42 Caldero
Fufu... fufufu... ¡Buajaja! ¡BUAJAJAJAJA! *0* He vuelto. Hola a todos, aquí Coco, quien anuncia el regreso triunfal de su obra favorita tras las vacaciones, y les avisa que se vayan preparando, pues definitivamente van a flipar ^u^ Retomamos la aventura donde lo dejamos, con nuestro equipo de amigos tratando de quitarle a la bruja las reliquias con las que hace sus hechizos. Desafortunadamente el precio para poder conseguir tales artículos es alto, pues deben enfrentarse a la oscuridad más profunda de su corazón, y a su lujuria, una combinación peligrosa y tóxica que a todos nos dejó cautivados, fufufu ❤ Bueno, esta vez es el turno de ZeldrisxGelda. Esperen una revelación impactante al final del capítulo, vayan buscando un té relajante y... bueno, mejor no los demoro 7u7 Sabiendo cómo soy y lo que hago, creo que ya están advertidos, ¡saben qué hacer! *w*
Posdata: para los que tenían duda, sí, OMEGA vuelve todos los domingos a partir de las siete de la noche. Disfruten al capítulo de hoy acompañado de té de moras, y por si esto les sabe demasiado fuerte, les dejé actualizaciones en Lo que tod@ gato/chica debe saber y 31 Días. Feliz domingo e inicio de semana UwU
***
—¡Maldición! —gritó Gelda mirando a todas partes. Esa espesa niebla de color rojizo los envolvía impidiéndole ver más allá de unos cuantos pasos, pero no necesitaba hacerlo para entender lo que había pasado. Cayeron en una trampa. Algo se había activado apenas el sol empezó a ocultarse, y ahora, se enfrentaban a una presencia amenazante e invisible. Daba igual. La rubia quitó el seguro a su arma, apuntó a la masa humeante que se arremolinaba, y esperó a que ese algo, lo que fuera, decidiera manifestarse. No tardó en hacerlo. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal, erizándole la piel y levantándole cada vello del cuerpo. De inmediato apuntó su arma al punto de donde sabía que aquello emergería.
—¿Eres tú, mi ángel? —preguntó una voz que conocía bien—. Ven con papá. —No era posible. No lo era y, sin embargo, ahí estaba. Su padre, el líder de los cazadores, estaba de pie ante ella abriéndole los brazos como si esperara que fuera hacia él. De inmediato le apuntó con la escopeta y preguntó.
—¿Quién eres? —No era solo su presencia ahí lo que era extraño. Había algo más.
«Su olor», pensó. «De algún modo, sé que no es él». La aparición mudó su gesto gentil tan rápido que pareció que el rostro se le derritiera, y las siguientes palabras salieron en un tono tan grave que apenas se oyó.
—Traidora. Eres una traidora, ¡vergüenza de mi estirpe! ¡Raaaaaaaaaagh!
¡Bang! La rubia había disparado sin fallar, y cuando el humo de la escopeta por fin se despejó, vio con horror el cadáver de su padre en el suelo.
«Cálmate», se ordenó a sí misma con las manos temblorosas. «Cierra los ojos, concéntrate. No es real». Y tenía razón. Sus ojos podrían haberla engañado si solo fuera humana, pero su nuevo instinto y olfato le decían que aquella criatura no era humana. Inhaló lento, dejó que sus sentidos fueran tomados por el bosque que la rodeaba. Y al abrirlos de nuevo, se encontró con los restos de un cuervo destrozado a sus pies.
—Gracias. —Exhaló con alivio. Pero, ¿gracias a quién? El rostro de Zeldris brilló en su memoria, y un poco de luz interna volvió para impedirle entrar en pánico. Sus poderes la habían protegido, y ahora, a la bruja le sería más difícil atraparla debido a ellos. Una nueva carga al arma, un segundo para secarse el sudor frío, y estuvo lista para seguir caminando.
«Sin embargo, aquella figura no mentía», pensó con desánimo. «Sí soy una traidora. No sé qué pasará cuando se lo diga a mi padre».
—Que vas a decepcionarlo de nuevo, bruta —dijo una voz a su izquierda, y volvió a apuntar el arma velozmente a otra aparición de la noche. Su hermana Rem la veía con una expresión arrogante de suficiencia, un brillo de triunfo en su glacial mirada—. No es nada nuevo. Ya le has dado tantas decepciones que no creo que le afecte una más. Mira. —sonrió apuntando con un dedo a la oscuridad, y unos segundos después, esta se iluminó para mostrar a la cazadora una escena de su infancia.
—Papi, no quiero.
—Debes hacerlo —decía inflexible Izraf. A sus pies tenían un pequeño cervatillo herido, y el animal balaba y gemía de forma lastimera—. Apunta al torso. Intenta darle en el corazón.
—¡No quiero! —Insistía la pequeña niña—. No lo haré. —Estaba apuntando al venado con una escopeta adaptada a su tamaño, y se miraban mutuamente, aterrados el uno del otro.
—Gelda, dispárale.
—No.
—¡Dispara!
—¡No!
¡Bang! La escopeta de Rem se descargó sobre la criatura con un asqueroso sonido de salpicadura, y la rubia quedó manchada de color rojo mientras la morena reía.
—Yo prefiero la cabeza. Me parece más... artístico. —Una profunda náusea se apoderó de la niña, que vomitó en el suelo, y su versión adulta tragó bilis, recordando por qué es que odiaba eso.
«Nunca quise ser cazadora. No lo elegí».
—Claro —rió el espectro que se parecía a Rem, esta vez a sus espaldas—. Pero tampoco es que hayas elegido convertirte en lobo, ¿o sí? —Aquella sombra inspeccionó unas uñas largas y negras con perfecta manicura, y al terminar de contemplarlas, volvió sus fríos ojos azules a ella—. Te mordieron, estúpida. Te descuidaste. Y todo por querer cogerte a uno de ellos.
¡Bang! Sonó un nuevo disparo, pero esta vez, falló.
—Es ese chico, ¿no? —habló la figura sentada sobre una roca—. El que vimos cuando fuimos a nadar al río.
¡Bang! Otro tiro, pero este cuervo era más astuto, y la Rem falsa subió a la rama de un pino mientras se burlaba.
—¿Al menos le has confesado tus sentimientos? ¿Valió la pena traicionar a papá por el hombre que deseas?
¡Bang! ¡Bang! ¡Bang! Y esta vez sí le dio, pero cuando miró el ave destrozada al pie del árbol, el claro detrás de él se iluminó, y descubrió que aquel era el lugar en el que había visto a Zeldris por primera vez. Tenía once años. Su padre las había llevado de cacería, y el lugar estaba cerca de donde habían acampado.
—Shhh. No te muevas, o lo vas a asustar —le había dicho a su hermana escondidas en unos arbustos. El río corría paralelo al camino, y Gelda observó maravillada cómo el lobezno de pelaje negro cambiaba para transformarse en un niño de nueve años. Era hermoso. Aunque sus huesos chasqueaban y su piel se retraía, el proceso le pareció bellísimo, y cuando quedó desnudo dentro del agua lavándose y bebiendo de ella, la pequeña sintió por primera vez lo que era el amor.
—¡Puagh! —exclamó Rem apenas volvieron—. Que asco. ¿No te pareció horrible, Gelda?
—Sí... —mintió descaradamente. Y ese mismo verano, su padre las envió a la sede para su entrenamiento.
—A padre debió parecerle sospechoso que lo miraras de esa forma —dijo una nueva versión de su hermana cambiando su tono. Esta vez, parecía triste, y aquello fue más doloroso para la rubia que sus burlas—. Tal vez fue mi culpa. Debí explicarte porqué son peligrosos, debí convencerte de mantener la distancia.
—No, no es tu culpa —Se vio respondiéndole al espectro, y en cuanto lo hizo, este mostró una sonrisa triunfal mientras sus ojos se tornaba negros como el abismo.
—¡Debí reventarle los sesos a tu amante! ¡Raaaagh! —El "bang" no llegó a tiempo, pues una bandada de cuervos se abatió sobre ella tratando de picarle los ojos y las manos. Lo único que pudo hacer fue cubrirse, encogerse de miedo y de tristeza—. ¡Tú lo deseabas! ¡Siempre deseaste convertirte en uno de ellos! —decía Rem transformada en un adefesio mitad mujer, mitad pájaro—. ¡Eres igual que nuestra madre!
¡Bang! Logró darle al cuervo principal, y el resto de las aves se dispersó hasta que volvió a estar sola en el bosque. Era por eso que su padre los odiaba. Su madre había sido mordida por un alfa, Malek, durante el ataque de la Bestia anterior al de la muerte de Liz. La dejó escapar, dejó que se transformara y viviera para matar a tres de sus hombres. Y luego, tuvo que matarla con sus propias manos.
—Mamá... —murmuró temblando. Ella siempre creyó que los clanes de Black Valley podían vivir en armonía. Ella apoyó la alianza de los cazadores con la familia Demon. Y murió, porque no había tenido corazón para dispararle a un lobo que acababa de perder a su mate.
—Soñabas con ser lobo —la acusó una nueva figura espectral. Era su hermano Orlondi, que de inmediato fue seguido por los gemelos Ganne y Modganne—. Siempre quisiste ser uno de ellos.
—¡Tal vez porque con ustedes nunca se sintió como un hogar!
¡Bang! ¡Bang! ¡Bang! Mientras mataba a todos los cuervos. Era cierto. Apenas terminó su infancia y dejó Black Valley, nunca se volvió a sentir como una familia. Era un cuartel, un escuadrón, un equipo táctico. Sin su madre, el clan de cazadores era sólo un ejército. Tal vez por eso se encariñó tan rápido con Ellie. Con ella, todo se sentía cálido. Te acogía, sin importar el clan o familia al que pertenecieras. Siempre había un lugar en su mesa. Como líder, y como persona también, la joven bruja había resultado ser muy parecida a su mamá.
—Es por eso que estamos aquí —se dijo sacudiendo la cabeza y quitándose las plumas y la sangre embarrada—. Es por eso que debemos protegerla. Está intentando cambiar esto. Está intentando hacer un lugar para todos nosotros —Los fantasmas de su familia la miraban con tal tristeza que sentía como se le estrujaba el corazón. Pero estaba decidida—. Sí tengo un lugar al que pertenecer. Ahora soy uno de ellos, y no me importa lo que piensen ustedes. Si quieren recuperarme, estaré con la nueva bruja de Black Valley.
Una última ronda de tiros, y cuando un minuto entero de silencio se escuchó tras el eco de sus disparos, fue cuando ella lo notó. Había cometido un error fatal. Se le habían terminado todas las balas, y ahora, estaba indefensa ante un enemigo que la había engañado.
—¡Mierda! —gritó furiosa, y puso su arma del revés para, al menos, usar su culata como maza—. ¡Vengan aquí! ¡Estoy lista! ¡Vengan para que los mate uno por uno!
—¿Gelda? —susurró una voz tras ella, y se dio la vuelta tan rápido que por poco se le cae el arma. La soltó definitivamente al darse cuenta de quién era.
—No puede ser... ¿Zel? —Y en efecto, era él. El lobo parecía perdido y asustado. Tenía unas enormes ojeras, estaba tan pálido que parecía irradiar luz. La rubia lo miró suspicazmente un par de segundos temiendo otro engaño, pero apenas inhaló lo suficiente para estar segura de que ese era su aroma, se lanzó a estrujarlo con fuerza—. Estás aquí. De verás estás aquí —suspiró con alivio, y al momento siguiente, se puso completamente en alerta—. Huele a tu sangre. ¿Dónde te lastimaste, Zel? ¿Qué te duele? —Pero él no contestaba. Apenas se movía, parecía en shock por algo. Preocupada, lo soltó y comenzó a esculcarlo para encontrar el origen del olor—. ¿Pero qué rayos...?
Garras. En sus costillas, piernas, pecho y cuello. Tenía sangrientas marcas de garras por todo el cuerpo, pero eso no era lo verdaderamente extraño. Parecía que se lo había hecho a sí mismo, y su novia lo comprobó cuando lo hizo extender las manos y mostrarle unos dedos de uñas afiladas cubiertos de rojo.
—¿Pero qué has hecho?
—Fue mi culpa.
—Ya sé que te lo hiciste tú —Se enfadó Gelda mientras sacaba una botella de alcohol de su riñonera—. Lo que quiero saber es por qué. ¡¿Por qué, Zeldris?!
—Fue mi culpa. Yo te hice esto, ¡fue mi culpa! —Ella se quedó helada a medio camino de limpiarle las heridas, y lo fue soltando para mirarlo a los ojos.
—¿A qué te refieres?
—Tú no querías nada de esto —Eso dijo, pero no parecía estar mirándola de verdad. Sus ojos asustados se perdían en la distancia, y entonces, súbitamente volvió a poner su atención en ella con tal fijeza que la hizo retroceder—. ¿Me odias?
—¿Qué?
—Por supuesto, debes odiarme. Seguramente lo has hecho por mucho tiempo.
—Alto, cállate. ¿De qué demonios estás hablando?
—¡Yo te forcé a ser un hombre lobo! —Por fin confesó el angustiado pelinegro—. Además, te forcé a ser mi mate. ¡Te forcé a ser mi mujer cuando de seguro me detestabas!
—Zeldris, no. Nada de eso es cierto.
—¡Sí lo es! ¡Aaaargh! —gimió mientras se doblaba a la mitad, y entonces Gelda por fin comprendió cómo es que se había hecho las heridas. Se abrazaba a sí mismo con fuerza para detener las convulsiones en su cuerpo, y azotaba su cabeza contra el suelo en un intento de mantener el control. Se estaba transformando. Sólo que ese no era su hermoso pelaje color negro, y ese no era el verdadero color de sus ojos. Se estaba transformando en la Bestia, y usaba cada gramo de fuerza que tenía para oponerse al cambio—. ¡Aaaaah! ¡AAAHHH!
—¡No! ¡Zel! —No había espacio para dudas ni para miedos. Siguiendo al mismo tiempo su instinto y su corazón, la rubia se arrojó sobre él y lo sujetó en algo que era mitad llave, mitad abrazo protector—. Mírame. Estoy aquí, todo va a salir bien —Pero cada vez era más difícil creerlo. Sus dientes ya eran enormes colmillos, el pelaje en su espalda ya era completamente blanco—. No es cierto que me forzaste, no es cierto que te odio. Zel, por favor. ¡Coopera!
—Debes odiarme. ¡Tienes que odiarme!
—¿Por qué? ¿Por qué lo dice "ella"?
«Ella», pensó, y entonces supo quién era la causante de todo eso.
—¡Bruja! —gritó al bosque infestado de cuervos—. ¡Bruja de Black valley! Este hombre no es tuyo. ¡Suéltalo!
«Hombre», dijo una voz que no supo si era un eco o estaba dentro de su cabeza. «¿Estás segura de que eso es un hombre? ».
—¡Gyaaaah! —siguió Zeldris, desgañitándose mientras la transformación pasaba contra su voluntad.
—Sí, sí lo es. —respondió Gelda, e hizo lo que él ya había hecho por ella para salvarla una vez. Lo mordió. Es cierto, no era del todo un hombre. Era un lobo, pero el destino ya había determinado que en cualquiera de sus dos formas estarían juntos. Las convulsiones se fueron calmando mientras ella aferraba los dientes a la suave piel de su cuello, y sus propios colmillos se desplegaron mientras trataba de someterlo.
«¡No dejaré que te tenga!», le gritó a través de su lazo. «Vamos Zel, ¡pelea!».
—Ugh... —Fue todo lo que él pudo responder, y entonces la transformación por fin paró. Fue retrocediendo muy lentamente, hasta que el moreno recuperó casi por completo su forma humana. Ella sólo lo soltó cuando estuvo segura que había dejado de moverse, y cuando la inmovilidad se convirtió también en una razón de angustia, lo sacudió con vehemencia para que reaccionara.
—¿Zel? ¡Zel!
—¿Por qué no me odias? —preguntó con la voz rasposa de tanto gritar—. ¿Por qué?
—Cállate —respondió brusca. No quería llorar en ese momento, pero las lágrimas le ardían en los ojos, y su entrenamiento no estaba ayudándole a controlar sus emociones—. Solo... no y ya.
—Esa no es una respuesta —Se rió él, por fin un poco más parecido a si mismo—. ¿Por qué? —Era de hecho una buena pregunta. ¿Por qué no lo odiaba? Ya fuera por venganza, por prejuicio o simplemente por la educación de su familia, todo indicaba que ella debería odiarlo incluso más que Rem. ¿Por qué ese nunca había sido el caso?—. Tal vez porque no me conoces.
—¿Qué? —Zeldris estaba intentando ponerse boca arriba para mirarla, pero apenas podía, y ella tuvo que ayudarlo hasta que estuvo de cara al cielo.
—No me conoces. No tenemos más que unas semanas de tratarnos bien. Vivimos en el mismo pueblo casi toda nuestra vida, pero nunca hablamos de verdad. No me conoces. Y ahora, estás atada a mi para siempre. ¿No es eso suficiente razón para odiarme?
Un nuevo silencio se instaló en el bosque, uno sobrenatural en el que ni el viento ni los animales se escuchaban, y por primera vez desde que todo aquello había empezado, ella reflexionó seriamente en su situación. Decenas de recuerdos flashearon en su mente, eventos que la llevaron hasta ese momento, y mientras los contemplaba, las convulsiones de su compañero volvían.
El ataúd de su madre, un cadáver que no pudo ver, pero que marcó un antes y un después en su vida. El ciervo, el pobre cervatillo destrozado a sus pies. Luego, las relucientes gotas de agua en el cuerpo de Zeldris mientra se bañaba en el río, su piel tan blanca como antes había sido negro su pelaje.
«¿Lo odiaba?», se preguntó seriamente, y apenas definió el sentimiento, pasó al siguiente recuerdo.
El intenso entrenamiento con los cazadores. Sin amigos. Sin familia. Solo "hermanos de credo", solo "el código" para acompañarla. Arrastrarse pecho tierra en el lodo, disparar hasta quedarse sorda, luchar hasta que dejara de sentir los golpes. Y luego, la caza. Había estado en decenas de misiones antes de volver a Black Valley, pero de ninguna recordaba haber experimentado algo que se pareciera a la felicidad.
«Estaba orgullosa de lo que era, de lo que somos», pensó, y mientras, una combinación de pelaje negro y blanco creció en los brazos de su compañero. «Me costó mucho trabajo llegar a donde estaba. Me convertí en la mejor de mi generación, pero... a mi padre eso no le bastaba». Aún recordaba su fría mirada cuando se graduó del entrenamiento, su cabezada de asentimiento por toda aprobación. Sí, se había convertido en una gran cazadora. Pero ni así pudo recuperar el amor de su familia.
«Tal vez porque ya no éramos tal», pensó mientras las garras de Zeldris se desplegaban. «Mi padre temía mi debilidad. Temía que, en el momento de la verdad, no me atreviera a disparar. Temía que fuera como mi madre». Y en cierto modo, había tenido razón. Estaba ahí, una criatura medio humana, medio lobo, justo como su novio, que luchaba para no convertirse en el nuevo portador de la maldición.
—Gelda... —gimió Zeldris con voz estrangulada, y un instante después, tenía clavada en el cuello una inyección con suero paralizante.
—Silencio —dijo ella con cara de piedra—. Tú fuiste quien lo preguntó. Necesito definir qué es lo que siento por ti. —La mirada del pelinegro se llenó de temor mientras la rubia terminaba de empujar el émbolo, y cuando cada gota del veneno estuvo dentro de él, ella se dio la vuelta y comenzó a caminar. Recordó cómo fue su regreso, ese frío apartamento, el folder con los datos de Elizabeth, la nueva misión. Luego, la noche de cacería, cuando la bruja tuvo su primera transformación. De inmediato había desconfiado de los lobos, de inmediato se había puesto tras su pista.
Pero entonces, apareció Zeldris. Reconoció en él al lobezno del río, y quedó igual de fascinada. La confrontó para impedir que hiciera daño a su familia y, a partir de ese momento, ya no pudieron separarse. Los unía la mutua amenaza de muerte, la mutua desconfianza, y después, la misión de proteger a Elizabeth. Antes de darse cuenta trabajaban como unidad. Antes de darse cuenta, eran amigos. Otro gemido lastimero salió del moreno, y mientras él se ponía de lado doblándose de dolor, ella miró a la luna y evocó lo que habían vivido juntos.
Días enteros de vigilancia, noches de pizza y risas. Correr de algo o hacia algo, ver cómo alrededor de Elizabeth crecía lo que parecía ser una auténtica familia. Esa penumbra helada antes del juicio donde casi se confiesan sus sentimientos, donde un lobo se disculpó con una cazadora por algo que no había hecho. Por el odio irracional de sus ancestros. Después, el ataque de la Bestia durante el consejo. Y la mordida.
«Aquí estoy, Gelda. Estarás bien», le dijo con sus hermosos ojos verdes fijos en ella cuando la encontró con el hombro destrozado en el suelo. «Voy a salvarte, ¡lo prometo!». ¿Alguna vez se había sentido tan feliz y segura con alguien? Ser cargada en sus brazos, bañarlo en su sangre sin que él reaccionara para atacarla. ¿Todo cuanto había aprendido sobre los lobos estaba mal? No se apartó de su cama de hospital, apenas pudo dejarla cuando la acompañó a su casa. «¿Qué haces?».
«Pagarte», le había contestado ella mientras besaba su mejilla. ¿Alguna vez había sentido tanta calidez? ¿Alguna vez había probado algo tan dulce como su piel? ¿Alguna vez había sentido tanta tristeza e incertidumbre por no poder estar con alguien? Y además, ahora estaba segura. El sueño que tuvo esa noche fue con él. Como pasa con los lobos con sus verdaderos mate. Cuando la noche siguiente fueron a confesarse mutuamente sus temores, descubrió con sorpresa que no había nadie en quien confiara más. «Quieres que te vigile para ver si eres el monstruo».
«Y que me mates si lo soy», había pedido. En ese momento se estaba transformando. En ese momento lo era.
—Aaahhh... —gimió con sufrimiento trayéndola al presente, pero ese sonido le recordó tanto la primera vez que yacieron juntos que se le erizó la piel.
«Entonces, ¿ya está?». Le dijo cuando descubrió su intentó de suicidarse tras descubrir que la había mordido el alfa. «¿Odias tanto a los de mi especie que prefieres morir que ser como yo?».
—No, nunca lo odie —dijo en voz alta, y la niebla roja que los rodeaba se despejó un poco para que la luz de la luna por fin los alcanzara—. Nunca odie a ningún lobo.
«¿Pasarías cada luna llena del resto de tu vida intentando evitar que me convierta en asesina?».
«Si hace falta, ¡sí!».
—Gelda, ayúdame... —suplicó estranguladamente el moreno. Pese al sedante, la transformación seguía—. ¡Gelda! —¿Lo haría? ¿Cumpliría su promesa?
«No habrá necesidad de que te hagas daño. Yo mismo te mataré», le había jurado. Y cuando llegó el momento de la verdad, lo había cumplido. «Estoy aquí, Gelda. Estoy contigo».
—Gelda, por favor... —continuó Zeldris—. Por lo que más quieras, mátame. Acaba con esto.
—De acuerdo —respondió finalmente. Una daga salida de la nada ocupó su mano y, mientras lo sujetaba, presionó el cuello de Zeldris mirándolo a los ojos—. Lo haré. Sólo que antes debes contestarme una pregunta. Zeldris, la noche que me transforme: ¿en verdad ibas a matarme de no ser tu mate? —El pelinegro comenzó a llorar abiertamente. Ojos, colmillos, garras, orejas y cola. La transformación ya era un hecho, y la respuesta a esa pregunta salió con una voz distorsionada que parecía dos.
—No —contestó finalmente—. Te habría obligado a que vivieras. Lo intenté. Intenté respetar tus deseos, ¡pero no pude! ¡Y también merezco morir por eso! Por favor Gelda, ¡mátame ya! —El chasquido de su espalda al romperse, el de sus músculos al tensionarse más allá de su límite. Era el fin. Entonces el sonido más insólito llenó el bosque, y el monstruo a medio transformar se detuvo para observarla. Estaba riendo, Gelda reía y lloraba mientras lo contemplaba con una emoción tan potente que ni el hechizo pudo contener.
—Pues no —le dijo eufórica—. Me temo que no voy a cumplir esa promesa. Tú tampoco lo hiciste, ¡tramposo! —Acto seguido lo abrazó, y lo hizo con tanta fuerza que logró inmovilizarlo—. Creo que nunca te lo dije, ¿verdad? Después de todo lo que hemos pasado, y no te confesé mis sentimientos, ¡qué tonta! —Su risa se mezclaba con los gruñidos de la criatura medio inconsciente que sujetaba, y justo antes de que su mente se perdiera definitivamente, la cazadora por fin dijo la única frase que podría haber detenido a la Bestia—. Te quiero —El monstruo quedó paralizado, una versión pequeña de la Bestia sin llegar a serlo—. Ahí tienes tu respuesta. Zeldris, te quiero. Me gustas mucho, y creo que ha sido así por mucho tiempo. Por tu frentesota, tu seriedad, tu dulzura y tu valor. Amo como amas a tu familia, como la defiendes. Como persona, como lobo, como el chico tierno y adorable que eres. Zel, estoy enamorada de tí. Y te amo, de verdad y por mi misma, sin importar si soy loba o cazadora. Te quiero de la forma que tenga que ser. Estaremos juntos pase lo que pase.
¡Crack! Otro chasquido sobrenatural, pero esta vez, no eran sus huesos. Era una cuerda invisible que se partía. La maldición sobre él se rompió de forma tan contundente que ambos escucharon claramente cómo se soltaba y, tras escuchar un espeluznante grito lejano que probablemente era la frustración de la bruja, su cuerpo quedó completamente lánguido en brazos de su amada.
—¡Zel!
—Dímelo de nuevo —susurró con un hilo de voz. Apenas tenía fuerza para sonreír, pero eso bastó para que ella supiera que lo había recuperado. Volvía a ser solo un muchacho.
—Te amo, niño lobo. Eres mío, estaremos juntos pase lo que pase.
—¡Ugh! —Estaba demasiado mal herido. Pero igual, ese abrazo supuso una cura para los dos. Gelda tomó su rostro entre sus manos con todo el cuidado que pudo, y al besarlo, percibió sin lugar a duda cómo parte de su fuerza regresaba.
—No te muevas —Ahora sabía que hacer, y ya no tenía miedo de hacerlo. Lento pero seguro, permitió que sus propios poderes sobrenaturales tomaran el control para ayudar a su compañero. Elizabeth le había dicho que era posible, y el tiempo de probarlo había llegado. Se quitó los guantes, metió las manos bajo la ropa desgarrada de Zeldris y, tras concentrarse, comenzó a absorber su dolor.
—Gelda... —lo silenció con un beso, y siguió el proceso de aliviarlo mientras lo tocaba. Sus caricias dejaban una estela cálida en su cuerpo, y ambos sentían el mismo sufrimiento seguido de calma mientras se abrazaban. Entonces, dicha calma se convirtió en placer—. Aaaahhh...
—No te muevas —le ordenó la rubia, y sus besos y caricias fueron bajando por su pecho mientras su mano acariciaba su entrepierna.
—Gelda, no... No puedo... —El color había vuelto a sus mejillas, le subía rápidamente por las orejas mientras sus labios tocaban su pezón con un beso cuidadoso.
—Tranquilo. Sé que hasta ahora he sido... un poco ruda contigo. Está bien, muy ruda —Ambos se rieron mientras sus caricias bajaban por sus piernas—. Pero hasta ahora eso ha sido porque sólo hacía caso a mi parte de lobo. Esta noche, te amaré como humana. Lo prometo.
—Gelda... ¡Aaaah! —Besos dulces, tiernos en cada costilla lastimada. Cariños en cada herida sangrante y golpe azulado. Manos suaves en cada lugar donde la maldición le había roto algo. Como suspendidos en el tiempo, la cazadora le hizo el amor al lobo mientras la loba curaba al humano del que estaba enamorada. Lento, suave, tan delicadamente como si estuviera hecho de nubes, lo tomó despacio dentro de su cuerpo, aprisionándolo en su calidez para tenerlo a salvo de todo—. No me... sueltes —le suplicó él entre jadeos mientras apretaba sus pechos—. No me sueltes nunca.
—Jamás —afirmó ella, e hizo su mejor esfuerzo para mantener a raya a la loba mientras le hacía el amor a su mate. Así se veía tan frágil, el feroz lobo negro parecía al mismo tiempo un niño pequeño y un adolescente tímido. Porque de hecho lo era. Sus mejillas estaban rojas mientras la miraba con ojos brillantes de color verde, y cuando al fin alcanzó el clímax, los cerró y echó la cabeza hacia atrás en un grito mudo. Ella volvió a sujetarlo, envolviéndolo protectoramente en sus brazos. Y en cuanto sus latidos y respiración se calmaron comenzó de nuevo, dispuesta a repetir el ciclo hasta que sus heridas se hubieran cerrado.
No supieron exactamente cuántas veces lo hicieron durante lo que siguió de la noche. Solo supieron que, al llegar el alba, otro chasquido se escuchó. Un sonido espectral que era una mezcla de hueso roto, campana de iglesia y vaso de cristal rompiéndose. El embrujo sobre el bosque había desaparecido, y todo hechizo que la bruja hubiera hecho esa noche acababa de terminarse abruptamente.
—Mi hermano... —susurró Zeldris mientras Gelda aún le besaba el cuello—. Y Elizabeth... creo que ellos lo consiguieron. Gelda, tenemos que regresar.
—De acuerdo —rió soltándolo por fin, divertida de su timidez e intento de huir de sus atenciones—. Sólo te advierto que aún no he terminado contigo. Estás muy débil —aclaró contemplando con tristeza su cuerpo mal herido—. Tendré que cuidarte un tiempo más. ¿Y ahora qué te pasa? —Estaba muy rojo. Su timidez estaba alcanzando proporciones épicas, y miraba a todas partes menos a ella buscando algo.
—Es que... acabo de caer en cuenta de que es la primera vez que una chica se me confiesa de ese modo.
—¡Idiota! —contestó ella desternillándose de la risa—. ¡Sí soy tu mate!
—Sí pero... ¡Uhm! —Un beso más apasionado que los otros, un último abrazo completamente desnudos, y entonces por fin la rubia se apiadó de él.
—Tranquilo, lo sé. No sólo soy tu mate, soy la chica a la que le gustas. Soy tu novia. Hazte a la idea rápido para que esto sea menos incómodo y pueda cuidar de ti apropiadamente.
—Gelda...
—Sé que debe parecerte extraño, pero es lo que es. Y seguro estás acostumbrado a ser tú el cuidador, pero no pasa nada si me lo dejas a mí. Después de todo, al final soy mayor que tú, y...
—No Gelda, ¡mira! —logró por fin hablar zafándose de sus mimos. Había algo brillante en el lecho del río.
—¿Qué es esto? —dijo la rubia aventurándose en el agua fría. Al tirar del objeto clavado en el lecho de musgo descubrió que era un caldero, uno que aún echaba humo y cuyo resplandor se apagaba—. Vaya, así que de aquí salía toda la niebla.
—¡Es la reliquia! —gritó Zeldris convencido. Pero no pudo ponerse en pie para ir hacia ella. Aunque había dejado de sangrar, sus heridas no cerraban. Ella salió tan rápido como pudo del río para ir a ayudarlo.
—Es comprensible. Esas heridas te las hizo la bestia, y además te inyecté una buena cantidad de suero de wolfsbane. Tranquilo, yo te llevaré. Sostén el caldero.
—¿Me llevarás? ¿Cómo? —Los dos se quedaron viendo fijamente, verde brillante contra rojo intenso. Se comunicaron de forma silenciosa a través de su lazo y, al comprenderla, él bajó la cabeza agradecido—. ¿Crees poder hacerlo?
—Si estoy contigo, sí.
—¿No temes al dolor? ¿Y no te asusta... no te avergüenza que otros lo sepan?
—No. El dolor nunca ha sido un problema, Además, Orlondi ya lo sabe. No tardará mucho antes de que el resto de los cazadores se entere. No tengo intención de ocultarme. Después de todo, ya tengo mi propia manada. —Una última mirada, una sonrisa, y Zeldris se lanzó sobre ella para imprimirle un corto y apasionado beso.
—De acuerdo. Vámonos.
*
Merlín estaba que no cabía de asombro. El hechizo se había roto, lo sentía, estaba claro en el viento y el brillo del sol. Habían logrado extraer a la mitad del equipo con las reliquias que habían ido a buscar, pero a pesar de saber que en ese momento ya nadie corría peligro y que de alguna manera la misión había sido exitosa, igual se encontraba al borde del abismo por los nervios sobre lo que se venía. Aún faltaban cuatro de ellos, debían regresar andando y por su cuenta. ¿O acaso lo mejor era arriesgarse e ir ya por ellos? No tuvo que pensarlo, pues justo en ese momento escuchó los silbatos que anunciaban un avistamiento, y fue de inmediato a la zona del campamento a donde, al parecer, había llegado una de las parejas.
—¡Ahí están! —gritó Diane aliviada—. ¿Es Meliodas? —Debía ser él. Un hermoso lobo de pelaje dorado apareció en la bruma matinal avanzando hacia ellos con paso firme pero lento. Sí, debía serlo. Sin embargo...—. ¿Por... por qué tiene ojos rojos?
—Ese no es Meliodas —balbuceó el joven cazador que formaba parte de su equipo. Su temor quedó confirmado cuando vió a la persona subida en su lomo—. Es Gelda.
—¡¿Qué?! —Unos asombrados, los otros en pánico, todos se acercaron a la pareja hasta que por fin los vieron claro. Zeldris, estaba muy mal herido. La loba dobló las patas permitiendo que él rodara hasta estar de nuevo en el piso, y apenas llegaron, Merlín le quitó el caldero y comenzó a atender sus heridas.
—Está grave. Necesitamos llevarlo al hospital.
—Yo lo llevaré —dijo la rubia mientras volvía a adoptar forma humana, y fue cuando Orlondi definitivamente perdió la compostura.
—Trai... Traidora, ¡lobo! Tengo... —Temblaba sin control tratando de apuntarla con la pistola, y la siguió con la mirada mientras su figura desnuda se ponía en pie—. El código... tenemos que... ¡El código!
—Si vas a disparar, hazlo ya. No tengo tu tiempo, debo ayudar a mi mate.
—Monstruo... ¡Monstruo! —gritó el muchacho. Pero igual, no disparaba.
—Ya. Entonces, ¿no será hoy? Que bueno. Ve a decirle a nuestro padre lo que quieras. Si me necesitan de nuevo, dile que vaya a buscarme con mi manada. —Entonces digna, tan hermosamente que por un momento pareció una luna, la rubia se alejó con Zeldris en brazos, camino a la camioneta donde estaba Ban preparando todo para auxiliarlos.
—No... no... —balbuceaba el peliazul sin conectar dos palabras. Entonces Escanor inclinó el cañón de su arma hasta que dejó de apuntar, y negó con la cabeza lentamente. No era el momento. El muchacho pudo recuperar un poco de cordura hasta entonces, y guardó su arma mientras el sonido del silbato anunciaba nuevamente la llegada de otras personas.
—¡Son ellos! —gritó Diane, esta vez segura de lo que veía. Solo que su alfa y luna definitivamente no parecían los mismos.
Estaban cubiertos de tierra, tanto que sus ropas parecían de color negro. Meliodas llevaba en brazos a Elizabeth, y ella a su vez sostenía algo en los suyos. En sus rostros había evidencia de llanto, sus lágrimas habían formado surcos en el lodo que les cubría las mejillas. Y sus ojos. Sus ojos se veían vacíos y tristes, como si hubieran presenciado la peor de las tragedias.
—¿Qué sucedió? —preguntó la castaña sintiendo un escalofrío. Ellos la miraron, pero ninguno parecía capaz de hablar en ese momento.
—Diane, atrás —ordenó Merlín alarmada. Se puso frente a ellos mirando con fascinación el bulto que cargaba Elizabeth y, al verla de nuevo, no tuvo dudas de lo que era—. ¿Teníamos razón?
—Sí, tía —contestó al fin la albina con voz quebrada—. Encontramos a la Bestia.
—¿Cómo? ¿Dónde? —preguntó Escanor, y la joven por fin les reveló el valioso paquete que llevaba en las manos. Un bebé. El cadáver de un niño momificado apareció a la vista de todos, una criatura tan pequeña y frágil como se podía. Su piel cristalizada le daba la apariencia de una piedra pulida. Y parecía dormida, tan apaciblemente arrullada en brazos de su salvadora que era como si estuviera viva.
—El hijo de Rhiannon y Regulus —confirmó Meliodas—. Este es el lobo blanco.
***
Chan chan Chaaaaaaaan *_* La pasión, el drama, ¡el misterio! Este regreso ha estado fuerte, y como podrán suponer por como se acomodaron las cosas, la próxima semana tendremos la experiencia que vivieron Meliodas y Ellie para descubrir toda la verdad del pasado de la bruja. Espérenlo con ansias, fufufu ^u^ Por otra parte, ¿alguien se esperaba todo lo que hizo y vivió Gelda? Siento que al fin pude permitir que la conociéramos a fondo. El termino "perra empoderada" le queda chico, pero como su historia aún no ha acabado y falta por ver la reacción de los cazadores, pues mejor me cayo al respecto y los dejo especular, fufufu. ¡Eso sería todo por ahora mis coquitos! >3< Les mando un beso, un abrazo, una mordida pescozuda y, sí las diosas lo quieren, nos vemos el próximo domingo para más. ❤
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