo no voy a ayudarte.
Fue de esa manera que el adulto en cuerpo de niño abandonó la habitación, siendo seguido de manera automática por los otros seis, sin detenerse ni un solo segundo para mirar atrás. Blanca se quedó ahí tirada en el suelo con la dignidad y el orgullo hechos pedazos, pero con objetivos y metas claras que estaba decidida a cumplir.
“Porque sólo hay un momento en la vida en que se toca el fondo y cuando eso sucede el único que puede decidir entre permanecer abajo o dejarse la piel en el camino hacia arriba eres tú mismo”.
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