Tres

—¿Cuánto más debo estar aquí? —Wakasa exhaló exasperado, apretando un extremo de la sabana con una de sus manos.

—Hasta mañana —Benkei respondió en un susurro casi ronco. Había permanecido a su lado en todo momento, anclado a la camilla del hospital.

Wakasa soltó improperios entre murmullos. Odiaba ese lugar. Todo era tan monótono y era tan ruidoso. Los llantos de bebé nunca terminaban; uno se callaba y lo secundaba otro. Ni siquiera había tenido el valor para abandonar la habitación. Ver a padres afuera, felices con sus bebés en brazos, o ver a los bebés detrás de la vitrina... Le recordaba que...

Aun miraba a la puerta, esperando que alguna enfermera ingresara con su bebé. Segundos después se burlaba de sí mismo por esa idea.

Benkei no quería dejar solo a Wakasa, pero debía hallar una abertura porque necesitaba deshacerse de las cositas de bebé de su apartamento. No quería atormentar más al omega con recuerdos de un futuro que nunca alcanzaron. No le importaba el dinero desperdiciado, las echaría a la basura si no encontraba rápido a quién donarlas.

Cuando fue a buscar el desayuno, una enfermera habló con él; dijo que quería conversarle la situación a él primero (seguramente creyó que era su alfa) antes que al omega, pues su estado mental era delicado. Le comentó que recientemente habían abandonado a un bebé que nació el mismo día en el que Wakasa perdió al suyo. Su padre omega había huido y necesitaban quién alimentara al niño antes de debilitarse. En ese punto ya era tácita la propuesta.

Benkei podía lucir aterrador por fuera, pero en realidad era demasiado blando y la historia alcanzó a conmoverlo. No estaba seguro de que Wakasa aceptaría o siquiera terminaría de digerir el pedido; pero debía intentarlo, al menos.

—¿Sabes? Una enfermera me contó que abandonaron a un bebé. Digo, el padre alfa sí está, pero el omega no...

Wakasa lo miro, indiferente al contexto pero prestando atención.

—Están buscando desesperadamente un omega sustituto para el niño, porque sino, ya sabes, él...

—Morirá —completó con voz neutra, sin reaccionar mínimamente a sus propias palabras.

Benkei asintió con pesar.

—¿Y qué quieres que haga?

El alfa suspiró. Esa actitud ausente del omega era preocupante, pero era la única respuesta a su falta de reacción a su luto. Se sintió culpable por pedirle algo así en medio de una situación tan difícil.

—¿Crees que puedas... alimentarlo? Recuerdo que me decías que la leche ya se te regaba y era doloroso.

Wakasa tarareó a la par que asentía, agachado su cabeza hacia su pecho para una corta inspección.

—Sí, está bien. Tráelo.

Benkei sonrió con alivio y salió disparado en busca de la enfermera que le había hecho el pedido. Wakasa solo lo observó irse, nuevamente sin reaccionar.

Shinichiro no sabía a qué Dios agradecerle por tan amable oportunidad.

No, claro que sabía. Debía agradecerle infinitamente a ese omega que, a pesar de estar de luto, había aceptado alimentar a su hijo. Empezó a repasar mentalmente las palabras que usaría al verlo, recordando expresar su pésame por la pérdida de su bebé y agradeciéndole por lo que estaba por hacer. ¿En qué orden sería más decoroso? ¿Sería correcto acercarse siquiera o solo debería dejar que la enfermera llevara a su cachorro? ¿El alfa de ese omega lo consideraría una amenaza?

Ya estaba frente a la habitación, así que ya no había espacios para para arrepentimientos. La enfermera a su lado sostenía a su cachorro, pues él aún estaba bastante temeroso de volverlo a sostener, con el terror palpitante de herirlo en ese estado de debilidad que se agravaba a cada segundo.

Cuando entró, Shinichiro estuvo seguro de una sola cosa y se sintió jodidamente pésimo por pensarlo en tal mal momento... Pero, ese era el omega más bonito que alguna vez tuvo la oportunidad de vislumbrar.

Yoshio era muy atractivo, poseyente de casi todos los rasgos estándares que implicaban el atractivo en un omega; pero, éste omega lo superaba con creces. Su imagen parecía surreal: piel lechosa, extremadamente pálida y sin ninguna profanación; cabello rizado y enmarañado decorado por el descuido, casi tan blanco como la pintura de las paredes; mirada agotada, cómplice de unos ojos amatista opacos y ausentes que delataban todo el tormento por el que había estado pasando estos días.

—Hola, Wakasa. Éste es Shinichiro, papá alfa del bebé que te comentó tu alfa —la enfermera habló con suavidad, casi con cautela y mirando fijamente al omega.

El alfa sentado en el mueble continuo a la camilla lo inspeccionó de forma vaga, pero parecía tener apremio por otro asunto ajeno, así que le restó importancia y se dirigió al omega para susurrarle al oído alguna cosa que fue inaudible para él. El omega solo asintió, con aires ausentes y realmente sin parecer captar lo que sea que su alfa le dijo.

Era tétrico de ver.

—Regresaré más tarde. Cuiden de él —pidió casi dejando salir dejes suplicantes antes de salir disparado hacia la salida.

Shinichiro no lo sabía, pero Benkei había aprovechado este momento para ir a su apartamento compartido y deshacerse de todas las cositas de bebé que pudiera.

Shinichiro se paró a un lado de la camilla y la enfermera entregó delicadamente en sus brazos a su bebé —bebé al que aún no le había puesto un nombre. Se sintió fatal al darse cuenta—. La entrega le correspondía solo a él, así el omega comprobaba y se sentía más seguro con la aprobación del padre del cachorro para poder tomar a su cachorro.

—Yo... —Shinichiro se aclaró la garganta, tenso—, lamento mucho lo de tu bebé y m-muchas gracias por hacer esto.

Wakasa lo miro, inmóvil y callado. Una quietud aterradora cuando tenía a ese par de ojos penetrantes anclados a él. Sin pronunciar nada, estiró sus brazos en dirección a él, más específicamente al bebé. Shinichiro asintió y torpemente se agachó para pasarle al cachorro.

—¿Necesitas ayuda, Wakasa?

Se suponía que no. Esto ya debía venir incluido en el instinto de su omega, pero la enfermera debía asegurarse de todas formas. Aunque éste nuevamente no respondió.

Wakasa acurrucó al bebé contra su pecho. El niño reaccionó despertando rápidamente y moviéndose inquieto contra él, tanteando con su naricita ese nuevo aroma. Wakasa extendió sus dedos sobre el poco cabello que tenía en su cabecita y trazó caminos, tomando hebras de éste y acariciando, embelesado. Luego bajó hasta su pequeña manito y presionó su pulgar suavemente contra la palma pequeña y rosadita, subió por los deditos, hasta cubrir completamente la mano del bebé con la suya.

Shinichiro, de alguna forma, tuvo ganas de llorar. ¿Por qué carajos tenía que ser tan empático?

Wakasa hizo a un lado la bata del hospital, facilitándole la abertura que cruzaba justo en medio de su pecho. El niño se pegó a él de inmediato, desesperado por ser alimentado y por percibir las cálidas feromonas paternas de un omega.

—Muchas gracias, en serio, yo... No sé cómo pagarte —Shinichiro murmuró permitiendo que la voz se le cortara y su nariz enrojeciera por el llanto que tenía atascado en la garganta.

El omega seguía sin decir nada, solo dedicándose a mirar al bebé en sus brazos casi con adoración. Shin creyó ver en sus ojos el atisbo de un brillo que creía inexistente. Sus dedos recorrían suavemente los rasgos de su carita, sin llegar a tocarlo realmente.

Wakasa se sentía maravillado.

Era tan pequeñito y rosadito. Mejillas tan redonditas y deditos tan cortos. Olía a leche y apenas estaba marcado por el aroma a avellana del alfa parado a su lado. Era tan precioso. ¿A dónde había ido Benkei y por qué no estaba para ver al bebé?

El alfa a su lado murmuraba cosas que no alcanzaban a su oído. La enfermera recitaba un par de instrucciones a las que no reconocía lo suficiente. Estaba ocupado alimentando al bebé en sus brazos, deseando que éste abriera sus ojitos y lo mirara solo a él primero.

Atrapó una de sus manitos y la pegó contra sus labios en un corto beso. El bebé reaccionó soltando un gorgoteo amortiguado y apretando sus párpados. Wakasa soltó una risita. Era la mejor experiencia de su jodida vida y se aseguraría de tallarla en su memoria hasta su última respiración.

—Eh... Ah, lo siento aún no le he puesto nombre, ¡pero, lo haré! Pensaré en uno ahora mismo, sí, emh...

¿Y ese alfa larguirucho soltando divagues a su lado? ¿Dónde estaba Benkei?

Quiso decir algo, pero las palabras murieron en su lengua. Agachó su mirada hacia el bebé y se encontró con sus ojitos medianamente abiertos. Agachó un poco más su cabeza para observarlo mejor y dos orbes grises, casi oscuras, lo recibieron.

—Creo que lo llamaré Manjiro, para que tenga la inicial del nombre de mi abuelo. Sí, me gusta.

Un momento.

Éste era un niño.

Se suponía que su bebé iba a ser niña.

Este no era su hija.

¡Por supuesto que no lo era! ¡Su hija había muerto ya!

Ella había muerto.

Su cuerpo se paralizó, aun sosteniendo al bebé ajeno en sus brazos, aunque estos empezaron a temblar terriblemente. Su mirada se disparó por su entorno, sin enfocar nada, esperando encontrar a Benkei; pero no estaba por ningún lado. No supo en que momento exacto, pero su respiración de había vuelto errática.

—¿Q-qué pasa? ¿Estás bien? —La desesperación del alfa también saltó, pues el omega aún conservaba a su bebé en brazos.

La enfermera corrió a su lado para intentar quitarle al bebé al ver al estado de pánico en el que estaba entrando; pero Wakasa, con el mínimo de sobriedad que le quedaba, le extendió el bebé, a Manjiro, a su padre. Mientras Shinichiro lo tomaba rápidamente, observó como los ojos del omega se inundaban en lágrimas que ya caían sin control por sus mejillas.

El niño percibió el hostil ambiente y se soltó a llorar.

Wakasa gritó.

Finalmente, finalmente siendo capaz de procesar y aceptar que su propio bebé estaba muerta y el que tenía en brazos hace un rato no era suyo. Gritó, lloró y se agitó desesperadamente sobre el cuerpo de la enfermera que trataba de mantenerlo quieto.

Su bebé había muerto y jamás iba a poder conocer el tono de su voz, escuchar una risa, un llanto, su olor, sus manitos tibias y el dulce aroma de su pelo. Nada. Ya solo le quedaba un cuerpo inerte y frío, sin terminar de desarrollarse al cual enterrar.

¿Por qué tenían que ser tan injustos con él? Había hecho cosas malas, pero no terribles, ¿en serio se merecía tal castigo? ¿Tan severo era ese Dios al que Wakasa una vez suplicó por una solución?

Era tan, tan, tan injusto.

Su consciencia empezó a transitar hacia algún lugar lejano y sosegado. Su dolor se fue, pero el recuerdo borroso aún estaba instalado en su memoria, pinchando como una espina sobre una herida que había vuelto a sangrar.

La enfermera le había inyectado un sedante. 

Terremoto en Ecuador y todo, pero yo actualizo.

Todo bien conmigo, I'm still standing. Sin embargo, no todos corrimos con la misma suerte.

Gracias por leer ❤

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