Fraude


Después de la partida de Tai, Michael y Willis habían endurecido el gesto para recalcarle a Adolfo que este era un encuentro puramente de negocios, y que de ninguna manera iban a permitir que jugara a creerse el príncipe azul.

―Ninguno de ustedes es su pareja. Taichi es un Omega libre y yo un Alfa sin compromiso ―dijo recalcando el hecho mientras afilaba la mirada. ―La verdad, esperaba encontrar a un hombre rudo y sin refinamiento, ―comentó relajando el cuerpo sobre la silla mientras parecía meditar más para sí mismo que para los oyentes. ―Contrario a ello, Taichi es justamente lo que cualquiera en nuestra posición desearía como pareja. Es listo, con estudios, muy elocuente y sobre todo increíblemente encantador.

―No vino aquí para ser cortejado ―gruñó Willis apretando la servilleta en su puño izquierdo, estaba a nada de soltarle un puñetazo por idiota. ―El que sea un Omega no significa que vaya a darle oportunidad al primer Alfa que demuestra interés por él.

Adolfo apretó los labios mirando a ambos rubios.

―Nunca dije o insinué tal cosa. Simplemente digo que sería un terrible desperdicio si no hiciera al menos el intento. Como dije, es raro encontrar Omegas que cumplan nuestras expectativas, que sean un reto. La mayoría son tan complacientes, sumisas... como muñecas sin vida. Felices de que les llenes el vientre con hijos.

―Retráctate ―exigió Michael poniéndose de pie con la mirada colérica.

―¿Por qué debería? ―preguntó con un tono de tal inocencia que Willis casi creyó que de verdad no entendía su ofensa. ―Nombra a tres Omegas que no encajen con esa descripción ―retó inclinándose levemente sobre la mesa con una sonrisa traviesa. ―Pueden aparentar ser independientes, pero en cuanto un Alfa demuestra afecto caen sin pelear, felices de dejar sus vidas a cargo de alguien más. Se convierten en esclavos deseosos de parir cachorros por propia voluntad. Nadie los obliga, es su naturaleza la que los hace actuar de esa manera.

―¿Qué estas queriendo decir? ―Willis estaba llegando a su límite.

―Digo que esta ridiculez que proponen jamás se concretará. No por los Alfas, sino por mano de los propios Omegas que felizmente abren las piernas y muestran el cuello a cambio de una vida sin preocupaciones.

Y antes de que Willis tuviera la oportunidad de soltar algún insulto Michael tomó de la mano a su amigo con la intensión de tirar de él rumbo a la salida.

―Creo que cometimos un error al venir ―dijo de manera diplomática colocándose en pie. ―Lamento escuchar que profesas esas creencias tan retrógradas. Nosotros pensamos continuar con la enmienda con o sin tu apoyo, porque Taichi es la prueba de...

―Taichi no es prueba de nada. ―Adolfo escupió aquellas palabras como si fueran veneno. ―Es único. Un diamante entre trozos de carbón. Y si no puedes verlo y valorarlo entonces no lo mereces. No importa cuanto lo intentes, ningún Omega será ni la milésima parte de lo que es Taichi Yagami. Porque a todos ellos les falta lo que a él le sobra. Pasión, determinación, pero por sobre todo VALOR. Aunque en realidad solo haría falta un poco de amor propio. Los Omegas no van a pelear, no apoyarán esta tontería y más pronto que de inmediato todos los estúpidos que creen en utopías van a caer.

―Eso ya lo veremos ―gruñó Willis a la defensiva.

―Así será, se los aseguro ―afirmó Adolfo sonriendo con superioridad en el justo momento en que varios hombres armados entraban por la puerta. ―Me aseguraré de ello caballeros.

Michael jadeo cuando los rodearon, Willis maldijo mientras se preguntaba en donde diablos se había metido su equipo de seguridad. Por otro lado el cuerpo del empresario parecía una máquina que es reiniciada después de un desajuste porque no comprendía como llegaron a tan precaria situación y sobre todo. ¿Qué rayos había pasado con Taichi?

Una pregunta que no tardó en ser contestada cuando Adolfo haciendo gala de sus mejores dotes actorales se dirigió a paso rápido rumbo a los aseos mientras se desarreglaba la corbata, el saco, por supuesto su cabello y agitaba su respiración.

Un par de minutos después Adolfo Meyer volvía al salón donde hace poco se disponían a comer, sosteniendo a Taichi Yagami en brazos.

―No se preocupen, voy a darle el trato que se merece ―afirmó con la sonrisa torcida.

―Esto no se va a quedar así ―amenazó Willis con los dientes apretados y tan colérico que incluso los colmillos le habían crecido.

―Oh, claro que no ―respondió Meyer. ―Debemos regresar a los Omegas donde pertenecen y del cual nunca debieron pensar siquiera en salir, bajo nuestros pies. Y para eso debo destrozar aquello que, en primer lugar, les dio el valor de desafiar la supremacía Alfa.

―Pensé que habías dicho que él te gustaba ―reprochó Michael.

―Y es cierto. Por eso no voy a dejar que nadie más ponga sus manos sobre Tai. Cada una de las lecciones las administraré personalmente. Y cuando al fin sea el Omega que debió ser desde el principio entonces lo marcaré. Taichi Yagami me pertenecerá y el mundo entenderá que los Omegas son y siempre serán solo para placer del Alfa.

―La enmienda ya esta siendo implementada, si te lo llevas, será secuestro ―apunto Michael.

―Lamento informarte que no todos los países la están haciendo valer. Así que... por mi puedes ir y hacer un escándalo. Tai es un Omega masculino y aquí y ahora aun puede ser vendido, robado o destazado para ser repartido, a nadie le importará. Además, por quien me tomas, por supuesto que tengo amigos más numerosos y poderosos de los que puedas imaginar. Así que no cometan una locura.

Willis y Michael gruñeron de impotencia mientras observaban como Adolfo salía de ahí con Taichi entre los brazos sin que ellos pudieran hacer nada para evitarlo.

.

.

Taichi jadeo en busca de aire, sentía que se ahogaba. Todo a su alrededor parecía ir empequeñeciendo, como una hoja al ser arrugada hasta solo quedar hecha una insignificante bola de papel.

Era la sensación más horrible que había experimentado en toda su vida y ese malestar parecía haber encontrado un lugar cómodo en su pecho porque se instaló ahí sin la intensión de abandonarlo.

¿En dónde estaba? ¿Cómo había llegado ahí? ¿Por qué no recordaba nada? ¿Dónde estaban Willis y Michael?

Preguntas para las que no tenía una respuesta satisfactoria. La habitación en la que despertó apenas hace un par de minutos se podría describir como básica. No media más de un par de metros, contaba con una cama y un retrete. No tenía ventanas y las paredes estaban pintadas de color amarillo tan brillante como los pétalos de un girasol.

La corona de su pesadilla era la sola idea de que lo habían desnudado. Porque el overol blanco que le entallaba el cuerpo no le pertenecía ni tenía nada remotamente parecido en su guardarropa, y lo peor, debajo de eso estaba desnudo.

Alguien le había cambiado las prendas que usó para la reunión con Adolfo Meyer, y lo metió ahí sin que él opusiera la mínima resistencia.

Lo habían encerrado como un animal sin la posibilidad de comunicarse o saber el futuro que le deparaba, y entre todo eso lo único que podía pensar y su principal preocupación era:

Por favor, perdóname Yamato...


Continuará...


N. A. 

Me entusiasmo tanto ver que aun leen esta historia que decidí publicar un capítulo corto y mejorar la portada. Mil gracias por su apoyo. 

Atentamente su escritor y amigo incondicional. 

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