35 Juramentos y promesas

¡Hola a todos! ^u^ Aquí Coco, quien regresa del break de san valentin para darle la bienvenida a la primavera, y se complace en anunciarles que, a partir de hoy, su obra favorita de hombres lobos vuelve todos los domingos por acá, ¡yeah! ❤ Retomamos nuestra historia en una de las partes cruciales de nuestra trama: ¿quién es la Bestia en realidad? 0_0 Elizabeth y sus amigos están por averigüarlo, pero como no quiero interrumpirlos ni que se me salga ningún spoiler >u< Pues mejor los dejo con su lectura de hoy diciendo: ¡ya saben qué hacer! ✨

***

La niebla era muy intensa, su humedad fría se pegaba al cuerpo de todos los presentes como una capa extra de miedo mientras esperaban a que el plan se pusiera en marcha. Estaban listos, la luna saldría en cualquier momento, la trampa era perfecta. Y no había uno solo de ellos, entre cazadores, lobos y brujas, que no dudara de lo que estaban a punto de hacer. En especial un joven moreno cuya compañera de equipo resultaba ser también su verduga elegida.

«Recuerda Gelda, lo prometiste», habían dicho esa misma mañana en la cama. «A la más mínima sospecha, dispara», y ella había jurado hacerlo. El problema es que ya no estaba tan segura, y no se debía sólo a que estuviera enamorada. Para ese punto prácticamente podía aseverar que él no era la Bestia, y la causa de ello la asustaba aún más que la perspectiva de enfrentarse al monstruo. Su cuerpo estaba presentando síntomas.

¿Era solo por la adrenalina que sus sentidos estaban más agudos? ¿Estaría más sensible a los olores por haber pasado toda la noche inhalando el embriagador aroma de Zeldris? ¿Y esa hambre voraz desde que tuvieron sexo? Con solo verlo quería arrancarle la ropa, arañarlo, morderlo. Y esa última parte era la que más le aterraba. Bajo su ropa negra, el cuerpo de su amigo estaba cubierto con marcas de sus dientes, y ella sentía que se había debido a algo más que la pasión. ¿O acaso sería pura paranoia?

«Contrólate», se había ordenado a sí misma. «Eres una cazadora, sigue el código». Eso era muy simple. Solo se procedía a matar tras obtener pruebas contundentes, y para su caso particular, la única forma de obtener confirmación era capturar a su presa. Su mente y corazón se enfriaron, retiró el seguro de su arma, y tras inhalar lentamente, clavó la vista en el claro donde su amiga Elizabeth se preparaba para enfrentar a su enemigo mortal.

—Con un poco basta, no es necesario que sea demasiada —dijo el joven druida entregándole una daga—. El hechizo se activará apenas tu sangre toque la tierra. No salgas del círculo de protección bajo ninguna circunstancia.

—No lo haré. Gracias, King —sonrió la albina, pero él apenas pudo devolverle el gesto, tan preocupado estaba—. Todo saldrá bien, ya lo verás. Estamos juntos en esto, y estamos tan listos como se puede estar.

—Sí, lo sé pero... sólo quiero decir... Elizabeth, gracias.

—¿Por qué?

—Por ser tan valiente. Por perdonar lo que se te hizo. Por no rendirte con este pueblo. Gracias por todo. —No había respuesta para eso. La chica se sintió profundamente conmovida por sus palabras e, incapaz de contenerse, dió al castaño un abrazo que el otro no tardó en corresponder. Ya no era una extraña en Black Valley. Su familia estaba ahí, sus amigos también. Claro que se quedaría para luchar por ellos.

—Ejem —tosió una persona a sus espaldas haciendo que se separaran, y ella no pudo evitar sonreír al ver a su novio con expresión arisca y la ceja levantada—. Tu hermana ya está en posición, King. Te recomiendo ir a la tuya para que empecemos con esto.

—¡Sí! Claro, esto... suerte, Ellie.

—Suerte —rió un poco más mientras el pobre salía corriendo, y cuando tuvo a su mate justo a su lado como para poder hablarle, también levantó la ceja en una expresión de incredulidad.

—Lo intento —dijo él bajando los ojos con expresión avergonzada—. Tienes que saber que es muy difícil para alguien como yo controlar los celos.

—Lo sé. Te agradezco el esfuerzo.

—Sería un logro menor comparado a lo que has hecho —Aquellas palabras iluminaron su corazón aún más que un rayo de sol, y tras mirar el anillo que le había dado colgado de su cuello, no pudo seguir conteniéndose un segundo más. Le echó los brazos al cuello, unió sus bocas, y lo besó como si fuera la última vez que pudiera hacerlo—. No hagas eso —susurró él con la respiración agitada apenas lo soltó.

—¿Por qué?

—Porque esto no es una despedida. Todo va a salir bien, e incluso si no, yo estaré contigo. Siempre.

—Siempre —repitió ella, y volvieron a besarse como si no hubiera un mañana.

Soltarlo fue la parte más difícil. Sin embargo, apenas su silueta se perdió en las sombras del bosque, el resto fue tan simple que hasta la hizo sentirse asombrada. Ponerse en el círculo de piedras, levantar el cuchillo. Y luego, clavarlo en su carne, justo en la palma de la mano, de dónde surgieron gotas como rubíes. La brillante perla carmesí cayó como en cámara lenta hasta el verde musgo a sus pies, y en cuanto ambas se tocaron, el bosque entero se estremeció con el conjuro que las brujas sobrevivientes del pueblo habían armado para luchar contra el monstruo.

El rojo de su sangre se volvió dorado, y el círculo con sales que la protegía destelló un segundo como si fuera una línea de fuego. De sus orillas comenzó a emanar un humo rojizo que se extendió hasta unirse a la niebla blanca que rodeaba todo, y al colisionar, incluso Elizabeth pudo percibir con toda claridad el intoxicante aroma que desprendió. Sangre. El aroma de su sangre, amplificado docenas de veces para alcanzar cada rincón del bosque. Se había convertido en la carnada perfecta. Se quedó ahí, quieta, temblando de algo que era más que frío, y entonces el lugar volvió a estremecerse con la respuesta a ese llamado.

El aullido de la Bestia fue una cacofonía lejana con ecos que venían de todas direcciones, pero aún sin poder determinar de donde emergería y sin poder ver más allá de su círculo de protección, Elizabeth estaba feliz. El plan funcionaba, y ahora sólo quedaba esperar a que el monstruo decidiera acercarse lo suficiente. «Ven», pensó llamando mentalmente a su enemigo de la misma forma que hacía cuando conectaba con Meliodas. «Ven a mí. Muéstrame tu verdad oculta». Lo sentía venir, sabía que él estaba escuchándola. Sus latidos desbocados martillearon sus oídos mientras clavaba la vista en la niebla, y tras un tiempo que pareció al mismo tiempo demasiado corto y demasiado largo... por fin apareció.

La silueta oscura de un hombre se perfiló justo frente a ella a unos diez metros de distancia, y Elizabeth contuvo la respiración a la espera de lo que haría a continuación. Siguió avanzando, acercándose más a la preciosa ave enjaulada que era, y cuando estuvo lo suficientemente cerca como para poder ver de quien se trataba, la albina soltó un suspiro que era tanto de alivio como de fastidio.

—¿Estarossa? ¿Qué haces aquí? —El muchacho no contestó. Sus ojos de un verde oscuro que clavaron en ella con embeleso, y no parecía ser consciente de lo que hacía—. Ross—llamó Elizabeth sintiendo crecer su temor—. Oye. ¡Oye! ¡Despierta! —Sólo hasta que la escuchó gritar pareció reaccionar del todo y, sacudiendo su cabeza como si fuera un perro mojado, por fin parpadeó y la miró con algo cercano al reconocimiento.

—¿Elizabeth?

—Sí, tonto. ¿Qué haces aquí? ¿Por qué dejaste tu puesto?

—No lo sé, yo solo... olí tu sangre y... —No dijo nada más. El pobre se quedó ahí, una mezcla de preocupación y confusión mezcladas en su rostro, y la albina se sintió tan enternecida por el gesto, que no pudo evitar acercarse lo más que podía al límite de su círculo para que la viera sonreír.

—Está bien. No estoy herida, esto sólo es una pequeña cortada, ¿lo ves? —afirmó mostrándole la mano que aún presionaba un pañuelo manchado de rojo—. No me pasa nada. Vuelve a tu forma de lobo y regresa. Meliodas se enojará si descubre que abandonaste tu puesto —El peliplateado pareció indeciso al escuchar esto, y entre más lo veía, más claro quedaba todo para ella. La Bestia debía estar acercándose, y esa confusión no era otra cosa que su terrible influencia—. Anda, vete.

—No puedo —dijo finalmente el muchacho. Acto seguido frunció el ceño, y un extraño presentimiento comenzó a formarse en el estómago de Elizabeth—. Debo decirte. Tengo que contarte.

—¿El qué, Ross? No es un buen momento, ¿que no puede esperar?

—¡No, no puede! —gritó el chico casi en un ladrido. Fue cuando ella definitivamente supo que algo estaba mal—. Cuando te conocí, cazarte solo era un estúpido juego. Quería divertirme, bromear. No sabía que te convertirías en una persona tan importante para todos nosotros. Por favor, perdóname.

—Está bien —insistió, retrocediendo—. No te guardo rencor por eso. Y ya te habías disculpado, ¿recuerdas?

—Sí. Pero eso no es todo —continuó el albino mirándola con intensidad, y comenzó a rodear el círculo de sal como si fuera un lobo tratando de entrar a un corral—. No mentí cuando dije que había comenzado a coquetearte porque temía que sufrieras la maldición a causa de mi hermano. Sólo quería protegerte.

—Lo sé —La niebla parecía estarse haciendo más densa, el silencio que los rodeaba era antinatural. ¿Estaría pasando lo que ella creía?

—Pero ustedes igual acabaron juntos. No dejaba de pensar que tal vez fue mi culpa. Si no te hubiera molestado, tal vez él simplemente hubiera dejado de notarte. Y yo habría podido ser honesto contigo. No sabes cómo me arrepiento —Silencio, un cuervo gritando a lo lejos, y Elizabeth no pudo seguir moviéndose. «¿De qué se arrepiente?», se preguntó tratando de sacar disimuladamente la daga. Como si hubiera leído su pensamiento, el muchacho sonrió y le dio respuesta—. Me arrepiento de no haberte tomado para mí. Elizabeth, estoy enamorado de ti. Lo supe desde que te vi por primera vez, y lo confirmé el otro día, cuando invocaste mi forma de lobo. No soporto un segundo más sin decírtelo, quería que supieras toda la verdad.

Un misterioso viento salió de ninguna parte despejó el cielo por un segundo, y el brillo plateado de la luna creciente iluminó sus rostros lo suficiente para verse las caras uno al otro. Hablaba en serio. Su amigo tenía tal determinación que logró estremecerla, y tuvo que apartar los ojos, completamente ruborizada. Ahora podía ver claramente su parentesco con Meliodas: el verde de sus iris la quemaba mientras deslizaba la vista por todo su cuerpo, y la clavó en su rostro hasta obligarla nuevamente a que lo mirara.

—Me... me halagas, Ross. Pero debes saber que será imposible. Yo amo a tu hermano, y no podrá ser de otra forma hasta el día en que muera.

—"El día que mueras" —repitió él, como sopesando el peso de sus palabras, y entonces a Elizabeth ya no le importó ser vista. Mostró claramente que estaba armada, tomó el mando remoto que le habían dado para el estado de emergencia, y gritó sus órdenes rogando porque obedeciera.

—¡Ross, vuelve a tu puesto ya!

—Eres hermosa, tanto que te pareces a la diosa luna —siguió, contemplándola con una sonrisa triste—. Y eres buena. Muy buena. Reúnes a todos a tu alrededor brindándoles luz y calidez, y eres gentil hasta decir basta. Eres una gran líder, algún día podrás ser una Luna magnífica. Y serás una gran madre también.

—¡Basta! ¡¿Qué es lo que tratas de decir?!

—¡Trato de decir que soy tuyo, aunque tú le pertenezcas a otro! —gritó en algo a medio camino entre dolor y furia—. Te protegeré con mi vida, aún si no me correspondes. Y si así tiene que ser hasta el día en que mueras, ¡pues que así sea! —La oscuridad se tragó todo lo que no fueran ellos, la niebla y el círculo, y cuando un rayo de luna por fin pudo volver a atravesarla, Elizabeth se dio cuenta de que había cometido un error.

—Ross... entonces, ¿tú no eres la Bestia?

Un potente rugido a sus espaldas rompió la intimidad de su conversación como una bomba estallando en sus oídos. Nieblas y sombras parecieron apartarse mientras surgía el gran animal blanco quien, mirándolos con sus ojos rojos destellando de furia, se puso a cuatro patas para aullar con toda fuerza. El sonido se convirtió en una ola de viento que los arrojó al suelo entre hojarasca y polvo, y cuando ella finalmente pudo volver a ver, se dio cuenta de que también había borrado el círculo de sal.

Su puño apretó con desesperación el botón de alarma, y al darse cuenta de que la Bestia ya corría a toda velocidad hacia ella, supo que no había forma de que la salvaran a tiempo. Un grito, un rugido... y entonces el chico con el corazón roto se le puso frente para cumplir su promesa. «¡Elizabeeeeeeth!», gritó mentalmente el enorme lobo plateado que se lanzó contra el monstruo para salvarla, y dos segundos después, el resto de sus aliados salieron de todas partes para unirse a la batalla.

—¡Ahora! —gritó Gelda al escuadrón de cazadores, y la formación dispuesta rodeó a los licántropos en combate con granadas de luz, el sonido de silbatos ultrasónicos, y decenas de armas listas para disparar.

Ciegos y sordos tras la primera ronda de ataques, Estarossa y el monstruo finalmente se separaron retorciéndose de dolor y tratando de encontrar una ruta de escape. La del peliplateado fue permitir que Elizabeth lo rodeara con sus brazos y lo arrojara contra el piso. La del monstruo fue tratar de retroceder, pero le fue inútil, pues la manada en pleno se lanzó sobre él armados con tapones para los oídos, cuerdas y dardos de wolfsbane. La Bestia rugió tratando de dominarlos, pero solo un par de ellos cayeron. El plan estaba funcionando, pues al permanecer en forma humana y tener los oídos cubiertos, su debilitado enemigo no pudo ejercer su manipulación. Los lazos volaron sobre el pelambre hirsuto del lobo maligno, y antes de darse cuenta, estaba tan enredado en la trampa que apenas podía moverse.

Trató de zafarse una vez más, aulló emanando toda la oscuridad que tenía, pero justo cuando parecía que había surtido efecto y tanto lobos como cazadores se encogieron de miedo, una tercera fuerza se unió al combate con cantos que sonaban como susurros desesperados. El círculo de brujas que estaban al final de la formación cerraron el tercer círculo cuyo centro eran ella y el monstruo, y su hechizo debilitó de tal forma los poderes de la criatura sobrenatural que el resto de las personas en combate pudo volver a su puesto.

—¡Ahora Elizabeth! —gritó King, y la albina se levantó para correr hacia él y hacer su parte, la cual era crucial si esperaba que todos los presentes pudieran sobrevivir.

«¡Muéstrame!», gritó mentalmente mientras desplegaba su poder. «¡Revela tu verdad!». La Bestia se agitó, golpeó su cabeza contra el piso tratando de alejarla de sus pensamientos, y al ver que no podía, cayó retorciéndose de dolor. Ella estaba determinada a ganar, y ahora, solo quedaban ellos dos en la más brutal de las luchas mentales. Flashes de las visiones que había tenido en sueños la golpearon mientras trataba de someter al portador de la maldición, pero ni siquiera aquel sufrimiento la detenía. El espejo, el caldero, el libro de conjuros. Casi podía percibir su interior partiéndose, pero no iba a ceder hasta que él lo hiciera primero. Un risco, un río, un árbol negro. Y entonces, un aullido.

Solo que no era el del monstruo. Era el de su amado mate llamándola desde el plano físico, y este cálido sonido fue suficiente para que ella reuniera la fuerza que necesitaba. El alfa la pedía a su lado, y ella iría pronto, tan pronto como el monstruo entendiera que él ya no era el dominante, y que debía obedecer. Un segundo más de tensión, un gemido... y su enemigo comenzó a encogerse visiblemente ante los ojos de todos. Había resultado. La Bestia se estaba transformando, y todos cerraron el círculo a su alrededor para capturarlo apenas adoptara forma humana.

—¿Quién es? —preguntó King sin perder la postura de oración.

—Está demasiado enredado en las cuerdas para ver —proclamó Diane tirando del cuerpo.

—¡A un lado! —ordenó Escanor abriéndose pasó. Le clavó una inyección con sedante en el cuello al hombre, le ató las muñecas a la espalda con esposas especiales y, apenas estuvo seguro de que no lograría moverse, cortó parte de la red que lo cubría y lo puso boca arriba. La multitud alborotada guardó silencio de golpe.

—No... —susurró Meliodas completamente horrorizado—. No puede ser. —Era Ban, y su atractivo rostro dormido fue lo último que Elizabeth vio antes de caer en la inconsciencia.


*

Era el fin. Gelda miró a la luna creciente desde la ventana de su sala como quien mira una serpiente a punto de morder, y sonrió con suavidad, pensando en lo irónico que era que pese a todo le gustara. Ahora no cabían dudas. El Alfa Ban era quien la había mordido durante el incidente del juicio, y ella tenía que morir, tal y como dictaba el código. No podía seguir siendo una cazadora si era una loba, así de simple. Revisó que la bala fuera de plata, cerró el cartucho del arma, y quitó el seguro con la misma naturalidad de quien se prepara para irse a la cama. Los cazadores habían tatuado en su sangre la elección que estaba por tomar: preferían morir como humanos que vivir como monstruos. Levantó la boca del revólver lentamente hasta ponerla en su frente, inhaló como quien se relaja tras un largo día y, en cuanto puso su dedo sobre el gatillo, su determinación se desmoronó.

«No quiero morir», pensó recordando la última vez que vio a sus amigos. «No quiero irme», lloró internamente mientras evocaba el rostro del lobo de quien se había enamorado. Pero igual no bajó el arma, y cerró los ojos dispuesta a hacer lo que debía antes de que perdiera la fuerza. La luna llena era al día siguiente, Orlondi ya debía haberle dicho sus sospechas al clan, y era cuestión de tiempo hasta que fueran por ella. Su propia familia iría a cazarla. Una lágrima cayó de sus ojos, relajó todo el cuerpo en señal de rendición, y cuando por fin restelló el sonido del disparo estremeciendo la casa, descubrió que la bala no estaba dentro de su cabeza. Estaba en el techo de su sala, y estaba acostada boca arriba con Zeldris encima de ella.

—¡¿Qué crees que haces?! —gritó desesperado, pero Gelda lo miró con una expresión de hielo mientras trataba de liberarse.

—Seguir el código. Ahora quítate, lobo, estás interrumpiendo un deber sagrado.

—Entonces, ¿ya está? —preguntó el muchacho sin poder contener sus lágrimas—. ¿Te rindes? ¿Eliges morir a lidiar con esto? ¿Odias tanto a los de mi especie que prefieres morir que ser como yo?

—No los odio, Zeldris. Simplemente no puedo ser uno de ustedes.

—¡¿Por qué no?!

—Para los cazadores, una persona que fue mordida ya está muerta —explicó con sencillez tratando de no sentir nada—. Los lobos impuros son más propensos a convertirse en devoradores, en especial las mujeres. Mi familia no soportaría la vergüenza de verme convertida en aquello contra lo que hemos luchado todas nuestras vidas. La única opción honorable para nosotros es la muerte, así que vete y déjame seguir con esto.

—Ban fue aceptado en la manada —insistió el moreno mientras trataba de sujetar sus muñecas pese al temblor—. Elizabeth se nos unió pese a ser bruja. ¿Por qué tú no podrías?

—Tu manada ya ha rebasado el límite de lo que pueden tolerar. Ban fue una anomalía sin precedentes, y Elizabeth es un caso especial que ellos apenas toleran. No aceptarán una tercera excepción.

—Por favor Gelda, ¡por favor! —suplicó mientras miraba desolado a la muñeca de porcelana vacía en que se había convertido—. ¿No puedes intentarlo? ¿Ni siquiera por mí? —En cuanto dijo esas palabras, la luz en los ojos de la chica volvió de golpe. Se ruborizó ligeramente, levantó la mano para acariciar su rostro y, habiendo recuperado su corazón, se puso a llorar sin dejar de sonreírle.

—Es también por tí que lo hago, Zel. Imaginemos un segundo que tanto mi familia como la tuya me dejan vivir. Tú algún día deberás encontrar a tu mate. Tendrás familia. Hijos. ¿Querrás tenerme cerca entonces? ¿En verdad quieres pasar cada luna llena del resto de tu vida intentando evitar que me convierta en asesina?

—Si hace falta, ¡sí!

—¡Pues yo no! —se desgañitó la rubia. Finalmente había caído en la desesperación, y su primera reacción fue intentar quitárselo de encima para recuperar el arma—. ¡Suéltame! ¡Carajo! ¡Devuélveme eso!

—¡No lo haré! ¡Aaaah! —gritó al sentir cómo le clavaba profundamente los dientes en el brazo, y entonces comprobó que lo que temía era verdad. Le estaban saliendo colmillos. Se enzarzaron uno contra el otro en una lucha donde ella parecía querer hacerlo pedazos y, al darse cuenta de que había perdido el interés por recuperar el revólver, el moreno permitió que la chica de la que estaba enamorado desatara todos sus instintos contra él. Sus uñas se afilaron como garras para hacerle grandes surcos sangrantes en el pecho, sus manos le sujetaron el brazo con tanta fuerza que acabaron rompiéndolo, y sus colmillos se le clavaron en cada lugar que podían, justo como la noche pasada cuando hicieron el amor.

Cuando finalmente pareció calmarse y lo dejó semidesnudo y ensangrentado en el piso, la rubia se soltó a llorar de una forma tan angustiante que le fracturó el alma. Por largos minutos no se escuchó nada más que sus sollozos, el arma parecía haberse perdido en la oscuridad previa al alba. Entonces todo volvió a quedar en silencio y, mientras los primeros rayos del sol caían sobre la pareja a través del cristal, Zeldris recibió la revelación de lo que tenía que hacer.

—¿Y si fueras tú? —dijo en un susurro ronco.

—¿Qué? ¿De qué hablas?

—Cuando un lobo está por encontrar a su mate —explicó mientras se giraba—, suele tener sueños sobre ella. Yo te soñé, la noche en que vine a dejarte a tu casa tras tu alta en el hospital. El día después de que te mordieron. ¿Y si la razón del sueño fuera que tú estás destinada a ser mi mate? —Aquella posibilidad fue aún más deslumbrante para la atormentada chica que la luz que le golpeaba el rostro y, aterrada por la tentación de sentir esperanza, se abrazó a sí misma sin dejar de temblar.

—No digas tonterías. Es imposible. Nunca se ha visto, sólo tratas de convencerme para no suicidarme.

—Entonces, ¿no hay otra manera para impedirte hacerlo?

—No. Los juramentos deben cumplirse, y no hay manera de que lo que digas sea cierto.

—Con que un juramento, ¿eh? Entonces hagamos esto: prométeme esperar hasta la luna llena de tu primera transformación. Si al olerte siento en mí la necesidad de marcarte, querrá decir que tengo razón, y tú deberás seguir con vida para volverte mía. Si no, no habrá necesidad de que te hagas daño. Juro que yo mismo te mataré, y lo haré antes de que tu transformación se complete, ¿estás de acuerdo?

Lo hizo. Estaba haciendo lo mismo por ella que lo que le pidió hacer por él. Iba en serio, sus ojos estaban llenos de un fuego y una determinación que no había conocido en ninguna otra criatura. Lo haría. Su alma se lo gritaba, aunque eso lo destrozara, él cumpliría el juramento que le acababa de hacer. La gratitud y el amor que sintió fue tan grande que rompió a llorar de nuevo, y sus lágrimas de felicidad se mezclaron con el sabor de su sangre cuando se arrojó sobre él para besar sus labios.


*

Había resultado. Su plan había salido a la perfección, y ahora, la bruja tenía a sus enemigos justo donde los quería. Sus pies descalzos aplastaron las hojas del árbol sagrado mientras danzaba con su vestido blanco azotado por el viento y, cuando finalmente hecho el último ingrediente de su conjuro al caldero, su éxtasis llegó a tal que se soltó a reír de forma histérica. Faltaba poco. Pronto se apoderaría de lo que era suyo, y esta vez, nada podría impedirlo. 


***

¡Plot twist! ¡Buajajajajaja! >:D ¿A que esa no se la esperaban, eh? El pobre Estarosa siempre es el villano en los fanfics de nuestro fandom, ya era hora de hacer algo diferente con él. Quienes tenían teorías, ¿se lo esperaban? ¿Qué creen que pase ahora con la identidad de la Bestia? ¿Qué creen que hagan Elizabeth y Meliodas con Ban? >o< Bueno, pues mejor no lo piensen mucho, pues aún falta una semanita para enterarnos, y lo mejor será tratar de analizar la situación. Por cierto, ¿qué piensan de la situación de Zeldris y Gelda? TuT La cosa se puso bastante oscura, pero no se preocupen. La resolución de su conflicto también será pronto, y si todo sale bien, acabando marzo tendremos el gran final de esta apasionante historia *w* 

Eso sería todo por ahora cocoamigos. Les mando un beso, un abrazo y, si las diosas lo quieren, nos vemos la otra semana para más. 



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