34 Transformación

Hola a todos, aquí Coco, quien aún está un poco ruborizada por lo que acaba de escribir, pero que está feliz de anunciarles que, por primera vez en esta historia, toca un momento Geldris bien intenso, ¡qué cosa! *w* Advertencia de spoiler, va a haber lemoncito 7u7 Pero antes de ir a por él, vamos a ver la que probablemente sea una de las escenas más importantes de esta segunda parte de mi historia *_* Ellie ya no es esa adolescente indecisa y temerosa. Se está convirtiendo cada vez más en una líder a la altura de Meliodas, y hoy vamos a ver un despliegue de eso. Por eso, mejor ya no los distraigo y vamos a la lectura de hoy, fufufu <3 Ya saben qué hacer. 

***

—En verdad, Zeldris, estoy bien —decía la rubia mientras era llevada en brazos por el joven lobo—. Me mordió el brazo, no la pierna, puedo caminar perfectamente.

—¿Estás segura? —replicó el otro, y sus enormes ojos verdes le parecieron tan adorables que no pudo contener el impulso de acariciarlo. Con la mano sana, enterró los dedos en su cabello, y los deslizó hacia atrás generándole un escalofrío de placer seguido de un refunfuño—. ¡Oye! No soy un perro, suelta.

—Suelta tú primero. —Un par de ceños fruncidos, un tosido del vigilante del edificio de apartamentos, y entonces se separaron riendo.

—De acuerdo. Solo déjame saber si sientes mareo —Delicadamente, el moreno bajó sus pies hasta el piso. Un ligero tambaleo, el sonido de sus tacones, y ambos se vieron con sonrisas igual de cómplices—. ¿Y bien?

—Todo en orden.

—Bueno. Igual tomaremos el ascensor. —continuó agarrando su maleta, y ella volvió a reír, nunca tan feliz de haber sido herida en combate.

Desde que él se había enterado que fue mordida por la Bestia no se había separado de ella ni un momento. Gelda no comprendía su actitud. Tal vez solo se sentía culpable por que el monstruo entró por la puerta que él custodiaba. O quizás, simplemente se debía a que eran amigos. Como cazadora era muy consciente de la lealtad natural de su especie, y seguramente la consideraba como parte de su manada. No la de los Demon, que aún la veían como intrusa, sino la pequeña manada que se formó alrededor de Elizabeth, y que estaba compuesta por miembros de tres grupos enemigos. Tal vez ya no tendría que volver a ser así.

—Este es mi apartamento. ¿Quieres quedarte un rato?

—No, sólo estaré lo suficiente para instalarte. Déjame, yo abro. —dijo tomando las llaves que ella sostenía difícilmente con su mano izquierda, y Gelda volteó los ojos, fastidiada de lo ingenuo que era su amigo canino. Al parecer no había entendido la indirecta. Sin embargo, sí que se había tomado en serio lo de instalarla, pues limpió y organizó sus cosas a tal velocidad que parecía un profesional.

—Que buen servicio.

—De sirviente nada. Si vas a tratarme como tal, al menos pagame.

—Claro que sí —contestó la rubia, sintiéndose súbitamente valiente . ¿Qué más daba hacerlo? Además se lo había ganado. Levantándose del sofá donde la había puesto, se acercó tanto a él que lo dejó petrificado.

—¿Qué haces?

—Pagarte. Quédate quieto —El beso que le dio en la mejilla lo hizo ruborizar hasta las orejas—. Gracias, Zel.

—No... no fue nada —Y por un instante, ambos desearon que las cosas fueran diferentes para poder ser más que amigos. Eso le hizo recordar a Zeldris la otra razón por la que había decidido acompañarla hasta su casa, y carraspeó sonoramente tratando de ponerse serio—. Oye, sé que tienes tu propio espacio aquí, pero creo que deberías considerar la propuesta de Luna Ellie de mudarte con ella. Es más seguro. Puedo llevar algunas de tus cosas para allá ahora mismo, si quieres.

—"Luna Ellie". ¿En serio? —preguntó con una ceja levantada, pero no podía contener la risa, tan feliz estaba de ver cómo su actitud hacia Elizabeth había cambiado.

—Bueno —contestó esquivando su mirada—, creo que lo correcto es llamarla así. Ya sabes, considerando lo probable que es que mi hermano vuelva a ser alfa. Quiero que la gente comience a mostrar respeto.

—Sí, tienes razón. Se lo merecen. Después de lo visto durante el último combate contra la Bestia... bueno, ya lo discutiremos en nuestra junta de mañana.

—Vendré a recogerte de camino a su casa. Insisto —la cortó al ver que trataba de protestar—. Y en verdad Gelda, piénsalo. Estás con nosotros ahora, no es necesario que estés sola. —Aquellas palabras hicieron eco en ella de una forma que no fue visible, pero que sintió hasta lo más profundo del alma.

—Te prometo pensarlo. Hasta mañana, Zel. —El lobo asintió con una seca cabezada, le echó una última mirada de revisión, y tras sonreírle, la dejó en el silencioso espacio que llamaba hogar. Casi de inmediato se evaporó la calidez que había dejado, y la felicidad de la rubia fue disolviéndose mientras consideraba que, pese a todo, algunas cosas permanecían igual. Seguía siendo una cazadora.

Caminó despacio hasta el baño, llegó hasta el espejo del lavabo, y se fue sacando la ropa con un suspiro y una sensación de ardor en la garganta. Le costó trabajo quitarse el cabestrillo, pero una vez lo logró, retirar las vendas fue demasiado fácil. Entonces contempló la obra de la Bestia. La mordida creaba una línea irregular desde su hombro hasta el codo. La piel estaba ennegrecida y amoratada en diferentes zonas, y los puntos daban a su piel tirante una apariencia grotesca. Indudablemente aquello dejaría cicatrices. Infló el pecho, pensando que una marca así sería un orgullo para cualquier cazador. Luego comenzó a llorar. La parte de ella que solo quería ser una chica normal estaba horrorizada de ver eso en su cuerpo, y no pudo evitar preguntarse si Zeldris la seguiría considerando atractiva si la viera.

—¿Qué haces pensando esas cosas, boba? —le dijo a la chica en el espejo—. Como si de verdad pudieras tener algo con él. —No, no podrían ser una pareja. Pero no había nada malo en conservar su amistad.

Habiendo recuperado el control, se aplicó a sí misma el tratamiento antiséptico y colocó nuevas vendas antes de irse a dormir. Sí, no había nada de malo con sus cicatrices, no había nada de malo en ser amiga de un lobo. Tal vez debería hacerle caso y mudarse con Elizabeth, pero decidió que esa reflexión era para otro día. Acostándose al mismo tiempo que él lo hacía en su casa, cerraron los ojos sin saber que terminarían soñando con el otro. Y qué lo que verían sería una pesadilla.


*

Era luna llena. Corrían por el bosque tratando de huir de algo, y luego, súbitamente era al revés. Estaban acechando. Iban a toda velocidad a cuatro patas como una sola entidad, un solo cuerpo en cuyo interior latían dos corazones, y se acercaban cada vez más a su presa, que gemía como si ya estuviera herida. Iban a acabar con la Bestia, debían matarla. Su boca llena de colmillos se abrió, sus garras estaban listas para despedazar. Entonces llegaron al acantilado, y por fin vieron a la criatura a la cual estaban persiguiendo.

—¡¿Elizabeth?! —pensaron al mismo tiempo. La hermosa albina los miraba con ojos desorbitados de miedo. Y al momento siguiente, sonreía. Solo que ya no era ella.

La mujer frente a ellos parecía mayor, más voluptuosa y alta. Sonrió de forma macabra y, antes de poder detenerla, les lanzó algo, una fuerza invisible que los hizo retorcerse de dolor. Fue hasta entonces que sus mentes se separaron. Zeldris se convulsionó mientras veía flashes de lo que había pasado durante la batalla en el Consejo de Ancianos. Sus dientes mordiendo, sus garras destrozando. Quería sangre, la de su hermano y hermana, y volvió a caer en la inconsciencia mientras era rodeado por oscuridad. El suplicio de Gelda duró aún más. Sus huesos se rompían y su piel se abría mientras se iba transformando en otra cosa.


*

Se despertó tan de golpe que por un segundo no supo si aún seguía dormida. El corazón le latía con fuerza y tenía los ojos como platos, pero todo estaba en silencio, y la cálida luz de la mañana colándose por su ventana le indicó que había vuelto a la realidad. Suspirando de alivio, la rubia se levantó y fue a lavar su cara y dientes. Qué sueño tan raro había tenido. Partes de él ya se estaban perdiendo, pero le daba la sensación de que nunca había vivido algo tan horroroso, ni siquiera cuando la Bestia la mordió. Fue a la cocina, tomó un vaso de leche, y se puso a calentar su desayuno mientras hacía algunos ejercicios.

Bostezó mientras se estiraba con gracia, feliz de sentirse tan bien. Entonces recordó que no era posible sentirse así, y el pánico subió nuevamente por su cuerpo mientras apagaba la estufa. ¿Qué había pasado con sus heridas? Corriendo de regreso al baño, Gelda se desvistió a toda prisa y se sacó las vendas para contemplar algo que no supo si era un milagro o el anuncio de algo terrible. Habían desaparecido. No tenía nada en el hombro, e incluso los puntos se habían botado, dejando la piel tan lisa como si nunca hubiera sido mordida.

Deslizó la mano por su suave palidez, indecisa de si sentirse feliz o asustada y, al final, decidió no permitirse sentir nada en absoluto. Recurriendo a su entrenamiento de cazador, guardó todas sus emociones y se concentró en ver las cosas objetivamente. No tenía idea de lo que pasaba, pero si había alguien que se lo podía explicar, esa definitivamente era "Luna Elizabeth". Colocando de nuevo las vendas en el hombro sano, se preparó para enfrentar el día y aguardar la llegada de Zeldris. Le urgía que se diera esa junta.


La casa se siente tan vacía sin ella. Cuando le dije a Meliodas que quería que volviéramos, no pensé que encontraría las cosas así. El lugar está impecable, todo guardado y bien puesto como si fuera una exhibición, pero ella ya no está, y en su lugar solo encontré una carta pidiéndome disculpas. También me dejó unos papeles para hacerme traspaso de la propiedad. Aún no tengo edad para eso, así que he convencido a papá para que vuelva a la ciudad con excusa de realizar los trámites. Me alegra tenerlo a salvo, y a mis hermanas, y me alivia saber que pese a todo Merlín me sigue considerando su familia. Pero estoy triste, y solo la sólida presencia de mi mate me impide sentarme en la sala a llorar.

—Ya casi están aquí —Me dice amablemente, como si no quisiera interrumpir mi proceso emocional—. ¿Quieres que te ayude a preparar algo? —Solo él sabe exactamente cómo hacerme sentir mejor. Quiere que vuelva a la cocina, porque sabe que ese lugar es mi refugio. No la he usado desde que leí la carta, y me siento un poco culpable por gastar los recursos de una casa que aún no siento como mía. Pero lo es y, antes de pensarlo más, tomo su mano en dirección al cuarto donde nuestra amistad empezó.

—¿Crees que les guste el sándwich de cordero? —Mi rubio se relame ante la sola mención, y yo me rió, feliz de ver que la idea le complace. Trabajamos en silencio, uno cálido y amable, y cuando termino de presentarlo todo en bandeja, siento como se me acerca por la espalda y abraza mi cintura.

—Está bien extrañarla, Ellie. Solo no dejes que eso te deprima.

—No, no podría deprimirme. Te tengo a ti —Me besa el hombro—. Y además, no tengo tiempo para eso. Tenemos cosas importantes que hacer.

—Sí, tienes razón —dice dando una pequeña mordida en mi cicatriz de marcaje—. Están aquí.

—Hazlos pasar hasta acá, por favor —Hace una expresión confundida, y yo le sonrío antes de imprimir un beso en su mejilla—. En la cocina es donde soy más fuerte. Hoy necesito ser tan fuerte como pueda.

—Sí, mi Luna. —responde con respeto, y por primera vez desde que me llama así, me la creo. Nos separamos al mismo tiempo que nuestros invitados llegan hasta la puerta y tocan el timbre.


*

—No lo sé, Ellie —dice Ross, quien no ha vuelto a llamarme "ratoncita"ni una vez—. A mi padre no le va a gustar eso de la "cooperación". Ya es un milagro que nos deje reunirnos aquí los siete solos como para...

—Somos ocho, lobo estúpido —lo corta de modo grosero el joven rubio sentado en mi lado opuesto de la barra—. Nueve contando a esa chica. ¿Cierto, linda?

—Es Elizabeth —regaño a mi invitado inesperado—. O "señorita", para tí. Vas a tener respeto en mi casa, o dejarás esta reunión. —El chico abre los ojos con sorpresa al ver mi expresión feroz, y me alegra ver que he sido convincente, pues baja la mirada y se encorva, por fin aparentando el chico de secundaria que es.

—Disculpen a mi hermano —dice Gelda dando un golpe con la mano sana al último miembro de nuestra junta—. Orlondi es un sabelotodo, pero es un buen chico una vez que lo conoces. Obedecerá lo que digas.

—De acuerdo. —digo con firmeza, y ambas intercambiamos miradas cómplices mientras el resto del equipo se ríe con disimulo. Me alegra que, pese a todo, por fin puedo tener a mi manada conmigo.

Diane está a mi izquierda y Meliodas a mi derecha, los dos de pie resguardándome. Me alegra mucho que volvamos a estar juntos, no podría ser de otra forma cuando estamos por enfrentar algo tan grande. Zeldris y Estarossa están apoyados en el muro, mirándonos con atención, y Elaine, King, Gelda y Orlondi están sentados alrededor de la barra donde preparé los sándwiches. Los hermanos de mis amigas están aquí por razones muy diferentes. A King yo lo llamé, necesito su ayuda para llevar a cabo cierta parte de mi plan. Orlondi vino para apoyar a su hermana, y también para ser un segundo representante de los cazadores conmigo. No necesito ninguna intuición de bruja para saberlo. Es probable que esté aquí por algo más, pero ya no tengo nada que ocultar, y de verdad necesito que los cazadores confíen en mí y en lo que quiero hacer.

—Volviendo al tema, sé que será difícil, pero es indispensable tener el apoyo de la comunidad entera. No podemos hacerlo solo con miembros de la manada.

—Bueno —insiste mi cuñado con expresión de incomodidad—, pero si ibas a traer cazadores y brujas, la reunión bien pudo ser en la finca, ¿no? Con adultos y todo.

—El traidor probablemente esté en la finca, Ross —apunta sabiamente mi mate—. Solo podemos confiar en los que están presentes. Además, los sabios y cazadores verían mal que nos reunamos en terreno de lobos. Este punto es más neutral... y también, más tranquilo.

—Y que lo digas —interviene mi amiga de coletas—. Todo se ha vuelto una locura en casa desde que Meliodas casi recupera su poder de alfa. Los jóvenes quieren que vuelva para convertirse en nuestro líder.

—No soy un alfa, Diane —La mirada que le dedica Elaine me hace pensar en Ban—. Y aunque lo fuera, el mediador lo dejó claro: todos los líderes deben respetar las decisiones de Elizabeth. Por eso estamos aquí. Ustedes serán los voceros de lo que ella tiene que decir.

—Lo que nos lleva a la propuesta que les quiero hacer. Creo que saben cuál es: debemos cazar a la Bestia antes de la siguiente luna llena, o su poder será demasiado para detenerla. —Un denso silencio se hace tras mis palabras y, aunque sé que en otras circunstancias lo que digo parecería imposible, por primera vez en la historia de Black Valley, todos están dispuestos a intentar de verdad.

—Bien —dice Orlondi en un tono más amable—. Supongamos que estamos de acuerdo en cooperar. Ya se ha hecho antes, ¿qué es lo que haría que esta vez tuviéramos éxito?

—Que ahora la tenemos a ella —Meliodas me toma del hombro mientras los mira de forma intimidante, y me ruborizo un poco pese a que sé que no lo dice de manera romántica—. Su poder podría ser lo que incline la balanza a nuestro favor.

—¿Cuál poder? —pregunta Elaine con ojos brillantes—. ¿Qué descubriste, Ellie? —Y por primera vez desde que llegué aquí, confieso lo que soy y lo que mis sueños y visiones me han revelado.

—Estoy segura de que la Bestia es parte lobo. Y si es así... creo que puedo obligarlo a transformarse. —Más silencio. El sonido de una ambulancia. Y todos se ponen de pie al comprender lo que digo.

—¡¿Cómo?! —gritan, y yo les cuento los cabos atados a partir de la información reunida. Todo apunta a que la Bestia tiene alguna clase de conciencia, pues elige a sus víctimas y oculta su rastro a los cazadores. Igual que un verdadero licantropo. Al cotejar todas las versiones sobre la maldición, queda claro que el único ser al que ha respondido fue Rhiannon Goddess, que a su vez fue luna de la manada. Si a eso le sumamos la aterradora influencia que ejerce en la mente de otros lobos, creo que la respuesta al misterio queda clara.

—¡El monstruo es algún tipo de alfa! —proclama Orlondi—. Eso explica porqué nuestras armas le hacen tan poco daño, y por qué sí funcionan parcialmente las barreras mágicas. —Entonces el rubio empalidece de golpe, y mira a su hermana de una forma que me da escalofríos. ¡¿Acaso insinúa que...?!

—No es un alfa —dice Meliodas antes de que sospeche más de ella—, más bien, es un híbrido. No se ha visto nunca que su mordida transforme a nadie. Pero en la ley de los lobos, aquel que es más fuerte puede gobernar sobre los otros. Ban puede hacernos transformar si se concentra lo suficiente, y mi padre también. Con un poder tan colosal, ¿por qué la Bestia no podría?

—Volvamos a la parte interesante —corta Zeldris, inquietantemente pálido—. ¿Dices que puedes obligarlo a transformarse? —Mel y yo nos miramos un instante, él asiente, y toma mi mano mientras me pongo de pie.

—Estamos por averiguarlo.


Gelda sudaba frío mientras tomaba asiento en el sofá. ¿Era posible que lo que la había mordido fuera un alfa? Lo que dijo Meliodas sobre la Bestia era cierto, pero lo vivido esa mañana le hacía tener dudas. Los cazadores conocían bien el proceso de transformación tras una mordida de hombre lobo. Dependiendo de la fuerza de la persona infectada, ocurría más o menos rápido. También influía la cercanía de la luna llena, pero los síntomas siempre eran los mismos: la curación se aceleraba, los sentidos se agudizaban, el impulso violento crecía, y todo culminaba con una dolorosa e inevitable metamorfosis. Justo como la que ella tuvo en su sueño. La herida en su hombro había desaparecido, ¿sería posible que aquello fuera super curación?

—¿Y por qué soy el único que debe estar desnudo? —Se quejó Estarossa en medio de la sala, y fue hasta entonces que la pobre tomó conciencia de que tenía en frente a un chico musculoso tapándose con una sábana.

—Porque no queremos que destroces tu ropa si la transformación tiene éxito. —Lo regañó su hermano, y pese a su aturdimiento y nerviosismo, Gelda no pudo evitar reír. Entonces volteó a ver al menor de los Demon, y la sonrisa se le borró al ver que está aún más pálido que ella. Parecía ido. Apenas se movía mientras veía como Elizabeth se concentraba, y pareció que se iba a desmayar en cuanto ella se puso de pie.

—Estoy lista.

—Bien. —confirmó su mate, y todos enmudecieron mientras él también retrocedía.

La albina cerró los ojos, inhalando de manera profunda. Entonces las luces de la casa parpadearon y, cuando volvió a abrirlos, sus pupilas eran un par de lunas. Lentamente cada uno de sus cabellos se fue iluminando desde la raíz hasta la punta y, al terminar su transformación, todos quedaron sobrecogidos. Miró al joven licántropo sin parpadear, logrando con esto que quedara petrificado. Levantó sus brazos hacia él como si fuera a abrazarlo y, por dos segundos, nada pasó. Un silencio inquietante, el minuto más largo del mundo. Entonces la piel del albino se erizó visiblemente, y cayó de rodillas mientras Elizabeth sonreía ligeramente.

—¡Raaaaagh! —gritó Estarossa de forma estrangulada, y acto seguido sus garras y colmillos se desplegaron. Al final sí que había servido la sábana, pues logró ocultar de los impresionados ojos de Gelda el momento en que sus huesos se rompían para cambiar de forma. La cara se alargó, la espalda se arqueó, sus manos y pies se estiraron hasta formar patas, y en menos de tres minutos tenían a un gran lobo plateado completamente transformado jadeando sobre la alfombra.

—Bien —sonrió el ojiverde mirando fascinado a su hermano—. Muy bien.

La respuesta del lobo fue gruñir y, por un instante que fue tan aterrador como angustioso, pareció que Estarossa había perdido su humanidad del todo y estaba a punto de atacar. Entonces ella intervino de nuevo. Extendió una mano hacia su hocico, acariciándolo con ternura como agradecimiento por haber obedecido. No solo logró calmarlo sino que, domado por completo, el lobo apoyó la cabeza en sus piernas.

—Vamos con lo complicado. Elizabeth, haz que vuelva a ser hombre. —dijo el rubio con una nota de celos en la voz, y ella se separó del animal para mirarlo y centrar en él cada gramo de su concentración.

Se veía que le estaba resultando más difícil de lo previsto. Gotas de sudor caían de su frente, las manos le temblaban, pero no lograba hacer que el chico se transformara, y el lobo no parecía estar consciente de que también era parte humano. Volvió a cerrar sus ojos, obligándose a calmar su propia respiración, y cuando un hilillo de sangre le corrió por la nariz, su mate la tomó del hombro para obligarla a detenerse.

—Ya está bien, Ellie —soltó mientras trataba de apartarla—. Tal vez fue mucho de una sola vez.

—No. Puedo hacerlo. Sé que puedo. —Un segundo de inseguridad, y de nuevo se apartó para dejarla terminar su trabajo.

Otra inhalación, un segundo para relajarse, y al instante siguiente estaba concentrando tanta energía en ello que estremeció la casa. Las lunas de sus ojos pasaron a un color casi dorado, sus cabellos se elevaron flotando a su alrededor, las ventanas y lámparas vibraron por un instante. Y al siguiente, la figura del lobo plateado se encogió hasta adoptar la del muchacho que todos conocían. Estarossa se quedó ahí, jadeando en el suelo con los ojos dilatados, y Meliodas tuvo que atrapar a Elizabeth, que cayó entre sus brazos completamente agotada pero con una sonrisa de satisfacción. El primero en levantarse tras el éxito del experimento fue Orlondi.

—Díganos su plan, señorita —dijo poniéndose en firmes y saludando al estilo militar con una gran sonrisa—. Los cazadores estamos listos para poner nuestras armas a su servicio.

*

Tras varias horas de logística y armar el documento que se daría a los líderes de los clanes, todos se separaron en diferentes direcciones para dar noticia de lo acordado al bando que representaban. Todos, menos Zeldris y Gelda, que se habían excusado diciendo que ella necesitaba descansar, y se habían ido juntos en plena noche. El camino en taxi fue bastante silencioso, y cada uno miraba por la ventana como si el pacífico paisaje del pueblo que veían en realidad fuera un mar embravecido a punto de ahogarlos.

No se había atrevido a decirle lo que le pasaba. Gelda había quedado tan perturbada por la transformación de Estarossa que no se atrevió a sacar el tema con Elizabeth, y menos con Orlondi ahí presente. ¿El clan de cazadores ya sospechaba de su mordida y lo habían enviado a vigilarla? ¿O simplemente estaba ahí porque ya no confiaban en su lealtad? Cualquiera de las dos perspectivas pesaba como plomo en sus tobillos, pero igual no eran tan aterradoras como la creciente posibilidad de que estuviera infectada de licantropía.

Zeldris estaba igual de lúgubre, aunque por motivos diferentes. Lo que había visto hacer a Elizabeth podía ser lo que necesitaba para confirmar sus sospechas. Pero, ¿y si eran ciertas? Llegaron al edificio de departamentos con la sensación de que estaban entrando a una jaula, y descendieron del auto tan lentamente como si los estuvieran forzando a entrar a una prisión. No dijeron nada mientras pasaban al guardia y subían por el elevador. Entonces llegaron a su puerta, y fue cuando el lobo tomó su decisión.

—Gelda, tengo que hablar contigo. —Una gota de sudor se deslizó por su cuello y, por un segundo, su entrenamiento de años la regresó a esa etapa de su vida donde consideraba a cualquier lobo un enemigo. Podía noquearlo. Podía apuñalarlo con la daga de su zapato y luego huir, tenía varias inyecciones mortales de wolfsbane dentro de la casa. Entonces miró sus ojos, y de inmediato se avergonzó de haber pensado así.

—Claro —dijo insegura—. ¿Quieres entrar? —Él no respondió. Simplemente se hizo para atrás mientras ella abría, y la siguió dócilmente con la confianza de quien se sabe a salvo en un lugar. Era su amigo. No tenía por qué sentir miedo de él. Al menos, no más de lo que se temía a sí misma. Siguieron avanzando hasta llegar al enorme ventanal de su sala y, por alguna razón, ninguno quiso prender la luz. Algo extraño estaba pasando. La silueta del moreno recortada por la tenue iluminación de la luna la hipnotizó de una forma que no sabía explicar y, cuando no podía haber más tensión entre los dos, ella por fin habló—. ¿Zeldris?

—Tengo que pedirte algo —susurró el moreno en un tono que le dio escalofríos—. Eres una de las cazadoras más fuertes que he conocido. Sobreviviste a la Bestia, crees en el código, y apoyas la causa de Elizabeth.

—Sí —dijo ella con inseguridad acercándose a él—. Pero, ¿por qué lo dices? ¿Qué quieres que haga?

—Debes saber que jamás he tenido auténtica intención de lastimarte. Nunca.

—Zeldris, me estás asustando. —No pudo evitarlo. Se fue acercando lentamente al cajón donde tenía su arma, y puso la mano sobre la perilla cuando el pelinegro se giró a mirarla—. ¿Qué pasa?

—Gelda, creo... pienso que yo podría ser la Bestia. —El vacío entre ellos se cargó de electricidad mientras cada uno asimilaba esas palabras y, al hacerlo, Gelda sintió bullir en su interior tal cantidad de emociones que no hubo forma de que su entrenamiento sirviera.

—¿Cómo lo sabes?

—Tuve un sueño. Una pesadilla, de hecho. Miraba la batalla del concejo desde los ojos del monstruo, y deseaba la sangre de Meliodas y Elizabeth. —Una mezcla de suspiro y risa salió de los labios de la rubia, que soltó el cajón mientras se enderezaba.

—Pero Zel, fue un sueño. Eso es todo lo que fue, no prueba nada.

—No es todo —dijo cortándola, y entonces la confesión comenzó a salir a borbotones—. La puerta, la que me tocaba custodiar. Todos pensamos que había sido abierta por un traidor pero, ¿qué tal si fui yo quien la abrió? No tengo recuerdos de lo que hacía momentos antes del ataque. Y así ha sido desde el primero.

—La Bestia puede confundir a los lobos. No eres el único al que le ha pasado, ¿entonces por qué tú...?

—Hay una cosa más que me hace pensarlo —Parecía torturado, y tan asustado que le rompió el corazón—. Recuerdo haber llegado al hospital herido, pero esta mañana desperté sin ninguna marca de lo que pasó. Es imposible que haya sanado tan rápido, aún con mi capacidad. —Silencio, el sonido de sus latidos martillando en sus oídos, y en cuanto Gelda asimiló que les había pasado lo mismo, se atrevió a contestar.

—Entonces... ¿Dices que podrías ser la Bestia sin saberlo? ¿Como si estuvieras poseído o algo así?

—Sí —contestó en un jadeo, y acto seguido puso cada gramo de su energía en recuperar su autocontrol—. Sé que puede parecer que esta evidencia no es suficiente, y tal vez solo estoy siendo paranoico. Pero si no es así, si en verdad existe la posibilidad que el monstruo sea yo...

—Todos están en peligro.

—¡Exacto! ¿Lo comprendes ahora? —El angustiado moreno parecía casi feliz de ser entendido—. Escuché los planes de Elizabeth, tengo el rastro de todos, sé lo que cada uno es capaz de hacer. Si el monstruo estaba escuchando desde mi interior, la próxima cacería no será eso, sino una masacre. Gelda, sé que es egoísta de mi parte involucrarte. Te estoy poniendo en peligro solo por contarte, pero no sabía a quién más recurrir. Solo tú podrías hacer esto por mí. —Entonces ella por fin entendió lo que pedía.

—Quieres que te vigile para ver si eres el monstruo.

—Y que me mates si lo soy. —Una tristeza que no había sentido nunca se apoderó de ella, y mientras miraba el abismo de la tragedia abrirse ante sus pies, al mismo tiempo, comenzó a sentirse insoportablemente feliz.

¿Tanto confiaba en ella que acababa de entregarle su vida? Pero eso no era todo. Si él era el monstruo, eso querría decir que su mordida no era de un alfa. Entonces no se transformaría, y la asombrosa curación que había recibido podía deberse a la necesidad inconsciente de Zeldris de protegerla. La había salvado. Y seguía haciéndolo al entregarse voluntariamente. A pesar de saber que frente a ella podía tener a la Bestia, se vio deseando que lo fuera, y dispuesta a protegerlo aún si con eso traicionaba a los demás.

—Quédate —susurró, fascinada por él—. Quédate esta noche conmigo.

—Sólo si prometes matarme a la más mínima señal de cambio. Gelda, debes prometerlo.

—Lo prometo —dijo acercándose tanto que sus alientos se mezclaron—. Te lo prometo.

—Gracias —continuó él con un nudo en la garganta—. Muchas gracias, Gel... ¡Hmm!

Tal vez se debió al miedo, tal vez se debió a la adrenalina. Tal vez ya se había enamorado demasiado, pero lo cierto es que decidió que ya no quería contenerse más. Selló los labios del lobo con su boca, y dio inicio a un beso desenfrenado con el que estaba buscando su alma. A él le tomó dos segundos más entender lo que pasaba, pero en cuanto lo hizo, le correspondió. Sus manos eran algo torpes y tanteaba a ciegas, pero al mismo tiempo era tremendamente gentiles, y tocaba cada rincón que podía lejos del hombro para no lastimarla. Sus lenguas se entrelazaron en una caricia húmeda, y cuando le clavó sus garras en la curva de su nalga, ella supo que no había marcha atrás.

—¡Zeldris! —Lo sentó de un empujón en el sofá, se puso en su regazo con las piernas abiertas, y empezó a desnudarlo mientras lo devoraba a besos. No podían detenerse, sus mentes habían dejado de funcionar. Era como si estuvieran en celo, y en lo único que podían pensar era estar dentro del otro. Él desgarró la entrepierna de sus pantalones, ella le bajó el cierre con todo e interiores. Siguieron acariciando hasta que el calor se volvió insoportable, y cuando aquella fiebre por fin los llevó al límite de su deseo, ella absorbió cada centímetro de él. Rugieron a la vez poseídos por el otro. Y acto seguido, la que se volvió un demonio fue ella.

Mordió su labio hasta hacerlo sangrar, le pegó una cachetada que lo dejó tendido en el sofá. Luego se puso a montarlo sin piedad, las manos en su garganta para inmovilizarlo mientras se empalaba una y otra vez en su miembro. Sus piernas temblaban, sus pechos enrojecían por la violencia con que los apretaba, y en algún punto del encuentro, el lobo logró apoyar los talones en el reposabrazos para levantar las caderas. Ella bajaba, él subía, y en el choque de sus cuerpos ninguno sentía que estuvieran lo suficientemente profundo dentro del otro. El vaivén se volvió frenético, y cuando sintieron sus pieles incendiarse a pesar de estar cubiertos en el rocío de su sudor, ella por fin llegó al éxtasis y lo arrastró en un orgasmo que no parecía acabarse.

Se dejó caer sobre él, aturdida y somnolienta tras la experiencia más intensa de su vida, y apoyó la oreja en su pecho, complaciéndose con el firme palpitar de su corazón. Iba al mismo ritmo que el de ella. Verlo en la penumbra boqueando por aire, con las mejillas sonrosadas y los ojos cerrados la hizo sentirse como si fuera una loba, y no pudo evitar reírse por lo irónico que resultaba ese pensamiento. Calló en cuanto sintió sus brazos rodearla de manera protectora, abrazándola en silencio mientras su respiración se calmaba.

—Gracias. —dijo él de nuevo, y no necesitó ver para saber que estaba llorando. Volvió a besarlo, tragándose sus sollozos mientras acariciaba sus cabellos y se enredaba como la hiedra a su alrededor.

—Gracias a ti. —susurró en su oído. Y al segundo siguiente ambos estaban dormidos. 


***

Chan chan chaaaaaaan 0_0 La intriga, el drama, ¡el lemon! Ellie cada vez más controla mejor sus poderes, y esta será la primera vez que el pueblo tome la ofensiva contra la Bestia desde que llegó. La cosa va a ponerse intensa ^u^ ¿Qué opinan del regreso de toda la banda? ¿Y de la aparición de Orlondi? Estaba indecisa entre ponerlo a él o a Ren, pero al final pensé que él era más conocido, y que lo importante era apuntar a la desconfianza creciente de los cazadores hacia Gelda. Aunque ya hay un plan, las cosas no serán fáciles, y este rey y reina en las sombras están por enfrentar una de las subtramas más oscuras y apasionadas de mi obra <3 Fufufu. Bueno, eso sería todo por ahora, pero antes de despedirnos, ¿qué les parece un secreto de esta historia? ¿Sabían que... la Bestia en efecto es un hombre lobo? *w* ¡Nop! No me pregunten más. Solo les diré que el culpable está entre los personajes que ya hemos visto, y la próxima semana, cuando se dé la cacería, por fin descubriremos la verdad 0w0

Les mando un beso, un abrazo y, si las diosas lo quieren, nos vemos la próxima semana para más. 



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