47 Luna Llena
Hola a todos, aquí Coco, quien está lista TuT Lista para despedirse de esta fabulosa historia. Hoy por fin llegamos al épico desenlace, ¡estoy tan agradecida por haberme acompañado hasta aquí! Hay cosas eternas, como el alma, el amor y los recuerdos. Todo eso forma parte de nuestra luz cuando combatimos la oscuridad UwU Pues bien, hoy veremos un poco de eso. ¡¿Están listos para unirse a la manada en la última batalla?! *0* ¡Ya saben qué hacer! ❤
***
Pese a estar en el filo de la demencia, Zaneri sabía que todos sus sueños se habían cumplido. Bailando sola en la enorme y vacía mansión Demon, giraba y giraba en un baile de la victoria tratando de convencerse a sí misma que eso era. No podía estar equivocada. Mató a la bruja blanca, por fin su rival había sido silenciada. Terminó con la vida de su amado, su único amor, y dejó su cadáver junto al de ella. Renovó la maldición con más fuerza que nunca, y además, obtuvo un poder incontenible que la hizo incluso más peligrosa de lo que había sido su antecesora. Entonces, ¿por qué la felicidad fruto de todo eso no parecía llegar?
—Es su culpa. ¡¿Por qué no mueren?! —preguntó rabiosa a la nada, y arrojó su copa de vino a la pared que reventó como una explosión de sangre. Pero ni con eso su ira se calmó.
La gente del pueblo no sucumbió como pensaba. Cuando terminó el conjuro, había creído que con una noche de masacre sería suficiente. Había pensado que las pocas horas antes del alba bastarían para que se matarán unos a otros. Antes de que amaneciera todos estarían muertos, ella sería libre, y finalmente podría irse como única sobreviviente. Pero eso no pasó. De alguna forma aquellas alimañas habían encontrado la forma de oponerse, y ahora, le plantaban resistencia a todo cuanto les lanzaba. Había deseado bañarse en un río de sangre, y la pequeña charca que sus pocas víctimas habían llenado parecía burlarse de sus esfuerzos.
—Tienen que morir —se dijo a sí misma y a la presencia en su interior—. Todos tienen que morir —Así debía de ser, o si no, eso significaba que sus sacrificios habían sido en vano. Ella había dado todo para vengarse y que su maestra también lo hiciera. Ahora parecía tan atrapada como las personas bajo su conjuro, y estaba comenzando a preguntarse si en verdad había hecho lo correcto—. Claro que sí —se dijo—. No son inocentes, ninguno lo es. Ni antes, ni después.
Sus padres fueron descuartizados ante sus ojos cuando era niña, ¿y qué hicieron los cazadores? Correr en círculos sin atrapar al culpable, dejarlas a ella y a su hermana a su propia suerte. Por un milagro lograron sobrevivir, ¿y qué hizo su aquelarre? Rechazarlas, ni siquiera sus parientes quisieron a unas niñas inútiles y sin magia como ellas. La única persona a la que le había importado era aquel bello lobo rubio, ¿y qué hizo el ingrato? Enamorarse de otra, traicionarla sin siquiera haber notado su presencia. Desde que nació, Zaneri parecía destinada a ser Omega. Ahora era Alfa. Y seguía tan sola y desamparada como siempre.
—Jenna... —gimió, súbitamente atormentada por el recuerdo de haber degollado a su hermana—. Lo siento, era la única forma. Meliodas... —sollozó mientras se dejaba caer al suelo—. Lo siento. Si tan solo me hubieras amado, ¡si tan solo me hubieras visto! —gritó mientras tiraba todas las cosas de la mesa. Era muy tarde para eso. Él se había ido siguiendo a su verdadero amor, y a ella le quedaba solo una cosa para preservar su recuerdo: sobrevivir y terminar el trabajo.
«Mátalos», le ordenó la voz en su interior. «Mátalos, y serás libre». No había más en su existencia. En el fondo, ella ya no comprendía el amor o la tristeza, y la respuesta brindada por la oscuridad le resultó tan satisfactoria que de nuevo sonrío.
—Sí. Deben morir —siseo con alegría—. Y tendré que matarlos yo misma.
La luna llena se acercaba. La última del otoño, la primera tras el eclipse. Ese era el momento ideal para atacar y dar la estocada final al pueblo. Una masacre por su propia mano sería el beso de despedida. Su oscuridad estuvo totalmente de acuerdo con ella, y alimentó sus malignas emociones con un poder que solo otra bruja había tenido esa generación.
—Esta noche acabará todo, Ellie —se burló de la difunta mientras salía de la casa con paso triunfal—. Hagamos de esta fiesta nuestro baile de graduación.
Algo extraño y maravilloso estaba ocurriendo del lado de la alianza del pueblo. Pese a que habían pasado varios días desde que comenzó la resistencia y Gelda empezaba a sentirse exhausta, también había notado que una fuerza misteriosa había prendido en ella y en cada persona que habitaba ese campamento. Una luz, una especie de esperanza sin justificación o lógica. Ni siquiera las negras perspectivas del avance de la bruja opacaban la gloriosa mañana que se colaba por la fisura de su tienda de campaña, y salió a recibirla, lista para enfrentar el día que, probablemente, sería el más crítico de aquella guerra. Su paso a través del terreno le confirmó lo que su intuición le decía.
Sí, era verdad que el número de heridos era alarmante, pero todos se turnaban para cuidar de todos, sin importar si en la camilla tenían una bruja, lobo o cazador. Era cierto que pronto no habría suficientes recursos, pero los que había estaban siendo compartidos, y veía comer juntos a antiguos enemigos que, en cualquier otra época, hubieran peleado por ellos. Ya nadie se daba el lujo del odio a ciegas, habiendo conocido la verdad. También habían descubierto que las personas con pareja eran más resistentes al control de la niebla mágica, pero aunque eso aliviaba solo un poco la falta de manos para pelear, había empezado un efecto secundario muy interesante. Había nuevos enamorados por todos lados. La noticia detonó tantas confesiones que ni siquiera el día de San Valentín podía competir. Muchos de ellos eran de diferentes clanes, y Gelda sonrió con un nudo en la garganta mientras llegaba al final de la empalada contemplando lo que había hecho su mejor amiga antes de partir.
«Ellie, se supone que estamos perdiendo. ¿Por qué parece que tú ganaste?».
«Por que así es», le contestó Zeldris interrumpiendo sus pensamientos a través del lazo del mate. «Elizabeth y mi hermano nos cambiaron a todos. Y también nos dejaron preparados para lo que se venía». Era cierto. La rubia se llevó inconscientemente la mano al pecho para acariciar el relicario de oro, y esa fue la primera vez que un poco de oscuridad opacó la luz en su interior. Esa noche era luna llena, y no estaba segura de que sus reliquias bastarán para contener el lobo en ella. «No tengas miedo. Yo estaré contigo pase lo que pase».
—Lo sé —dijo en voz alta, y por fin llegó físicamente al lugar donde su novio la esperaba, junto con su manada y todos los líderes que se preparaban para el día "D".
—Todo está listo —afirmó Ban saludándola con medio abrazo—. Sugiero que avancemos ahora con el sol.
—Moveremos primero a los heridos. Gelda, ¿aún quieres que sigamos con la búsqueda de los rezagados? —preguntó Elaine, pero su líder ya no estaba segura de que fuera una buena idea. Sí, salvarían más vidas, pero también perderían recursos, y se volverían un blanco más grande para su enemigo. Tendría más víctimas para manipular, y una forma de atraparlos a todos a la vez.
—No le des vueltas. De cualquier forma, ya somos su blanco —refunfuño Estarossa leyendo en su cara cuanto pensaba—. Hagámoslo. Nuestros exploradores pueden buscar sobrevivientes y tratar de rastrearla.
—No creo que haga falta seguirla buscando —lo interrumpió Diane—. Hoy es luna llena. —pronunció, y no tuvo que decir nada más para explicarse.
La luna los pondría a todos en el filo de la navaja, pues si bien sus poderes los hacían más fuertes y les brindaba protección, lo mismo pasaba con ella. Si había un momento para acabar con el enemigo definitivamente, ese era. Llevaban días tratando de encontrarla para ponerse a la ofensiva. Ahora, la confrontación parecía inevitable.
—Es el fin —suspiró Gelda con una voz extrañamente serena—. Creo que lo que tenga que pasar, definitivamente ocurrirá esta noche. Seguiremos con el plan tal y como estaba previsto. Y les sugiero... les recomiendo pasar el mayor tiempo que puedan con sus seres queridos —silencio, miradas llenas de cariño. Y entonces, pese a todo, cada uno de ellos sonrió—. No sabemos lo que va a pasar ahora, pero quiero que sepan que estoy orgullosa de...
—Creo que es pronto para esa despedida, cazadora. —dijo la voz del último miembro de su grupo en llegar a la junta. Merlín emergió de los árboles con una gran sonrisa, y dos segundos después se les unió Gowther con expresión eufórica.
—¡Lo encontramos! —anunció señalando a la oscuridad entre dos grandes robles, y la alianza comprobó con un respingo que así era. El mediador los miraba con ojos oscuros y profundos.
Gelda tuvo sentimientos encontrados al verlo. En cierta forma era la persona responsable de la muerte de Rhiannon y Regulus, el detonante de la desgracia, el camino accidental que los llevó hacia la maldición. Al mismo tiempo, era el guardián más viejo y leal de Black Valley. No sabía si era héroe o villano, pero podría ser su última esperanza. Se acercó a él con pasos dubitativos mientras el resto los observaba con atención.
—No creí que quisiera salir de su escondite para ayudarnos, mediador.
—No me escondía. Aprovechaba cada segundo de la noche para buscar a esa perra que ha usurpado el alma de mi mejor amiga. —siseó con una furia completamente contraria a la gentileza en su rostro, pero la rubia no se dejó intimidar y cruzó los brazos sobre el pecho mientras ganaba confianza.
—¿Usándonos como cebo? —lanzó, y la sonrisa con colmillos del vampiro se hizo aún más grande mientras se alzaba de hombros en algo parecido a una disculpa—. ¿Por qué quiere ayudarnos? ¿Por qué ahora? ¿Cree que alguno de los presentes confiaría lo más mínimo en usted? —Él simplemente sonrió, salió un poco más evitando la luz, y retomó el tono sereno y dulce por el que era conocido.
—Todo tiene la misma respuesta, cazadora. Y creo que tú la sabes.
—La luna llena.
—Correcto. Lo siento en mis huesos. Esta noche vendrá a exterminarnos.
—¿Cómo puede estar tan seguro?
—Porque huele a muerte. El aire está infestado de su sed de sangre, y créeme, entre monstruos somos capaces de reconocer ese inconfundible hedor —No había respuesta amable para eso. Él pareció intuirlo, así simplemente desdeñó la frase con un gesto para continuar con su propuesta—. La última batalla. Les ofrezco mi casa como refugio, bastión y tumba. En lo que se convierta, dependerá de ustedes —Un escalofrío la recorrió de pies a cabeza, y se dio cuenta con pesar de que tenía razón. Ella venía a por todo. La antigua mansión donde residió el consejo era el mejor lugar desde el punto de vista estratégico. Era casi poético que su alianza pudiera terminar donde empezó. Con todo, no se atrevía a creer en la buena voluntad de esa criatura—. No tienes que confiar en mí. Solo tienes que luchar. Debes hacerlo, cazadora. Es nuestro destino.
—Así es —dijo finalmente tras casi un minuto de silencio—. Y creo en ti, a pesar de todo. Creo en tu sed de sangre, en tu devoción por la mujer que amaste —El mediador palideció, por fin su alma desnuda ante los ojos de otra persona—. Pero sobre todo, creo en mis amigos y en la decisión que Elizabeth tomó para salvarnos. Lucharemos. Ayúdanos por última vez. —Pese al dolor en su mirada, la solitaria criatura se veía asombrosamente feliz. Dedicó a la rubia una elegante reverencia con la que casi se dobló hasta el suelo. Luego desapareció.
—¿Iremos? —le preguntó Escanor una vez volvió con ellos.
—Sí. Guardaremos la despedida para más tarde. Tenemos trabajo que hacer. ¡Vamos! —Todos se movieron tras su orden excepto Merlín, que la miró significativamente para que se acercara y hablaran en secreto—. ¿Qué sucede?
—Tienes que saber. Son ellos. Meliodas y Elizabeth... sus cuerpos no están. No sabemos cuándo ocurrió, pero parece que han desaparecido. —Una sensación de vacío le golpeó la boca del estómago tras escuchar esa noticia, y trató de que no se le notara mientras veía cómo el campamento se movilizaba.
—¿Eso qué significa?
—No lo sé. Probablemente fueron tomados por la bruja durante el ataque de ayer. —La perspectiva era aterradora. Sabían que Zaneri usaba cadáveres para sus conjuros, ¿qué es lo que haría con ellos? No pudo siquiera elucubrar, pues un sentimiento muy diferente se instaló en su pecho justo en ese momento.
Algo más estaba pasando. Pero era demasiado doloroso tener esperanzas. Se limpió las lágrimas mientras asentía, y pidió a la morena encarecidamente que guardara el secreto. Ambas se unieron a la marcha que daría fin a esa guerra, y guardaron sus respectivos sentimientos mientras se apresuraban a la última batalla.
Silencio. Luz. Un calor que se extendía desde ella y a su alrededor, todo de un blanco puro. Entonces el lobo dorado saltó y corrió juguetón a su alrededor, y la pequeña diosa rió, desenvolviéndose para unirse a él en una sola existencia y ponerse en marcha.
Silencio. Oscuridad. Frío. La luna llena se alzó ominosa en un cielo cuajado de estrellas, y las personas a la espera del encuentro la miraban sin apenas parpadear. El bosque estaba más oscuro que nunca, sus filos negros recortando la poca luz que había y alargando las sombras. La lejana niebla rodeaba la enorme mansión como olas que se acercaran, y el viento chocaba contra las piedras trayendo un sonido similar al del aullido. Gelda contemplaba todo esto desde lo alto del muro, y no podía evitar suspirar ante aquella aterradora belleza. Eso era Black Valley. Ese era su hogar.
—Si te conviertes en lobo e intentas atacar a los nuestros, te disparo. —dijo Izraf a unos pasos. Zeldris tuvo que hacer su mejor esfuerzo por no gruñir y permanecer en su sitio. Gelda simplemente rió.
—Sí. Gracias papá. Me alegra estar contigo en este momento. —Eso era y no una ironía. El hombretón soltó un resoplido que podía ser desdén o llanto reprimido, y retiró el seguro del arma como única señal de haber oído. Más silencio. Una lágrima silenciosa. Y entonces el padre que era finalmente emergió.
—No tengo idea de cómo acabaste en esto. Sólo quiero que sepas que estoy muy orgulloso de ti.
—¡Alertas! —gritó Felec a los pies del muro—. Se acerca, ¡lo siento! —exclamó, y como si supiera que le quedaban pocos segundos para hablar, volteó para mirar a Estarossa—. Ross, tengo que decirte algo.
—Ahora no, papá.
—Es sobre tu nacimiento. Hay algo que debes saber, en caso de que yo...
—¡Cállate! —ordenó con los ojos verdes fulgurando. Acto seguido lo miró, y sonrió con tal confianza que el miedo se disolvió—. Me lo dirás luego, cuando esto acabe. —Era su forma de obligarlo a vivir.
—De acuerdo. Te quiero hijo. —Y unos pasos más allá, otro chico albino soltó una risa jocosa.
—Todos se han puesto muy emocionales aquí, ¿no crees, viejo?
—Sí —contestó Zhivago—. Es hora de que tú también te pongas emocional —giraron al mismo tiempo para mirarse como solían hacer antes, y tuvieron una conversación sin palabras que, en efecto, llevó a Ban al borde de las lágrimas—. Déjame ser un buen padre por última vez. Ve con ella. —Le ordenó, pero apenas estas palabras hicieron sentido en su mente, la batalla que todos habían esperado empezó.
—¡Está aquí! —gritó Escanor al frente de la línea de cazadores, y apenas lo dijo, una risa potente y terrible vibró en cada rincón del valle junto con un latido. La bruja había llegado.
Una visión hermosa y a la vez espantosa, un punto blanco en el cielo, Zaneri se manifestó ante ellos flotando en el firmamento mientras los veía con expresión pacífica. Cada arma se elevó hacia el cielo para apuntar a aquella criatura aparentemente frágil. En cuanto supo que tenía todos los ojos sobre ella, finalmente sintió que su misión se estaba cumpliendo. Sonrió, su boca se abrió en una expresión grotesca que imitaba la felicidad, y entonces elevó los brazos, invocando un silencio aún más profundo junto con la que era su verdadera apariencia: su vestido fue tiñéndose de negro, sus manos manchándose de rojo, su rostro se deformó con una expresión ávida, y sus ojos se convirtieron en pálidas lunas como la que brillaba tras ella. Estaba lista. Las sombras fueron extendiéndose según su voluntad para cubrir a sus enemigos con el manto de su odio, pero justo cuando creía que podría tragarlos enteros, una voz clara y fuerte se escuchó.
—¡Ahora! —Como si fuera una brillante línea de pólvora, antorchas encendieron alrededor de la mansión creando un círculo de protección con la luz de las llamas. La bruja se detuvo, aparentemente sorprendida, y un segundo después estalló en carcajadas, dando inicio con esto a la verdadera batalla.
Con cada segundo que pasaba, más y más cuervos se aglomeraban en las ramas, las risas de su ama uniéndose a sus graznidos y aleteos furiosos. El terreno vibró, palpitando con sombras que se desplazaban con un susurro de patas. Todos los presentes reconocían perfectamente el sonido. Eran pisadas de lobos, sus hermanos caídos convertidos en armas.
—¿En verdad crees que ganarías con nuestra muerte? —preguntó Gelda al aire sin saber si sería capaz de escucharla—. Elizabeth ya te venció. La maldición y el odio ya no existen en Black Valley. Solo existes tú.
La escuchó. Pese a la distancia, la bruja la escuchó fuerte y claro, y el miedo que la embargó ante la posibilidad de que eso fuera cierto estalló junto con su ira mientras soltaba un aterrador grito y su ejército se lanzaba contra la barrera. Las aves se estrellaron a morir desintegradas por la luz de los rezos de todas las brujas dentro del edificio, pero eso no detuvo ni un poco a su enemiga, que siguió su ataque mientras la esfera invisible se llenaba con cadáveres emplumados.
—¡Está desapareciendo! —gritó uno de los alfas en la vanguardia. La sangre podrida y negra de los espectros estaba disolviendo el hechizo protector, y cada una de las personas dentro preparó garras y armas para enfrentarse directamente a la invasión.
—Van a morir —susurró Zaneri tratando de convencerse—. ¡Todos van a morir! —proclamó, y con estas palabras la protección finalmente se rompió.
El sonido de escopetas y dientes desgarrando llenó el aire junto con gritos, y Zaneri descendió al suelo para observar, en primera fila y gustosa, la desesperación de sus presas al huir. Pero no huían. La niebla se colaba entre ellos, había sangre por todas partes, veía el miedo en sus ojos. Pero ellos no se iban.
«¡¿Por qué?!», se preguntó rabiosa, y al analizar fijamente el edificio, por fin dio con la respuesta. No solo estaban resistiendo. Debían estar protegiendo algo. La posibilidad la llenó de placer sádico. Tal vez trataban de proteger a los débiles que habían quedado atrapados por su maldición. Dentro debía estar lo que quedaba del pueblo, todos aquellos que no pudieron o no quisieron huir. Si acababa con ellos, destruiría cuanto les quedaba de voluntad y valor. Si entraba, habría ganado.
Convencida de esto, echó a correr hacia el muro de piedra y destrozó las puertas con una explosión de su magia. Al atravesarlas, se encontró con una oposición que jamás hubiera esperado. Familia, maestras, incluso amigas. Las brujas más fuertes se habían reunido para plantarle cara, y la observaban con repulsión mientras entrelazaban las manos formando un sello que le impedía avanzar más.
—No me miren —les dijo, súbitamente atacada por el odio y la vergüenza—. ¡Les dije que no me miraran así! —ordenó mientras empezaba a lanzarles bolas de fuego—. ¡Esto es su culpa! ¡Mueran, mueran, mueran! —berreó mientras trataba de quemar sus caras, pero esta vez no pudo vencerlas. La luna llena también las fortalecía, y más siendo Merlín quien las comandaba.
—En verdad lo siento, Zaneri —habló finalmente la morena mientras la bruja descansaba tras su arranque—. Comprendo perfectamente cómo te sientes.
—¡Cállate! ¡Tú jamás podrías entender cómo me siento!
—Claro que sí —continuó serena—. Una huérfana abandonada, una niña rechazada por su familia y aquelarre. Entiendo por qué eres así, pequeña. Y no debiste acabar de ese modo —Le asqueaba. La mirada llena de compasión de la pelinegra le asqueaba, y al mismo tiempo, le aterraba—. Pudiste elegir otro camino, como yo. Aún podrías hacerlo. —Eso fue lo que la despertó. No. Para ella no había otro camino, había tomado libremente y por su voluntad cada elección que se le había presentado, y no había otra cosa que deseara más que vengarse de todos y cada uno de ellos.
Sonrió, devolviéndole a la bruja mayor una imitación burlesca de la sonrisa tierna que le ofrecía. Y alzó nuevamente las manos, invocando un arma que ya estaba dentro del edificio, y que tomó por sorpresa a quienes sostenían el conjuro. Espinas. Cada planta en el interior del recinto cobró vida. Poseídas, raíces y ramas fueron ennegreciendo mientras tomaba control de ellas. Las rosas y enredaderas atacaron a las que guardaban el muro interno, comenzando por la más fuerte, rompiendo definitivamente la resistencia.
—¡Merlín! —gritó Escanor al ver a la mujer que amaba atrapada en un rosal, y entonces la bruja de Black Valley recibió de él la primera herida de la noche: una bala de plata, una abertura punzante y palpitante en el hombro que rebasó su barrera y le recordó por un segundo que aún era humana.
La sangre escurrió por su brazo mientras miraba fascinada, pero pese a que a su alrededor todavía ocurría un pandemónium, de pronto se sintió como si estuviera sola. La niebla mágica ya había tomado control de los de mente débil, ¿entonces porqué no se habían matado entre ellos? Simples mortales se encontraban peleando contra cadáveres inmortales, ¿por qué no parecían querer rendirse? Era irracional, una locura. Era dolorosamente bello, y ella se odio por siquiera pensar en eso. ¿No se suponía que, para empezar, todos ellos eran enemigos? ¿Qué hacían peleando hombro con hombro como hermanos? ¿Cuándo habían cambiado las cosas en el pueblo, tanto como para que el único enemigo fuera ella?
—Te odio —siseó con los dientes apretados, invocando el nombre de su gran rival—. ¡Te odio! ¡Elizabeth! —El agudo grito que soltó tras esto salió junto con un poderoso viento que los derribó a todos, y las ramas envolvieron a los que trataban de levantarse mientras otros los iban a ayudar. Escanor abrazó a Merlín contra su pecho mientras ambos eran cubiertos de espinas y, al mismo tiempo, la bruja era cubierta por el hierro de todas las balas que les quedaban a los cazadores. Nada atravesó su barrera, el plomo se estrellaba como gotas de lluvia contra su escudo mientras ella usaba cada gramo de concentración para evitarlos. Al ver que no se rendían decidió que su mejor opción era, de nuevo, tratar de entrar.
Se levantó y echó a correr hacia el interior del recinto derribando puertas y destruyendo cuanto había a su paso. ¿Por qué ahora parecía que le estaba resultando fácil? Tal vez porque así era. Su enemigo la había dejado entrar hasta el gran vestíbulo que precedía la sala del consejo, y había caído en la emboscada que era el plan b para acabar con ella. Golpes secos de la madera con que estaban atracando las puertas retumbaron con eco en las paredes de mármol. Estaba atrapada con ellos, y sólo había una forma para que saliera. Lo mismo que hacían ellos. Debía pelear con todas sus fuerzas.
—¡Fuego! —se escuchó la voz de Gelda desde las escaleras del segundo piso, pero esta vez no recibió balas, sino flechas. Dardos largos y finos cuyo tallo y puntas estaban hechos con muérdago, todos lanzados por los sabios del bosque a la cabeza de King. Aquellas armas filosas y venenosas dejaron líneas sangrientas por todo su cuerpo, pues no podía evitar del todo la planta sagrada, y tampoco podía huir de ella, acosada por las lobas de la manada en su forma animal. Esas perras eran inmunes a su magia debido a que estaban emparejadas, y odio a cada una de ellas por tener un amor que ella nunca podría.
«¿Me están... venciendo?», se preguntó mientras lanzaba conjuros a diestra y siniestra. Se estaba cansando, la noche llegaba a su auge y ella apenas podía respirar. «No, esto no ha acabado aún. No lo haré. No pienso morir hasta haber concluido mi trabajo». Entonces fue cuando decidió qué hacer. Dejó de moverse. Guardó silencio y se quedó completamente quieta mientras sus enemigas trataban de alcanzarla y romper definitivamente su barrera.
—¡Alto! —gritó Diane al notarlo. Recobrando forma humana, se acercó lentamente a la figura de la chica, tan inmóvil como una estatua. Todos sus conjuros habían desaparecido. Toda magia parecía apagada. Era como si hubiera muerto de golpe estando de pie, y la loba se acercó cautelosa con las garras desplegadas, insegura de si lanzar un último golpe para cortar su garganta.
—¿Crees que Meliodas me hubiera amado si le confesaba mis sentimientos? —preguntó súbitamente en un susurro, y Diane tragó saliva, sorprendida por tal pregunta en aquellas circunstancias. Sin embargo, estaba completamente segura de la respuesta.
—No. Incluso sin Elizabeth, no te habría amado. Tú elegiste odiar desde el principio, a todo y a todos. Le habría sido imposible querer a alguien así.
—Eso creí. —rió. Lo siguiente que oyeron fue el estruendo de todos los cristales de la mansión quebrándose mientras se alzaba el aullido que siempre había logrado aterrorizarlos. La Bestia había llegado para proteger a su ama, e irrumpió por la puerta principal deshaciendo la formación y cayendo sobre los enemigos que estaban cerca. La criatura era más grotesca, oscura y poderosa que nunca. Era una marioneta hecha con el cadáver de Regulus, y todos retrocedieron asustados mientras el edificio retumbaba con su peso y varias columnas se resquebrajaban.
—¡Diane! —gritó King al ver que quedaba presa entre sus dientes. Se lanzó a tiempo para atraparla mientras era arrojada contra el muro, y el resto de la manada, finalmente, huyó. Eso no evitó que comenzara la masacre. Por fin la sangre que Zaneri había esperado ver se presentaba, así que paró de nuevo, disfrutando absorta de ver cómo corrían y el edificio entero parecía estarse desmoronando.
«Se lo merecen», pensó. Y al darse la vuelta para seguir adelante, fue detenida por el filo de un cuchillo que se le clavó en el estómago. Elaine había salido de su escondite con el arma que era su plan c, y Zaneri sintió como su líquido vital se escapaba mientras la valiente rubiecita intentaba enterrarla aún más profundo.
—Te lo merecías, zorra. ¡Muere de una vez!
—¡Tú primero! —respondió furiosa. Y le atravesó el vientre de un solo golpe con sus garras filosas. Sí, garras. Su cuerpo continuaba transformándose y, con cada oscuro hechizo que lanzaba, su apariencia también era cada vez más y más como la de un monstruo.
—¡Nooooooo! —resonó el grito de Ban por toda la instancia, pero ella ni caso le hizo. Siguió caminando, pasó por encima del cuerpo de la rubia mientras escuchaba a sus espaldas como el "alfa verdadero" se transformaba y comenzaba una lucha encarnizada contra la Bestia.
«¿Voy a morir?», se preguntó. «¿Moriré aquí junto con el resto del pueblo?». Tal vez era lo mejor. Después de todo, ella también había nacido en Black Valley. Si era completamente fiel a las palabras de su propia maldición, resultaba obvio que también tendría que morir.
—No importa. Así es como debe ser —dijo. Entonces finalmente llegó a las puertas del consejo, y las abrió para inmediatamente ser recibida con un dardo en el pecho.
—Co... co... —balbuceó Gowther, tratando de ser valiente mientras le temblaba la ballesta y se dirigía a las personas detrás de él—. ¡Corran!
Ella había tenido razón. Agazapados en las gradas circulares donde antes se habían reunido los clanes, estaban todos los niños, ancianos, mujeres, heridos y gente sin poderes que se había quedado. Los últimos. La bruja sonrió eufórica ante lo que parecía su victoria, pero en cuanto alzó la mano, sintió por fin las consecuencias de aquella batalla. El ejército bajo su control mental no contestaba, no le quedaba suficiente fuerza para llamarlos a todos. La Bestia no acudía, aún estaba enfrascada en su lucha con Ban. No sabía hacia donde apuntar, la gente salía por puertas secretas escabulléndose como ratas mientras lanzaba bolas de fuego a diestra y siniestra. Subió al estrado circular donde cientos de brujas antes que ella habían recibido juicio. No era consciente de que el suyo había empezado.
Zeldris y Gelda habían quedado atrapados junto a ella en lo que recién descubrió era un círculo de ceniza de serbal, y la miraban ávidos mientras la última puerta del consejo se cerraba. Una luz misteriosa y etérea se filtró desde las cristaleras del techo. Era la luna llena, pero aunque por un segundo Zaneri se sintió reconfortada por su fuerza, supo que aquello era su condena. Los adolescentes se estaban transformando.
—Se acabó —le dijo el moreno—. Hoy te vas a convertir en la última víctima de la maldición.
—Nunca pensé que podría sentirme tan feliz de haber sido mordida —le sonrió Gelda con la boca llena de colmillos—. Y de poder perder el control de esta forma. Me alegra que puedas convertirte en la persona que atestigüe por qué hasta los lobos temen este día. —gruñó mientras se lanzaba sobre ella, y lo siguiente que Zaneri sintió fueron sus colmillos mordiendo y desgarrando.
Era el fin. La bruja se encogió lo más que pudo intentando conservar sus miembros, pero ya era más sangre que persona, y los lobos estaban en pleno frenesí de su violencia. Había fallado. Iba a morir sin acabarlos. Iba a reunirse con su familia de la forma en que más había temido, muriendo como ellos, descuartizada tras un violento "ataque animal". Entonces otra vez intervino el destino, y tan súbitamente que ninguno de los tres pudo entender qué pasó, el círculo de ceniza se rompió mientras Zeldris y Gelda salían volando y perdían el conocimiento. Zaneri se quedó quieta, gimiendo y jadeando mientras buscaba con la mirada qué es lo que la había salvado. Lo encontró parado justo frente a ella. El mediador le sonreía con una expresión complacida.
—Lo sabía —rió mientras lograba ponerse de pie—. Sabía que serías tú. Tú. ¡Tú siempre has sido el culpable de todo! —Él no respondió. Simplemente borró su sonrisa, y se quedó contemplándola mientras seguía su risa histérica—. Lo planeaste desde el inicio, ¿no? Querías que Rhiannon odiara a Regulus, querías que esa mujer fuera tuya. Deseabas que el pueblo pagara por lo que le habían hecho, ¡y has estado manipulándolos para que llegaran a donde están ahora! —De nuevo, no dijo nada. Simplemente se alisó el pulcrísimo traje, ajustó su corbata, y le clavó sus fríos ojos mientras continuaba—. No me extrañaría que incluso yo haya sido manipulada. ¿Y bien? ¿Qué quieren que haga ahora, oh, mente maestra? ¿Quieres que use lo que me queda de poder y vida para acabar con todos? ¿O me permitirás retirarme para reunir fuerzas e irlos cazando poco a poco? —Silencio, una nube negra cubriendo el cielo. Entonces él finalmente soltó un suspiro, y volvió a mostrar su espléndida sonrisa mientras caminaba hacia ella haciendo resonar su bastón.
—Oh querida, temo que te has equivocado sobre mí. Solo estaba impidiendo que dos jóvenes de buen corazón acabaran transformándose en asesinos por tu culpa. Por lo demás, estoy poniéndo las cosas en orden. Ellos no están destinados a acabar contigo.
—Entonces, ¿tú lo harás? —se burló con saña, y soltó nuevas carcajadas que le salieron con una voz grave que casi era un ladrido—. Claro, seguro quieres vengarte de mí por haber irrespetado los restos de tu amada. ¿Piensas devorarme? ¿Acaso está es tu forma noble y heróica para redimirte por tus pecados? Entérate. Ni así recibirás el perdón para poder ir con ella.
—Lo sé —respondió Arthur en un tono tan dulce que incluso hizo que se callará—. Creo que tienes razón. Nos hemos condenado. Nada de lo que hagamos redimirá nuestros crímenes lo suficiente como para que merezcamos estar con ellos —No hubo respuesta. Por primera vez esa noche, lágrimas de dolor desbordaron el rostro desfigurado de la bruja. Pero el mediador no le dió tiempo de disfrutar de la poca humanidad que le quedaba—. Lo que tú y yo merecemos es estar en el infierno. Y debemos ser enviados ahí por quienes han ido al cielo. Es nuestro destino. —Reveló. Entonces, clavó con fuerza la punta del bastón en un agujero en el piso, y la trampilla secreta en la tarima se abrió revelando un agujero donde reposaban dos figuras durmientes con las manos entrelazadas. Eran los cadáveres de Elizabeth y Meliodas. Hubo un silencio sepulcral por un minuto entero antes de que la risa de la bruja volviera.
—¿Es en serio? —dijo entre incrédula y furiosa—. Están muertos. Yo misma los mate, ¡llevan días en el otro mundo!
—Correcto —respondió Arthur, y apenas lo dijo, la bruja sintió un inexplicable escalofrío de terror—. Se tomaron su tiempo, pero por fin están listos. Los dejo para que resuelvan sus asuntos.
Las cortinas en las ventanas cayeron, los cristales del techo se rompieron, decenas de pequeñas linternas se encendieron, y el cielo se despejó en pleno cayendo, tan poderosa cual si fuera medio día, la luz de la luna llena sobre la pareja, que la absorbió y comenzó a proyectarla, como si también emanara de ellos. Zaneri trató desesperadamente de atacarlos con oscuridad, pero ya era tarde. Sus cuerpos se elevaron flotando cual deidades, y cuando abrieron los ojos, ella de verdad vio el infierno. Y también, el cielo. Habían regresado.
Qué sensación tan extraña. Estoy parada, lo sé, pero llevo tanto tiempo en un lugar donde no hay arriba y abajo que no puedo estar segura. No importa. Lo siento cerca de mí, siento a Meliodas mi lado, buscándome, tocándome. Ya no sé si son nuestras almas o nuestras mentes las que conectan, pero lo hacen. Ah, al parecer también son nuestros cuerpos. Estamos regresando a ellos, siento nuestras manos entrelazadas y el calor de su piel en contacto con la mía. Hemos vuelto.
«Fue un viaje largo, ¿no, mi Luna?».
«Sí, creo que sí». Por fin estamos en casa. Logro abrir los ojos con algo de esfuerzo, y cuando al fin entiendo lo que veo, mi corazón se parte.
—Oh, Zaneri...
—¡AAAAAHHHH! —grita furiosa, arrojando una oscuridad que se disuelve sin llegar a tocarnos.
«¿No puede verlos?».
«No, parece que no». No hemos regresado solos.
Los espíritus de cada bruja, lobo y cazador que ha muerto por la maldición nos acompañan, están aquí para protegernos. Están aquí para ayudarnos. Sus padres y hermana la contemplan con tristeza, pero no pueden acercarse. Han viajado demasiado para este reencuentro, pero su oscuridad le impide hallarlos.
«Tenemos que liberarla para que pueda. Ellie, debemos hacer lo que dijo Madre Luna».
«Sí. Debemos». Elevo la mirada al cielo mientras contemplo de nuevo, y como si fuera la primera vez, la espléndida luna llena. Oh, Diosa Luna, gracias por salvarnos. Por favor, ayúdanos a salvar a los que amamos también.
—Ustedes están muertos. ¡Deben quedarse así! —grita Zaneri incoherente, y un segundo después, la Bestia emerge de las puertas a sus espaldas.
«Meliodas, ¿ese es...?».
«Sí. Ahí es donde tiene atrapado a Reg. ¿Empezamos?».
«Sí, mi Alfa». Le respondo. Luego él hace el llamado.
El lobo dorado que es mi único y verdadero amor suelta un largo y poderoso aullido con el que invoca a nuestra manada, y asume su lugar entre los alfas mientras se enfrenta a la pobre existencia desmoronada que es la Bestia. Sus cuerpos se entrelazan en combate, pero no necesito quedarme para saber quién vencerá. Con mi Meliodas va una jauría hecha con los espíritus de todos sus ancestros, nuestros ancestros, que se lanzan sobre lo que queda de Regulus tomando la forma de lobos hechos de luz pura. Los dejo perseguir a su presa con un suspiro de resignación, y me concentro en hacer la tarea que me fue encomendada.
—No comprendo. ¡No comprendo qué es lo que pasa! —me grita mi amiga, y yo solo quiero abrazarla. Está tan destrozada como su cuerpo físico. Su alma está rota, fragmentada... y fue por esas grietas que se metió el demonio que la convirtió en Darach.
—Zaneri, tienes que dejarlo ir.
—Yo te maté, ¡tú ya deberías estar muerta! —Tal vez tiene razón. Al final, admito que incluso yo no comprendo lo que pasa del todo, pero una cosa la tengo clara. Esto siempre fue una batalla espiritual. Tal vez originalmente no planeaba regresar, pero aquí estoy. La verdad, no importa si tengo un cuerpo físico, porque lo que quiero es salvar almas. La Diosa Luna me encomendó una misión. Ya es tiempo de cumplirla.
«¡A por ella, Ellie!», me dice mi hermana apuntándole con un bat.
«Ay, Lizzie», me rio. Y entonces comienzo la batalla que terminará hoy.
—¡Maldita! ¡Muereeee! —me ordena, pero no entiende que los muertos no se van realmente. Las almas permanecen, su luz, sentimientos y memorias. Me ataca con todo lo contrario, odio y oscuridad mientras las manos de cada bruja de cada aquelarre que ha habido desde la fundación del pueblo me protegen. Retrocede horrorizada, y sale corriendo mientras yo la persigo tratando de tomar su mano. Nos recibe el sonido de huesos crujiendo: mi mate acaba de romper en dos el cuello putrefacto del cadáver de la Bestia.
—¡Noooo! —grita mientras el alma de Regulus baja por la garganta de mi novio hasta asentarse en su pecho.
Ella corre con más fuerza, más lejos y rápido que antes, pero yo apenas tengo que hacer esfuerzo para alcanzarla. Es como si pudiera verla a través de los ojos de cada persona viva o muerta que la observa, es casi como si volara. Subimos por las escaleras y salimos bajo el hermoso rayo de luna. Estamos en lo más alto del edificio contemplando una asombrosa vista de todo el valle. ¿Acaso mi hogar siempre ha sido tan luminoso y bello como el que estoy viendo?
—¿Por qué? ¡¿Por qué?! —me pregunta. La respuesta no es nada fácil.
—Porque te daba demasiado miedo ser amada. —le respondo. Por fin se ha quedado quieta. Me paro frente a ella, la toco suavemente... y luego la abrazo. La abrazo con fuerza, le pido perdón por todo el sufrimiento que le ha ocasionado esta vida.
Sé que debe estar gritando, pero no puedo oírla. Tal vez porque lo que grita es el demonio, la criatura ancestral con la que Rhiannon hizo el pacto hace tanto tiempo y que es el verdadero culpable de todo esto.
«Ya no tienes nada que hacer aquí. Vete», le ordeno, o tal vez se lo ordena la Diosa Luna, no lo sé. Lo único que sé es que lo siento caer de mis brazos directo al averno, cae al fondo, lejos, muy lejos, y sé que jamás volverá a estas tierras. Siento como Zaneri queda laxa en mis brazos mientras deja de moverse, y la ayudo a sentarse, se queda quieta de rodillas justo frente a mí.
—Todo ha terminado —le digo con gentileza—. ¿Ya puedes ver a toda la gente que te ama? —Alza la mirada, mira todas las almas reunidas a nuestro alrededor, y sé que puede hacerlo. Ve a sus padres detrás de mí, a Jenna y a Lizzie. Pero su reacción no es la que esperaba.
—Qué ingenua. ¿De verdad crees que todo esto lo provocó el demonio? —me dice mientras se pone de pie y va caminando de espaldas—. Yo lo elegí. Elegí cada paso que daba, disfruté todo lo que hice mientras vivía —No lo entiendo. Sé que debería estar enojada por lo que dice, pero no deja de sonar triste—. Yo soy la única que forja su destino. No dejaré que nada tenga poder sobre mi, ni la maldición, ni tú. Por eso, también decido esto: no vas a salvarme. Adiós, Ellie.
Se suelta. Se deja caer al vacío, cae desde lo alto de este muro hacia la oscuridad, escurriéndose entre mis dedos sin que pueda ayudarla. Cae y su familia cae tras ella, tres puntos de luz que la siguen hasta que toca el fondo, y se hunde en las aguas del río que va hacia el mar.
—Adiós, Neri. —le digo mientras mis lágrimas se unen a las gotas que fluyen, y entonces siento a Meliodas conmigo, su mano en mi hombro me trae de vuelta a la realidad.
—Todo ha terminado.
—Casi —Le sonrío, y nos abrazamos mientras las otras almas dentro de nosotros se mueven tratando de tocarse también—. Hagamos la última parte para que podamos irnos. —Él asiente estando de acuerdo. Y me besa. Une nuestros labios en un toque con el que por fin las presencias dentro de nosotros se conectan. El alba se está acercando. Es tiempo de empezar.
Cuando Gelda despertó, de inmediato tuvo recuerdos de la batalla que se había desarrollado tras su caída. Habían vuelto. Meliodas y Elizabeth habían vuelto, escuchó el aullido del alfa, los vio pelear desde su cuerpo semi inconsciente mientras trataba de despertar. Pero era imposible. Tal vez había sido producto de su imaginación, de su deseo ferviente de que estuvieran ahí. Tal vez incluso, de no haber sido un sueño, se habría tratado de una pelea de almas. Pero no. De nuevo, su corazón le dijo que algo más pasaba ahí, y su presentimiento se vio confirmado al ver que por todas partes estaban brotando flores y hierbas.
—¡Zel! —cayó sobre su mate tratando de despertarlo, y apenas lo hizo, se quedó boquiabierto mirando lo mismo que ella.
—¿Ellos...?
—¡Sí! —le contestó obligándolo a ponerse de pie. Estaba ocurriendo por todas partes. Sus heridas y las de todos en la mansión sanaban, la vida renacía mientras a lo lejos el sol del alba iba iluminando todo con sus tonos dorados—. ¿Dónde están? —le preguntó desesperada. Él inhaló profundamente buscando sus aromas, y dio con ellos mientras alzaba la vista al techo.
—¡Arriba! —Salieron corriendo tan rápido como les daba sus agotadas piernas. Llegaron a la azotea con el corazón batiendo, y al verlos, ambos cayeron de rodillas.
Meliodas y Elizabeth estaban uno al lado del otro acariciándose con ternura. Se miraban como si no hubiera otras personas en el mundo, y mecían con todo cuidado un bulto en sus brazos que soltaba ruiditos, gorjeos y risas. Entonces comprendieron que no eran ellos. Eran Regulus, Rhiannon y su hijo, que por fin se habían reencontrado y pasaban sus últimos momentos en ese mundo, libres de la maldición, del odio y del pasado.
—Por siempre.
—Y para siempre, mi amor.
—¿Vamos a casa?
—Sí. Vamos a casa.
—¡Baaaaah! —confirmó su bebé. Entonces las siluetas de los tres comenzaron a brillar hasta hacer imposible mirarlos. Cuando Zeldris y Gelda pudieron volver a hacerlo, su Alfa y Luna estaban tirados en el suelo.
—No, no por favor. —sollozó Gelda arrastrándose hasta llegar a ellos. Un sonoro ronquido alejó sus temores, y rompió en lágrimas mientras veía como Elizabeth se pegaba a Meliodas en sueños mientras él abría la boca con la expresión más relajada del mundo.
—¿Todo terminó?
—¡Sí! —dijo arrojándose contra el pecho de Zeldris—. Todo terminó.
No podía dejar que terminara así. Arrastrando su maltrecho cuerpo y tratando de alejar las luminosas presencias de las almas de su familia, Zaneri salió del río tratando de alcanzar el lugar donde había comenzado todo.
—Por favor... —dijo con algo que apenas parecía una voz humana—. Sólo una vez más. Ya me diste el poder, solo tienes que hacerlo una vez más. —El árbol Nemeton se alzaba imponente a solo unos pasos, y si lo alcanzaba, tal vez se salvaría. Si lo alcanzaba, tal vez podría liberar una maldición diferente—. Por favor. ¡Por favor! —Se levantó para tocar las nudosas raíces, pero justo cuando sus dedos estaban por alcanzarlas, fue detenida por una mano de hierro de una palidez y tersura que no eran humanas—. Claro, eres tú. Siempre has sido tú —El mediador le sonrió de forma macabra, y la arrastró implacablemente lejos del árbol sagrado—. ¿Qué vas a hacer ahora? ¿Torturarme? ¿Matarme? ¿O acaso planeas convertirme en tu esposa?
—¡Puaj! ¡No! —rió burlón—. Tengo estándares.
—Siempre has buscado a tu compañera entre nosotras. ¿Por qué? ¿Qué es lo que pretendes? —Tenía razón. La última profecía de su pueblo era que encontraría a su compañera eterna entre las brujas de un valle sagrado. Rhiannon, Merlín, Elizabeth, no la había encontrado en ninguna de ellas. Pero aún no se había dado por vencido.
—Solo voy a tomar unas breves vacaciones —le dijo suspirando con expresión juguetona—. Siento que hace siglos que no lo hago, y de hecho, ¡así es! Unas cuantas décadas lejos me ayudarán a refrescarme.
—No vas a encontrarla —se burló de él—. No antes de que termines siendo un monstruo tan horrible y retorcido como yo —Toda ternura se borró de su cara tan rápido que pareció que se estaba transformando. La azotó contra el piso, aprisionó su garganta, y se le acercó hasta poner sus labios sobre su oído.
—¿Y cómo sabes que no lo soy ya? —La estaba ahogando, la estrangulaba mientras su cuerpo se retorcía con los estertores de la muerte—. Adiós, falsa bruja de Black Valley, es hora de dormir. —Entonces le enterró los colmillos en el cuello, y sorbió cada gota de sangre que le quedaba mientras le rompía la tráquea y usaba su poder para llenarla de llamas negras.
Bebió con la avidez de una fiera liberada, y siguió bebiendo hasta que las llamas fueron demasiado y tuvo que soltarla y dejar que se convirtiera en cenizas. Acto seguido hizo lo mismo al árbol sagrado, que se incendió ardiendo hasta no dejar nada sobre la tierra.
—¿De verdad regresará algún día? —preguntó una voz a sus espaldas. Gowther lo observaba con ojos brillantes de lágrimas y una herida en el cuello, sabiendo que con su respuesta iniciaba otra era.
—Sí. Lo prometo. Cuida de todo mientras regreso, querido. Protege a mi adorada hija adoptiva, y también asegúrate de que la criaturita que Meliodas y Elizabeth traigan al mundo sea muy feliz. Adiós.
—Adiós, señor. —Entonces el mediador desapareció, y con él, lo último que quedaba de la maldición de Black Valley.
***
¡Auuuuuh! *0* [intento de aullido de Coco para ver quién responde al llamado ^u^]
¡Shaaaaaaaa! Así es cocoamigos. Esta obra por fin está terminando ^u^ La épica batalla ha concluido, y ahora, solo queda ver qué fue de nuestros héroes tras el final de la maldición y la derrota de la Bestia y la Bruja de Black Valley. ¿Están listo para un poco de azúcar y mucha anticipación de la vibra de spooky season? >3< Fufufu. La próxima semana será de puro amor para ustedes, una lectura llena de confort y paz, pero ahora y por última vez, me gustaría pedirles su opinión de esta historia: ¿se esperaban este regreso de Meliodas y Eli? ¿o cómo creían que sería? ¿qué piensan de las estrategias de sus amigos para vencer a la bruja? ¿cuál es su opinión de Zaneri como villana? y también, ¡¿alguien se esperaba ese final sorpresa y todos los papeles que jugó el mediador?! *u* No prometo nada, pero... uff. En algún momento podría haber secuela UwU ❤
Por ahora, ¡eso es todo cocoamigos! Les mando un beso, un abrazo, un aullido bien potente y, si las diosas lo quieren, nos vemos la próxima semana para más.
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