|Cap ₂₇|La cita.


¿Y si se decepciona de mí? ¿Y si se arrepiente de haberme invitado a salir? ¿Y si tengo algo en la cara o mi ropa se encuentra sucia y no me di cuenta antes de salir con apuro de mi hogar?

Él prendió su celular y aún no miraba en mi dirección, entonces pensé en irme y decirle por mensaje que no podría ir a verlo.

Me detuve un par de segundos nuevamente, dándome aliento y haciéndome pensar bien las cosas. Tenía a la persona que me volvía loca aquí, justo aquí y ahora. No podía salir huyendo con mis inseguridades y parecer una estúpida por haberlo dejado plantado.

Con ayuda de un último respiro, caminé hacia él, pero con intenciones de escabullirme tras su asiento, cubrirle los ojos y preguntarle de quién se trataba. Sólo unos pasos más y estaría tras él.

Todo ese plan se había ido al carajo al sentir su mirada en mí, junto a su preciosa sonrisa y sus sonrientes ojos. Él desvió la mirada unos dos cortos segundos, teniendo sus mejillas rojizas, para luego volver a mirarme y sonreír más grande.

Él me dedicaba una sonrisa. Esa perfecta sonrisa que en más de una ocasión pude apreciarla tras una pantalla, ahora la admiraba en vivo, sólo para mí.

Él se levantó de su asiento y yo pude acercarme a él. Mis mejillas ardían y mi corazón palpitaba con demasía velocidad. Le rezaba a Dios para que esto no fuera un simple sueño, porque se sentía tan real pero ficticio. Siempre tuve claro que estas cosas no pasarían en la vida real, sin embargo, yo me había convertido en una persona afortunada al estar frente a él y su perfección humana.

Ante mis ojos, Jungkook era hermosamente perfecto, lamentablemente. Él era alto, sus brazos se veían tonificados, su cabello lucía sedoso. La forma en que había formulado aquella sonrisa, me había desarmado de sobremanera. Sus ojos almendrados mantenían un brillo inigualable, sus pupilas se agrandaron.

Y, sin saber lo que hacía, nada más corrí a sus brazos. Rodeé mis brazos por su cuello, y al sentir su agradable olor impactar directamente con mis fosas nasales, suspiré, aliviada, tranquila, menos nerviosa. Tenía a Jeon Jungkook conmigo.

Ahora, nada importaba. Sólo importaba el hecho de tenerlo aquí, apegado a mi cuerpo como tantas veces quise sentirlo, con su cabeza en mi hombro, yo en el suyo, apretando su camiseta, él pasando sus brazos por mi cintura, mis pies en puntillas, mi gran sonrisa y la suya.

Finalmente, nos separamos, nos vimos a los ojos y volvimos a sonreír.

—Hola —dije, sonriendo y viéndolo a los ojos.

—Hola —repitió él, con sus mejillas rojas.

—¿Cómo estás? —ladeé mi cabeza, desbordando mis notorios nervios por todas partes.

—Bien, ¿y tú? —él se hallaba menos nervioso, era claro.

—Súper. —alcé la bolsa de regalo, entregándolo en sus manos—. Es tu regalo de cumpleaños, y sé que pasó hace unas dos semanas, pero no quise enviarlo por correo —hablé con un titubeo que hasta él pudo notar, llegando a sacarle una pequeña risa. Entonces suspiré para calmarme—. Preferí dártelo hoy —agaché la mirada, cohibida ante él.

—No debiste hacerlo —fabricó una sonrisa—. No lo merezco —dijo, mientras abría el regalo.

Oh, todos aquí sabemos que no lo mereces.

—¡Claro que lo mereces! —reí, avergonzada—. Sé tu amor por ese personaje de Marvel... —hablé cuando éste había abierto por completo el regalo—. También sé que te gustan más las cosas saladas, y no dulces —dije cuando sacó las Pringles. 

—¡No debiste hacerlo! —sonrió en grandeza, admirando el peluche de Iron Man.

—Sí que debo. Fue tu cumpleaños y es lo menos que puedo hacer, Jungkook.

—Muchas gracias —guardó todo nuevamente dentro de la bolsa—. Oye...

—¿Sí?

—¿Sabes dónde hay un baño? Llevo más de una hora esperando por ti, y... —rio, entonces me avergoncé.

—Oh, sí —reí, cohibida—. Vamos, ven conmigo.

Y, ahí, en mi ciudad natal, Jungkook y yo comenzamos a compartir una vereda por primera vez. Él al lado de la orilla y yo en la esquina, nos dirigimos a un baño de servicio que quedaba a unas dos cuadras, dentro de un supermercado.

Mi sonrisa no cesaba, la de él tampoco, como si ninguno de los dos pudiera creer lo que estaba pasado. Él me ganaba por una cabeza, y tal vez por más, si no fuera por mis zapatos con algo de plataforma.

Me pregunto cómo me veo yo a su lado, y volteo a ver su perfecto perfil izquierdo.

—Creí que me habías dejado plantado, la verdad —dijo, riendo un poco.

—No, ¿Cómo crees? Jamás lo haría —apreté mis labios, queriendo esconder la verdad, y la verdad era que en algún momento sí pensé en irme y dejarlo plantado, producto de mis nervios.

Visualicé el supermercado, entonces caminamos a este mismo. Por muy estúpidos que fueran mis pensamientos, me preguntaba si las personas que pasaban a nuestros lados pensarán que somos pareja. ¿Cómo sería tomar la mano de Jungkook, mientras caminamos por la calle?

Aquella pregunta perduraría en mí.

—Bien, vuelvo en un segundo —me regaló una última sonrisa y entró al baño.

Asentí, y cuando se fue, comencé a arreglarme el cabello y mis gafas de sol sobre mi cabeza. Me vi en el reflejo de un gran espejo que había en la entrada, acomodé mi cinturón y mi blusa. Finalmente, me dije a mí misma que me veía bonita. Si no tenía confianza en mí, no llegaría a ningún lado.

Me sorprendí cuando Jungkook salió de la puerta. Ahí, pude percatarme mejor de cómo vestía, él me había dicho por chat que estuvo en la playa hoy por la mañana con sus amigos, así que verlo con shorts y una camiseta no me sorprendió. En verdad, cualquier cosa que él luciera se vería bien. 

Otra cosa que traía, era una mochila azul agarrada a sus dos hombros. Él venía con una linda sonrisa, tan parte de él. Sus finos labios fueron una gran distracción para mis débiles ojos.

—¿Tienes hambre? —llegó a mi lado, entonces lo vi nuevamente a los ojos—. Te invitaré a comer lo que tú quieras, sólo pídelo —sus labios formularon una sonrisa de boca cerrada.

—No tengo mucha hambre la verdad —negué con la cabeza, aunque me dio pena negarme.

La verdad, es que cuando estoy nerviosa, se me es imposible comer, es como algo automático en mí. 

—¡Vamos! Pide lo que quieras —incitó con una gran sonrisa, mirándome mientras salíamos del lugar y comenzábamos a caminar por la vereda nuevamente—. ¿Un helado? ¿Pizza? ¿Alguna bebida? ¿Sushi? —entonces alzó sus cejas, yo alcé las mías—. ¿Te gusta el Sushi?

—Me encanta —confesé de inmediato.

—También me encanta. Es una de mis comidas favoritas.

La mía igual.

—¿Conoces algún local de Sushi? —preguntó, mirando a los dos lados de la calle.

—Muchos, la verdad —cruzamos la calle.

—Pues, vamos al que más te guste —sugirió, otra vez con una sonrisa, demostrando una vez más que podía llegar a alterar mi pobre corazón con apenas un gesto.

Eso hice, nos encaminé a un lugar dos o tres cuadras más allá. Cruzamos algunas calles, las personas pasaban al lado de nosotros, y, cuando nos vimos obligados a apretujarnos, nuestras manos se rozaron.

Pude llegar a sentir una descarga eléctrica entrar por mis dedos, conduciéndose por mi sangre, mis venas. Aquella sensación llegó a mi estómago, provocando que soltara aire.

Había sido una sensación excitante, la cual nunca antes había llegado a sentir, sin embargo, Jungkook sin querer había sido la primera persona en provocarla.

Tragué saliva, y volteé a verlo. No podía creer tenerlo tan cerca. Lo sentía irreal, un sueño. Uno más de mis sueños junto a él.

—Por aquí —abrí la puerta de vidrio del local de Sushi.

Por dentro, todo era muy lindo. Habían mesas para cuatro y unos grandes ventanales de vidrio nos dejaban vista a la calle, viendo así a las personas pasar.

Nos dirigimos a una mesa apegada al ventanal. Estando ahí, creí que él se sentaría frente a mí, pero no, él dejó su mochila y bolsa de regalo en aquella silla, terminando por sentarse a mi izquierda, y aquello... Aquello haría que nuestros cuerpos estuvieran más cerca, más apegados, tal vez nuestros codos rosando sobre la mesa.

—Pediré la carta —sonrió, yo asentí.

—Yo... —mi nerviosismo había vuelto—. Yo iré al baño.

—Claro, te espero —volvió a torcer una sonrisa.

Me dirigí inmediatamente al baño del lugar, prendí la luz y cerré la puerta. Apoyé mi espalda en la misma, suspiré, entonces ahí, pude llegar a darme cuenta que mis manos sudaban.

EN REALIDAD SUDABAN, COMO NUNCA ANTES.

Rápidamente, lavé mis manos con agua y luego las sequé con mucho papel higiénico. Me miré al espejo del baño, suspiré y apoyé mis manos en el mueble.

—Maldita sea, ___ —me dije, viéndome en el reflejo—. Lo tienes aquí, justo aquí, sentado en una jodida mesa ahí afuera. No puedes acobardarte ahora.

Y, tras aquellas palabras de aliento, abrí la puerta, la cerré al paso y apagué la luz. Visualicé a Jungkook sentado en la mesa, mirando atentamente la carta. Me acerqué a nuestro puesto y me senté en la silla, aclaré un poco la voz.

—¿Qué piezas quieres pedir? —me mostró la carta que también me habían traído a mí.

—Mhmm... —ni si quiera pude leer bien, todo se veía tan confuso, así que dije—: Quiero lo que tú quieras —sonreí, dejando la carta en la mesa.

Él curvó su cabeza a un lado y me observó a los ojos, sonriendo de lo más divertido.

—___, en serio, pide lo que quieras —volvió a decir—. O, bueno, si quieres pedimos un menú para dos —pasó la lengua por su labio menor.

—Eso estaría mejor —respondí finalmente, aunque esquivé mi mirada.

Después de ordenar, comenzamos a charlar de temas banales. Sin embargo, de alguna u otra forma, comencé a esquivar su mirada. Me sentía muy nerviosa como para mirarlo y decirle todo lo que siento a través de mis ojos. No quería ser descubierta. Los ojos son capaces de decir mucho más que las palabras.

Muchas veces, la mirada besa antes que los labios.

—Todavía no puedo creer que estemos aquí, los dos, en la misma mesa —pasó las manos por su cara, y luego volvió a mirarme.

—Jamás creí que podríamos llegar a conocernos, la verdad —agregué.

—¿Quién diría que conocernos en Omegle, nos dejaría aquí? —enarcó una ceja, junto a su perfecta sonrisa, apoyó sus brazos cruzados sobre la mesa.

—Aún recuerdo aquel día, esa noche —confesé, él me miró con más atención, aunque en verdad estaría mintiendo si digo que ha dejado de tomarme atención, su mirada es muy expectante, como si quisiera adentrarse en mi mundo.

Mi mundo era él. Y él no lo sabía.

—Ah, ¿sí? ¿Qué recuerdas? —pasó nuevamente la lengua por sus labios.

—Recuerdo que cambié de cámara la primera vez que nos vimos —hice una mueca, y luego sonreí.

—¡Oh! Eso definitivamente lo recuerdo. Me cambiaste de cámara. Fuiste mala —negó con la cabeza, gracioso.

—¡Es que tú eras mayor que yo, y no pensé que querrías seguir charlando conmigo! —me defendí, él rio—. Pero bueno, luego de eso me arrepentí —encogí mis hombros, evité su mirada.

—Te arrepentiste, ¿eh? —alzó sus cejas.

—Bueno, me dije a mí misma que tenía que encontrarte otra vez —suspiré—. Y, cuando por fin te vi, tú dijiste... —y, cuando pretendí seguir, él me había interrumpido.

—Dije; «No, tú me cambiaste de tu cámara. Ahora yo te cambio de la mía» —y, lo dijo, ésas mismas palabras que utilizó aquella noche.

Al parecer, yo no era la única que recordaba con detalles aquel momento, el cual pasó hace casi un año.

—Te acuerdas. —afirmé, entrelacé mis manos encima de mis muslos.

—Obvio que me acuerdo. —me siguió mirando.

Aclaré la garganta, bebí un poco de la botella de jugo de naranja que nos habían traído a cada uno.

—¿Qué pensaste hace unos minutos, cuando me viste por primera vez? —se reincorporó en su asiento, se acercó un poco más a mí.

Mi corazón comenzó a latir con más rapidez, más intensidad. Se me saldría del pecho si no lo controlaba justo ahora, pero con Jungkook acercándose más a mí, mientras había pronunciado aquella pregunta salir de sus deseables labios, no ayudaba mucho que digamos.

—Me sentí nerviosa —admití, sentía que con él podía hablar de cualquier tema, como muchas veces lo hicimos—. Me sudaron un poco las manos, en realidad estaba nerviosa. Pero, cuando te abracé, me tranquilicé un poco.

Él torció una sonrisa. En ningún momento dejaba de mirarme, y yo lo único que hacía era esquivar sus ojos, o si no enloquecería.

—Yo también estaba un poco nervioso —confesó.

—Bueno, cambiando de tema... —aclaré la voz, lo volví a mirar, algo inquieta—. Mi salón de clases y yo iremos a Busan a final de año, ya sabes, a pasear un poco. Y... —no sabía cómo decírselo.

—Y... —incitó a que siguiera hablando.

—Y... Y eso... —pasé la lengua por mis labios, mojándolos un poco, lo volví a ver a los ojos.

No tenía la suficiente confianza para decirle que en realidad quería que nos volviéramos a ver, pero en Busan, ya que ahí es donde él vive. Sin embargo, me sorprendió cuando él respondió:

—Cuando vayas a Busan, podemos vernos de nuevo —formuló una sonrisa instantánea.


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