28 La calma antes de la tormenta
Hola a todos, aquí Coco, quien está entrando en pánico de bueno y el malo, y una de las razones es el capítulo de hoy, fufufu *w* La otra razón es que la siguiente semana ya debería comenzar nuestro Maratón de Halloween, ¡y no no le terminado! ToT Haré lo mejor que pueda para lograrlo, pero como además se me ha cargado la mano en la escuela... Bueno, basta de ambientes tétricos. Para eso ya tenemos la actualización de hoy, fufufu ^w^ Prepárense para un momento de tensión, uno picante y, como siempre digo, ya saben qué hacer <3 Posdata: lo más que puede pasar es que en vez de estrenar mi especial el 26 lo haga el sábado 29, ¿qué dicen? ¿lo recorremos un poco a ver si sale todo? °w°
***
—Por favor, papá. ¡Por favor! —suplicó el rubio al colosal hombre parado ante él, y trató inútilmente de cubrir con su cuerpo a su mujer mientras los penetrantes ojos verdes de su padre los escrutaban a ambos. Su expresión era pétrea, sus finos rasgos, completamente fríos y sin emociones. Entonces miró a Meliodas una vez más y, tras tomar su decisión, dio unos pasos hacia el tembloroso y asustado lobo. Respiró profundamente, extendió el brazo... y colocó la mano sobre su cabeza en un gesto de afecto.
—Hijo, tranquilízate.
—No la lastimes —respondió él sin apenas creerlo, la garganta cerrada y lágrimas desbordando nuevamente sus mejillas—. No la alejes de mí.
—No, claro que no —dijo el pelinegro con algo parecido a una risa mientras lo acariciaba—. Ya has sufrido suficiente. Y no me atrevería a levantar la mano a la persona que salvó a mi gente, así que cálmate. Apártate para que pueda hablar con tu mate. —Elizabeth pudo sentirlo, la enorme deferencia y respeto que el adulto mostró al llamarla de esa forma. Significaba que la reconocía como parte de la manada. Sin embargo, su rubio no se movió. Miró intensamente al antiguo alfa, tratando de decidir si retroceder o no, cuando súbitamente ella tomó su mano.
—Cariño, está bien —le sonrió tranquilizadora—. Hablemos con tu padre. Tal vez él puede ayudarnos a entender qué pasa. —Obedeciendo de inmediato pero con todo el cuerpo en tensión, el joven lobo se apartó y permitió que el hombre de barba ocupara su silla. Este tomó asiento, suspiró, y dedicó lo que definitivamente era una sonrisa a la chica en bata de hospital.
—Es increíble que puedas hacerlo obedecer con una sola orden —soltó en tono bromista—. A mi nunca me escucha. —Y esta insólita muestra de cariño sirvió para que, por fin, cada uno de ellos bajara la guardia.
—Es cuestión del tono, señor —dijo ella riendo—. Normalmente hace lo que debe sin que se le diga.
—Sí, tienes razón —Otro suspiro dejó el pecho del padre mientras se rascaba la nuca, meneó la cabeza como aclarando sus ideas y, cuando al fin lo logró, su seriedad volvió impregnada de amabilidad—. Bueno, vamos por partes. ¿Cómo te consideras a ti misma, bruja, o loba?
—Humana —respondió al momento con firmeza—. Soy su novia, señor. Cualquier otro título que me hubieran dado no significa nada para mí. —El alfa sonrió de nuevo, complacido con su respuesta, y siguió el interrogatorio con tacto.
—¿Recuerdas lo sucedido?
—Sí —Sus ojos se dilataron con miedo al evocarlo, y tuvo que tragar saliva para poder volver a hablar—. La... la Bestia. Entró a la finca.
—Estaba buscando algo. ¿Sabes lo que era? —La albina sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, miró a su novio una vez más, y soltó la respuesta en un susurro tan tenue que apenas se escuchó.
—A mí. —Un misterioso brillo rojo destelló en los ojos del señor Demon, quien asintió lentamente mientras su hijo desplegaba las garras.
—Entonces, lo sabías.
—Ahora sí. Pero no lo sabía en ese momento.
—Papá... —Advirtió el lobo joven con un gruñido, pero el adulto apenas se inmutó y, en cambio, pareció divertido.
—Tranquilo, que apenas viene la pregunta interesante —Acto seguido se reclinó, entrelazó los dedos de las manos, y la miró aún más intensamente—. He escuchado algunos testimonios. Aún sabiendo que te quería, no corriste. ¿Por qué?
—¿A dónde quieres llegar con esto? —retó el rubio—. ¿Es por desobedecer? ¿Quieres castigarla solo por eso? —El moreno lo miró unos segundos antes de volver su atención a la albina y, tras inhalar profundamente, la aludida respondió.
—Los... los niños —dijo temblorosa, pero con la mirada firme—. No podía dejarlos ahí. Luego Meliodas llegó y... ¿Qué se suponía que hiciera? No podía abandonarlo. ¡No podía huir y no hacer nada mientras todos peleaban con esa... esa... cosa!
—Elizabeth... —exclamó su novio, impresionado.
—Y luego, no lo sé. No comprendo lo que pasó, sólo quería ayudarlos —Estaba recordando lo que vivió en trance, cuando sus ojos de luna se manifestaron tratando de salvar a Monspeet y, cuando lo logró, hasta ella misma se asombró de lo vivido—. Creo... creo que lo hice, ¿no? —Un extraño silencio se instaló entre los tres y, sólo dos segundos después, el pelinegro soltó algo a medio camino entre una risa y un ladrido.
—El Alfa Ban tenía razón. De haberte mordido, habrías sido una loba excepcional —Acto seguido la hizo recostarse, miró a Meliodas, y dió una cabezada mostrando aceptación—. Pues sí, lo hiciste. El saldo de muertos fue media docena de personas, y habría sido tres veces más, de no ser por tus... "brujerías".
—¿Eso es lo que la manada cree? —preguntó alarmado su pareja—. ¿Que hizo brujería?
—Si lo creen, no lo dirán —respondió su padre, apaciguador—. Las madres de los cachorros están particularmente agradecidas. En cuanto al resto, no apoyan a la señorita Liones. Pero no actuarán en contra suya en un juicio. —La pausa tras estas palabras fue filosa como un cuchillo y, permitiendo que el brillo verde de sus ojos reluciera como antorchas, el rubio preguntó.
—¿Y tú? ¿Qué piensas que hizo? —Más silencio, y la respuesta comenzó con la curiosa expresión de levantar la ceja.
—Los más viejos creemos que lo que ella hizo es algo completamente diferente. Algo positivo —Meliodas no alcanzó siquiera a suspirar de alivio cuando el alfa remató—. Pero me temo que ni siquiera eso la apartará de los problemas.
—¡Papá!
—Hijo, había invitados de otras manadas en la fiesta. Y druidas. Puede que los nuestros no hablen, pero ellos definitivamente lo harán.
—¿Eso qué quiere decir? —Se les unió Elizabeth—. ¿Qué es lo que pasará a continuación? —Lo sabían. Lo sabían antes de que él lo dijera, pero igual se estremecieron al escucharlo.
—Lo que sigue es convocar al Consejo de Ancianos.
—¡Papá, no!
—Está fuera de mis manos. Tengo que hacerlo —Los dedos de la pareja se entrelazaron, se miraron uno al otro, y el alfa volvió a suspirar, esta vez, con pesar—. Ellos decidirán qué hacer con Elizabeth después de un juicio. Mientras tanto, nosotros debemos...
—¿Juicio? —rugió el lobo, indignado—. ¡Pero si lo único que hizo fue salvar vidas! ¿Qué crimen cometió?
—Me temo que el crimen no lo carga ella, sino su familia. Incluso si no fuera perseguida por la Bestia, su poder es demasiado peligroso para dejar que ande libre por ahí.
—Entonces, ¡¿dejarás que la asesinen sólo por su linaje?! ¡¿Qué la encierren o se la lleven sabiendo que tal vez nunca vuelva?!
—Yo no dije eso —afirmó el viejo lobo, y el aura de autoridad que emanó fue tan grande que incluso logró doblegarlos a ambos—. Meliodas, cállate y escucha. Puede que no pueda detener la reunión del consejo. Pero hasta que no se haga el juicio y se dé un veredicto absoluto, esta chica también es mi responsabilidad. No voy a dejar que se lleven a un miembro de nuestra manada así como así. Tu mate se quedará aquí, en Black Valley, bajo la protección de nuestra familia, ¿me has comprendido? —El sonido lejano de una ambulancia se escuchó, luego el goteo de la vía de Elizabeth, y cuando todas las palabras de su padre hicieron sentido en su cabeza, el rubio quedó tan aturdido que tuvo que sentarse en la cama.
—Tú... ¿Nos apoyas?
—Y te habrías enterado más rápido, si no me saltaras al cuello cada dos segundos —Padre e hijo se quedaron mirando tan intensamente que parecía que se abalanzarían sobre el otro. Cuando el rubio por fin lo creyó, fue el primero en apartar el rostro—. ¿Crees que me gusta verte sufrir? ¿Que no me importa si te veo repetir la tragedia de mi tío? ¡¿Que no metería las manos por una mujer a la que le debemos tantas vidas?! No soy tu enemigo, Meliodas. Al menos, no en esta vida. No sé por qué sigues pensando que lo soy.
—Papá, yo...
—No se hable más —Un suspiro en ambos que contenía el llanto, una sonrisa con lágrimas por parte de la chica, y el viejo alfa terminó el asunto dando las que eran sus órdenes definitivas—. A partir de mañana, tus hermanos van a unirse a ti en la casa Liones. He arreglado todo con Merlín para que los reciba, y también, para que le haga a tu mate un nuevo collar de ocultamiento. Como protección adicional, mientras esté fuera de la casa, una cazadora y una druida de confianza se unirán a tu guardia. Y más les vale no tratar de huir porque, en tal caso, cualquier ayuda que mi influencia pudiera darles quedaría nulificada. ¿Entendido? —Silencio. Comprensión. Y entonces, ella finalmente respondió.
—Entonces, ¿eso quiere decir que aún puedo ir a la escuela? —El pelinegro sonrió, colocó la mano sobre su cabeza como había hecho con su hijo, y la acarició para después darle la espalda y dirigirse a la puerta.
—Sean adolescentes normales, muchachos. Y obedezcan, para que yo pueda seguir manteniéndolos así.
*
La peliplateada apenas podía creerlo. Se encontraba absorta, mirando por la ventana de la que había sido su habitación, y apenas podía creer la cantidad de cosas que habían pasado en tan poco tiempo. La mañana siguiente llegarían las personas que Meliodas ya había comenzado a llamar "su guardia", pronto sería convocada a juicio por brujería y, por si fuera poco, había descubierto que era el objetivo de un monstruo tan antiguo como el mismo pueblo. Y ella sólo podía pensar en una cosa. Estrujó entre sus dedos el relicario que le había dado su padre, suspiró, y se detuvo a medio camino de ponérselo tras escuchar que la puerta se abría.
—¿Elizabeth? —preguntó la familiar voz de su novio, y ella trató de sonreírle, gesto que no tuvo mucho éxito y provocó que él cerrara la puerta para acercarse—. ¿Estás bien?
—Sí, yo, bueno... tan bien como puedo estar. —No podía seguir dándole largas al asunto, tenía que hacerlo.
—¿Qué ocurre? —Insistió preocupado. Sin embargo, ella no necesitó darle una respuesta. La causa de su miedo se coló a mente a través de su lazo, y él dirigió los ojos hacia la pequeña joya—. ¿Qué pasa con el collar?
—Meliodas, tengo miedo.
—¿De qué?
—De esto —dijo levantando la cadena—. ¿Qué hará esto con nosotros? ¿Qué pasará si me lo pongo? —Él comprendió de inmediato. Tomó sus manos entre las suyas, cerró los ojos, y le sonrió de la forma más tranquilizadora que podía.
—Bueno, averigüémoslo. —Había llegado el momento. Temblando, la albina se pasó el relicario por encima de la cabeza, dejó que cayera por su peso, y esperó.
—Fu... ¿Funcionó? —Él inhaló lentamente, se dió otro momento, y cuando por fin habló, lo hizo con una voz escalofriantemente serena.
—Nada. No hay olor, y en vista de que no contestas, es obvio que no puedes escuchar mis pensamientos a través del lazo. —Elizabeth sintió cómo si el suelo a sus pies hubiera desaparecido. El nudo en su garganta se tensó, exhaló lentamente tratando de no entrar en pánico... y su aliento fue inmediatamente absorbido por la ardiente boca de su novio, que se había lanzado sobre ella para besarla con ferocidad.
—¡Mmm! —exclamó impresionada, pero él estaba en pleno arranque, y devoró aún más ansiosamente sus labios mientras la acorralaba entre la pared y su cuerpo. Una mano traviesa viajó por debajo de su blusa, otra debajo de su pantalón y, al sentir cómo apretaba sus curvas sincronizadamente, soltó un grito que le sirvió al rubio para poder unir su lengua a la de ella. Cuando le quitó el último ápice de aire que había en sus pulmones, por fin la liberó.
—¡Te deseaba desde hacía tanto! —gruñó, y apretó sus pechos al mismo tiempo mientras impulsaba sus caderas frotando su creciente erección en ella.
—Espera, Meliodas, por fa... —Fue obvio que él no pensaba detenerse. La besó nuevamente, acarició su intimidad por encima de la tela, y la cargó tan de súbito que hizo que soltará un grito.
—Creías que dejarías de gustarme si el lazo del mate era interrumpido.
—¡¿Eeeeeh?! ¿Cómo lo...? ¿Tú aún puedes leer mi mente?
—No —dijo haciendo que enredara sus piernas alrededor de su cintura—. Claro que no. Pero conozco lo suficiente a mi novia, y sé que a veces puedes ser incomprensiblemente insegura, pese a la persona asombrosa que eres. Necesito demostrarte que cuanto siento y pienso de ti no cambiará.
—¡Aaaaah! —gritó ella al verse arrojada a la cama, la curva de sus senos atacada a besos y chupetones mientras él intentaba liberarlos de su brasier.
—Te amo como humana, te deseo como loba, ¡incluso como bruja seguiría siendo tuyo! —Con un sólo y ágil movimiento se quitó la camisa, volviendo a colocarse sobre ella mientras acariciaba su rostro—. ¿Aún no entiendes que estoy profundamente enamorado de ti? ¿Que si te amo es por ti misma, y no por lo que seas? —Los ojos de la chica se desbordaron en lágrimas.
—Pero, ¿estás seguro? Es decir, el lobo en tí no puede sentirme. ¿A pesar de eso, tú aún quieres estar conmigo? ¿Por qué?
—¿En serio preguntas? —respondió mientras le quitaba los converse con manos ansiosas—. Elizabeth, también soy humano. Todo lo que hemos vivido juntos, todo has hecho por mí, todo lo que eres, ¿no te parece suficiente para seguirte amando? ¿No crees que tu valor, tu lealtad y belleza bastan para tenerme loco por ti?
—No, no lo creía, pero... tal vez ahora sí, ¡Kyahh! —Lo último lo dijo entre risas y gemidos, los cuales se cortaron cuando él atrapó uno de sus pezones con los dientes mientras lo lamía con la lengua.
—Estuve a punto de perderte —jadeó mientras luchaba contra sus jeans—, dos veces, de hecho. Estás preciosa está noche. Y, por si fuera poco, llevo más de una semana sin ti. No puedo más.
—Meliodas... —Sus bocas volvieron a unirse mientras se acariciaban, desesperados por demostrarse mutuamente que su vínculo seguía siendo real. Ondulando hasta acoplarse, frotándose en el otro, el par de adolescentes dejó que un arranque lascivo digno de lobos los consumiera.
—¿Ves esto? —jadeó mientras le ponía el relicario a la altura de sus ojos—. Te demostraré que no sirve para ocultar, ni para detener lo que siento por ti.
—Por favor, Mel —respondió ella tan temblorosa como ansiosa—. ¿Podrías jurarlo? ¿Que sin importar lo que yo sea, aún me amarás?
—El único título que me importa es el que te has dado a ti misma. Ni loba, ni bruja, ¿cierto? Sólo humana —Uñas deslizándose sobre su piel, una lamida que subió por su cuello hasta su oreja—. Sólo mi novia. Una adolescente normal, eso es lo que has decidido que eres —Ella ya no podía hablar, sólo asentir mientras el placer le nublaba la mente—. Bueno, pues yo también. No seré lobo, ni omega, ni nada. Sólo tu novio, sólo un adolescente enamorado. Uno tan hormonal y excitado por ti que incluso está goteando.
—¡Meliodas! —Lo reprendió por su vulgaridad, pero acto seguido lo acomodó entre sus piernas.
—Déjame entrar, Ellie. Necesito estar en tu interior.
—¿Puedes tratar de ser gentil?
—Lo siento, pero no puedo. Sospecho que apenas me tengas, voy a enloquecer.
—Bueno, averigüémoslo. —Lo retó devolviéndole sus palabras. Y él entró en ella con una sola y poderosa estocada.
—Estás tan estrecha como la primera vez —gimió el rubio mientras comenzaba su vaivén de caderas—. Tan apretada, tan... ¡Deliciosa!
—¡Aaaaaaah! —correspondió con un grito mientras su cuerpo se arqueaba en respuesta a sus embates. Sus uñas se clavaron en sus hombros tratando de detener su empuje, pero esto sólo lo provocó más. Aceleró la velocidad de sus embestidas, unió sus bocas en un beso lujurioso, y continuó bombeando en sus entrañas mientras se convertían en un nudo de caricias—. Te amo... —gimió la albina sintiendo en respuesta cómo su miembro se ponía más duro y grueso—. Te amo... —continuó sintiendo cómo llegaba al límite de su frenesí—. ¡Te amo!
—¡Elizabeth! —Pero la liberación tardó en llegar. Parecía que se había propuesto estar dentro de ella el mayor tiempo posible, darle el mayor placer que pudiera. Sólo cuando las palpitaciones en su sexo y su corazón alcanzaron un punto crítico fue que él finalmente cedió. Le hizo el amor hasta que fue ella la que explotó en un orgasmo arrasador y, apenas las convulsiones dejaron de sacudirla, la inundó con una venida que se desbordó y lo hizo proferir un grito estrangulado. Así, sin poder separarse, se cubrieron el uno al otro con cobijas y repitieron sus encuentros a lo largo de la noche. No necesitaron leer la mente del otro para saber qué pensaban lo mismo: tal vez estos serían los últimos que podrían disfrutar de ese modo tan pacífico. Era sólo la calma antes de la tormenta.
*
Un té de moras, un pastel de arándanos, y Elizabeth supo que estaba completamente lista para la batalla. Y en serio parecía que habría una en la mesa de su cocina. Por fin habían llegado todos los que estarían involucrados en su guardia y, al ver a personas tan diferentes con relaciones tan volátiles, no pudo menos que pensar que estaba viendo una representación en miniatura del conflicto del pueblo. Los tres hermanos Demon se veían entre ellos con expresiones enfurruñadas, pero si ya parecía haber desconfianza entre ellos, esta no era nada en comparación a cómo veían a las dos rubias. La cazadora y la druida de las que había hablado el señor Demon no eran otras que Gelda y Elaine, algo sobre lo que su tía ya le había avisado, pero que en realidad no cambiaba el cómo se sentía. Terminó sirviendo su propia taza, permitió que Meliodas le arrimara la silla, y se sentó exhalando lentamente.
—Bueno, parece que tenemos mucho de qué hablar, ¿no? —Las reacciones fueron muy diversas entre ellos, desde la vergüenza hasta el desafío, pero fue Estarossa el que se animó a empezar.
—Así es, ratoncita. Has causado muchos problemas, pero como mi padre ya ha resuelto algunos, creo que lo primero que debemos hacer es...
—Cállate, Ross —dijo ella con firmeza, y era tal su aura de autoridad que el resto de los comensales se quedaron petrificados—. El que estés aquí no significa que vas a hacer lo que te dé la gana. Mi casa, mis reglas. Les debo mucho. Pero creo que sabemos que ustedes también me deben unas cuantas explicaciones, así que comencemos por ahí, y así tal vez deje de estar enojada con todos. Es necesario que no lo esté, si es que vamos a trabajar juntos, ¿no creen? —Al escuchar eso, la siguiente en hablar fue Gelda.
—Elizabeth, perdóname. No tenía ninguna mala intención hacia ti. A pesar de la misión que me asignó mi familia, yo sí te considero una amiga. Es por eso que acepté el ofrecimiento del Alfa Felec de unirme a tu guardia.
—Me mentiste —dijo la albina omitiendo que no sabía el nombre del padre de su novio—. Me espiaste, y reportaste lo que veías a los cazadores. Al igual que Meliodas, me ocultaste lo de mi sonambulismo. Y aún no sé si me estás ocultando algo más.
—Claro que no, ¡lo juro! —dijo completamente alarmada—. Y además, yo no dije nada hasta antes de la cacería de Halloween. Mantuve la boca cerrada, e incluso...
—¿Incluso qué? —Pero la rubia no terminó su oración. Zeldris sabía perfectamente que había estado a punto de delatar su amenaza pero, para su estupefacción, la cazadora carraspeó y se enderezó en el asiento para decir otra cosa.
—Incluso me arriesgué a poner a mi gente contra mí. Elizabeth, no soy tu enemigo. Y te lo voy a demostrar, ganándome tu confianza una vez más. —Acto seguido dio un sorbo a su taza de té, se quedó completamente quieta. Y dió un respingo al sentir cómo ella la tomaba de la mano.
—Lo sé —dijo la peliplateada con una sonrisa—. Mi intuición está más fuerte que nunca, y tengo una corazonada que me dice que, lo que sea que hayas hecho, lo hiciste pensando en que me estabas protegiendo. Espero que cumplas tu palabra. —Fue el turno del pelinegro para sentirse aludido.
—Señorita, yo también le pido una disculpa. Sabía algo de lo que estaba pasando, pero no se lo comenté ni a ti ni a Meliodas.
—Las protecciones especiales con ceniza de serbal —replicó ella—. Fueron tu idea, ¿no?
—¿Cómo lo supo? ¿Cómo es que sabe lo que hacen?
—Yo se lo dije —comentó Meliodas mientras pinchaba su pastel con un tenedor—. Pude oler la esencia del árbol protector salir del frasco en tu bolsillo, y fue por eso que tampoco me alejé del perímetro de la finca. Pero por favor, Zel. ¿Un lobo usando técnicas druidas para alzar una barrera sobrenatural? Era obvio que no saldría bien. Ese tipo de cosas requieren de la mano de un profesional.
—¡Y es por eso que yo estoy aquí! —comentó Elaine salvando del bochorno al lobo negro—. Elizabeth, esta es mi oportunidad para corregir el error que cometí durante el juicio pasado. Te protegeré y daré testimonio a los sabios del bosque de que eres una buena persona.
—Gracias querida. Pero... ¿lo soy? —Esta interrogante hizo que todos se pusieran en alerta, incluso Meliodas, que concentró cada gramo de su atención en su mate—. Chicos, es momento de que yo también les diga lo que sé. O al menos lo que creó —Una pequeña pausa, un pinchazo a su arándano, y Elizabeth por fin comenzó su confesión—. Los sueños. Las pesadillas que he tenido, ahora recuerdo casi todo, y creo que las cosas raras que hacía estando sonámbula era porque, mientras yo tenía visiones de la vida de otra persona, "algo" se apoderaba de mi cuerpo. Algo malo —Un frío extraño heló la habitación, los estremeció, y no se fue hasta que ella volvió a hablar que este se fue—. Como saben, soy la hermana de Liz. Mi apellido en realidad era Danafor, y eso significa que mi pasado está íntimamente relacionado con Black Valley y con la maldición de la bruja. Si lo que me temo es verdad, los fragmentos de recuerdos que he visto deberían pertenecer a la mujer de la leyenda.
—¿Insinúas que crees que "ella" es la que te poseía? —preguntó el peliplateado mortalmente pálido.
—No lo sé, Ross. Lo que sé es que lo que vi, y todas las cosas extrañas que han pasado en el pueblo, definitivamente están relacionadas de alguna forma. Y tengo que descubrir por qué.
—Pero, ¿para qué? —preguntó Elaine—. ¿Y cómo piensas hacerlo? —El silencio que llegó tras esas palabras fue llenado con la mirada de profundo amor que se dedicaron Meliodas y Elizabeth mientras se tomaban de las manos. Él asintió impulsándola a que tuviera valor, y ella miró a su guardia con ojos llenos de determinación.
—Para intentar detener la maldición y a la Bestia de una vez por todas. Creo que la única forma de lograrlo es descubrir la verdad de lo que pasó hace trescientos años. Y para eso voy a necesitar su ayuda. La de todos.
—Oye, oye, ¡oye! ¿No te das cuenta de lo que acabas de hacer? —dijo Estarossa con los ojos desorbitados—. Prácticamente estás confesando que podrías ser la bruja de Black Valley. ¿Qué te hace pensar que alguno de los presentes no te traicionará e irá corriendo a su respectivo clan para informar de esto? ¿No entiendes que lo que acabas de decir podría ser suficiente para condenarte? —Todos se levantaron al mismo tiempo de la mesa, mirándolo con furia, pero volvieron a quedarse petrificados cuando ella rió.
—Lo sé —dijo mirando el contenido de la taza que tenía entre las manos—. Lo hago porque estoy cansada de correr, de mentir y de tener miedo. Y también porque creo firmemente que, pese a todo, cada una de las personas aquí son mis amigos —Todos se fueron sentando, mirándola con renovada admiración y, por un segundo, incluso al albino le pareció que se había transformado en una Luna—. Si de cualquier forma estoy bajo riesgo de muerte, prefiero creer en ustedes que repetir el cliché histórico de no confiar en nadie. —Más silencio, el sonido del viento de otoño tras la ventana, y la primera en moverse fue Elaine para servir otra rebanada de pastel.
—Te apoyaremos —dijo dando voz a lo que todos sentían—. Y mantendremos el secreto, pase lo que pase.
—Pero, ¿por dónde empezamos? —preguntó Gelda—. ¿Qué es lo que quieres hacer?
—Primero, tenemos que comparar las versiones de la leyenda, tratar de llegar a un consenso de lo que pudo haber pasado, dónde y porqué. En otras palabras, tenemos que preguntarle a un miembro de cada uno de los clanes su versión de los hechos, y hacerlo de la forma más discreta posible hasta que demos realmente con lo que ocurrió.
—Sospecho que ya tienes a alguien en mente. —comentó Zeldris, y la mueca amarga de Meliodas lo confirmó.
—Pues sí. Iremos a ver al profesor Ludociel Druid, que según mi amigo Sariel, es la persona que más sabe sobre la historia del pueblo. Vamos a escuchar la versión del clan de las brujas sobre la maldición.
***
Fufufu *w* ¡Ellie en control mostrando quién es la bruja y loba alfa! Basta de correr, de guardar apariencias y no saber que pasa. Ahora nuestra albina y su equipo de cazafantasmas irán contra reloj tratando de resolver el misterio de la maldición antes de que la condenen a ella por brujería, ¿están listos para un poco de scooby doo lobuno? ^w^ Bueno, antes de irnos, vamos al secreto de este capítulo? ¿Sabían que el árbol del serbal seconsideraba un talismán contra lo sobrenatural? Por fin hice uso de esa palabra de mi glosario de lobos, y espero hacer uso de más, fufufu.
Muchas gracias por estar otro domingo aquí conmigo. Les mando un beso, un abrazo y, como siempre digo, nos vemos la próxima semana para más.
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