Sí, capitán.
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OMEGA DE UN CORSARIO
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N/A: Por favor, no se fijen mucho en los límites geográficos y disfruten el contexto de la historia. Tenía antojo de un universo alterno con Piratas y el Omegaverse fue un bonus agregado de último momento, así que se debió hacer el intento de converger ambos.
ESTE ONE SHOT SE PUBLICÓ EN 2017, ESTÁ SIENDO RE-SUBIDO EN 2020
Olviden todo lo que saben. Ahora, explicaré que el mundo de ésta historia es "nuevo y viejo" y mezcla abstracta de muchos. Olviden la geografía, las divisiones de países y todo eso, aquí no será necesario (?). Además de que utilizaremos las clases sociales y las ramas de la nobleza correspondientes al Reino Unido, más concretamente del siglo XIX, para todo el mundo.
Recuerden que en ese mundillo el apellido no siempre tiene relación con los títulos nobiliarios (de los cuales me inventaré casi todos). Aunque yo usaré sólo tres para no entrar en muchos detalles. De menor a mayor rango:
Conde, Marqués, Duque.
Piratas: Todos aquellos marinos que, fuera de la ley, son capaces de atacar navíos o puertos en busca de bienes materiales, monetarios o cualquier otro tipo, sin consideración a la sangre que deban derramar para conseguirlo. Delincuentes en toda regla.
Corsarios: Al contrario de los piratas, éstos si cuentan con autorización legal. A los cosarios se les otorga un "Patente de Corso" por las autoridades o el gobierno mismo, de esta forma son capaces de atacar puertos y navíos de las naciones enemigas siempre y cuando compartan el botín obtenido con el gobierno.
No creo necesario resaltar que esto tendrá Lemon, ¿o sí? Es decir, yo puedo escribir "Historia no apta para menores de 18 años. Contiene escenas de sexo explícito y vocabulario altisonante." E incluso se lee ridículo hasta para mí. ¡Y no me harán caso de todas formas! Así que ya.
Lean y disfruten.
ByeByeNya🐾
‹‹•☸•››
"Sí, capitán".
[Febrero 1810, Mar del Japón]
Yuri huye. Corre por las calles empedradas de la ciudad, pensando en las consecuencias de su rebeldía, al tiempo que pide a Dios no caer y romperse el tobillo. O la cara contra el suelo.
La primera vez que decide algo por su cuenta, para él mismo, y seguramente será la noticia más sonada durante el resto de la temporada, ¡y la jodida cosa apenas comienza!
El día de mañana las mujeres de la alta sociedad arrastrarán el nombre de Yuri por el fango, sin tacto alguno, mientras lucen sus mejores vestidos y joyas, taza de té en manos y sonrisas maliciosas pobremente ocultas por guantes de seda o abanicos con bordes de encaje.
Comentarán su poca inteligencia y banal ambición, cuchicheando sobre quién será la mujer o el Omega que ocupe el lugar que Yuri está dejando libre.
Más tarde, los caballeros más poderosos y adinerados se reunirán en los clubes masculinos más prestigiosos, como siempre, y mientras beben licor fino y caro con un puro en la mano, se burlarán del Conde Leroy y su desventura.
Porque el futuro Marqués de ojos azules combinados con tonos grises, el mejor partido de la temporada con mirada arrebatadora, elegancia y fortuna incalculable, fue brutalmente rechazado a sólo tres días de haber comenzado las festividades. Lord Leroy estaba decidido a desposar un Omega y su atención había recaído en la belleza rubia de Yuri.
¡Semejante obsequio! La mayoría de los Omegas fuera de la alta sociedad están destinados a actuar como cortesanas, en el mejor de los casos. Ser vendidos como esclavos, en la peor de las circunstancias.
Yuri Plisetsky era un privilegiado a ojos de la sociedad.
Nacido de alta cuna, hijo menor del Conde Yakov Feltsman y la Condesa Lilia. Fue educado como cualquier futura dama, aspirante a contraer nupcias con un hombre de alto rango y obtener la protección que el apellido de un hombre otorga. Solamente por haber nacido como un Omega.
¡Vaya estupidez!
Yuri es tan hombre como cualquiera. Aun cuando es capaz de realizar las actividades de una mujer y puede aparentar ser tan dulce y delicado como una, él es un hombre. Toma el licor del despacho de su padre cuando nadie lo ve, ha fumado, es bueno con las cuentas, esgrima, aprendió a disparar y tiene buena puntería, hasta se ha leído todas y cada una de las novelas eróticas que su hermano mayor guarda recelosamente en una caja al fondo de su armario.
Pero no se le es permitido actuar como uno. Y lo comprende, es una completa mierda y lo jode, pero lo entiende.
Ser un Omega le da los mismos derechos que una mujer.
Exacto, ninguno.
Así que su mayor aspiración se basa en conseguir llamar la atención de un joven noble que pueda ofrecer un buen contrato por él a su padre, casarse para obtener su apellido y de esa forma convertirse en una adquisición de su esposo. Tendrá deberes como toda "esposa" y entre ellas figurará el embarazarse lo antes posible y dar por lo menos un heredero a su marido. Esa es su meta en la vida, para eso lo han educado.
Por supuesto Yuri ha tenido toda la vida para hacerse a la idea, pero jamás esperó que en su primera temporada ya quisieran comprarlo como si fuera un objeto. Y sí lo era, al menos era el más bonito.
El hijo menor del Conde Feltsman se presentó a su primer baile con un traje de tono verde pastel, bordado bellamente con hilos de plata. Y se sentía estúpido. Relegado a convivir con las demás debutantes que, enfundadas en sus vaporosos vestidos de tonos claros, lo veían como a si fuese su peor enemigo sobre la tierra. O en ese gran salón. Y lo era.
Entre todas las jóvenes destacaban tres omegas, sobre todos ellos, Yuri.
Los omegas son raros de hallar y aún más entre la nobleza. Hacerse con uno así, era una especie de orgullo para el que lo obtuviese y una tortura para el pobre incauto en cuestión.
Por ello no se sorprendió cuando los hombres se le acercaban, tomaban delicadamente su mano para besar el dorso de ésta sobre la tela del guante y le pedían con palabras bonitas y dignas del protocolo el próximo baile. Sin darse cuenta que Yuri a duras penas soportaba las ganas de golpearlos a todos y gritarles que no lo tocaran, ocultando todo bajo una muy bien aprendida y delicada sonrisa.
De esa forma conoció a Jean Jacques. Conde Leroy y futuro Marqués.
El estilo de vida del Lord no era un secreto para nadie. Aunque educado y atractivo, Leroy era conocido por su gran gusto para meterse bajo las faldas de las mujeres, sin miramientos, además de su gusto por las apuestas. Pero su prestigio, título y dinero minimizaban todo aquello.
Al finalizar ese primer baile, la Condesa Lilia no tardó en advertir a su joven hijo de lo crápula y libertino que Leroy podía ser, pero recomendó que lo tratase bien puesto que tenerlo a él alrededor podría llamar la atención de más nobles hacia el rubio.
El Conde Feltsman sólo le dijo que tuviera cuidado.
Y dos días después de eso el imprudente e imbécil de Jean Jacques paró toda actividad del gran salón en la casa de los Babicheva, donde se llevaba a cabo el baile, con un solo acto; Un beso.
Besó a Yuri en medio de un giro. Frente a toda la socialité.
En menos de un minuto su padre ya estaba reclamando y le exigía al de ojos azules grisáceos hacerse responsable para no insultar el honor de su familia y la reputación de Yuri. Y eso era justamente lo que Leroy quería.
Lo que nadie esperó fue que, cuando Jean aseguró que se casarían lo más pronto posible, el rubio gritó a todo pulmón frente a todos los asistentes del baile y la orquesta que «maldita sea su vida antes de casarse con un tipo así» y correr. Correr lejos de todo.
Al infierno su condición de Omega, al infierno Leroy, su manchada reputación, su aspiración por un buen y aburrido matrimonio. Al infierno todas y cada una de las personas en esa fiesta.
Él sólo quiere ser libre para actuar. Decidir sobre su propia vida como el tonto de su hermano mayor.
Pero, a diferencia de Yuri, Víctor es un Alfa. Conde Nikiforov, adinerado y libertino, su hermano es amado por todos, bueno en los negocios y se fue de la ciudad en cuanto tuvo la oportunidad de escapar de sus padres. No porque los Feltsman fueran malas personas, sino porque de esa forma no verían a ojos críticos todo lo que él hiciera. Aunque el rubio presiente que su hermano, el elegante conde de cabellos cual hilos de plata y ojos tan cristalinos como el mar, no regresará hasta que sus padres mueran y deba hacerse con el título Feltsman.
Mientras corre por la empedrada calle hacía el puerto, Yuri piensa en lo mucho o poco que pueda importarle o enfadarle a Víctor su repentina visita, sin equipaje, sin dinero y con un escándalo siendo arrastrado tras sus talones.
No se detiene a considerar sus opciones al ver un barco siendo cargado. Yuri sólo quiere salir de ahí, no le importa a donde lleve ese navío, ya verá la manera de comunicarse con Víctor para que vaya en su búsqueda.
Así que corre en medio del atardecer hacía el transporte que lo salvará, queriendo poner mar de por medio a sus problemas y buscando la libertad que tanto desea.
«•☸•»
¿Se puede ser más idiota en la vida? Plisetsky espera que no, porque siente que ya mucho se ha avergonzado a sí mismo en un sólo día.
Sentado con la ropa medio desgarrada, despeinado y rojo por la furia que tiene contra el mundo y su propia existencia, Yuri observa atentamente el suelo. Intentando descubrir las formas que crean las líneas de la madera, de esa forma su cobardía y penurias serán brevemente ocultadas del atractivo hombre frente a él.
Eso fue rápido.
Plisetsky subió al barco sigilosamente, corrió, escabulléndose de los hombres que deambulaban en el barco y se escondió bajo cubierta, en lo que parecía el almacén de alimentos, valiéndose de su pequeño cuerpo. Y fue entonces, una vez que el navío comenzó su avance en las aguas hacia un futuro incierto, que se preguntó qué diablos estaba haciendo, a dónde iría y cómo planeaba esconderse en ese lugar por tanto tiempo, ¡siquiera tenía la menor idea de a dónde se dirigía el barco y cuánto tardarían en llegar a su destino!
Quizá a eso se refería su madre al decirle que era un tanto imprudente y precipitado. Y qué por ello necesitaba un Alfa fuerte y decido, que supiera guiarlo. Bah.
Dos horas, o tal vez menos, fue lo que tardaron en descubrir su presencia.
Seis segundos, lo que tardó el rubio en descubrir que la tripulación del navío no eran precisamente hombres honorables.
Él era un Omega. A veces piensa que no debería olvidarlo tan fácilmente, teniendo en cuenta todo lo que ha debido pasar por ser lo que es.
Su olor fue el factor delator.
Tan entretenido estaba leyendo las etiquetas de la despensa que no sintió el peligro hasta que, literalmente, le respiró en el cuello. Acompañado de un fuerte aroma a Alfa y un desagradable olor a lujuria y deseo. Y no sólo era uno.
— ¡Miren qué tenemos aquí!
— ¿De verdad es un Omega?
—Está bonito, eh...
El rubio observó vagamente los rostros que lo veían como un vagabundo miraría el mejor trozo de carne a la brasa o un alcohólico en recuperación al Oporto más caro, añejo y aromático. Y pateó, maldijo y rasguñó cuando se acercaron. Intentó luchar contra las manos callosas que lo sostenían, que pellizcaban su piel y amasaban su trasero y pecho, pero su fuerza no era nada en comparación con la de esos grandulones. Quería llorar, pero se negaba a hacerlo. No quería que esos malditos viesen su debilidad. Deseaba gritar, pero una mano grande y sudorosa cubriendo su boca le impedía llevar eso acabo.
Tenía miedo. Por primera vez estaba asustado y experimentar esa emoción no era nada agradable. Oía el sonido de su traje favorito siendo rasgado y estaba seguro de que, cuando esas desagradables manos tocaran su piel expuesta, vomitaría.
— ¿Qué está pasando aquí?
Todo se congeló. Las manos que lo atacaban, el barco, el mar y hasta Yuri. No era para menos, él jamás había escuchado en primera fila la voz de mando de un Alfa. Pero algo en el fondo de su ser, y el cosquilleo entre sus piernas, le decía que jamás volvería a escuchar una voz como esa. Fuerte, ronca, imponente.
—Capitán —habló uno de los hombres que sostenían su cuerpo—, hallamos a éste polizón entre las reservas de comida.
—Es un Omega. —Agregó el otro. Una sentencia que el rubio ha escuchado toda la vida, como una blasfemia a su existencia.
Al estar de espaldas al nuevo integrante, Plisetsky no sabía qué diablos hacer, cómo rayos actuar o qué demonios decir. Así que se extra limitó a permanecer de pie, temblando expectante. Fue entonces cuando otro rugido retumbó en las paredes y las asquerosas manos que lo tocaban desaparecieron y los hombres se alejaron un par de pasos de su cuerpo, mientras él ignoraba el motivo del por qué aquel sonido bestial le había gustado tanto, e intentaba ocultar el sonrojo que el escalofrío le dejó bajando por cada vértebra de su columna.
—Muéstrame tu rostro.
Yuri cumplió la orden de inmediato, casi mareándose por la velocidad de su giro y preguntándose mentalmente por qué lo hacía. Y el aliento se le atasco en el fondo de la garganta, al descubrir un poco de su entorno con ayuda de la luz de las velas.
En medio de las escaleras, alto, cabello azabache despeinado y de piel ligeramente bronceada por el sol, lo que Yuri asumía era el capitán del navío, lo observaba.
Los ojos castaños recorrían el cuerpo menudo y pequeño. Desde los finos zapatos, pasando por el traje desgarrado cubriendo el frágil cuerpo, casi relamiéndose al posar la vista en la curva del cuello níveo, y sonriendo cuando se topó con los orbes verdosos, hasta las puntas del cabello dorado como rayos del sol.
Por su parte, Yuri Plisetsky se entretiene observando al Alfa frente a él. Prestando atención a la forma como los pantalones y botas cafés se moldeaban a la perfección en sus piernas largas y torneadas y la camisa blanca, holgada y fajada en el pantalón, dejaba al descubierto una pequeña porción de la piel del fuerte pecho.
Había algo en ese hombre, en su presencia y su manera de mirarlo, que hacía de Yuri algo completamente desconocido. No sé reconocía, el calor subiendo desde su pecho para colorear en tonos rosados su rostro era algo nuevo. El cosquilleo en las manos, sin comprender porqué de repente quería tocar la piel de ese extraño. Su propia alma intentando empujarlo hacia el Alfa de cabello negro que permanecía altivo en la escalerilla. Todo era nuevo para Yuri. Jamás algún otro hombre, o Alfa, lo había intrigado tanto en tan poco tiempo.
— ¿Quién eres y qué haces en mi barco? —De repente la voz de mando se ha ido y Yuri no la extraña en lo más mínimo, la voz de ese desconocido es ligera. Aunque varonil, tiene un tono arrullador y cantarín que hace al rubio sentirse bien.
Así que decide mantenerse en guardia. No sabe en qué embrollos se ha metido, pero nada le asegura -ni siquiera la bonita voz de ese Alfa- que estará a salvo. Hace menos de dos minutos estaban a nada de violarlo.
Una ceja se eleva en el atractivo rostro del azabache, ante el silencio del rubio. Yuri obliga a su cerebro a trabajar a gran velocidad. ¿Debería responder con la verdad? ¿Debería mentir?
Aunque la segunda opción es tentadora y realmente Yuri quiera comenzar una nueva vida sin las restricciones de su familia, quizás su apellido le otorgue un poco de protección en éste caso. O podrían condenarlo.
—Soy Yuri Plisetsky.
Un gracioso "glup" se escucha en coro a su alrededor. Proveniente de las gargantas de los hombres que casi lo violan. El recién presentado reprime las ganas de sonreír al sentir como se alejan otro par de pasos.
— ¿El hijo del Conde Feltsman y hermano del Conde Nikiforov? —Pregunta una nueva voz, más alegre y amable. Plisetsky se sobresalta al ver cómo alguien se asoma tras la espalda del azabache. Ojos oscuros y piel morena, el chico le sonríe. Como burlándose de él y su pequeño despiste.
— ¿Conoce a mi familia?
—No he tenido el placer de tratar con el Conde Feltsman —habla de nuevo el capitán—, pero Nikiforov es un viejo conocido. Su familia es famosa, milord.
Yuri lo sabe. Su padre es un famoso comerciante, uno de los hombres de negocios más ricos del mundo. Y su hermano Víctor es tan bueno como Yakov Feltsman para hacer dinero. Meterse con su familia era algo de cuidado y lo agradece por ahora.
—Phichit, tengo que verificar que las cosas estén bien en el barco —el capitán se dirige al chico de piel morena, que sonríe tranquilamente ante toda la situación—, llévalo a mi camarote.
El tal Phichit asiente y gira para observar a Yuri sin borrar su sonrisa y extender una mano en su dirección. Animando silenciosamente al Omega para que se acerque.
—Me ocuparé de ustedes más tarde. —Sentencia el Alfa a los agresores, antes de dar vuelta y subir casi corriendo a cubierta.
— ¡Sí, capitán Katsuki!
Phichit ríe ante la vehemencia de la respuesta y Yuri siente que el corazón se le acelera aún más. La incredulidad danzando en la boca del estómago junto al miedo y otros sentimientos que no reconoce.
Guarda religioso silencio mientras sigue a Phichit hacia la superficie. Parpadea un par de veces seguidas hasta acostumbrarse. Hasta convencerse de que aquello es real.
El mar brilla bajo las luces nocturnas a su alrededor, las olas chocando contra el barco crean un sonido armonioso, relajante. La brisa marina impregna su piel con aroma a sal.
Quiere tomarse su tiempo para saborear aquello. La inesperada sensación de libertad que le da verse en medio del océano, lejos de todo lo que hace horas parecía asfixiarle. Contrario al arrepentimiento que esperaba, quiere gritar, saltar, correr por toda la proa y bailar al compás del sonido de las olas, bajo la luz de la luna.
Es en medio de su giro de apreciación que se topa con la evidencia de su realidad. En lo alto, apuntando hacia las estrellas, el mástil se alza imponente, coronado por dos banderas. Una representando su nación y otra de color oscuro con el intrincado dibujo de una calavera en el centro.
Yuri maldice en voz baja y sus ojos buscan a Phichit, el chico lo observa entretenido, a él y a su reacción. Casi escuchado como las piezas de todo aquel juego se enlazan en su mente.
—Capitán Katsuki... —repite en voz baja, recordando la forma en que los brutos que casi abusan de él llamaron al hombre que impidió aquello.— ¿Yuuri Katsuki? —Agrega, miedo y reverencia en su voz.
—El mismo que hurta y navega en alta mar. —Responde Phichit con orgullo y sigue caminando, indicándole que lo siga.
Yuri maldice otra vez, ahora a su mala suerte. Definitivamente ese no fue su día, ni su noche, y quiere creer que esa tampoco es su vida.
Ha escuchado muchas veces ese nombre. Pertenece, después de todo, a un hombre tan temido como respetado y alabado. Pero también repudiado por la alta sociedad.
Yuuri Katsuki. Hijo bastardo del gran Duque de Yutopía. Fue fruto del amor prohibido entre el noble y una bellísima cortesana. La famosa y hermosa demimondaine, Hiroko Katsuki, dio a luz esa pequeña vida. Yuuri Katsuki fue amado por sus padres desde que éstos tuvieron conocimiento de su existencia.
El duque, después de tener el heredero que necesitaba para su título, no volvió a tocar a su esposa y en lugar de eso seguía viendo con regularidad a su bella amante y al hijo que tuvo con ella.
Aunque a Yuri le avergüence admitirlo, cree que esa historia es algo romántica, cursi. Su propio hermano suspiró soñadoramente cuando el lacayo que se encargaba de él, y lo ayudaba con su vestimenta, les contó aquello hace tantos años.
Pero Katsuki seguía siendo un hijo ilegítimo por mucho que su padre lo amase. De poco servía para la sociedad que fuese tan bueno en esgrima, tiro o cualquier otra arte, incluso que fuese uno de los cerebros más brillantes de su universidad. Nada los complacía y en algún punto se cansó de ser el receptor de las malas miradas y críticas.
Desapareció.
Cuando se volvió a saber de él, años después, Yuuri Katsuki ya era un temido pirata. Un hombre con más poder y riquezas que cualquier noble con cargo menor a la corona. Fortuna incalculable y con un cerebro envidiable para los negocios, Yuuri volvió a sorprender cuando desistió de su poder como uno de los piratas más buscados y temerarios al firmar una Patente de corso; cediendo los derechos de la mitad de sus botines próximos al gobierno.
Aunque su nombre fue de boca en boca, arrastrado bajo los pies de la alta sociedad y las críticas hacia su persona eran tan crudas como excedentes, Yuuri Katsuki siguió haciendo lo que le gustaba. El apoyo de sus padres, su adorada libertad y título como "Capitán Eros" era todo lo que necesitaba.
Yuri lo envidia y lo comprende. Sabe que ha tenido que pasar por cosas malas, hacerle frente a las burlas y críticas, valerse de sí mismo para conseguir todo lo que tiene, pero se ha visto obligado a ello.
Porque Katsuki pudo haber sido un buen heredero al título de su padre. Tenía la mente para aquello ¡Le pertenecía por derecho! Pero no era posible simplemente porque su madre era una muy buena cortesana y la nobleza no aceptaría tal escándalo. En ese sentido Yuri cree que las normativas de la alta sociedad siguen siendo una mierda. Y una parte del rubio piensa que él y Katsuki son similares.
Ambos repudiados por su entorno. Orillados a buscar paz sin importar cuán lejos debieran ir para conseguirla.
Tal vez, sólo tal vez, aquello no sea tan malo.
Sí, Yuri fue a parar a un barco pirata, pero no podía ser tan horrible. Podría ser peor ¿no?
Además, el Capitán Eros acaba de rescatarlo de una inminente violación. Quizá si es honesto y explica las extrañas circunstancias de su presencia en ese navío, Yuri pueda convencer a Katsuki de dejarlo permanecer ahí hasta que toquen tierra. Ha dicho que conoce a Víctor, así que podrá localizar a su hermano por él y seguramente el de cabello platinado no tardará en ir a buscarlo. Quizá Yuuri Katsuki lo ayude. Quizá Yuri Plisetsky pueda aprender algo de él.
Porque sólo Dios sabe cuánto desea Yuri experimentar esa libertad que Katsuki parece expirar por cada poro de su piel y disfrutar de ello.
—Te quedarás aquí hasta que Yuuri venga. —Phichit se encarga de regresar su mente al presente, lejos de todo lo que ha comenzado a cuestionarse, una vez que están frente al camarote y abre la puerta.
El moreno entra, encargándose de encender las velas y demás para que haya luz. Un paso dentro y Yuri se siente morir. No porque el lugar sea aterrador o porque esté sucio o tenga algún defecto, de hecho está pulcramente ordenado, sino porque el ambiente de repente le ha dado calor. Un calor que Yuri odia y se niega a creer que se esté adelantando tanto.
—El capitán no debe tardar más que unos minutos —dice Phichit, ignorando su situación y por lo cual Yuri descubre que es un Beta, mientras le ofrece la silla tras el escritorio y lo observa meticuloso—, no te preocupes. Nadie te hará daño. La tripulación de Yuuri es muy educada. Hemos tratado con Omegas antes, su madre y hermana lo son. Los que te atacaron son nuevos, éste fue su primer día y Yuuri debe tener mano dura con ellos. —Entonces sonríe, sorprendiendo aún más a Plisetsky —Dale unos minutos y verás que es muy amable. No sé por qué estás aquí, pero te aseguro que te ayudará. Sé que se dice muchas cosas sobre él, pero no es tan malo. Si lo fuera te encerraría y cobraría un gran rescate por ti o podríamos venderte.
Después de eso lo deja en la soledad del camarote, prometiendo que no estará solo por mucho tiempo, recomendando que se ponga cómodo y que no se preocupe por su repentino celo, le llevará un té y medicamentos más tarde. Todo sonrisas y aterrador.
Ignorando lo último, Yuri siente el sonrojo creciente en su rostro, sin saber realmente si se debe a la vergüenza de que el Beta sí hubiera sentido su celo o por el calor apoderándose de él.
Recorriendo la habitación, piensa en su madre y en lo mucho que se molestaría si sabe que está revisando cosas ajenas.
Un escritorio lleno de papeles en los que Yuri leyó la firma y el nombre del capitán del navío, disipando cualquier duda sobre la autenticidad de que está en el barco de Yuuri Katsuki. Libros de literatura, de contaduría y otros ordenados en los estantes, un baño pequeño y una cama individual.
Es al acercarse al lecho que las piernas le tiemblan.
Ahí está eso que viaja en el aire hasta su nariz, entrando en su cuerpo, permitiéndole saborear el aroma, llenando los pulmones de una fragancia nueva que logra sacudir todo su ser desde el interior. Hasta los cimientos de su propia existencia.
Es peculiar. Como madera recién cortada y a rayos de sol.
Yuri se deja caer en la cama sin delicadeza. Ansioso por enterrar la nariz en las sábanas y la almohada, anhelante de que esa agradable esencia le llegue a cada rincón del cuerpo, que se quede arraigada en su piel. Y por un par de minutos lo consigue, respirando con agitación contra uno de los cojines y lamentando que el lecho esté tan frío. Quiere calor. Más calor. Aun cuando su propia piel arde.
—Creí que era el único al que le afectaba —la voz se escucha tan cerca y Yuri casi cae de la cama al moverse tan rápido, sentándose sobre el colchón y buscando el origen del delicioso sonido—, pero viéndole así, sé que no me he vuelto loco. Tiene usted un aroma exquisito, Milord.
Yuuri Katsuki lo observa desde el asiento tras el escritorio, copa en mano y mirada castaña ardiente.
Ignorante de cuánto tiempo y qué tan concentrado debía haber estado en las sábanas para no escucharlo entrar y servirse un trago, Yuri suspira y descubre que el aroma se ha intensificado en el ambiente.
—Usted también... Capitán.
Entonces Katsuki sonríe y Plisetsky jura que jamás ha visto sonrisa más bonita que esa. Tranquila, sincera, amable.
—Antes de concentrarme en porqué su aroma está volviéndome loco, me gustaría escuchar su historia...
—Yuri. —Dice, porque está cansado de los buenos modales y porque, de alguna manera, no quiere distancias entre ellos.
—Yuri... —El capitán Eros pronuncia su nombre, lento, acariciando el nombre con su voz, degustando las cuatro letras con la lengua, provocando un temblor en el vientre del aludido.— ¿Qué haces aquí, Yuri?
No fue una pregunta furiosa, ni exigente, solamente curiosidad y Yuri toma una gran bocanada de aire, porque ha descubierto que el aroma no sólo le da calor, sino que lo tranquiliza un poco. Y se prepara para hablar.
Y se siente mal. Furioso consigo mismo, porque sabe que no ha actuado con madurez y no quiere ser criticado por nadie y de repente siente que tal vez todo aquello no valga la pena. Entonces eso lo convierte en un imbécil sin razón, ni deseos porque, desde siempre, le han dicho que lo que él quiera no será concedido.
Y eso es. Con la mirada gacha, observando la madera del suelo, sentado en la cama de un Alfa y con la ropa hecha tirones, Yuri Plisetsky quiere gritar y llorar, correr y saltar hacia el mar. Porque toda su vida ha deseado cosas; comprensión hacia su condición como Omega, cariño de sus padres, valor como hombre y ser humano, aprecio por las personas que lo rodean, y tal vez, quizás, también ha deseado ser amado. Experimentar ese sentimiento del que poco se habla y pocos experimentan.
Secretamente, ese es uno de sus más ocultos anhelos. Porque Yuri no le tenía aversión al matrimonio, ni siquiera le habría importado casarse con Leroy o no. Sin embargo es ese ardiente y desconocido sentimiento, ese deseo de amar y ser amado, desear y ser genuinamente deseado por algo más que su lado Omega. Quiere vivir un tórrido matrimonio donde la pasión, la lujuria y otros sentires que no ha experimentado, sobren.
Y le enfurece pensar que jamás lo experimentará.
No obstante, ese monstruo sediento de atención dentro de él, aquel que se rige por sus celos y que ha encontrado el aroma de Katsuki como una de los mejores tesoros del mundo, le da la contraria y le insta a buscar más de eso, de ese olor a Sol y su calor, pero en el cuello del Capitán. En todo su cuerpo.
¿Quiere su historia? Bien. Será larga y un tanto parecida a la suya, pero real y Yuri espera que Katsuki lo comprenda y lo ayude.
Pero, ¿para qué, exactamente, quiere ayuda? ¿Para ir con su hermano? ¿Para hallar la libertad que tanto desea? O mejor, ¿Para controlar y calamar el deseo ardiente y desconocido en su bajo vientre?
•«☸»•
Está mareado, siente que todo ha pasado muy rápido y aunque quisiera que su cerebro no comprendiera todo aquello, lo hace.
Dos horas después de zarpar desde Rusia, algo en el pecho de Yuuri Katsuki no había dejado de retumbar, se sentía ansioso, y un no sé qué en el fondo de su ser lo arrastraba, lo jalaba hacia una dirección desconocida.
Mientras verificaba con su contramaestre y mejor amigo, Phichit, la dirección en curso para su viaje, el aroma le llegó.
Suave, delicado y fresco, como el olor que suelta un gran plantío de girasoles, llamándolo asustado.
Corrió, siguiendo el delicioso y tembloroso efluvio, encontrándose con un Omega siendo manoseado por dos de sus nuevos marinos.
Fue una total sorpresa descubrir quién era. ¿Qué hacía en su barco el pequeño hermano de uno de sus ex compañeros de estudios y amigo?
Algo en el pequeño rubio llamó su atención, porque aun estando asustado y temblando expectante, mantenía la mirada altiva y retadora. Un chico fuerte, sin duda.
Después de reprender a los hombres y ordenarles explícitamente, a ellos y el resto de su tripulación, que por ninguna circunstancia tocaran al Omega, fue al encuentro de este en cuanto Phichit le entregó una taza con té para el rubio.
La tripulación no se sorprendió en lo más mínimo. No era la primera vez que un Omega viajaba en su barco, pero lo cierto es que anteriormente sólo habían sido su madre o hermana menor.
Al entrar a su camarote, Yuuri tuvo que reprimir un gruñido de apreciación y gusto. El Omega, recostado en su cama, liberaba un aroma floral tan delicioso que el capitán debió buscar asiento rápido, en un vago intento por ocultar la repentina erección que semejante espectáculo visual y aromático le provocaban.
Escuchó atentamente la historia de Yuri Plisetsky. Sus inseguridades, sus deseos, su odio contra la alta sociedad y su disgusto consigo mismo. Incluso sus furtivos planes de escape y las consecuencias que éstos le trajeron al recluirlo en su barco.
En algún punto de la historia y sin darse cuenta, Yuuri había abandonado su refugio tras el escritorio, y mientras Yuri contaba más de él, Yuuri intentaba borrar con suaves caricias las marcas rojizas que los agarres de los atacantes habían dejado en la blanca y fina piel de sus muñecas. Debería castigarlos más severamente, atarlos en el mástil y dejarlos ahí unas cuantas horas, días. Incluso lanzarlos al mar era tentador.
No podía resistirse a tocar la suave y delicada piel de Yuri, cada que sus manos hacían contacto con él, el aroma a campo de girasoles se intensificaba y el rubio soltaba pequeños pero perceptibles suspiros. Además, en ningún momento se alejó de su toque.
Yuuri lo sabía, lo veía en las pupilas dilatadas de los hermosos ojos color menta, lo apreciaba en el tono rojo de las mejillas y el la respiración acelerada liberándose entre los labios finos y húmedos. Yuri estaba entrando en celo. Se lo cantaba el aire a su alrededor, llenos de las dulces feromonas del Omega.
—Yuri. —Llamó una vez que el rubio le contó todo sobre él y Yuuri le agradeció prometiéndole su ayuda para llegar a su hermano— Debo irme.
Entonces las manos más pequeñas se aferraron a la tela de su camisa, apretando entre puños temblorosos.
—No.
Yuuri respira, casi ronroneando por el aroma y un gruñido escapa de su garganta al sentir como su erección se vuelve más dura, al punto de doler.
No es la primera vez que trata con Omegas y se ha dejado llevar por sus deseos más bajo y pasionales, pero todo ha sido consentido. El pequeño y rubio chico frente a él es virgen a todas luces, inexperto y delicado. Yuuri no puede hacerle algo así.
Sabe de primera mano que los Omegas odian ser utilizados como simples agujeros en los cuales descargar placeres carnales, pero muchos de ellos no tienen opción.
Katsuki ha crecido respetando a los Omegas, hombres o mujeres, porque su madre y hermana lo son.
Sin embargo, aun sabiendo eso, aun cuando es un Alfa que ha probado la lujuria y pasión exquisita sin restricción alguna, nunca, en toda su vida sexual, había sentido tal excitación como en estos momentos.
La presencia de Yuri lo vuelve loco. Quiere hacerle tantas cosas.
Plisetsky es hermoso. Cuerpo delgado y pequeño, piel blanca, suave como la seda y fina, cabello lacio y rubio, rostro de ángel y mirada verde brillante.
Yuuri sabe reconocer una persona pasional cuando la ve y sabe que Yuri Plisetsky es uno de ellos. Un pequeño gatito dispuesto a saltar y morder. Rasguñar y ronronear ante sus más bajos instintos. Sólo debe descubrirlos. Yuuri mentiría al decir que no quiere ser él quien le enseñe todo acerca de la pasión carnal y la lujuria.
Debe irse ya.
—Yuri, sé que también te has dado cuenta. —Susurra apretando los dientes. El olor de Yuri y sus caricias a su pecho sobre la tela de la camisa estaban tentado su control. —Estas entrando en celo y yo soy un Alfa. Lo mejor para ambos es irme hasta que se te pase. Nadie entrará y tú estarás bien. No dejaré que te hagan daño.
—Sé lo que sucede, maldición. —Gruñe el rubio y Katsuki piensa que se ve como un gatito molesto porque le han negado su comida favorita. —Escucha, he tenido el celo una vez, solo una vez hace más de un mes y no fue ni remotamente parecido a esto. Tu toque me quema, pero se siente bien y, mierda, estoy seguro de que tú aroma es el causante de todo esto ¡Hazte responsable!
Yuuri lo escucha y no le sorprende lo que dice, porque lo sabe. Se niega a creerlo, pero si debe juzgarlo por la forma en que sus aromas se mezclan, como girasoles en medio del bosque y bañados por la luz del sol, sus olores se complementan a la perfección y sabe que sus cuerpos harán exactamente lo mismo.
Suspiro pesado de por medio, Katsuki toma una de las manos que tiemblan en su pecho, arrastrando la pequeña diestra por todo su torso, deteniéndose momentáneamente en la trabilla del pantalón hasta ir más abajo y amoldar esa mano en su erección.
Yuuri gruñe por el tacto. Yuri jadea asombrado.
Con la mano libre, Katsuki toma el rostro del rubio, obligándolo a sostener su mirada.
— ¿Y tú, Yuri? ¿Te harás responsable de esto?
El nombrado se muerde el labio inferior y dos segundos después frunce el ceño, moviendo la mano sobre la dura erección, acariciando sobre el pantalón. Los dedos le tiemblan y sus movimientos son torpes, pero Yuuri cierra los ojos por lo bien que se siente y se inclina un poco, posando la frente en el delgado hombro del menor, ladeando la cabeza para besar el cuello expuesto.
La piel de Yuri tiene una pizca de sabor a sal, ya sea por el sudor o por la brisa marina, pero bajo eso es dulce, extrañamente dulce y blanda bajo sus labios, se eriza bajo el tacto de su lengua y el resto de su cuerpo se estremece entre sus brazos.
Entonces Yuri jadea cuando las manos de Yuuri buscan desnudarlo, activa las alarmas en su cerebro. Apartando las manos, las suyas y las de él, el azabache se aleja, levantándose de la cama, dispuesto a abandonar el lugar.
— ¡No te atrevas a irte!
Yuuri se detiene, pero no sé gira. Se niega a verlo porque sabe que la belleza de Yuri lo dejará aturdido de nuevo y hará algo de lo que probablemente ambos se arrepentirán más tarde.
—Yuri, entiende. —Dice. Voz ronca y dura. —Te deseo. Tú aroma me está haciendo perder el control. Quiero tomarte y si me quedo eso haré. Voy a someterte, hundirme en tu cálido interior hasta que no puedas pensar en nadie más que en mí y te echaré a perder. Te arruinaré para cualquier otro hombre.
El silencio sobreviene a sus palabras y cuando Yuuri creía que el rubio había entendido, su respuesta lo dejó inmovilizado a mitad del camarote.
—Lo sé y está bien.
—No lo está, Yuri. Es tu celo hablando, tu lado Omega necesitado.
—Cállate y escúchame, lo sé.
— ¿Es lo que quieres? ¿Perder algo tan valioso con un desconocido? —Yuuri gira, furioso con ambos. Y se derrite ante el cuadro frente a él.
Yuri Plisetsky, temblando y sonrojado en el centro de su cama. El delicado peinado en su cabello revuelto y con mechones rubios sueltos enmarcando su rostro, pero sus ojos, esos ojos claros no muestran signos del celo o están nublados. Brillan en completa decisión.
—Escucha capitán, sé lo que te estoy pidiendo. —Habla, llevando ambas manos a su cabeza para soltar las horquillas que sostienen las trenzas, dejando que el cabello rubio caiga en cascadas hasta rozar sus hombros. —Te deseo. No sé por qué, ni siquiera sé qué exactamente es el deseo. Lo único que pienso en estos momentos es en tenerte sobre mí, llenarme de tu olor y tocarte. Duele, me duele y es tu culpa. Sé que es tu culpa. —Suspira, bajando la cabeza y ocultando su mirada con el flequillo de su cabello. —Ya te lo dije. No me importa casarme o tener un buen título, no quiero nada de eso. Así que me harías un favor "echándome a perder". Pero tienes que ser tú, mi cuerpo grita por ti y me hace daño. Por favor. Sólo, maldita sea, por favor... Quema.
Yuri Plisetsky es sincero. Habla con el corazón ardiente y sangrando en sus manos, porque es verdad. Cada nervio de su ser se retuerce, llamando, exigiendo más de ese aroma a sol, como si lo que los pétalos de su alma buscaran fuera luz.
No le interesa perder su virginidad, ni entregársela a un desconocido. Sí, cuando era niño deseaba entregarse a alguien que lo amara. Solía soñar con eso después de que la cocinera le contara historias de príncipes y princesas. Casarse con alguien que lo amara, entregarse al deseo en brazos de su Alfa y tener una linda vida.
Hasta que tuvo su primer celo y se descubrió siendo solo una presa para la lujuria de los hombres.
Pero Yuuri parecía diferente, lo decía su rostro, su preocupación a su estado, la ayuda que le ofreció y el sacrificio que suponía andar por ahí con semejante erección en los pantalones cuando él estaba ahí, dispuesto y mojado para que lo tome. Porque ese pirata domesticado quiere ser un caballero y no tomarlo "a la fuerza". Y Yuri se siente tan enternecido como divertido.
Tal vez pueda fingir que la amabilidad del Capitán Eros es amor. Y todo estará bien.
Yuri suspira aliviado al ver como la expresión molesta de Katsuki desaparece y en su lugar vuelve la sonrisa afable que podría llegar a gustarle.
Y lo ve, sin despegar la mirada de su rostro, Yuuri saca la camisa del pantalón antes de quitársela en un movimiento veloz.
—Mierda... —Yuri suelta un gimoteo. Nunca ha visto el torso desnudo de otro hombre que no sea él mismo, ni siquiera vio a su hermano mayor sin estar debidamente vestido. Pero aún con la falta de especímenes con cuales compararlo, Yuri piensa que ningún otro le gustaría tanto.
El corsario tiene músculos fuertes y definidos, pero no grandes ni exagerados, todo en perfecta armonía bajo piel sedosa y bronceada. Todo liso hasta dejado del ombligo, donde una fina línea de vello oscuro baja hasta desaparecer por debajo del pantalón y Yuri no debe esperar demasiado hasta saber a dónde lleva ese camino oscuro y pecaminoso. Yuuri suelta la trabilla del pantalón y en otros movimientos, y diminutos saltos, está completamente desnudo delante del rubio.
—Mierda. —Repite, señalando con un dedo la erección del Capitán y cree que, probablemente, está apunto de descubrir por qué le llaman "Eros". —Dime, ¿cómo haremos que «eso» entre en mí?
No es que quiera alabar la masculinidad de Katsuki. Más bien es porque en las novelas eróticas que robó del armario de su hermano, hacen que todo parezca tan sencillo, pero no comprende del todo cómo algo con ese grosor puede entrar en un agujero tan chiquito.
Pero entonces Yuuri ríe y su risa tiene mucho de diversión, ternura y nada de burla, así que piensa que realmente no vale la pena preocuparse por eso.
No quiere pensar en todos los amantes que el azabache habrá tenido con anterioridad porque eso podría deprimirlo o enojarle, pero es dolorosamente obvio que es un inexperto y que Eros deberá ser muy paciente.
Y es cuando Yuuri se acerca, cuando tiene sus ojos a la altura de su rostro, esos orbes de color chocolate con destellos rojizos, como a caoba, que sabe ha hecho la elección correcta.
Yuuri lo ayuda a desnudarse, lentamente para desesperación suya, quitando cada prenda desgarrada y una vez desnudo siente la cara en cualquier momento le arderá en llamas por lo caliente que está.
Con cuidado, lo ayuda a recostarse y Yuri siente los labios ajenos en su piel.
Yuuri besa con fervor y adoración su rostro, la frente, ambos párpados, la nariz, las mejillas, hasta llegar a los labios rosas y expectantes.
Plisetsky no tarda en compararlo con el beso que Leroy le dió horas antes, y el toque simple que recibió en ese momento no se compara al de ahora. Katsuki mueve los labios sobre los suyos y susurra quedito sobre su aliento que habrá la boca y cuando lo hace Yuri siente la lengua satinada y suave jugando con cada rincón de su boca, conquistando, allanando y marcando. Y el rubio deja escalar un ronroneo demasiado sumiso para su gusto, pero no puede evitarlo. Se siente bien, muy bien, porque mientras lo besa con tal maestría, las manos de Yuuri han estado acariciando su cabello, enredando los dedos en las hebras doradas y, posteriormente, deslizando los dedos sobre la piel de su rostro, acariciando su cuello, jugando con los huesos de la clavícula y los hombros hasta llegar al pecho blanco y plano. Cuando los dedos caliente tocan los botones rosas que coronan sus pechos, Yuri jadea en el beso, dejando que Yuuri tome su aliento antes de soltar sus labios mientras chupa su lengua, dejando que un fino hilo de saliva los conecte por un segundo antes de bajar por su cuello, besando su garganta, la base de las clavículas y cada centímetro de piel a su alcance hasta llegar a uno de los pezones que ruegan más atención que sus dedos y lame uno antes de soplar y sonreír sobre la piel erizada antes de besarlo y mordisquear.
Yuri se retuerce, arruga la sábana bajo sus manos y mueve los dedos sin saber qué hacer. Cómo si sintiera su descontento, Yuuri toma las dos manos y las lleva a su cabello y espalda, instándole a acariciarlo también. Yuri agradece en silencio.
Los dedos de Yuuri en los costados de su cintura le causan cosquillas y debe morderse el labio para no reír, fallando y soltando una risilla cuando los dedos pellizcaban ligeramente la curva de su cadera.
— ¿Cosquillas? —Cuestiona Katsuki, sonrisa sobre un rojo pezón, contento al dejar ambos gemelos con el mismo tono rojizo.
—Ajá... —tararea Yuri, disfrutando de la sensación satinada de los cabellos azabache de Yuuri bajo sus manos.
Entonces las risas se convierten en un jadeo de sorpresa al sentir que las manos bajan hasta sus muslos, separando sus piernas y la lengua de Yuuri se ha desplazado a su ombligo sin detener su descenso.
— ¿Qué rayos vas a...? —comienza, temblor en su voz y manos intentando alejar a Yuuri al sentir el aliento cálido sobre la piel de su erección. Y pierde toda pelea cuando un beso lo toca— ¡Oh!
Yuuri toma la erección con una mano, mientras la otra masajea la piel de un muslo interno, buscando tranquilizar a Yuri. Labios besando la extensión, lamiendo desde el prepucio hasta la base, chupando los testículos antes de volver a subir entre lamidas y besos previos a meter la erección en su boca y chupar.
Yuri grita, se retuerce y pide que lo suelte, que lo está matando, pero cuando Katsuki baja la intensidad de sus movimientos, gruñe y exige más.
—Hermoso. —Halaga el azabache al soltar el miembro de Yuri con un audible "pop" y sigue con las caricias de su mano hasta que el rubio eyacula, caliente y líquido en su mano. Plisetsky maldice al sentir de nuevo la boca de Yuuri sobre él, buscando tomar hasta la última gota de su liberación.
Con la lengua busca tomar y limpiar cada mancha sobre la piel del menor, entonces baja de nuevo y con ambas manos gira a Yuri en la cama, un poco brusco considerando que el rubio se está recuperando de su primer orgasmo, viajando entre el estupor de felicidad y la realidad, pero no puede detenerse. Cuando Yuri ríe sabe que no fue tan malo después de todo, pero el olor a celo lo aturde y no puede seguir siendo delicado.
Con ambas manos, toma la cadera del rubio y mueve su cuerpo hasta enseñarle como acomodarse. Rodillas, codos y pecho sobre la almohada, cadera elevada y piernas separadas.
Sabe que los Omegas se lubrican solos, puede comprobarlo con el brillo entre las piernas de Yuri, pero será su primera vez y Katsuki quiere evitarle cualquier dolor, así que, acomodándose en la orilla de la cama, baja la cabeza y gruñe al sentir el aroma del deseo del menor inundar sus sentidos tan directamente.
Lame, lengua buscando más del néctar que se desliza desde el interior de su cuerpo, jugando con la entrada que usará para el placer de ambos. Sonríe al sentir como Yuri intenta mover la cadera, desesperado porque su lengua entre más. Buscando, rogando por ser llenado.
—Maldición... Por favor.
A Yuuri le parece gracioso que, aun habiendo sido educado como "una señorita", Yuri es capaz de blasfemar tanto como los tripulantes de su barco. No le molesta, cree que es parte de la fortaleza del descarado muchachito.
Al escuchar que el menor está por tener un segundo orgasmo, toma su propia erección, buscando un poco de fricción para calmar el dolor y entra de una sola estocada en el cálido y apretado interior de Yuri cuando este eyaculaba, sosteniendo con ambas manos su cadera cuando se desplomó en el colchón.
Comprendiendo el cansancio para Yuri, pero estando comenzando él, Yuuri gira el menudo cuerpo hasta colocarlo casi de costado, alzando una de las blancas y suaves piernas hasta su hombro y alzándose sobre el pequeño rubio, comenzando un vaivén de caderas rápido y un poco bruto, disfrutando de la forma en que el cuerpo de Yuri rebota bajo su cuerpo.
Los gemidos y ronroneos que Yuri suelta, la forma en que lo observa con ojitos brillantes y la nueva ola de placer plasmada en su bello rostro, así como el delicioso tono rojo en todo su cuerpo, le parece la cosa más excitante y erótica que ha visto en toda su vida. Acelera los movimientos de sus estocadas, penetrando sin piedad y apenas moviendo a Yuri para colocarse tras su espalda, ambos de costado al colchón, abrazando por completo al pequeño rubio.
Siente como el interior de Yuri se contrae alrededor de su erección antes de escucharlo jadear su nombre, y la sensación pesada, cosquilleante y tortuosa en su bajo vientre y testículos le anuncian su próxima liberación.
Yuuri blasfema y al intentar alejarse de Yuri y salir de su maravilloso interior, lo siente contraer los músculos internos. Apresando su miembro.
—N-no hagas eso, Yuri. Debo salir, voy a...
—Hazlo dentro.
— ¡No! —ordena, pero es tarde, Yuri vuelve a ordeñarlo desde el interior y el nudo se forma en la base de su miembro, negando cualquier separación. —Es una locura... ¡Yuri!
—Se siente jodidamente bien... —Canturrea el Omega el sentir como es aún más estirado por Yuuri. El nudo formado es algo de lo que había leído, pero sentirlo dentro es demasiado, formando un impedimento para que el semen de Katsuki se salga. Garantizando la concepción. Entonces lo siente, a Yuuri eyaculando y el calor le gusta mucho, y gracias a las palpitaciones del pene Yuri siente otro orgasmo formándose en su interior.
Permanecen así por muchos minutos, Yuuri eyaculando en su interior y Yuri gritando cuando llega a un nuevo orgasmo. Al final, Plisetsky se desmayó entre sus brazos antes de que el nudo desapareciera por completo.
•«☸»•
Parece una sirena, piensa. Y es una comparación casi acertada. Las deidades del mar, esas bellísimas sirenas, son conocidas como seres malévolos capaces de enamorar con su cantó hipnótico, llamando hasta a el hombre más fuerte hacia ellas, y una vez te tiene entre sus brazos te arrastran a las profundidades del océano.
Pero para Yuuri, esa muerte no le parece tan mala, después de todo, si la sirena sólo hizo todo aquello para engañar al marino y matarlo, al menos el pobre diablo murió feliz y enamorado.
Llevan dos semanas en el océano y su destino está cada vez más cerca.
Yuuri aprendió mucho del rubio. Plisetsky sabe cocinar, no las grandes maravillas, pero sabe hacerlo; según le contó, solía llevarse muy bien con la cocinera de su hogar hasta que falleciera, hace un par de años. Yuuri es bueno con los cálculos y muchas cosas más. Su alta cuna era palpable en cada movimiento y acción suya. Yuri estaba destinado a ser un buen esposo. ¿Cómo es que nadie lo había notado? ¿Cómo no ver lo maravilloso que era y solamente juzgarlo por su condición como Omega? Cuando piensa en ello a Yuuri le entran ganas de tomar al pequeño rubio y ocultarlo del resto de mundo. Tenerlo sólo para él.
Y ahí recaen las inseguridades de Yuuri.
Después de tres días en la cama, una vez terminado el celo de Yuri y satisfechos ambos, todo tomó un curso natural y tranquilo.
Su tripulación no tardó en adaptarse al joven Plisetsky, tratándolo con respecto y llamándolo "Milord", aunque al rubio le molestase. Cuando no estaba con él, se la pasaba ayudando a Seung en la cocina o en cubierta, viendo absorto y con devoción el mar.
El amanecer se asoma y ellos van camino a una de las pequeñas islas cercanas a Japón, donde el Conde Víctor Nikiforov tiene su residencia permanente. Y piensa en lo doloroso que será dejar ir a Plisetsky.
—Si lo amas no deberías dejarlo ir. —La voz de Phichit se escucha a su lado. Ambos parcialmente escondidos, viendo a Yuri Plisetsky usando solamente una de sus camisas blancas holgada, que deja sus piernas y un hombro al descubierto. Y aunque a Yuuri le encanta como se ve, quiere arrastrarlo de vuelta al camarote y ponerle más ropa. Confía en su tripulación, pero la carne es débil y su rubio es demasiado sensual para los ojos de cualquiera.
— ¿Cómo lo sabes? —Cuestiona, cruzándose de brazos y sonriendo con tristeza sin despegar la mirada de la espalda de Yuri.— ¿Cómo saber si estás enamorado de alguien que apenas conoces?
—El tiempo no tiene mucho que ver. —Le recuerda Phichit. —Tus padres se conocieron una noche y juran que se enamoraron en ese instante, llevan veintiséis años juntos.
Claro. Pero sus padres son "Destinados".
—Yuri debe estar con alguien a su altura.
Eso piensa. Después de todo ¿qué puede ofrecerle él? Una vida en el mar, eso es todo.
— ¿Hablas del título nobiliario? Según lo que Yuri ha dicho eso le importa «una mierda». Y si a esas vamos, tú eres hijo de un duque. Tú sangre es casi más "azul" que la suya. Y el dinero es lo de menos para ti.
—Soy el hijo bastardo de un duque.
—Además, mi amigo —agrega Phichit—, cuando te enamoras, no puedes soportar estar lejos de esa persona. Necesitas sus caricias, sus sonrisas por las mañanas y cada minuto del día. No puedes siquiera pensar en compartir su cariño. La admiras por encima de todas las demás personas. Sus defectos te parecen parte de su encanto. Quieres cuidarlo, protegerlo y ser todo lo que necesita. Te parece alucinante lo mucho que deseas a ese ser perfecto para ti. Su esencia, su sola existencia te somete por completo y te descubres sabiendo que todo lo que has vivido con otras personas es insulso y sin valor en comparación a lo que has hecho con tu amor.
—Dios, Phichit... Eso es aterrador. —Yuuri ríe y suspira, respirando la sal de mar y el ligero aroma a girasoles de Yuri en el aire. —Pero es justo lo que siento por él.
—Lo sé. Es lo que este estoy diciendo. —El moreno ríe y da un par de palmadas al hombro de su mejor amigo. —Sé que piensas que Yuri debe estar con un noble, pero él ha dicho que eso no le interesa. Lo que él siempre ha querido no es ser libre; es ser deseado con pasión y lujuria desenfrenada, amado por sobre todas las cosas, necesitado y útil para alguien. Y tú, Yuuri, ya no puedes vivir sin él. Si existe una persona que puede darle lo que quiere, ese eres tú.
•«☸»•
El mar tiene tonos rojizos, gracias al reflejo que crea del cielo. El amanecer se abre paso entre las nubes con sus tonos rojizos, naranjas y rosas.
Según lo que le dijo Yuuri, deben estar tocando tierra al medio día.
Yuuri...
El rubio piensa que esas dos semanas han sido sin lugar a dudas, las mejores de su vida.
Cada día procuraba ayudar en lo que pudiera. Lo cierto es que en el barco faltaba un espíritu femenino, y aunque odie admitirlo, gracias a su crianza como una dama de sociedad, podía ayudar en la cocina, remendar ropa, coser alguna herida, primeros auxilios, todo.
La tripulación, una vez que el Capitán Eros dijo medio en broma, medio amenaza real que cualquiera que se atreviera a tocarlo y faltarle al respecto se convertiría en comida para peces, todos lo trataron muy bien.
Phichit era divertido y le enseñaba mucho del barco y del capitán.
La pareja de Phichit, Seung Gil Lee, era coreano y el cocinero del barco, y también le enseñaba varias cosas de los alimentos.
Y Yuuri.
Yuuri era como todo lo que siempre deseó y pensaba que jamás obtendría. Aun siendo Alfa, no se refería a los Omegas como simples objetos, lo respetada y apreciaba su ayuda. Incluso no se molestaba en pedirle algo, lejos de cualquier otro Alfa que sólo exige.
Era divertido estar con él. Yuuri era el capitán Eros frente a su tripulación. Duro y temido. Pero en la intimidad de su habitación, era dulce, apasionado y hasta un poco torpe. Yuri disfrutaba cada momento.
Sabe que su carácter es algo difícil, pero Yuuri puede tratar fácilmente con él. Lo deja ser, despotricar, romper y gruñir hasta que se calma y una vez se va la furia, se acerca, lo abraza y lo besa.
Hacer el amor con él también es algo que disfruta plenamente. Una vez que la vergüenza se fue, pudo actuar como él mismo y Yuuri también era paciente en ello. Lo dejaba experimentar y respondía a sus preguntas sin censura alguna. Si se lo preguntara a algún otro Alfa, cualquiera se enfurecería y los reprenderían por ser tan curioso en ese aspecto. Ni siquiera lo dejarían participar en el sexo, tendría que limitarse a dejarse hacer. Lejos de lo que Yuuri hace.
Entre ellos es más simple, sencillo, natural. Yuri pregunta y Yuuri lo guía.
Pero no es sólo sexo. Le gustan las sonrisas de Yuuri cuando despierta por las mañanas. El sonido de su risa cuando hacen o dicen algo gracioso. Como se encogen sus ojos cuando ríe. Su aroma a rayos de sol calentando su alma. El sabor de sus besos y la sensación de sus labios y lengua sobre su piel, como seda caliente. Todo le gusta.
Maldita sea. Si eso no es amor, Yuri Plisetsky está completamente seguro que nadie ha amado nunca.
Yuri sonríe. El aroma a sol le llega antes de sentir los fuertes brazos rodeando su cuerpo.
Gira entonces para encarar a Yuuri.
—Buenos días.
—Hola.
—Desperté y no estabas en la cama. Me preocupé.
—Quería ver el amanecer, pero te veías como muerto así que decidí no molestar tu sueño. —Dice fingiendo indiferencia, pero sonríe al escuchar la risa de Yuuri.
—Quiero hablar contigo. —Ya no hay risas. Yuuri está serio y él sabe que ese momento llegaría tarde o temprano.
Van a casa de Víctor. Yuuri planea dejarlo ahí, ¿no?
— ¿Sobre qué? —Cuestiona, dándose la vuelta para que Yuuri no vea su dolor. No le daría esa satisfacción.
—En cuatro horas estaremos en tierra. —Dice. Voz baja y labios sobre su coronilla. —Tienes dos opciones Yuri Plisetsky; o te quedas conmigo por las buenas y hablamos con tu hermano para que me permita casarme contigo o doy media vuelta al barco en éste momento y te secuestro por el resto de tu vida.
— ¿Huh?
¿Escuchó bien? ¿Eso es real? Busca los ojos de Katsuki, esperando encontrar burla, mentira, cualquier otra cosa, menos el brillo en su mirada y la sinceridad en todo su rostro.
— ¿Lo dices de verdad?
— ¿Crees que no soy capaz de secuestrarte? No sería muy difícil, sólo tendría que encadenarte a...
— ¡No eso, idiota! —Grita, tomando al Alfa por el cuello de su camisa y parándose sobre la punta de sus pies para no verlo desde tan abajo. —Hablo de m-matrimonio.
Los fuertes brazos lo rodean de nuevo y Yuri suspira en el pecho del azabache, en un vago intento por controlar todas sus emociones.
—Puedo darte todo lo que cualquiera te ofrecería, Yuri. —Promete, su aliento se mezcla entre las hebras del cabello rubio. —Puedo darte riquezas, todo lo que el dinero puede comprar. Cualquier cosa que desees es tuya. Lo único que nos diferencia a mí y cualquier noble que quiera tomarte, son dos cosas; Un título de la nobleza y el gran amor que yo siento por ti y nadie más sentirá jamás.
Yuri Plisetsky no puede creerlo. No puede respirar.
Es correspondido. Su amor y sus deseos son correspondidos.
Tendrán que afrontar algunas cosas juntos, a su familia y a la sociedad. Pero Yuri ya los ha mandado a la mierda desde hace mucho. Y no necesita que su padre de la autorización si Víctor lo hace por él.
Porque lo quiere. Quiere casarse y ser uno con Yuuri Katsuki.
Porque su pirata está domesticado y a él le encanta. Sabe que la vida de Yuuri está en el mar y no tiene ningún problema con ello. Iría a cualquier parte con él.
No responde. En silencio toma la mano del mayor, arrastrándole con él hacia el camarote.
— ¿Yuri? —Pregunta el capitán Eros al llegar a la habitación, viendo atentamente como el Omega se quita la única prenda que lleva encima.
—Tenemos cuatro horas antes de llegar, ¿no es así? —Responde el rubio, acomodándose sobre la cama, mirada retadora— ¿Es ese tiempo suficiente para que me marques como tuyo? Quiero pisar tierra siendo uno contigo.
Yuuri sonríe y como la primera vez que estuvieron juntos se desviste sin prisas. No es hasta que su piel toca la de quién será el amor de toda su vida que pregunta:
— ¿Estás seguro? Una vez que seas completamente mío será para siempre.
Pero eso sería sólo firmar el acuerdo. Pactar el trato. Porque lo sabe, está completamente seguro de que el Omega rubio es su pareja destinada.
Yuri Plisetsky sonríe y muerde ligeramente el mentón de su Alfa, moviendo las caderas bajo la erección de Yuuri Katsuki.
—Sí, Capitán.
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