Al inicio de la tormenta


El medicó ha entrado y salió de la habitación de Taichi al menos tres veces, y en cada una de ellas no sabe si debe hablar con Abadón o solo continuar, y el qué haya optado por la segunda estaba matando al empresario.

Después del episodio del jardín Taichi logró controlarse lo suficiente para prácticamente arrastrarse a su habitación, una vez dentro cerró a cal y canto sin permitirle siquiera saber el motivo de su aparente ataque de ¿pánico?

Abadón no tuvo más remedio que llamar a un médico, por supuesto uno de su confianza, aunque eso al parecer no fue suficiente para que el galeno informara al pie de la letra el estado del Omega.

Porque si bien Taichi dejó entrar al medicó y hacer su trabajo, el silencio de su condición angustiaba a Abadón.

A eso de las seis de la tarde y después de un muy cuidadoso examen, al fin el doctor Tsumura Makoto estuvo listo para hablar, aunque de lejos parecía convencido de lo que estaba por decir.

La puerta de la recámara de Taichi fue abierta y el doctor invitó a entrar al Alfa mientras le solicitaba, por su propia seguridad, permaneciera en lo posible lo más cerca de la puerta.

Abadón entro en la estancia con respeto, o hasta con cierto grado de solemnidad, un gesto casi instintivo de parte de su Alfa interno, sentimiento que comprendió cuando sobre la cama distinguió un montículo de mantas y ropa.

―Es un nido ―jadeó Abadón oscilando entre el miedo y el asombro, mientras todo su ser parecía reaccionar con emoción desmedida, igual a un niño entrando a una confitería.

Makoto sólo asintió con la cabeza mientras con la mano derecha le impedía avanzar más e igual que él mantenía espacio entre su persona y el nido del Omega.

―Lo que voy a decir deben escucharlo los dos, y espero por el bienestar de todos que lo hablen a conciencia porque de eso depende su vida. ―No era la primera vez que el doctor Makoto se veía en una situación incómoda, pero dar un diagnóstico de pie junto a la puerta como si fuera a salir huyendo, no era la ideal. Con un suspiró resignado continúo hablando. ―He logrado estabilizar las hormonas y el malestar general del cuerpo del señor Yagami. Lo que sufrió fue un... ―y Tsumura torció la boca al no saber cómo explicar lo que estaba pensando. ―Un... a falta de otra palabra, ataque por parte de su Omega interior. Siendo sincero nunca había visto algo así, es como sí su propio cuerpo hubiera estallado y las hormonas que normalmente despiertan con un embarazo se pusieran en marcha solo para morir segundos después... simplemente sorprendente.

Abadón tiene el cuerpo rígido ante tal declaración. Ama a Tai y no piensa permitir que muera, y le preocupa que toda esa perorata medica solo pueda significar el fin de la fertilidad de Taichi o algo peor.

―He hecho varias pruebas, todas ellas en teoría son fiables, y digo en teoría porque no existen muchos casos registrados de parejas Destinadas. Además, debemos sumarle la ignorancia casi total sobre los Omegas Masculinos. En conclusión, lo que voy a sugerir no tiene un fundamento claro, solo me estoy basando en mis estudios e investigaciones sobre el Lazo.

Abadón asintió, él sabía de ante mano que el Enlace o Lazo, solo se había tratado de manera superficial, como una explicación biológica de lo que sucedía en los cuerpos del Alfa y el Omega, sin llegar a hondar en muchos otros aspectos como la empatía emocional o hasta en algunos casos cuando el Lazo es muy fuerte, algún tipo de telepatía que le permitía a la pareja conversar entre ellos con apenas una mirada o gesto.

―Además de qué, lo que el señor Yagami está sugiriendo es prácticamente una aberración ―dijo Makoto con cuidado de moderar su tono de voz para no ser ofensivo. ―Pero en ese sentido supongo que también lo es el que un Omega Masculino tenga SU personalidad y fuerza.

Abadón meneo la cabeza despejando sus pensamientos, se había perdido de algo, ¿Qué se supone que sugirió Tai?

―El hilo ―recalco el médico. ―No puedo decir si está equivocado o en lo correcto al desear romper el hilo que lo ata a su destinado. Sin embargo, mi recomendación es que hablen con el Alfa antes de tomar cualquier acción drástica.

―¿Pero entonces es posible? ―Tai casi jadeó ante la posibilidad sin percatarse del gesto de asombrado terror que se dibujo en el rostro de Abadón.

―De hecho, lo es ―afirmó el doctor Makoto con una expresión tan triste que cualquiera diría ha sentido dicha perdida. ―Pero insisto en que primero hablen con el otro involucrado porque lo va a resentir.

―¿Qué peligro puede correr el Alfa? ―cuestionó Abadón con cautela, mientras algo dentro de él se estremecía de miedo al darse cuenta de hasta donde está dispuesto a llegar Taichi.

Makoto respiró profundo y negó con la cabeza.

―La verdad no lo sé. El único lazo que he visto roto fue cortado por el Alfa. Cuando supo que su destinado era un Omega masculino cortó el hilo. Después de eso una parte de él desapareció, en una de nuestras sesiones lo comparó a perder un miembro, una mano o un pie. Lo extrañas y de vez en cuando la sensación de que esta ahí te recuerda lo que perdiste, pero nada más.

―¿Qué paso con el Omega? ―preguntó Taichi asomando apenas los ojos entre ese mar de mantas que solo para él tenía sentido.

―Falleció de una manera muy triste. Fue como ver a una flor marchitarse, perdió el brillo en la mirada, su cuerpo fue muriendo como si no comiera, como si le hubieran arrancado el alma. Por supuesto Alfa y Omega reaccionan de manera muy diferente. Puede que el Alfa al cual estas atado apenas lo note o... ―no termino la oración porque no era necesario. ―En todo caso, quizás si el consentimiento es mutuo y ambos desean ser libres de esa tadura...

Abadón desvió la mirada, era obvio al menos para él que Yamato no iba a aceptar, él en su lugar no lo haría.

―¿Cómo corto el hilo? ―quiso saber Tai.

Tsumura Makoto frunció el ceño, pues le molestaba que a pesar de su explicación Tai insistiera con el tema.

―El proceso es muy simple, algo meramente simbólico. Toma una tijera y corta pegado a tu dedo índice. Puede que tu no veas nada, pero tu Omega lo sentirá. Y prepárate para las consecuencias porque ni yo, ni nadie puede prever lo que sucederá.

Taichi apretó la mandíbula, estaba asustado, herido en el orgullo y muy enojado.

―Ya tengo que irme. Te he recetado calmantes y en caso de otro ataque un supresor de hormonas, además de mucho descanso, has presionado tu cuerpo más allá del límite. Ah, y si llegaras a cortar el hilo, avísame, me gustaría registrar lo que sucede, después de todo son muy raras las parejas Destinadas, aún más un Omega inconforme.

Y con aquella última declaración el medicó se marchó dejando de tras de si aun Omega tembloroso y aun Alfa asustado.



Se puede decir que Yamato había seguido con su vida, que ha intentado por todos los medios mantenerse dentro de lo normal, pero tanto Kyotaro como Daigo pueden notar el dolor en sus ojos y la falta de sueño reparador, y están muy preocupados por él.

Kyotaro se dejo caer en el sofá de la sala con un suspiro cansado. Daigo había salido a tramitar su licencia en la escuela y a poner en orden algunos otros papeles mientras el embarazo aun no era muy notorio, en cuanto su vientre comenzara a crecer ya no podría salir para nada de la casa.

Así que ese era un buen momento para pensar pues en secreto Kyotaro habia estado deseando entrar a esa maldita mansión por la fuerza para golpear a Taichi por su insensatez, porque cualquier estupidez que este pasando por su cabeza no justifica para nada el dolor que está haciendo padecer a Matt.

Son pareja y como tal deberían enfrentar al mundo juntos, y toda esa perorata de su fortaleza Omega no tendría por que interponerse entre ellos. A sus ojos el hecho de que Taichi estuviera enlazado u ostentara una marca no demeritaba quien era, por supuesto que si todos pensaran de esa manera no tendrían que estar pasando por todo esto.

Kyotaro recuerda al cachorro que una vez fue Tai. Sus hermosos e ilusionados ojos marrones mirándolo con admiración. Esa enorme sonrisa que deslumbraba como el sol. Un niño del que Kyotaro se enamoró y su instinto sin darse cuenta adopto como suyo. Taichi era fuerte, pero bajo toda esa fuerza se escondía un sueño del que se avergonzaba, y en parte la culpa era de él. Porque le enseño a Taichi a golpear rápido y feroz, le mostro como matar, como inmovilizar y hasta como torturar. Le exigió memorizar el armado y desarmado de diferentes tipos de pistolas, le obligo a fortalecer su cuerpo y endurecer la voluntad, pero... nunca pensó en permitirle un respiro.

Taichi nunca se emociono con algún traje, peluche o almohada que añadir a su nido, nunca hablo de sus futuras crías, tampoco deseo ser tratado con devoción. Y no es que este mal, si Taichi estuviera bien de esa manera, si ese era su deseo entonces Kyotaro nunca diría nada en contra, pero no lo era.

Nunca lo fue.

Pudo presenciar lo más cercano al verdadero Tai cuando este tenía unos catorce años, es decir un poco antes de que se fueran a España.

Esa tarde de hace años atrás Daigo y él necesitaban salir a comprar algunas cosas, por lo que dejaron a Tai solo en casa, a mitad del camino Kyotaro noto que había olvidado su cartera por lo que tuvieron que volver. Estaciono el auto en la acera y entro a la casa alegando que no tardaría.

Lo que encontró lo dejo sin aliento. Ahí en medio de la sala se encontraba Taichi luciendo uno de los pocos conjuntos que Daigo conservaba de su adolescencia. Se veía tan hermoso. La gargantilla de terciopelo negro que cubría su glándula y marcaba casi de forma erótica el final de la espalda parecía gritar para ser arrancada.

Tai se había recogido el pelo con una peineta de plata que Daigo guardaba celosamente en su tocador y caminaba entre los muebles mientras balanceaba coquetamente su traserito respingón.

Sus manos se movían con gracia acentuando sus gestos en la conversación imaginaria que sostenía con los invitados de esa fiesta que en su mente debería ser espectacular.

Era una joya brillante que deseaba ser vista y alabada.

Kyotaro tomó su cartera y salió de ahí de la misma forma en que entro, mientras en su cabeza se preguntaba como hubiera sido Tai si la vida y esta horrible sociedad no le hubiera obligado a esconder su segundo género.

Y ahora... ahora Taichi no solo despreciaba ser lo que era, sino que estaba hiriendo a Matt.

Tal vez era momento de hacerle ver a Taichi que le gustar o no, era un Omega. Pero hacerlo por la fuerza solo conllevaría a tratarlo igual que a todos los demás, obligarlo a hacer lo que ellos pensaban era correcto, sin importar la opinión de Taichi.

Y aunque Tai se equivocara, no era acaso más importante el hecho de que eran sus propias decisiones y no el resultado como tal.

―Esto va a acabar conmigo ―se dijo Kyotaro. Amaba a Tai y quería lo mejor para él, aun cuando no sabía que era.

El timbre de la puerta lo obligo a centrarse en el presente, ponerse de pie y atender a su inoportuna visita.

―Imura-san ―saludo Matt apenas abrieron la puerta. El joven rubio parecía seriamente afectado, se veía nervioso y hasta cierto punto asustado. ―Hay algo que...

Y antes de incluso terminar la frase Yamato se atraganto con sus palabras, sus ojos se enfocaron en el piso justo antes de dejar salir un casi alarido que aterro a Imura cuando lo vio doblarse del dolor.

―Matt ―gimió Kyotaro sujetando al joven Alfa antes de que este se estrellara contra el suelo. ―Matt ―llamó con mayor apremio al ver como su cuerpo comenzaba a temblar de forma descontrolada.

Kyotaro sin perder tiempo arrastro a Matt dentro de la casa para intentar calmarlo, aunque desde ya podía decir que era mejor llamar a una ambulancia porque el cuerpo de Matt estaba comenzando a aumentar de temperatura de una manera alarmante; un segundo después arrugó la nariz al percibir como el aroma de Yamato comenzaba a cambiar.

―Esto no... no puede ser ―jadeó Imura, porque solo una vez presencio algo parecido. Ese aroma rancio y casi putrefacto solo lo desprendía un Alfa cuyo Omega lo había despreciado. Era un aroma que gritaba su perdida, miedo y dolor.

La pregunta era ¿Por qué ahora?

―Taichi ―murmuró Kyotaro abrazando a Yamato, en su mente y corazón solo podía suplicar porque Tai no hubiera hecho algo de lo cual estaba seguro se arrepentiría más temprano que tarde.

Kyotaro llamó a una ambulancia y mientras esperaba solo podía intentar secar y ocultar sus lágrimas, porque Taichi estaba sufriendo y él no estaba ahí para consolar a su pequeño y valiente cachorro.

―Niño tonto...

Continuara...

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