Charles se movía de un lado a otro en la habitación. Su esposo regresó, despeinado y con aquellas líneas de expresión marcadas en su frente.

—¿Ya se han dormido?

—Sí, todos y cada uno de ellos. — susurró dejándose caer sobre la cama con el rostro contra la almohada.

Charles acarició la espalda de su esposo, él se quitó la camiseta y levantó la mirada, se dio media vuelta y ambos entendieron.

El más pequeño se recostó sobre el pecho de su esposo y respiró profundamente el aroma de su piel.

—No me gusta discutir.

—Ni a mí.

—Deberías pedirme perdón, ratita... — susurró Erik con su común coquetería barata.

Charles sonrió contra su pecho dejando un beso en la zona.

—Te amo. Lamento haberme enfadado, pero debes comprenderme.

—Ni siquiera entiendo el motivo de tu enfado, necesito que lo expliques...

—Actúas como si los pequeños fuesen una molestia para ti, no es justo para ellos... Sé que son inquietos, pero Erik...

—Son mis hijos, los amo. Aunque pierdo la paciencia, no voy a mentir con eso. — insistió mientras subía sobre su esposo.

Charles observó las facciones maduras de Erik.

"No me vas a convencer, recuestate y hablemos"

Sólo eso bastó para que Erik obedeciera.

—Me parece injusto que puedas hacer eso y mis cascos estén lejos de mi alcance... — gruñó el pelirrojo.

—Wanda podría hallarlos... O Peter, y no sé qué es peor.

—Wanda es un ángel. — murmuró Erik sin querer oír alguna queja sobre su pequeña.

—Y es demasiado poderosa, por lo que mientras sea posible necesitaré protegerla y guiarla... — insistió Charles.

—¿Y eso qué tiene que ver con mis cascos?

—Nada de cascos, Erik.

El mayor dejó escapar un suspiro, su esposo volvió a envolverse en sus brazos y ambos observaron la habitación en silencio por varios minutos.

Era tranquilo sin niños, Charles no podía negar aquello, realmente lo disfrutaba. Cuando el castaño comenzó a cerrar los ojos, su esposo decidió delinear su rostro con el dedo índice de su mano derecha. Charles no pudo evitar sonreír, aquellos actos de amor en Erik simplemente lo hacían creer que se había casado con el hombre más amoroso de la tierra, pero sabía que debían charlar... Incluso si la idea de quedarse entre los musculosos brazos de su marido con aquellas delicadas caricias sobre sus labios lo hacían querer evitar la charla incómoda sobre crianza y paternidad...

—Erik... Debemos hablar. — insistió Charles.

El pelirrojo lo besó, ambos se fundieron en un juego de besos que solamente lograba subir la temperatura en la habitación, pero no solucionaba el problema de Erik con los muchachos, y Charles necesitaba aquella charla.

Se separó a duras penas de su esposo, se lo cobraría más tarde.

—Es importante. Son nuestros hijos.

Erik se puso de pie, comenzó a vacilar en ponerse la pijama mientras Charles evitaba leer su mente, sabía por el comportamiento de su esposo que no quería charlar hoy.

—¿Qué ocurre? ¿Es por la forma en que actúan?

—Es porque no tienes paciencia con ellos. Los regañas demasiado, incluso me hace creer que no los quieres tanto como a...

—No te atrevas a decir aquello de mi relación con mis hijos. — se quejó el pelirrojo. — Charles, amo a nuestros pequeños por igual.

Charles no quiso insistir por ese camino, y de hecho Erik lo agradecía, no quería pensar que su esposo realmente creía que él no amaba a los trillizos por igual, eran sus bebés, Peter y Pietro no eran inferiores a Wanda en cuanto a amor paternal. Tal vez Wanda podría ser la adoración de ambos padres en algunos sentidos, pero realmente el amor que Erik decía sentir, era honesto. Mataría por cualquiera de sus hijos si fuese necesario, le rompería el cuello a quién se atreviera a hacerlos sufrir, y eso es algo que esperaba todo el mundo tuviese claro antes de meterse con ellos.

—¿Por qué te agota tanto cuidarlos? Sólo tienen ocho.

—No quiero ni pensar en cómo serán a los diez. — se sinceró Erik mientras se sentaba en la cama y Charles acariciaba el cabello de su esposo. — no me molestan, es sólo que sinceramente creo que... Son demasiado intensos.

—Son niños.

Charles no podía creer que su esposo no comprendiera que la crianza no solamente sería educar niños buenos y darles un techo. Era demasiado, tal vez él lo veía diferente al ser un educador, pero por amor a Dios. Ambos eran los padres.

—Charles, cariño... No quiero sonar como que esto es todo lo que tengo para ofrecer, pero aunque son nuestros pequeños... Realmente no entiendo nada sobre crianza. Creí bajo el cuidado de un montón de Nazis. Me arrebataron a mi madre y a duras penas la recuerdo... Quiero dar lo mejor de mí, pero no tengo el tacto necesario y sé que puedes pensar que no amo  a mis pequeños, pero te prometo por lo más sagrado que ellos y tú, son todo en la vida para mí. Haría lo que fuese por ustedes.

—¿Qué tal intentarlo? — preguntó el castaño observando directamente a los ojos a su esposo. Sin trucos, sin manipulación, sólo contacto y honestidad.

—No necesitas control mental para convencerme de intentarlo, los amo...

—Lo sé...

Ambos sonrieron mientras sus manos se cobijaban. Erik volvió a besar los labios de su esposo y se prometió mejorar.

Él realmente los quería, sólo necesitaba encontrar la manera de sentir que podía ser mejor padre o al menos de demostrarle a Charles que no todo estaba tan mal como él lo creía.

Seguramente sería pan comido... O eso quería pensar.

Al día siguiente lo primero que notó al despertar, era que su esposo había dejado una nota. Él y Wanda harían las compras, por lo que solamente Peter y Pietro estarían por allí.

Observó la hora. Once y treinta. Ya era hora de que ambos estuviesen arriba.

Se dirigió a la habitación de sus tres hijos, aún eran demasiado miedosos para dormir solos, disfrutaban de convivir, siempre lo repetían. 

—¿Muchachos?

La voz de Erik resonó por toda la habitación, y el sentido auditivo de Peter lo detectó... Desde la cochera.

—¡Es papá, ha despertado!

Pietro quién era mucho más astuto que Peter, rápida ordenó el desastre que ambos habían hecho.

Las cajas estaban apiladas unas sobre otras.

—Bien hecho. — felicitó Peter a su hermano palmeando su espalda.

Aunque eso no los libraba de las manchas de pintura en las paredes, suelo y sus ropas.

—¡Eh, que me has manchado la espalda!

—¡No es verdad!

—¡Que sí!

—¡Que no!

—¿Chicos? ¿Están allí? Abran la puerta. Está cerrado.

Ambos se observaron aterrados.

—¡Ya sé, enciende el auto, huiremos del país! Papá jamás nos atrapará, iremos rapidísimo. — sugirió Peter.

Pietro no creía que fuese necesario siendo ambos tan rápidos, pero pensaba que Peter era su hermano mayor... ¡Y por doce minutos! De seguro sabía mucho más de la vida que él.

—¡Okay!

Ambos se metieron dentro del auto manchando con pintura de color azul los asientos de cuero del porsche del 74 que Erik había reparado con tanto esfuerzo.

Ambos intentaron forzar el auto a partir ganando que el humo decidiera escapar de algún espacio mal sellado.

Erik sólo veía desde fuera como algunas líneas de humo escapaban por los espacios de la puerta y aquél inconfundible olor a gas inundaba sus fosas nasales.

La tos en los pequeños no tardó en oírse, Erik con desesperación comenzó a golpear la puerta.

—¡Muchachos, abran ahora y prometo que no los castigaré tan duro!

Los pequeños no oían a su padre, corrían buscando pequeños espacios de oxígeno para respirar, aunque Pietro era más listo, se encontraba agotado como para buscar una solución y salvar la vida de su hermanito, se dejó caer en el suelo mientras Peter continuaba en su búsqueda de oxígeno... Hasta que encontró una ventanilla negra en la parte más alta del techo, solamente debía alcanzarla, pero Pietro era más alto, y estaba cansado.

Tal vez si sólo trepaba un poco, o intentaba alcanzar de alguna manera...

—Mierda. — se quejó Peter en cuanto vio a su hermano dejar de toser.

Corrió hasta él para tomarlo en brazos y mientras lo sostenía con toda la fuerza que poseía utilizó la mayor rapidez que alguna vez había notado en sí mismo, logrando llegar hasta la parte alta del garaje y empujando la rejilla para que su hermano respirara.

Lo dejó recostado sobre el techo.

Aquello demostraba que él era el más rápido, Pietro no tendría como discutirlo, o eso creía Peter.

Por su lado, Erik se encontraba pateando la puerta con brutalidad para intentar ayudar a sus pequeños quiénes no contestaban.

El pelirrojo no podía ver debido a todo el humo de la habitación.

—¡Peter, Pietro! — gritó mientras sin esfuerzo alguno sacaba el auto del garaje. En cuanto el humo comenzó a irse de la habitación, notó que no se encontraban allí, sin embargo podía oír las quejas desde la puerta del garaje.

Ambos pequeños estaban sosteniéndose desde el techo.

Erik entendió que tal vez, Charles tenía razón... No tenía paciencia con ellos, sentía que si en este preciso momento algo más ocurría, iba a explotar y eso lo haría quedar como un pésimo padre.

Pero no era todo el daño lo que le importaba, era el hecho de que nunca podría estar seguro de como cuidarlos porque él no pudo disfrutar de dos padres amorosos... Él fue un experimento en un laboratorio lleno de estúpidos Nazis que querían asesinarlo de no ser porque les era útil...  Él quería proteger a sus hijos, pero no encontraba la manera de hacerlo sin regañarlos y mantenerlos apartados.

Los tomó desde la camiseta y los llevó hasta el salón en donde los observó esperando.

No sabía qué esperaba realmente, pero intentaba pensar... ¿Cómo le explicaría a Charles esto?

De pronto una explosión llamó su atención.

—¡El auto! — gritó Peter. — ¡No, he dejado mi dólar allí!

—¡Y yo la goma de mascar, Peter!

Ambos pequeños se lamentaron. Erik se acercó al ventanal y vio su pequeña joya ardiendo en llamas...

Tragó saliva, se dio media vuelta y observó a sus hijos. Ambos se veían tristes.

—¿Perdieron un dólar y una goma de mascar? — preguntó. Ambos suspiraron al mismo tiempo de manera dramática.

Él se puso de rodillas y se acercó a ambos pequeños.

—Le diremos a papá que traiga goma de mascar de la tienda... Y les daré un dólar, pero debemos... Charlar.

—Oh, claro, papi. ¿Sobre qué? — preguntó Peter mientras Pietro hurgaba en su nariz.

—¿Por qué Pietro tiene su dedo en tu nariz?

—Oh, tenemos un trato. Yo hago su tarea de matemáticas, él hurga en mi nariz.

El pelirrojo no contestó nada. Ahora entendía la razón de las malas calificaciones de Pietro.

—Okay, ignoraremos eso. Será trabajo de papá. Volviendo al tema... — detuvo a Peter quien ya tenía los pies en la alfombra. — debemos hablar.

—¿Sobre qué, papi? — preguntó Pietro dejando una mancha sobre el sofá con la mucosidad de su hermano.

De pronto la puerta fue abierta por un espantado Charles quien traía a Wanda en brazos.

—¡¿Qué diablos ocurrió aquí?! ¡¿Por qué hay un auto en llamas fuera de casa?!

—Porque tus hijos son los villanos de esta historia. No hacen nada más que comportarse como dos animales de granja sin ningún ápice de decencia en el cuerpo.

Cuando los pequeños observaron a su padre, Peter estaba molesto... ¡Él no era ningún animal de granja! Una vez intentó vestir a Pietro como un pequeño cerdito y venderlo en una feria, pero nadie quiso comprarlo, así que no tenían aquella genética y el señor Hank podía asegurarlo.

Peter le dio aquella mirada a Pietro, el más pequeño negó. Peter insistió.

Ambos pusieron sus pies en la alfombra y comenzaron a moverlos con tal rapidez que no necesitaron demasiados segundos para dejar a su padre lo suficiente electrificado como para que su otro padre tuviese que interferir.

Ambos aprovecharon a huir de la escena mientras Charles intentaba despertar a su esposo.

—¡Erik, oh, Dios! ¡Erik, reacciona!

Los párpados del pelirrojo no dejaban de temblar, y aunque aún tenía conciencia de algunas cosas un poco borrosas, no dejaba de pensar en que se rendía.

No sabía como ayudar a sus pequeños.

—Monstruos, Charles... Son monstruos. — susurró.

No quería rendirse, pero... ¿Qué otra opción tenía?

Nota de autor:

¡hey!

—Codito.

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