Cuentan que, en las noches, los búhos salían a implorar por ella.
Cuentan que, a veces, las estrellas se embriagaban con su pena.
Cuentan que, un día, se cansó de actuar como doncella.
Se cansó de que a su cuerpo se sintiese ajena.

Cuentan que, cuando creció, no dejó de pensar en su pasado.
Cuentan que, no lo intentó, por temer la reacción del mundo humano.
Cuentan que, ya decidida, se regocijó en la suavidad de su pecado.
Al final ya todo dejó de ser en vano.

Cuentan que, ahora, los búhos dejaron de clamarle al cielo.
Cuentan que, quizá, las estrellas ya emprendieron vuelo.
Porque, al salir con su nueva identidad, el tiempo se detuvo.

Cuentan que, quienes lo veían, recordaban a la mujer que alguna vez ahí habitó.
Cuentan que, cuando se lo dijo a su familia, su sueño de ser libre marchitó.
Pues los insultos le quemaron como ácido.

Y se cansó, al comprender que el mundo no estaba hecho para él (o ella).
No resistió, al final, sus plegarias débiles como aguamiel (o aguacella).
Fue por ello que sonrió, cuando la muerte le besó con premura.
Pues cuentan que, mientras veía un partido de béisbol, su alma se extinguió con dulzura.