Capítulo IX

Capítulo IX: “Castillo de naipes”. Parte I

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No se sabe mucho sobre lo que sucedió después de la salida de los siete enanitos. Algunas fuentes afirman que Blanca siguió llorando durante horas; otras, que pasó el tiempo analizándose en el espejo, incluso hay quienes dicen que ella y el cristal enmarcado tuvieron una larga conversación donde se le fueron revelados aspectos de su personalidad que desconocía y deseos que jamás creyó que llegaría a anhelar.

Todo el mundo habla y tiene teorías, porque a las gentes les encanta comentar sobre la vida de otros y Blancanieves fue un personaje digno de destacar. Pero si hay algo verídico en todas estas historias es que la joven que ingresó al pasaje secreto difiere muchísimo de la que salió del mismo. Sobre todo, por el hecho de que al entrar seguía siendo una niña y al partir se había convertido en mujer.

Me gustaría poder contarte qué sucedió ahí dentro para que Blanca sufriera tal metamorfosis, pero sucede que cuando se trata de tiempos pasados nunca se conoce la verdad absoluta.

Para cuando se marchó de su antigua habitación, la luz anaranjada del crepúsculo matutino atravesaba el cristal de las puertas del balcón y la joven no necesitó más para salir apresuradamente hacia el ala norte, donde se encontraban los aposentos reales.

Aquel amanecer fue uno de los más bellos en la historia de Inglaterra. Tal vez brillaba por sí solo, simple casualidad o regalo de la madre naturaleza; tal vez los astros se confabularon para hacerlo especial, pero algunos preferían pensar que la magia que ahora habitaba en Blancanieves se vio reflejada en el cielo de la manera más majestuosa que podía llegar existir. Sonará alocado, pero a muchos de los que vivieron la historia les agradaba la idea de creer que era ella quien hacia brillar el sol con mayor intensidad. Quien, con toda su luz asustó a las nubes grises y las hizo huir para que Londres fuera capaz de sentir el calor del astro mayor directamente en la piel. Para que pudiera presenciar un cielo abierto, despejado y un tiempo benigno y ameno.

Ese día Blanca había cambiado, ella era otra y el universo lo sabía.

Cuando aquella joven se adentró en sus aposentos se encontró con todo un séquito de doncellas que se veían bastante alteradas debido a la hora y el poco tiempo que tendrían para prepararla, pero ella necesitaba espacio –todo el que pudiera permitirse una reina- y no estaba dispuesta a andar con más de diez muchachas persiguiéndola a todos lados.

—¿Quién las ha enviado aquí? —cuestionó mirándolas de hito en hito.

—Su majestad, el rey Phillip —contestó una rubia de mirada desafiante sin apartar la vista de ella.

—¿En verdad? Por lo visto mi esposo me toma por alguien tan incapaz que necesita la ayuda de casi quince honorables señoritas para que hagan todo por mi —colocó un dedo en su barbilla con gesto pensativo. —¿Me consideran ustedes alguien incapaz, ladies?

—No, majestad. —corean todas.

—Entonces, estarán de acuerdo conmigo en que no requiero de tantas doncellas.

—Nosotras sólo cumplimos órdenes, majestad —dijo la que parecía no saber cómo mantenerse callada.

—Lo sé y es por eso que en este instante van a obedecer mis órdenes y aquellas que yo vaya señalando se colocarán detrás de mí.

Las escrutó a todas con la mirada, buscando en el porte y la actitud de cada una lo que ella necesitaba en una dama de compañía. La primera en ser acusada por el dedo índice de Blanca fue la rubia que le respondió cada una de sus preguntas sin que le temblara la voz en ningún momento. Posteriormente, otras cuatro señoritas se incorporaron a la retaguardia de la reina y permanecieron justo ahí esperando instrucciones.

Esas cinco muchachitas tenían algo en común y era que, ya sea consciente o inconscientemente, ninguna bajaba la mirada ante ella, ninguna se dejaba intimidar y ninguna la trataba como si fuera un ser superior. Blanca no buscaba en sus doncellas a jóvenes que le dieran la razón en todo, que le temieran u obedecieran sus órdenes al pie de la letra. Ella quería que le hablaran, que le dieran consejos y opiniones, que le permitieran compartir sus secretos sin miedo a que luego se esparcieran por la región. De cierto modo, Blanca necesitaba de esa complicidad, de esa camaradería que se respiraba entre todos los grupos de adolescentes y que ella jamás había tenido la oportunidad de sentir. Pero no debía olvidar quién era y si quería vivir algo parecido a la amistad, necesitaría de un grupo reducido, pero con carácter.

—Salgan de aquí —dijo con voz firme en dirección a las demás.

Todas se miraron extrañadas sin entender muy bien que estaba sucediendo, pero obedecieron. Una por una hicieron una reverencia ante su reina y seguidamente se retiraron. La joven de ojos negros esperó unos segundos y luego se dio la vuelta para mirar a las cinco seleccionadas. Les dejó un par de pautas en claro antes de ordenarles comenzar con su preparación para la primera comida del día, la cual estaba próxima a ser servida.

Las nuevas doncellas eran maestras en eficiencia y prontitud, así que en apenas minutos Blanca estuvo caminando apresuradamente con ellas cinco pisándole los talones camino al comedor principal donde la estaban esperando para desayunar.

A cada paso que daba contenía una mueca de dolor, pues el continuo rose de sus muslos provocaba un fuerte escozor en su intimidad y la velocidad a la que avanzaba por los pasillos del palacio no hacía más que empeorar la situación. Pero Dudie tenía razón, ya era momento de que se pusiera los zapatos de niña grande y afrontara la vida de la mejor manera posible para conseguir aquel que fuera su objetivo.

Nada más adentrarse en el salón donde se divisaba un gran banquete, sus ojos captaron el cambio de lugares en la mesa. En la punta más visible, donde antes se sentaba su padre, ahora se acomodaba Phillip; el asiento a su derecha estaba vacío, pues ahí tomaría su lugar Blancanieves. Presidiendo el otro extremo estaba Christoph con Maryline a su lado, mientras que los invitados se iban alternando entre la izquierda del nuevo rey y la del antiguo.

Si se analizaban minuciosamente las leyes de etiqueta podrían notarse con facilidad las infracciones que se estaban cometiendo puesto que desde la noche anterior el título que ostentaba Blanca era superior al de su padre y, sin embargo, en la mesa él seguía teniendo mayor relevancia que ella. Dicha situación le frustraba. Se dio cuenta de que tanto su progenitor como su reciente esposo siempre encontrarían la forma de rebajarla a un nivel inferior. Siempre intentarían arrebatarle todo lo que ella era.

Una vez estuvo junto a la mesa, un guardia le ayudó a tomar asiento y luego se retiró para ordenar que sirvieran la mesa. La pelinegra se acomodó en la silla y con una gracia envidiable desdobló la servilleta para colocarla sobre su regazo.

—¿Se te pegaron las sábanas, querida? —cuestionó su esposo mientras servía un poco de agua en las copas de ambos.

—No realmente, tuve un pequeño retraso debido al ejército de doncellas que enviaste para mí.

—Ha llegado a mis oídos que te deshiciste de más de la mitad —la miró fijamente mientras los platos eran puestos al alcance de todos.

—Me pregunto si todo lo que haga va a llegar a tus oídos de la misma manera.

—Sólo me preocupo y ocupo de mi amada esposa —le besó el dorso de la mano. —¿Acaso es eso un pecado?

—No lo es, hijo —interrumpió Christoph. —Aprovecha esta primera etapa de tu matrimonio porque luego los años pasan y no quedará nada de lo que alguna vez te atrajo de tu mujer.

Los tres hombres que ocupaban la estancia se rieron escandalosamente mientras las damas comían con tranquilidad. Se burlaban de sus consortes sin vergüenza alguna por medio de chistes machistas y desagradables creyendo que ellas eran seres ignorantes, incapaces de comprender algo de lo que oían, pero nada se hallaba más lejos de la realidad.

Mujeres como Mary y Margaretha ya estaban resignadas a la vida que les había tocado vivir. Para ellas, el mundo había sido creado de esa manera, los caballeros ordenan y las damas acatan órdenes. Era injusto, sí, pero así funcionaba la sociedad y no había nada más que objetar.

En el caso de las jovencitas como Cathalina la situación no era muy diferente. Ellas estaban acostumbradas a presenciar ese trato por parte de sus progenitores desde que eran niñas. Aquello formaba parte de su día a día, de su cotidianidad, de su concepto de normalidad. Sin embargo, no querían lo mismo para ellas cuando se casaran.

Las chicas como la hermana menor de Phillip aún soñaban con un caballero que las amara y las tratara como si ellas fueran flores de cristal que al más mínimo roce podían romperse, sin saber que las probabilidades de que eso pasara eran de una en un millón. No porque no merecieran ser amadas, sino porque en la Inglaterra que conocían el amor nunca sería suficiente.

Blanca, por otro lado, sabía cómo se sentía cada una de las mujeres de aquella mesa. Pasó años siendo Cathalina, esperando que llegara el hombre de su vida, aquel que iba a pintar sus días con flores y corazones, pero nada más creyó encontrarlo sufrió la peor decepción de su vida.

Durante la noche de su boda estuvo en los zapatos de Maryline y Margaretha, aceptando con resignación que aquello que le correspondía le fuera robado, para posteriormente permitir que Phillip la hiciera pedazos sólo por el hecho de que ella debía cumplir su deber y consumar el matrimonio, así fuera a costa de su dolor y sus lágrimas. Pero aquella mañana, al mirar a su alrededor, Blanca decidió que no quería ser como ninguna de ellas. Decidió que nunca más soñaría en vano, que no creería jamás en palabras, sino en hechos y que a partir de ese instante nadie la iba a hacer sentir inferior, podían intentarlo, pero ella nunca más iba a tocar el suelo.

—¿A qué hora nos reunimos con el Parlamento? —preguntó a su esposo una vez las risas se hubieron calmado.

—¿Cómo dices?

—La reunión con el Parlamento, querido —contestó. —Esa que todos los monarcas de cualquier nación deben tener al día siguiente de su coronación… ¿no me digas que lo olvidaste?

—Por supuesto que no cariño, pero… ¿cómo sabes de la reunión?

—Lo mencionaste anoche.

Ante aquella respuesta Phillip frunció el ceño pues no recordaba haberle comentado nada relacionado con el Parlamento a su esposa. De hecho, en su mente estaban muy vivas las memorias de las pocas horas anteriores donde lo menos que ellos dos habían hecho era charlar.

—Ya que tocamos el tema, espero que mi hija te haya regalado una noche de bodas muy placentera —habló Christoph.

—¡Oh Christoph! Te puedo garantizar que la compañía de tu hija es… exquisita para mi paladar.

Una vez más los hombres en la mesa estallaron a carcajadas debido a la doble forma de interpretación del comentario del rey para después sumergirse en una de sus conversaciones machistas y ególatras, olvidándose muy pronto de la corta charla que hubo entre marido y mujer. Blanca por otro lado, comía tranquilamente mientras los ignoraba, pues su cabeza estaba en otro lado. Una vez terminó su desayuno se disculpó y elegantemente se retiró haciéndole una seña a sus doncellas para que la siguieran.

Juntas, ella y su séquito, se dirigieron a los aposentos reales para un cambio de vestuario radical. Había algo que su majestad llevaba tiempo sin hacer debido a los preparativos de boda y aquel día pensó que necesitaba de ese algo para poder sentirse viva nuevamente.

Cabalgar.

Así es, Blanca necesitaba experimentar una vez más esa conexión con los animales y la naturaleza. Necesitaba del aire golpeando su cara y del sonido de las herraduras de su yegua al golpear el suelo. Necesitaba un poco de aquel respiro y de aquella libertad para no olvidar a la niña risueña e inocente que una vez fue porque en ese momento, cuando una repentina e indeseada madurez se había apoderado de su cuerpo debía tener más presente que nunca sus orígenes y pasado.

Cuando el mozo tuvo lista su montura, la joven de profundos ojos negros se acercó a su yegua adorada y acarició su cara suavemente como si con la mente le pidiera perdón por el tiempo que llevaba sin visitarla y sobre todo por no haber comprendido en su momento que el rechazo que mostraba hacia su prometido era por una razón.

Nieve era un ser demasiado fiel y dulce. Como casi todos los animales tenía un gran sentido de la percepción del peligro y sus alarmas habían saltado hace un año atrás en el instante en que notó la esencia de Phillip en el aire. A su manera intentó proteger a su dueña, pero no es mucho lo que un simple equino puede llegar hacer contra un ser humano.

A pesar de todo no le guardaba rencor a Blanca. Y es que la relación de ellas dos, de Blanca y Nieve, era realmente envidiable. Tan sencilla que para los demás podía llegar a resultar muy compleja. Porque a las personas les cuesta entender lo que no puede explicarse y eso eran ellas dos; un fenómeno que no tenía explicación.

Cuando se les veía interactuar los ojos negros de ambas chocaban y esa mezcla de tonalidades oscuras producía un brillo tan profundo que pocos eran capaces de notarlo. ¡Y es que era algo tan puro y limpio! Tan mágico como lo es el amor. Porque ellas se amaban con igualdad sin importar que fueran tan diferentes.

Blanca pegó su frente a la de la yegua y susurró algo inentendible antes de caminar hasta el lateral del animal y subirse sobre su lomo con ayuda del mozo. Hizo una mueca. Le había dolido la entrepierna todo el día, pero en aquel momento el escozor era mucho mayor. Intentó adaptarse. No pensaba bajarse por un simple dolorcillo. Dejar que el dolor venza es de cobardes y ella no era una cobarde. No más.

Consiguió adaptarse un par de minutos después. La molestia seguía estando allí, pero al menos ya había logrado sentirse lo suficientemente cómoda como para arrear a su compañera y echar a correr en la dirección del viento encima. Estaba dando vueltas a gran velocidad, rodeando desde adentro el corral gigantesco donde antes solía practicar equitación, pero al parecer alguien se había dejado la puerta abierta y Nieve estaba tan entusiasmada y feliz que no se contuvo y salió disparada fuera del área.

Al instante todo se revolucionó. Los pocos mozos que estaban ahí se asustaron pensando que el animal se había descontrolado y que su reina podía sufrir algún tipo de accidente, mientras que las doncellas estaban a punto de ir en busca de ayuda, pero Blanca los calmó con un gesto de su mano antes de dirigir a la yegua hacia el camino de tierra diseñado para montar para que pudiera correr con libertad sin dañar el trabajo de jardinería.

Era una sensación magnifica. Ese día, a pesar del dolor físico y emocional que le inundaba el alma, Blancanieves pudo volver a disfrutar de sus actividades de siempre. Por primera vez en varias horas sonrió con sinceridad y se sintió plena y feliz. Mientras cabalgaba con Nieve, pudo quitarse de encima todas esas cadenas que la mantenían atada a una imagen social, a un objetivo por lograr y simplemente fue ella una vez más sin nadie que le dijera que eso estaba mal.

Cuando ya llevaba cerca de media hora recorriendo los mismos lugares, la reina se acercó al lugar donde los mozos vigilaban y las doncellas charlaban a varios metros de distancia los unos de los otros.

—Iré a dar una vuelta por el bosque, si divisan los carruajes del Parlamento a lo lejos no duden en avisarme lo más pronto posible —avisó.

—Un momento, majestad —la interrumpió la joven parlanchina. —Es mejor si no va sola, podría pasarle algo y necesitar de ayuda.

—No me sucederá nada, pero si te hace sentir más tranquila…

—Yo la acompañaré. Claro, si a usted le parece bien.

—Date prisa.

Blanca miró a la joven doncella mientras esta se alejaba. La chica tenía un porte elegante, caminaba con la barbilla en alto y a paso rápido, pero eso sí, sin perder nunca la buena postura. Su cabello rubio estaba recogido en un moño bajo, tal cual indicaba el protocolo de vestimenta, pero por alguna razón ese peinado en ella no lucía como en el resto, se veía más trabajado y hacía lucir más largo su cuello.

Desde la posición de la reina, solamente podía detallar la espalda de la doncella al mismo tiempo que esta última esperaba a que el mozo alistara un caballo para ella. Sin embargo, había algo en esa muchacha que le había gustado desde el primer instante y con una sonrisa leve pensó que aquella cabalgata por el bosque sería el momento preciso para conocerla mejor y así descubrirlo.

Estaba tan perdida en sus pensamientos que no se dio cuenta de que un caballo bayo se había detenido justo a su lado cargando sobre su lomo a su joven dama de compañía. Sin detenerse a mirarle o hablarle, Blanca blandió las riendas de su yegua y esta echó a correr a toda velocidad siguiendo las instrucciones de su ama.

Pronto las dos muchachas y sus sementales estuvieron atravesando el bosque a paso rápido esquivando las ramas y árboles que se interponían en su camino. Viajaban sin rumbo, dejándose llevar únicamente por el instinto animal de los caballos que ellas jineteaban. De repente, ambos cuadrúpedos variaron su velocidad para estar a la par y seguidamente doblaron con brusquedad a la derecha. Tanto Nieve como el purasangre bayo parecían saber exactamente qué estaban haciendo y hacia dónde estaban yendo; tanto así que luego de pasar unos cuantos minutos corriendo a una gran velocidad comenzaron a disminuir su paso simultáneamente hasta continuar avanzando en un trote ligero.

La doncella y la reina se miraron con una expresión que denotaba la incertidumbre en la que se encontraban en aquel momento antes de preguntar al mismo tiempo:

—¿Dónde estamos? —el pequeño coro que formaron inintencionadamente les hizo reír.

—Nunca he estado en esta zona —dijo la reina.

—Pues yo jamás había venido al bosque, me parecía demasiado tenebroso y temía perderme.

—No estamos perdidas, ellos sabrán regresar —contestó la reina estirándose para tomar una fruta del manzano que tenía cerca antes de que Nieve se alejara demasiado.

—¿Cómo puede tener tanta confianza en dos animales que no la comprenden?

—A lo largo de mi vida, los animales siempre han sabido comprenderme mejor que los seres humanos. Los primeros, son seres llenos de luz e inocencia. Saben perdonar y son tan leales que si les demuestras tu valía, podrían llegar a entregar su vida por ti —explica ella. —Los hombres son todo lo contrario. Si te caes, es más probable que te pisen a que te ayuden a levantarte, pero si te vuelves más grande que ellos, se postrarán en sus rodillas ante ti para luego, al menor descuido ¡zas! Te apuñalan por la espalda. Es mucho más fácil confiar en los animales que en el hombre, porque el hombre lastima sin mostrar arrepentimiento y hace lo que tenga que hacer para lograr su objetivo.

—¿Qué sabe usted de lo cruel que puede llegar a ser el hombre? Se relaciona con muy pocas personas y jamás se ha visto envuelta en una situación desagradable. Tiene la vida perfecta.

—Te equivocas, todos lo hacen. No existe tal cosa como una vida perfecta y hay muchos aspectos de la mía que permanecen ocultos bajo llave.

—¿Cómo cuáles?

—No sabes mantener la boca cerrada ¿cierto? —cuestionó la reina burlona provocando que la dama aparte la mirada. —Lo descubrirás pronto, no desesperes.

Ambas jóvenes disfrutaban del paseo tranquilamente. Observando el hermoso paisaje ante sus ojos. Como es lógico, las distintas variaciones de verde y marrón eran las predominantes en todo el camino, pero también había muchas flores de diversos colores y se podían apreciar pájaros con plumajes en tonos neutros. Era un lugar hermoso, pero ya habría tiempo de explorarlo más a fondo así que, tanto la reina como la doncella arrearon a sus caballos y dejaron que estos las condujeran de vuelta al palacio. Pero mientras los animales cabalgaban en la dirección opuesta, Blanca volteó la cabeza, justo a tiempo para percatarse de una extraña cabaña oculta entre los matorrales de la lejanía y sonrió sabiendo que el paseo no había sido en vano.

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