Alfa y Omega
Cuando Yamato fue notificado algo dentro de él se rompió. Se habían llevado a su Omega... su Omega, la otra mitad de su alma. Willis y Michael comenzaron explicando la forma en que pensaban proceder, los favores que tendrían que pedir y hasta si les era conveniente informar a la prensa. Toda una sarta de idioteces que Matt consideraba irrelevantes porque lo que tenían que hacer era salir a buscar a Taichi.
Matt debería poder rastrearlo, el aroma de su Omega a pesar de no estar enlazados lo guiaría. Lo malo es que, al tratarse de un lugar publico y haber transcurrido un poco más de doce horas el olor sería prácticamente inexistente. Aun así, le parecía mejor opción que solo dar o escuchar ideas sin poner realmente ninguna en práctica.
Y en eso estaba cuando la puerta de la oficina se abrió de un empellón y Kyotaro Imura atravesó el umbral con semblante rabioso.
―Ishida... ―gruñó con tanto odio Imura que Matt lo primero que hizo fue ponerse en pie dispuesto a contestar cualquier ataque por parte del otro Alfa. ―Es tu Omega... como pudiste permitir que...
―Ishida no estaba presente cuando... ―intentó defender Willis
―Claro que no estaba ahí, su pareja no es lo suficientemente importante para...
―Basta ―ordenó Michael reprochándole con la mirada el comentario a Imura. ―Este no es momento de peleas. Debemos pensar cómo vamos a encontrarlo, y no dejarnos llevar por el instinto Alfa que demanda que alguien pague por la ofensa y así demostrar quién es más fuerte y apto. Creo caballeros que eso es precisamente el motivo por el que estamos aquí.
Kyotaro de mala gana bajo la cabeza, sabía que Michael tenía razón, pero quien estaba perdido era su cachorro y temía por su seguridad.
―Quizás yo pueda ayudar ―dijo un hombre pelirrojo entrando por la puerta y haciéndose notar.
―Koushiro Izumi ―nombró Matt al reconocerlo.
―Hola Ishida, tiempo sin verte ―saludo Izumi. ―Sí tiene que pedir un favor señor Duval, le recomiendo que lo haga a alguien que pueda prestarnos tiempo satelital.
―¿Tiempo satelital? ¿Cómo rayos piensas que...? ―se quejó Michael, porque no tenía ese tipo de conexiones.
―Tengo un amigo en la NASA. Nos va a costar, pero creo que podría ayudarnos ―ofreció Willis más apurado por poner algún plan en marcha que en interrogar al portador de la misma.
―Si es por dinero, no te detengas, estoy dispuesto a todo con tal de encontrarlo ―aseguro Michael.
Taichi abrió los ojos muy lentamente. El cuerpo lo sentía pesado y la nariz congestionada, llevaba apenas un par de horas ahí, pero la falta de ventilación y su respiración constante estaban enrareciendo el aire de tal manera que la falta de oxigeno de a poco iba restándole lucidez y fuerza.
―Buen día Taichi. ¿Cómo has dormido? ―habló Adolfo desde una imagen que se reflejo sobre el muro como algún tipo de película.
Taichi se forzó a centrarse, debía encontrar de donde provenía la grabación. Pasó su vista por las esquinas y no tardo en hallarla, la cámara era apenas del tamaño de una bola de tenis pequeña, pero estaba seguro que además de proyectar, también grababa. Debía tomar en cuenta eso cuando pensara en algún plan para escapar.
―Quiero que sepas que estas a salvo, ningún Alfa tiene permitido acercarse a menos de diez metros de tu celda. Y si las cosas progresan como deben, entonces tu serás libre muy pronto.
―¿Y qué es exactamente progresar adecuadamente? ―cuestionó Tai con la mirada perdida. Estaba al límite.
―Premio y castigo. Yo doy una orden, la acatas, te doy un premio; por ejemplo, ventilación a la celda. Te niegas, espero hasta que casi dejes de respirar para dejar pasar el aire. O podemos ver cuánto aguantas sin comer. Cosas de ese tipo, así que puedes descartar cualquier tontería de tipo sexual, no soy un depravado.
―Estas loco. ¿Qué clase de...?
―¿Yo estoy loco? Eres tu quien piensa que seres de tan baja valía e intelecto pueden llegar a disfrutar de los derechos que solo los Alfas deberían gozar. Es como darle a la vida de una sanguijuela la misma importancia que la vida de un niño.
Tai tomó nota de la respuesta inmediata a su alegato, al parecer no se trataba de una grabación, era más como una video llamada y si tenía razón, eso quería decir que esa cámara estaba enlazada a algún aparato con wifi. Si lograba abrirla podría tener una oportunidad.
―Tenía la leve esperanza de que comprendieras mejor tu situación y te portaras más cooperativo. Pero supongo que era de esperarse que un Omega descarriado como tú fuera a oponer resistencia. Ahora la pregunta es ¿Cuánto aguantarás antes de ceder?
—¿Y como piensas evaluar mi sumisión? Es decir, porque bajar la cabeza ahora no quiere decir que apenas abras esa puerta no voy a intentar castrarte.
—¡Oh! Lo sabré Tai. Lo sabremos los dos, porque para entonces vas a estar tan quebrado que suplicarás. Pero ahora pasemos a una orden simple. Vas a darte un baño y mudarte de ropa.
Taichi miró en derredor, nada en esa estéril habitación era apto para la tarea, así que podía negarse, o eso pensó hasta que por la parte baja de la puerta fue empujada una cubeta con agua y un trozo pequeño de jabón.
—Adelante —indico Adolfo.
Taichi apretó los dientes, ese maldito estaba sugiriendo que se aseara frente a él.
—Te recomiendo que lo hagas o la próxima comida que veas será hasta dentro de un par de días.
Con las manos temblando de impotencia Tai procedió a retirar las prendas que cubrían su cuerpo. Con el caer de cada tela la humillación y el miedo crecían dentro de él. Por ahora lo único que tenía que hacer era soportar, aguantar hasta que Michael, Willis, Kotaro ó Matt dieran con él.
—Aguanta —se dijo tragándose todo su orgullo.
—Buen niño...
La rutina que se estableció a partir de ese primer día fue sencilla, Adolfo Meyer lo miraba comer y lavarse sin falta. Obedientemente Taichi realizaba esas actividades sin pronunciar palabra, era mejor de esa manera, cuando saliera sería una cosa menos para recordar.
No sabía nada del exterior, si lo estaban buscando o lo habían dado por muerto. Por el número de alimentos podía deducir que al menos llevaba unos cuatro o cinco días ahí y Adolfo había cumplido hasta ahora con su palabra.
—Hoy será tu primera prueba de conducta —dijo la imagen de Adolfo en la pared. —Hay una fiesta muy exclusiva a la que estoy invitado y tu vas a acompañarme, y a comportarte.
De sólo escuchar esas palabras Taichi sintió un leve soplo de esperanza, si salía de ahí era más probable que pudiera escapar. Las prendas elegidas para dicha ocasión lo hicieron ruborizar de solo mirarlas. ¿En que demonios estaba pensando ese bastardo para darle algo como eso? Es que simplemente no cabía en su cabeza como un atuendo a base de tela transparente era el adecuado para asistir a una fiesta. Calzarían sandalias básicas en dorado dejando todo lo demás a la vista gracias al tipo de tela ya antes mencionado. Porque de hecho lo único cubierto realmente de su anatomía era su entrepierna, y por supuesto, por decencia, si es que se puede usar esa palabra, su cuello sin marca, una gruesa gargantilla de oro haría el trabajo de ocultar su glándula Omega, la misma que gritaba al mundo la falta de enlace.
Intentó mentalizarse que con tal vestimenta iba a tener la mirada de muchos sobre él, que debía mostrarse sereno y sumiso si deseaba una oportunidad.
Adolfo sonrió apenas abrir la puerta de la celda y verlo, cada centímetro de la piel de Tai, cada célula de su cuerpo gritaba su supremacía sobre su propio género, un Omega puro. Era poder e irreverencia, era juventud, fertilidad y él deseaba todo eso.
—Antes de que tu cabecita piense en alguna tontería quiero que sepas que esta noche, si intentas algo estúpido, quien lo pagará no serás tu cariño —y con delicadeza pasó sus dedos por las clavículas expuestas de Tai. —Tengo quince Omegas, todos menores de once años que serán subastados, dame razones y voy a ver que cada uno de ellos tenga el peor destino posible.
Taichi tragó saliva.
—Vamos, es una noche especial y quiero disfrutarla —dijo tirando de él por un pasillo en extremo largo que daba a una puerta justo frente a la cual los esperaba una limusina.
El viaje se llevó en silencio, los ojos de Taichi buscaban por todos los medios atravesar los cristales de vidrio tintado del coche, necesitaba saber en donde estaba al menos. Pero por más que achino los ojos no logró distinguir nada.
El vehículo se detuvo casi media hora después y Adolfo le extendió la mano para ayudarlo a bajar. Apenas descender a Taichi le quedo en claro en que clase de fiesta estaba, esto era una subasta de Omegas. Solo esperaba no ser él el espectáculo principal.
Adolfo los condujo hasta un salón en donde Alfas de distintos rangos se pavoneaban de un lado a otro llevando Omegas como si fueran mascotas o accesorios que presumir. Esta elite de Alfas pagados de si mismo demostraba su supremacía de esa manera.
Las bebidas y bocadillos en charolas de plata recorrían la estancia sobre las manos de Betas uniformados. Era como ver de manera explícita la posición de cada casta. Los Alfa amos y señores, los Betas relegados a servir, a ser útiles y los Omegas...
Los Omegas se lucían como algún tipo de animal exótico, caminaban obedientemente junto a sus dueños vistiendo prendas igual de escandalosas que la que él llevaba, pero si algo marcaba una diferencia era la gargantilla de oro. Ninguno de los otros Omegas portaban adornos.
Taichi apretó los dientes hasta casi hacerlos rechinar, porque ese no era su lugar, él no...
Y un suave tirón por parte de Adolfo le hizo regresar al presente, ahí donde debía ser lo que se le pedía o seres inocentes pagarían su arrebato.
—Compórtate —murmuró de forma disimulada Adolfo que se movía como lo que era, un hombre influyente, un Alfa de rango alto, uno que tembló cuando escuchó una voz casi amable dirigirse a él.
—Veo señor Meyer, que me ha traído un regalo —dijo el hombre que hizo a Taichi dar un prudencial paso atrás, porque ese que tenía delante era un Alfa puro. La casta más peligrosa de todas, porque podía doblegar sin problemas a cualquiera, incluido otros Alfa sin importar su rango.
Adolfo Meyer bajo la cabeza, y apenas y controló su instinto de gimotear por piedad al momento de responder.
—Puede tomar lo que desee señor Abadón —y sin ni siquiera elevar la mirada se retiró lo más rápido que pudo dejando a Taichi con Abadón VenomMyotismon.
Taichi quiso gritar y salir corriendo, porque estaba pasando de las manos de un vil demonio a las garras del Rey del inframundo.
Este Alfa tenía semejanza con Yamato, los ojos azules, el cabello rubio y una altura por demás imponente, pero le faltaba la fría mirada y el gesto sereno del rostro del piloto; porque vestido en rojo y guinda ese que acababa de reclamarlo como un objeto demostraba supremacía y fuerza, la superioridad de su linaje en su sonrisa desafiantes y su mirada altiva.
—Taichi Yagami —pronunció su nombre con deleite. —Un Omega puro —murmuró Abadón más para sí mismo con un tono tan bajo que pasaría por un gruñido. —Mi Omega... —y las enormes manos se extendieron en su dirección, dedos tocaron casi con adoración su piel un segundo antes de retirarlas como si Tai fuera hierro caliente, una reacción que no esperaba para nada, menos aún ver como ese Alfa se quitaba el saco para colocarlo sobre sus hombros y cubrir su desnudez.
—Nos vamos —dicto y Taichi se dejó llevar sin oponer resistencia porque si había reconocido en Yamato a su destinado, la otra mitad de su alma. Su cuerpo le decía que Abadón VenomMyotismon era un mejor candidato para ser su Alfa, porque la pureza de su linaje estaría garantizada.
Taichi negó tales pensamientos, su parte Omega podría entusiasmarse con este candidato, pero Taichi Yagami, la persona lejos del segundo genero amaba a Yamato Ishida.
Continuará...
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