Cinco

Le gustaba cuando el viento coincidía con sus viajes en moto.

El cabello le hondeaba cerca del rostro y la frialdad golpeaba directamente a sus mejillas descubiertas cuando omitía el usar casco y se arriesgaba a una multa, pero creía que el momento valía la pena.

La flor tejida que había atado al manillar agitaba sus pétalos con sutileza, siguiendo el ritmo constante del viento y las desviaciones. Hace varias semanas había dejado un ramo de éstas sobre la tumba de Sayuri, ya cansado del lúgubre panorama que lo recibían las flores naturales oscurecidas y marchitas. Las flores tejidas se mantenían intactas, aunque algo polvosas, pero seguían manteniendo un color tan vivaz que le causaba armonía cada vez que llegaba. Después de pedirle permiso a Sayuri, se quedó con una de ellas y empezó a conservarla en una de sus principales herramientas de paz mental. Así, cada vez que los pétalos hondeaban a la par de su cabello, sentía que Sayuri estaba incitándolo a avanzar, aún si era sin ella.

Cada vez que se estacionaba frente al taller, era recibido con la lejana voz de Shinichiro desde dentro del local. Si agudizaba un poco el oído, podía ser capaz de oír la conversación, la cual era un monologo hasta que Manjiro empezó a vocalizar mejor y a formar parte de las pláticas que su papá se ingeniaba sólo para que el bebé lo escuchara.

—Pues, no sé, pero las escuelas de aquí no me convencen. No quiero verte convertido en un vago, como yo lo fui; y sí, yo fui a la escuela en este sector, ¿ya ves a qué me refiero?

Un balbuceo de voz infantil le prosiguió. Wakasa pudo traducirlo a varios consecutivos "sí, sí, sí".

—Así me quede sin comer dos semanas cada mes, ¡irás a una escuela privada! Como Rory Gilmore, claro que sí. Más te vale escoger Harvard sobre Yale, o te juro que te doy en adopción.

—Técnicamente, a esa edad ya no podrías hacerlo —Wakasa finalmente vio el momento de entrometerse en la conversación.

Shinichiro estaba agachado frente a una moto, con varios materiales esparcidos a su lado. Debió haber sido uno de esos días sumamente activos de Manjiro, porque tenía al niño atado en la espalda con la cangurera; algo que sabía solamente hacía cuando le urgía mantenerlo quieto, sobre todo en un lugar rodeado de utensilios con los cuales lastimarse, o cosas tóxicas que podía ingerir.

En cuanto alzó la voz, Manjiro —quién tenía un año ahora— chilló de alegría y empezó a hacer amagues de saltitos mientras alzaba sus manitos hacia el omega, exigiendo atención.

—Puedo dejarlo abandonado en las puertas de una iglesia con una nota y listo.

A pesar de que tenía las manos y la ropa manchadas de grasa, el bebé en su espalda estaba impecable. Su rubio cabello totalmente pulcro y brillante, sano por todos los productos que su padre no escatimaba a la hora de invertir en ello. Su ropita sin manchas de suciedad, y sus manos solamente cubiertas de su propia saliva por estar chupando sus dedos.

—¡Pa, pa, pa, pa! —Manjiro seguía exigiendo atención, casi escapando de la restricción del canguro.

Desde que había aprendido palabras básicas, Manjiro había decidido que Wakasa sería "pa", y Shinichiro "papá" completamente. Claro que el alfa había estado enseñándole cómo debía referirse a él, vocalizando lentamente la palabra para él. Luego de haberlo aprendido y ejecutado, el mismo Manjiro decidió, de un día a otro, que Wakasa sería denominado "pa" a partir de ese día.

El omega alzó en brazos al niño, aliviando la espalda de Shinichiro, la cual se enderezó un segundo antes de volver a encorvarse para seguir trabajando. Manjiro instantáneamente se pegó contra el cuello de Wakasa, inhalando su aroma hasta ahogarse.

—Se comió todas las galletas que había escondido para mí en el cajón, ¡ni siquiera sé cómo las halló! —Shinichiro reclamó aún con la vista fija en su trabajo—. ¿Sabes lo enérgico que estuvo? Creí que no iba a alcanzarlo nunca... Y yo que creí que todo sería más fácil después de aprender a caminar.

Wakasa río. En lugar de regañarlo, como Shinichiro supuso que haría, dejó un corto beso sobre su frente.

—¡No lo premies!

—No lo hago. Solo lo saludo —el omega se defendió, algo indignado—. Aprende a esconder mejor tus cosas. No puedes tener al niño atado toda su vida.

—¿Es un reto?

Wakasa soltó un gruñido antes de salir con el niño en brazos, escuchando las risas del alfa que dejaba atrás.

Había pasado un año y medio desde que Wakasa decidió que quería seguir siendo parte de la vida de Manjiro un ratito más. Se suponía que solamente iba a ser hasta que el niño tuviera la edad suficiente para ser destetado, entonces ya no necesitaría más al omega. Sin embargo, aún meses después de eso, Wakasa seguía viéndolos con la misma frecuencia.

Sin embargo, su situación con el alfa era... tensa. No del tipo de tensión en malos términos. Era tensa en términos bochornosos.

Wakasa aceptaba el increíble atractivo del alfa, pese a carecer de todos los rasgos prototípicos que un "alfa atractivo" debía poseer. Era delgado, sumiso, demasiado hablador y no ganaba tanto dinero. Tenía una especie de aura cautivadora que el omega no podía explicar, simplemente todo cobraba vida a su lado. Era encantador a su manera e irremediablemente dulce. Un padre extremadamente amoroso y dedicado a su rol. Le gustaba, no podía negarlo, le atraía tanto física como emocionalmente. Sin embargo, tenía presente la duda de si era ya un buen momento para involucrarse con otra persona sin acabar hiriéndola inintencionalmente.

Hacía ya muchos años desde su última relación seria (un fracaso) y nunca supo la identidad del responsable de su embarazo. No sabía si sería capaz de sobrellevar una relación con la estabilidad necesaria, sobre todo cuando había una personita en medio que podría resultar en un daño colateral si llegaba a joderse todo. Además, Manjiro se había convertido en uno de sus principales impulsos para empezar sus días sanamente, y no quería recaer en los hábitos de su nefasto pasado.

Llevó al niño sobre su hombro a su habitación en el piso arriba del taller, que era dónde él y Shinichiro vivían. La mejor opción era llevarlo a dormir y que Shinichiro tomara su propio descanso también. Como el mocoso no dormía menos de tres horas, tendría tiempo de sobra. La tarea difícil era hacer que Manjiro lograra dormirse luego de un subidón de azúcar que aún no terminaba de descargar, sumado a tener a Wakasa con él disponible para jugar.

—¿No quieres una siesta, niño? —intentó probar, pero el quejido de reproche que el menor emitió fue respuesta suficiente—. Tomaré eso como un "sí".

Shinichiro podría cargar con unas ojeras terribles, los dedos bañados en grasa y la ropa casi siempre hecha jirones, pero aun así podría afirmar con certeza que estaba viviendo una de las mejores épocas de su vida.

Dios, su hijo era simplemente precioso. Una masita de carne adorable que ahora corría por toda la casa con energía que parecía ilimitada y repartía balbuceos a sus clientes, queriendo formar parte de cada conversación que atestiguaba. Todas esas noches que pasó en vela con el niño sufriendo estragos de vacunas, enfermedades, y los infinitos gastos en ropa y pañales quedaban opacados con todas esas primeras veces en las que Shinichiro pudo participar: su primera sonrisa de encías, su primer diente, su primera palabra, su primer gateo, sus primeros pasos.

Algo debió haber hecho bien para conseguir ser tan afortunado.

No volvió a ver a Yoshio luego del nacimiento de Manjiro, ni volvió a escuchar sobre él. No quiso armar conjeturas que eventualmente lo conducirían a una búsqueda inútil, o a una tristeza que en ese momento no le convenía. Simplemente lo soltó y lo arrancó de sus recuerdos. Ya los devolvería si en algún momento a Manjiro se le antojaba saber sobre él; pero teniendo en cuenta su relación con Wakasa, las posibilidades eran bajas.

Wakasa había sido proclamado su "pa", su otro papá, y Shinichiro no quería arrebatarle esa ilusión a ninguno de los dos. Al final, el omega se merecía ese rol después de todo el cuidado y la atención que le proporcionó desde el primer día que lo conoció, y si su hijo había decidido que Wakasa sería su otro papá, pues no quería reprochar.

—Logré dormirlo —el omega apareció en el umbral que conectaba el taller con las escaleras que daban a la planta donde vivían—. De nada.

—Mi salvador —respondió en medio de un suspiro exageradamente pesado, dejando el pañuelo de lado para acercarse al omega—. Se vuelve imposible cuando tiene esos niveles de azúcar.

—Es tu culpa.

—Si sigues así, ese niño no tendrá percepción de las consecuencias de sus actos, ¡y acabará en la cárcel! —el alfa amenazó, enderezándose y cruzando los brazos sobre su pecho.

—También sería tu culpa, entonces.

A Wakasa le gustaba aprovecharse de la preocupación excesiva que tenía sobre el futuro de su hijo.

No podías culparlo. Él mismo había crecido en un ambiente callejero terrible y quería evitar a toda costa que su hijo viviera lo mismo, aún si debía convertirlo en un mocoso mimado y sobreprotegido.

(De acuerdo, quizá sí exageraba)

—Estás dando en una fibra sensible, Wakasa —advirtió con un sobreactuado tono acusador.

—Esa es la idea —rio burlón mientras se acercaba a pasos cortos al alfa.

Ese omega lo volvía loco, en más de un sentido.

Seguía firme en su opinión sobre que Wakasa poseía una belleza surrealista, digna de museos y galerías de arte enteras. Ya con esa aura serena, alejada de cualquier indicio de tristeza, con las mejillas más rosadas y carnosas, labios menos pálidos y músculos definidos, superaba muchísimo a la primera impresión que tuvo de él y, teniendo en cuenta que la primera vez quedó maravillado, ya no había palabras para expresar su nivel de fascinación actual.

El ir conociéndolo solo potenció ese pensamiento. Wakasa era un omega fiero, porfiado y de carácter ingobernable. Un omega dominante que no nació, sino que se creó y moldeó él mismo. Siempre preparado para pelear contra fuerzas tangibles, como intangibles; demasiado opuesto a él. Mientras Shinichiro prefería evitar las confrontaciones, Wakasa ya estaría listo, gruñendo y en posición para aventarse sin miedo a la pelea. Shin, aún siendo un alfa, estaría encantado de dejarse proteger por el omega; y así mismo, amaría protegerlo también cuando fuera necesario.

Mantuvieron la mirada durante un par de segundos. Wakasa no alzó la cabeza al mirarlo, solo apuntó con sus ojos hacia arriba (se llevaban al menos dos cabezas de altura), regalándole al alfa una imagen un tanto sugerente con sus labios estirados ligeramente en una sonrisa incipiente. Shinichiro no resistió la tentación de rozar con los nudillos una de sus mejillas, sintiendo la piel suave y calidad debajo

En ese momento, solo podía pensar en devorar sus labios hasta dejarlo sin aliento, jadeando por aire, con las mejillas rojas y la boca húmeda. En el camino invisible que trazó miles de veces en su cabeza, bajo su ropa siguiendo un trayecto exacto guiado por su sensibilidad. En el volumen de su voz entremezclado con gemidos placenteros y el húmedo ruido de sus pieles haciendo fricción, y...

Y sin embargo, Shinichiro sabía reconocer —aun contra todas sus fantasías— que aún no era el momento, y por supuesto que respetaría el ritmo del omega. Ya había pasado más de un año de la pérdida de su propio bebé y, aunque pareciera que Wakasa ya había recuperado toda su vitalidad, Shinichiro mantenía sus reticencias y prefería brindarle el espacio y el tiempo que necesitara, pues ahora que tenía a Manjiro le asustaba la idea de estar en una relación que podría resultar potencialmente dañina; y estaba seguro de que Wakasa pensaba igual.

La vez en que se dio cuenta de su propio pensar, corroboró que convertirse en padre realmente lo hizo madurar.

—Me tengo que ir. Le prometí a Benkei que lo ayudaría a comprar ropa. —Wakasa apartó la mirada del alfa—. Consiguió una cita y está paranoico con la idea de "parecer atemorizante". ¿Puedes creer que creyó que era buena idea ir con una camisa de unicornios?

—No es tan mala idea, si lo piensas bien —respondió algo divagante, imaginando al enorme alfa vistiendo una infantil camisa de unicornios y como ésta restaría significativamente esa imagen intimidante que ostentaba.

Shinichiro solía comentarle a Wakasa en voz que baja que, siempre que se veían Benkei tenía cara de "querer golpearlo". Y Wakasa le respondía que ese era su semblante habitual de todos los días y para nada relacionado a su humor del momento.

El omega respondió con una risita y un ligero empujón a su hombro, contagiándole la risa también.

—Vuelve mañana o Manjiro va a odiarme.

Wakasa sonrió dulcemente en medio de un suspiro. Su mirada se perdió un par de segundos, pero su semblante sonriente se mantuvo intacto.

—Seguro. Siempre soy el que te saca de aprietos con el niño, ¿qué sería de ti sin mí? —comentó burlón y con un tinte soberbio.

—Ya habría huido desde el momento en que tuve que cambiar un pañal por primera vez.

El omega volvió a reír antes de despedirse del alfa, y mientras caminaba hacia su motocicleta se preguntó ¿qué habría sido de él mismo sin ellos? 

Volviiiii

Perdón por desaparecer, perdí la inspiración momentáneamente xd Pero, sigo escribiendo!

¡Gracias por esperar y por seguir leyendo! 🫰

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