30 La culpa de la bruja
Hola a todos, aquí Coco quien, a pesar de estar en plena faena de fin de semestre, se inspiró tanto en el capítulo de hoy que incluso rebasó las diez páginas *w* ¡Sé que les va a encantar! No pensaba que saldría tanto, pero es que casi se escribió sólo, y tiene un poco de todo, drama, romance, comedia y hasta terror 0.0 ¿No me creen? Entonces vayamos a leer, que hoy por fin conocerémos la versión de la manada sobre lo que pasó hace 300 años ^u^ Posdata: para aquellos que son fans de esta historia, les tengo una buena noticia. OMEGA seguirá siendo obra fija incluso en las vacaciones de invierno. No pienso soltarla hasta que por fin la terminemos, ¡muchas gracias por su apoyo!
***
Un viento frío meció sus cabellos castaños y elevó las hojas doradas por el otoño mientras veía hacia la carretera. Sus lágrimas, dejando un rastro húmedo sobre su piel, marcaron surcos helados que ella no se molestó en limpiar. Entonces sintió cómo King le colocaba una manta sobre la espalda, y ambos intentaron sonreír sin mucho éxito, para después clavar la vista de nuevo en el camino.
—Ya casi están aquí. —susurró él con voz etérea, y fue hasta entonces que ella limpió su rostro.
—¿Por qué, King? ¿Por qué no me dejan verla? —Lo único que su novio pudo hacer para consolarla fue colocar las manos sobre sus hombros—. Elizabeth es mi amiga. Estoy segura de que, si el Alfa Felec me lo permitiera, yo podría hacer un papel mucho mejor que Estarossa o Zeldris para protegerla.
—Lo sé. Pero es precisamente por eso que te apartaron de ella. Tal vez temen que, si las cosas se ponen mal, la ayudes a escapar o la ocultes de ellos —La chica de coletas no contestó, y eso fue suficiente para que King comprendiera que le estaba dando la razón—. Tranquila. Todo terminará pronto.
—No digas eso —reclamó mientras giraba en sus brazos—. No lo digas en ese tono. Suena terrible, como si creyeras que perderá, o que va a... —No pudo terminar la frase. El frío del aire había pasado a los ojos miel de su pareja, y eso la hizo temblar aún más que la temperatura del ambiente, que bajaba a momentos—. Lo logrará. Ellie va a salir de esto, se volverá un miembro oficial de la manada. Y yo atraparé su ramo cuando se case con Meliodas. —Aquel valor y optimismo logró hacer que el hielo en la expresión de él se derritiera, y esta vez, la sonrisa le salió mucho mejor.
—Sí, tienes razón. Aún no está dicho nada —Entonces el sonido de unas llantas sobre el camino de tierra interrumpió su charla, y ambos voltearon para ver cómo un grupo de camionetas aparecía en el borde del terreno—. Llegaron.
Lentamente, con la ominosidad que anuncia la muerte, los vehículos negros se estacionaron junto al campo de lavandas, y el grupo de personas que bajó caminó con paso suave hacia la vieja propiedad Fairy. Un hombre delgado y pelirrojo, uno musculoso de largo pelo castaño. Dos de los miembros más importantes del consejo de ancianos habían llegado a Black Valley, y el juicio por brujería se volvió aún más real.
—Hola, querido.
—Tío. —Saludó secamente King, y acto seguido se hizo a un lado para dejar que Gloxinia entrara a la casa. Diane no le dijo nada al hombre con un parche en el ojo. Sólo se inclinó un poco, le extendió un sobre a su antiguo alfa, y en cuanto él asintió en reconocimiento, Diane salió corriendo hacia el bosque para aullar. Y con esa señal, la cuenta regresiva hasta el juicio comenzaba.
*
—Mmm... ¡Nhg! —Apenas podía creer que Meliodas hubiera logrado aquello. Habían estado vigilados por días, los muchachos no se despegaban de ellos ni para comer o dormir. Era la primera vez en mucho tiempo que podían estar a solas, y la locación que su lobo había elegido para su encuentro no era nada menos que espectacular—. ¡Aaaah! —gimió cuando la embistió nuevamente, pero el sonido no se escuchó, tragado por el rugir del agua que caía a un par de metros.
—Meliodas... —suplicó a través del lazo del mate, y eso él sí lo escuchó claramente, pues su respuesta fue alzar sus caderas mientras ella se dejaba caer encima suyo—. Te amo. Tócame más. —El rubio obedeció llevando las dos manos a sus pechos, y apretó, clavándole ligeramente las garras mientras echaba la cabeza atrás en un gesto de absoluto deleite. Estaban ocultos en la pequeña cueva detrás de la cascada, desnudos, pero ni siquiera la fría brisa que empapaba sus cuerpos podía apagar el calor que ardía dentro de ellos.
—Ellie... —gimió el lobo con la voz y con la mente—. Más rápido. ¡Cabalga sobre mí!
—¡Sí! —gritó la albina, y se dejó ir en un frenesí, empalándose una y otra vez en su miembro mientras sentía, al mismo tiempo, como si se ahogara o se incendiara dulcemente. Sus entrañas se contraían alrededor de él, que palpitaba y empujaba con fuerza hacia su lugar más profundo. Estaban locos de pasión el uno por el otro, y copulaban con desenfreno aprovechando cada segundo del poco tiempo que sabían que tenían. Entonces llegó el momento.
Cambiando de lugares, Meliodas volvió a asumir el rol dominante, y la embistió de tal manera que la hizo dejar de pensar. Garras, colmillos, ojos brillantes y labios curvados. Elizabeth se dejó devorar por el lobo tan feliz que ni siquiera la perspectiva de lo que vendría después le molestaba. Entonces la inundó por completo, desbordándola de blanco, de amor, y de una ola de placer que no remitió ni siquiera cuando finalmente se separó de ella. Cuando su alma por fin volvió a la tierra, lo primero que vio fue a su amado extendiéndole su mano con una sonrisa y el cuerpo a media transformación.
—¿Lista? —Un majestuoso rayo de sol se manifestó justo en ese momento, convirtiendo la cortina de agua tras la que estaban en un arcoíris mientras reía sin control y se aferraba a él. Le echó los brazos al cuello, rodeó su cadera con las piernas, y gritó fuerte, muy fuerte, mientras se lanzaban a través de la cascada, de vuelta al bosque y al reto que debían enfrentar.
*
—Delicioso. —murmuró Elizabeth con una taza de chocolate en las manos, abrigada bajo una manta y sentada en un tronco junto a la fogata que su novio había prendido. Ambos llevaban gruesos suéteres de lana, y la albina quedó francamente sorprendida de que a ninguno de los dos le hubiera afectado el frío mientras tenían su encuentro secreto. El otoño se iba rápidamente, y un invierno anticipado los visitaba amenazando con hacer de ese tipo de aventuras algo prohibido.
—¿Mejor?
—Mucho, gracias. —La albina palmeo el sitio a su lado y, al segundo siguiente, Meliodas estaba ahí. Un abrazo por la cintura, un beso en su mejilla, y el calor que sintió con su gesto fue más maravilloso que el del sol, la fogata o el chocolate juntos.
—Perdón por obligarte a hacer algo tan loco. Era la única forma de que no nos olieran, y también, para que no se pudieran escuchar nuestros gritos. Llevaba aguantando mucho y...
—Descuida —Mirándolo con ternura, se acercó para besar su rostro de la misma forma que había hecho él—. Fue emocionante y divertido. Además, este lugar es especial por otro motivo —Una sonrisa cómplice se imprimió en los labios del lobo y, pese a que ella ya llevaba el collar de protección, no necesitaron del lazo del mate para saber lo que pensaba el otro—. Es aquí, ¿cierto? Este es el lugar a donde me trajiste en aquella ocasión, cuando tratamos de huir de la manada. El día que te transformaste ante mí por primera vez y me llevaste en tu espalda.
—Sí —contestó abrazándola más fuerte y restregándose contra su hombro—. Nos perseguían, querían atraparnos para juzgarte y castigarnos a ambos. Creo que la situación no ha cambiado mucho desde entonces.
—Oh, Mel...
—No te preocupes —Otro beso, esta vez en los labios, y al terminar ambos suspiraron mientras veían el fuego—. Te traje aquí para recordarte que ahora, como entonces, yo siempre estaré de tu lado. Te protegeré pase lo que pase —Dedicaron el silencio que siguió sólo a abrazarse, escuchar el crepitar de la leña, y dejarse envolver por los misteriosos susurros del bosque que los rodeaba. Entonces, justo cuando Elizabeth comenzaba a sentirse somnolienta, Meliodas se levantó y miró con atención un grupo de pinos cercano—. Llegaron.
Y tenía razón. Súbitamente, con pasos tan suaves que apenas se oían, aparecieron dos lobos enormes con ojos verdes idénticos a los de su novio. Uno negro como el carbón, otro gris platinado, la albina tuvo que apartar la mirada cuando ambos recobraron sus formas humanas y se acercaron a ellos solicitando sus ropas.
—Zel estaba en lo correcto —dijo Estarossa ya con los pantalones puestos—. La vieja está loca, y es verdaderamente escalofriante.
—La tía Kimara no está loca —replicó el otro poniéndose un suéter tan negro como su pelaje—. Además, yo no dije "escalofriante", sino "extravagante", que es distinto.
—Zeldris —interrumpió Meliodas con un tono ligeramente impaciente—. ¿Es cierto? ¿La tía abuela tiene la información que buscamos? —Un largo suspiro dejó los labios del más joven, quien se masajeó la nuca mientras los veía con gesto preocupado.
—Sí, definitivamente. Es la guardiana de nuestras crónicas, y guarda archivos de todo tipo desde el Alfa Regulus hasta Ban. Parece ser muy meticulosa en su trabajo.
—Más bien, quisquillosa. Esa anciana es una maniática, una fanática de la historia familiar. Y además, parece odiar a cualquier persona que no sea de la manada. —El albino dedicó una mirada significativa a Elizabeth, y el rubio se interpuso entre él y su mujer.
—Ella "es" de la manada —enfatizó sujetándola de la mano—. Es mi mate. Además, recuerdo que cuando era pequeño la tía solía adorarme, ¿no creen que haga una excepción a su exclusivismo?
—No lo creo. Además, hasta donde sé, tú aún sigues siendo un omega. Técnicamente tampoco perteneces.
—Ross —le reclamó el pelinegro—. Corta ya con eso. Hermano, creo que nuestra mejor oportunidad es que te presentes con ella bajo tu forma de lobo y la introduzcas como tu pareja. Tendrás que ser tú el que hable, y tendrás que decirle a la tía que planeas recuperar tu lugar de alfa. Si le dices que quieres saber del pasado para proteger a tu luna en el futuro, creo que ella se mostrará más dispuesta a ayudarlos.
—Tiene razón —remató el otro terminando de amarrar sus botas—. Tía Kimara no parece estar enterada de todo. Omitan cualquier cosa relacionada a sus ancestros o al juicio, y creo que las cosas podrían salir bien. También ayudaría si dejan de actuar como perros en celo, no querrán escandalizar a la pobre vieja —Cada uno de los presentes se ruborizó de golpe, y el peliplateado se regodeó, satisfecho con el efecto de su comentario mordaz—. ¿Qué? ¿Creían que no lo notaríamos?
—Tienes envidia —respondió el mayor frunciendo el ceño—. Lo cual me pareció divertido al principio, pero francamente ya me tienes harto —Acto seguido sujetó a Elizabeth por la espalda, apretó uno de sus pechos con fuerza, y lanzó las caderas contra su trasero sacándole un chillido que era tanto grito como gemido—. Es mía, Estarossa. Acostúmbrate. —Un chupetón en el cuello justo sobre la cicatriz de su marcaje, un último abrazo lleno de fuerza, y se separó de ella para desvestirse a toda velocidad. La joven quedó pasmada.
Puede que en lo técnico aún fuera un omega pero, ante los asombrados ojos de todos, Meliodas demostró tener el cuerpo de un alfa. Sus músculos se habían endurecido y tonificado, no tenía ni un gramo de grasa extra en su anatomía; sus poderosas piernas parecían pilares, y su expresión era tan feroz que incluso los hizo retroceder. Entonces su transformación comenzó, y el corazón de Elizabeth danzó como un tambor mientras lo contemplaba. Su pelaje dorado lo cubrió mientras adquiría su forma animal, que parecía más hermosa, magnífica y grande que nunca. No pudo evitarlo. En cuanto terminó, la chica se acercó y se restregó amorosamente contra él.
—Ash. —reclamó el hermano de en medio volteando los ojos mientras el menor se reía.
—Tú te lo buscaste. Ahora, Elizabeth, quítate el collar y monta —Ella obedeció de inmediato ayudada por Zeldris—. Abrázalo. Tienes que oler completamente a él para que la tía te acepte. Y por lo que más quieras, nada de magia mientras estemos allí. Puede que Kimara no haya cazado hace mucho, pero aún tiene colmillos.
No puedo evitarlo. Cierro los ojos mientras lo monto, aferrada a su pelaje, y reposo todo mi peso en él mientras lo siento avanzar a trote por el bosque. Su aroma salvaje e intenso me envuelve, su calor me cubre y me llena de bienestar. Y sé que debería darme pena que él sepa exactamente lo que siento pero, en realidad, ya no me importa. Es natural, fácil, correcto. El lazo del mate nos une de forma increíble y parece que, cada vez que me quito y me pongo el collar, se hace más fuerte.
No quiero volver a ponérmelo, no quiero separarme de él. Solo quiero que me tome y me lleve muy lejos, a donde pueda hacerme suya sin que tengamos miedo. Pero, ¿en verdad soy yo la que está pensando esto, o lo está haciendo él? Tal vez lo deseamos los dos, pero al final no importa, porque sabemos que tenemos que enfrentar nuestros problemas aquí y ahora. El juicio se acerca, yo aún no me hago una idea completa de lo que ocurre con la maldición, y ahora, estamos de camino a ver a una mujer que, de saber quien soy, probablemente me odiaría.
—Es ahí —señala Zel, que apunta con el dedo a un lugar entre los árboles que no identifico—. Esa pequeña cabaña con ladrillos rojos.
Qué ironía. Resulta que la casa de la tía abuela de Mel se parece más a una choza de bruja que la del profesor Ludociel. Respiro hondo, me abrazo con más fuerza a mi lobo, y asiento mientras nos acercamos y una figura femenina sale al umbral. Entiendo a qué se refería Zel con eso de que aún tiene colmillos. La mujer es robusta y corpulenta a pesar de ser mayor. Su cabello aún es bastante rubio, tiene cicatrices a ambos lados de su cara, y muestra una expresión tan feroz que por un momento siento que va a atacar. Entonces parece reconocernos, y su mueca cambia a una de dulzura tan rápido que no sé si es real.
—¡Mis muchachos! —dice abrazando con fuerza a Estarossa y Zeldris—. Sé que dijeron que traerían a su hermano a visitarme, pero no me imaginé que sería hoy mismo. Ven, querido, déjame verte. Muéstrale a tu tía lo que traes ahí. ¿Acaso será tu... mate? —La última palabra la dice mientras alza una ceja, y yo bajo la mirada, tratando de parecer lo más sumisa posible para no llamar la atención. Se acerca a nosotros con una postura extraña, inhala con fuerza, y contengo la respiración mientras se acerca a olerme el pelo—. ¿Qué es esto? —Oh, no. ¿Se habrá dado cuenta de algo? Tan rápido que apenas tengo tiempo de reaccionar, me baja y comienza a olfatearme por todas partes—. ¿Medio lobo?
—Parece que sí, tía —sonríe Zel para salvarme mientras Mel contiene un gruñido—. Su forma nunca se manifestó, pero ha hecho otros méritos para ayudar a su compañero.
—Sí... —dice la mujer, mirando complacida la poderosa figura de Meliodas—. Lo veo. Preciosa, ¿has hecho que mi terco sobrino nieto por fin siente cabeza?
—Lo intento, señora —respondo en lo que yo creo que es un tono amable—. Quiero ayudarlo a ser el mejor lobo y el mejor hombre posible.
—Bien dicho. Aunque es una pena que tú no seas una loba completa. Hummm... —rumia mientras me rodea analizándome concienzudamente. Entonces comienza a manosearme, y sólo la risa contenida de mis amigos me impide huir de lo que me hace—. Bueno, seguro lo podrás compensar. Tus caderas son anchas y fértiles, y esos pechos sólo pueden estar destinados a una buena madre. ¿Cuándo puedes quedar preñada para darme bisnietos?
—Yo... yo...
—Aún no cumple los dieciocho, abuela —sale a defenderme Meliodas mientras va adquiriendo forma humana—. No tendrá a mis cachorros hasta mucho después. Pero la he marcado, así que no te preocupes. Tarde o temprano pasará.
—¡¿De verdad?! —exclama la anciana, y por primera vez parece verdaderamente contenta. Acto seguido me agarra del cuello, me inclina, y baja mi escote buscando la marca de la mordida—. ¡Es cierto! Marcaje natural, a la antigua, una auténtica pareja bendecida por la Diosa Luna. Pasen, mis tesoros. Les prepararé unos aperitivos y bebidas calientes. —Entonces entro aferrada a mi novio desnudo, mientras mis cuñados se quedan en el porche riendo a carcajadas y la tía nos dedica una última mirada aprobatoria.
*
—Y eso es lo que ocurre, abuela —concluye Meliodas tras terminar su relato. Me sorprende sentir a través de nuestro lazo que considera lo que dijo verdadero y, aunque sé que muy en el fondo no quiere ser alfa, parece que ya no descarta esa posibilidad—. Si al final recupero mi lugar hereditario en la manada, Elizabeth podría estar en peligro. Ya ha habido otro ataque de la Bestia, y no deseo exponer más a mi Luna. Por favor, ayúdanos. —Las manos nudosas de la mujer tiemblan un poco, y sus ojos grandes y verdes nos contemplan compasivos. Nos mira con tanto cariño que no puedo creerlo. Parece que la devoción a la familia de la que habló Ross es real.
—Claro que sí, querido —dice acomodándose en su sofá—. Aunque no estoy segura qué piensas que puedo hacer.
—Háblanos de Regulus —responde de inmediato—. Tal vez, si entendemos lo que hizo, podremos entender porque la bruja lo maldijo de esa forma.
—Estás en un error, pequeño —contesta cortándole de golpe, y de pronto su voz tiene una nota de acero—. El mismo error que todos. Preciosa —Sus feroces ojos voltean a mirarme, y apenas contengo el escalofrío a punto de recorrerme—, ¿qué versión has escuchado tú de la maldición?
—Pues... —digo tratando de no tartamudear—, he escuchado... que el alfa Regulus le fue infiel a su mujer debido a que no pudo darle hijos. Luego ella falleció y, antes de morir, lanzó un conjuro para que ni él ni otro alfa pudieran emparejarse, no sin terminar matando a su mate o invocando a la Bestia.
—Error —dice ella en un susurro—. Todo eso es una mentira, mis niños —Nos mira a los cuatro con una expresión casi demente, y luego clava sus iris en mí, como si hubiera sido yo la que ha preguntado—. He tratado de corregir a nuestra gente para que cuenten la historia como es, pero al parecer, la versión que se mantiene es la de los pueblerinos. Regulus no hizo nada de lo que se le acusa, y simplemente... —Su expresión pasa del enojo a la tristeza, suspira, y de pronto parece muy cansada—. Simplemente le tocó vivir una historia de amor trágica. Y todo por esa bruja traidora. —Trago saliva, miro un instante a Meliodas y, aunque él no me devuelve el gesto, lo siento apretar mi mano. Al parecer estamos por oír la versión de los lobos de lo que ocurrió.
—Cuéntanos. —Ella inhala de forma temblorosa, bebe un largo sorbo de su té, y asiente con la cabeza mientras cierra los ojos en una mueca de concentración.
—Veamos... Supongo, que todo comienza con él. Regulus Demon fue uno de los mejores hombres y mejores lobos que ha tenido esta familia. Poderoso, capaz, lleno de carisma. Un poco como tú, tesoro, aunque con más vísceras —le dice a mi mate con un guiño, y yo lo veo esforzarse por sonreír—. Sí. Era fuerte, y eso que la vida en esa época era más dura que ahora. Cumplió su papel en la manada incluso antes de convertirse en alfa. Todo se acabó cuando esa perra entró a su vida. Rhiannon Goddess —gruñe escupiendo el nombre, y por un instante suena como ladrido, uno vibrante que de alguna forma se le queda atorado en el pecho—. Se suponía que se convertiría en consejera, ¿saben? Es la relación que los lobos habíamos mantenido con los druidas y las brujas desde siempre.
—¿Y cuando cambió?
—Cuando ella decidió que deseaba a su mejor amigo como hombre —Suelta apuntándonos a todos con una uña larga como garra, y yo me estremezco, pues parece que eso hubiera sido dicho sólo para mí—. Hizo rituales siniestros, conjuros para invocar a sus dioses, y obtuvo de ellos una forma para torcer el destino. Convenció a Regulus de que era su mate, e hizo hechizos de amor para atarlo y hacer que se enloqueciera por ella. Pero aquello que es mentira tarde o temprano termina por revelarse, y pagó muy cara su manipulación.
—¿A qué se refiere?
—Prometió al alfa un heredero como el que describen las profecías. Lo que la bruja no sabía es que la Diosa Luna castiga a todas aquellas que roban su mate a otra loba. Nuestra deidad, madre dadora de fertilidad, la volvió infecunda, árida, y seca. De haber sido honesta tal vez habría podido darle al alfa un hermoso bastardito medio-lobo, pero no. Eligió mentir, y ni siquiera su poder de Dame Blanche le ayudó a engendrar un cachorro blanco como el que deseaba. —La pausa que hace tras estas palabras es dramática, y el único modo que tengo de tragarme la angustia es bebiendo un sorbo de té. Sabe delicioso, y me parece percibir un aroma familiar emanando del vapor.
—Pero, ¿nadie se dio cuenta? —pregunta Ross burlón a mi lado—. Es decir, a veces se nos permite emparejarnos con humanos, pero eso no aplica para un aspirante a alfa. ¿Por qué la manada lo permitió?
—Porque él la amaba, cariño —explica Kimara con ternura—. O al menos, eso es lo que pensaban todos. Además, ya era tan importante que nadie cuestionaba sus deseos. Juntos habían logrado grandes cosas y, gracias a ellos, nuestra comunidad prosperó. No nos dimos cuenta del engaño sino demasiado tarde, cuando la magia negra de Rhiannon por fin cobró factura. Hay un precio que pagar por usar un poder así.
—La gran helada... —digo antes de poder contenerme, y mis tres amigos me dedican una fugaz mirada de pánico mientras la cara de la tía se ilumina.
—¿Sabes de historia, pequeña?
—Esto... Sí, señora. Quería saber más de la manada, así que investigué un poco por mi cuenta.
—No digas más, Ellie, ¡para! —Me ordena Mel a través de nuestro lazo, pero no hace falta su preocupación, pues un instante después la abuela llena mi plato de galletas con la expresión de haber recibido un regalo.
—Bonita e inteligente. Tal vez podría estar frente a la persona que me sucederá en la protección del archivo familiar. ¡Así es! Una helada, seguida de hambruna y epidemia. Sus hechizos trajeron desgracias, fue el pago por tratar de manipular con poderes oscuros los designios de la naturaleza. Fue el momento en que la manada comenzó a rechazarla y, antes de darse cuenta, ya se había convertido en omega. El piadoso Regulus la exilió al borde de nuestro territorio para protegerla de la familia y, con su partida, las calamidades por fin se detuvieron. —Un nuevo silencio se asienta tras esto y, tras un extraño suspiro colectivo, Zel interviene.
—Después de su expulsión, ¿qué fue lo que hizo Regulus?
—Nunca volvió a ser él mismo. Su espíritu se fue apagando, perdiendo fuerzas. No se si en verdad amaba a Rhiannon, o los hechizos de amor ya eran demasiado poderosos como para resistirlos, pero lo cierto es que parece que fue envenenado por un corazón roto. Sabiendo que lo estaban perdiendo y temerosos de que los infortunios no hubieran terminado, la manada lo instó a que realizara el ritual de rechazo, se uniera a otra, y tuviera hijos que continuaran con su herencia.
—¿Y lo hizo? —pregunta Meliodas con tono neutral, pero puedo sentir cómo en su interior se levanta un muro de hielo. Parece odiarlo antes de saber la respuesta. Al parecer la abuela intuye lo mismo que yo, porque sonríe, le da la última galleta, y suspira.
—No. Debió hacerlo, pero no. Tengo muchas pruebas de eso. Jamás la quitó de su testamento, y las actas de propiedad de la finca siguieron poniéndola a ella como dueña. Nunca tiró su sortija de matrimonio y, de hecho, fue enterrado usándola. La causa oficial de fallecimiento fue tuberculosis, pero todos sabemos que en realidad se dejó morir. Supongo que prefirió eso que vivir indefinidamente con la carga.
—¿De haber abandonado a su mujer?
—No. De haber hecho la única de las tres cosas que le pidió la manada y que no debió.
—¿Qué...? —La sonrisa de la abuela se vuelve muy amarga y, conforme van saliendo las palabras, siento un terrible malestar subirme por el cuerpo.
—Ni hizo el ritual de rechazo, ni trató de contraer segundas nupcias. Pero sí intentó tener hijos, y ahí empezó su perdición. Copuló con otra. Fue infiel. Y eso, queridos míos, es un pecado que condenamos tanto lobos como brujas. El lazo del mate es sagrado, por truculenta que hubiera sido la forma en que se formó. Por mucho que la loba a la que intentó preñar hubiera sido su pareja destinada antes, la única que en verdad poseía la cicatriz del marcaje era Rhiannon. En unas cartas póstumas que le escribió le confiesa que el bebé estaba pensado para ser un regalo. Se convertiría en madre adoptiva del bastardillo, y de esa forma volvería a ser recibida en la manada. Pero todo salió mal, y ella descubrió la traición un día que vino a visitarlo. Se enfureció, ¡se enloqueció! Y se vengó de Regulus de la forma más cruel que podía.
—¿Le lanzó la maldición?
—No... —¿Por qué la habitación está súbitamente tan fría? ¿Por qué puedo escuchar tan nítidamente mis propios latidos?—. Se quitó la vida. Se suicidó y, al acabar consigo misma, acabó con Regulus. Usó el lazo del mate contra él y, al matarse, también lo asesinó. Lo mató internamente, dejándolo como un ser mutilado que era sólo la mitad de sí mismo. Medio corazón, medio cerebro, media alma, y lo demás en tinieblas absolutas. Lastimarse así, compartiendo cada gramo de dolor a través del vínculo... bueno, sobra decir que no existe un suplicio mayor. Y sobre muerta, convirtió su rencor en maldición.
Estoy llorando. No sé cuando he comenzado, pero no puedo parar. Siempre vi el lazo del mate como una bendición, un puente que nos une a mi y a Meliodas de forma indeleble. Ahora, al saber que puede ser usado de ese modo... ¡Por eso estaba tan indignado cuando Ludociel nos dijo que fue Regulus quien la mató! Sabía que era imposible que lo hubiera hecho, porque hacerlo es como suicidarse. Por terribles que hubieran sido las cosas entre ellos, jamás se habría atrevido a destruir lo que más amaba. Si yo muero... si al final pierdo el juicio o la Bestia me asesina, ¡¿qué pasará con él?!
—¡Cariño! —La voz de la abuela me trae al presente, y me sorprendo al ver a Meliodas frente a mi tratando de hacerme reaccionar mientras ella se asoma sobre su hombro—. Oh, cariño, ¿qué tienes? ¿Te sientes mal?
—Yo... Yo... ¡Hmm! —¡¿Qué hace?! Meliodas me da un beso tan intenso que me deja sin aire. No por favor, no aquí, todos están viendo. ¿Qué hago correspondiéndole? No lo sé, pero lo hago, y eso va calmando lentamente mis latidos y mi respiración. Cuando por fin me suelta, Ross y Zel tienen que atraparme para evitar que caiga en un desmayo, y apenas alcanzo a escuchar cómo mi Mel vuelve a dirigirse a la abuela para pedirle algo.
—Suficiente, tía. Déjemos descansar a Ellie por ahora. ¿Podrías prestarle una habitación mientras tú y yo hablamos un poco más?
*
Una hora después, Elizabeth se levantó llena de vergüenza y con la sensación de tener resaca. Se disculpó con Kimara tantas veces que casi la incómoda, se ofreció a ayudarla a lavar la loza, y agradeció ser dejada sola en la cocina mientras la tía les indicaba a los demás dónde estaba la entrada secreta a los archivos. ¿Por qué se había puesto de esa forma? No solía perder el control fácilmente. Vio las tres siluetas lobunas alejarse entre la niebla del bosque, y dio un pequeño respingo cuando la abuela volvió a aparecer tras ella.
—Estos muchachos impacientes. Les dije que podíamos ir mañana, pero han insistido en darse la vuelta hoy. No sé porqué tienen tanta prisa.
—Tal vez sólo quieren aprovechar el tiempo.
—Sí, puede ser. —Un tibio silencio se instaló mientras terminaba de fregar y la anciana revolvía algo en unos frascos. Aprovechando haberse quedado sola con la mayor fuente de información de la manada, la albina decidió tratar de ponerse al día en lo que se había perdido.
—Abuela, ¿podrías contarme a mí lo que les dijiste a ellos después de que me desmayé?
—Está bien —La albina decidió ignorar el súbito tono seco con que Kimara contestó, y cerró la llave del agua mientras se giraba a verla—. Pero creo que en realidad ya lo sabes. Las esposas consecutivas de Regulus murieron y, al final, él también, de pena por haber perdido a su mate. El espíritu vengativo de la Bestia nos acosa desde entonces, y es mandado cada cierto tiempo para repetir la maldición.
—Comprendo. Pero entonces, ¿por qué la Bestia también persigue a las brujas? Si Alfa Regulus amó a Rhiannon, ¿por qué cazarlas?
—Porque la Bestia también es un lobo, mi querida. Y eso quiere decir que obedece a la Diosa Luna.
—¿Qué...? —Súbitamente el aire se volvió denso, Elizabeth volvió a sentir un mareo, y los ojos verdes de Kimara resplandecieron como si se fuera a transformar.
—¿No dejé en claro que la diosa odia a las perras que le roban el macho a otras? Madre Luna manda al monstruo para vengar a sus lobas asesinadas, a sus hijos martirizados a través del vínculo. Lo mismo le pasó a mi abuelo, y a mi hermano Malek, y creí que le había pasado a mi adorado nieto un año atrás. Luego descubrimos que la zorra de pelo rojo era una bruja y, al morir, creí que mi pequeño Meliodas tendría salvación. Y entonces, llegas tú —Las piernas de Elizabeth no reaccionaban, se sentía paralizada por algo que no era sólo miedo. Entonces la vieja le mostró un frasco abierto, uno con runas antiguas que formaban una palabra que no entendía—. ¿Sabes lo que es wolfsbane, tesoro?
—Oh, no. ¿El té estaba envenenado?
—Pues sí. Sólo el tuyo, era para comprobar si en verdad eras mitad lobo. De serlo, la fórmula te habría generado un ligero malestar, uno que yo te habría curado con mis mimos antes de que los muchachos se dieran cuenta. Pero te lo tragaste entero, y me atrevería a decir que hasta lo disfrutaste.
—Está bien —dijo ella apoyándose en el lavabo—. Lo confieso. Soy humana, pero eso no cambia lo mucho que amo a Meliodas ni...
—Error —respondió en un gruñido bajo la anciana para después mostrarle otro frasco—. Humana no, preciosa. Esto que tengo aquí es tanto antídoto como veneno, uno que sirve para revelar las formas ocultas de los enemigos. Lo puse en las galletas que comiste, y bastó una para que perdieras la conciencia a los pocos minutos. Creo estar segura de lo que eres. Pero, sólo para comprobarlo, ¿qué te parece si te enseño lo que el sagrado muérdago hace a las alimañas como tú?
—¿Qué? No, espere, ¡por favor! —Entonces Kimara sacudió el frasco arrojando todo el polvo que contenía sobre ella. Fue como si le hubieran caído brasas ardiendo.
—¡Eres una bruja! —rugió furiosa, y no había forma de negarlo, pues su cuerpo comenzó a tomar una forma que sólo podía ser sobrenatural. Cada uno de sus cabellos brilló con luz propia, sus ojos se volvieron un par de lunas llenas, su piel destelló como cubierta con polvo de diamantes. Y las garras de la loba se cernieron alrededor de su garganta—. ¡No te dejaré! ¡No llevarás a mi nieto a su destrucción! —Se ahogaba. Aquellos dedos se aferraron con firmeza de acero a su delicado cuello, inmovilizándola contra el suelo e impidiéndole respirar—. No se puede hacer nada. Lobos y brujas estamos destinados a matarnos. Así ha sido escrita la historia, ¡y así permanecerá!
—¡Elizabeeeeeth! —Los siguientes minutos fueron un pandemonio. Garras, colmillos, sangre. Cuatro seres a media transformación se enfrascaron en una batalla donde su carne parecía ser el premio. Cuando los lobos gris y negro por fin lograron dominar a la loba, Meliodas volvía a ser hombre, uno que tomó en brazos a su amada para salir corriendo hacia la primera nevada del año.
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¡Kyaaaaah! El fin se acercaaaaaaa *0* [entra el equipo de apoyo para calmarla, y tiene que convertirla en un sushi enrollado en una manta] Disculpen, ya me calmé... más o menos ^u^ El juicio está en la puerta, las versiones de la maldición chocan, y no quiero alarmarlos demás, pero pronto volveremos a ver a la Bestia, fufufu Ahora, un secreto de este capítulo: ¿sabían que los nombres Kimara y Malek los saqué de demonios antiguos nombrados sólo en el videojuego de Seven Deadly Sins Grand Cross? Quería que estuvieran emparentados al rey demonio, peeero sin complicar demasiado la trama >3< Al final creo que no importó demasiado y, si me preguntan, creo que los nombres más interesantes que vimos hoy fueron wolfsbaine y muérdago, ambas plantas sagradas de los druidas que se usan como veneno para licantropos y revelador de hechizos respectivamente. ¡Magia pura cocoamigos! *w*
Bueno, eso sería todo por ahora. Les mando un beso y un abrazo y, si las diosas lo quieren, nos vemos la otra semana para más <3
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