Capítulo 7: Selin Akkuş, la heredera
Con la confesión del gerente bien clara en su mente y en especial con la parte donde él no solo había escuchado un grito y un golpe sino también otro golpe más suave, procedió a dejarse llevar por sus celos y terminó haciendo lo que se había propuesto hacía una hora, entrevistar a aquella mujer que tan amenamente dialogaba con Pietro en el gran salón.
—Lamento haberle interrumpido su conversación con mi esposo, pero necesitaba hablar con usted.
—No hay problema —dijo la joven mujer, enviando su cabello rojo tinturado hacía atrás —. Es usted muy afortunada. Pietro es todo un caballero. Quedan pocos de esos en este siglo. Se nota a leguas que son el uno para el otro. Usted también es toda una dama y esas también escasean últimamente.
Así era Pietro, y Claire lo sabía muy bien. Convencía a todos con una sonrisa. Tenía miles de amigos y a nadie le disgustaba pasar tiempo con él, de hecho, les encantaba demasiado. Cuando asistía a eventos todos esperaban que fuese acompañada por Pietro, él era la única razón de la invitación. Claire jamás había sido de muchos amigos, tendría unos dos o tres a lo mucho, y su espíritu de alma de la fiesta escaseaba tanto como su control cuando bebía alcohol.
—Pietro suele caer muy bien en general. Esa es una de sus mejores aptitudes. Pero yo no soy mi esposo y las cosas suelen ser al contrario conmigo.
—¿Nadie la quiere? —preguntó Selin y Claire solo respiró hondo.
Ya tenía el pasaporte de Selin Akkuş en la mano. Era de un color rojo vino tinto sobre el cual se leía "Republic Of Turkey" acompañado de una media luna con una estrella. Otra persona que viajaba incansablemente, pero había algo especial en esta mujer. Sus destinos eran más exóticos que los usuales, comprendían entre otros Mykonos, Ibiza, Rio De Janeiro y Miami.
—Veo que es turca...
—Sí, de Esmirna, pero poco viví ahí para serle sincera. He pasado toda mi vida en distintas ciudades. Nunca tuve un hogar como el común de las personas. Prácticamente me crie en hoteles...
—¿En hoteles?
—Sí. —La señorita Selin Akkuş bajó el volumen de su voz —. No quise confesarlo frente a los otros huéspedes, tenía miedo, pero se lo diré a usted... Soy la propietaria de este hotel.
—¡¿La propietaria?!
—En efecto. Heredé este y muchos otros establecimientos de mi padre. Desde resorts hasta cruceros, y también una aerolínea. Era un afamado de la industria turística. No sé si haya escuchado, pero es el dueño... bueno, ahora yo lo soy, creo, de la cadena hotelera Constantinople Dreams.
La entrevista se llevaba a cabo en medio de la lujosa cava de vinos del sótano del hotel. Era pequeña, pero lo suficientemente espaciosa para ubicar una mesa de dos personas en el centro, donde se sentaban ambas mujeres. Los vinos de las estanterías provenían de distintos lugares del mundo, pero todos de las cosechas y cavas más selectas. Había de todo el mediterráneo: Italia, Francia y España, también de Alemania y no faltaban los representantes de América: Chile, Argentina y el estado de California en Estados Unidos.
—Vaya. Todos están llenos de sorpresas acá. Debo confesar que tampoco sabía que el hotel Olympo perteneciese a Constantinople Dreams.
—Es una estrategia de mercado. Si la empresa pierde su reputación por algún motivo, aún quedarán inversiones a donde la gente acudirá debido a su desconocimiento. Cuando se tienen muchas empresas siempre hay que tomar precauciones como esas. Si una gallina de los huevos de oro muere, no debe llevarse a las otras consigo.
—¿Y su madre?
—Nunca la conocí —respondió la señorita Akkuş, tan sonriente que sus dientes despedían brillo bajo la tímida luz amarilla de la lámpara que colgaba del techo —. Mi padre tuvo varias esposas, pero antes de casarse las hacía esterilizar. Aseguraba que no quería que unos niños le robaran su fortuna. Creo que mi madre fue un error de una noche. ¡Pero no se alarme! Era mucho mejor padre que esposo. Buscó a mi madre en las calles de Estambul y le ofreció cinco millones de liras turcas para que renunciase a todos sus derechos sobre mí y así me alejó de la pobreza para siempre... Impresionante ¿verdad? Yo de mi madre hubiese pedido mucho más. Cinco millones de liras turcas no alcanzan ni para un hogar decente.
Claire no conocía el cambio de liras turcas a dólares estadounidenses, pero tampoco se preocupó en saberlo, no deseaba sentirse pobre frente a la fortuna de sus compañeros de hotel y más cuando estaba segura de estar lejos de ser pobre.
—¿Y jamás se preocupó por saber algo sobre su madre? —. A la hora de la verdad, Claire tampoco quería conocer aquella respuesta, pero percibió que a Selin le encantaba que le preguntaran por su vida. Sus largas respuestas daban cuenta de ello. Era una oportunidad para investigar en ella tanto como pudiese. Tenía el sentimiento de que los demás huéspedes serían más reservados.
—No. Alguna vez lo pensé y se lo comenté a mi padre. Solo recibí un castigo. Tendría unos doce años, creo. Él me recordó que ella no era nada más que una vil prostituta barata y callejera y que si osaba desobedecerlo me echaría de patitas a la calle a vivir con ella. Tenía un odio especial por esa realidad que no le gustaba aceptar.
—¿Podría decirme a que se refiere con esa "realidad"? —Selin asintió.
—Sus matrimonios jamás duraron porque sus aventuras con prostitutas y mujeres de dudosa reputación abundaban. Como se lo dije, una de ellas era mi madre. Compartía aquella pasión por los amoríos y el sexo con ciertos amigos igual de millonarios que él. Siempre trató de esconder esa parte de su vida de mí. Nunca lo vi en esas andanzas o con mujeres. Luego de mi nacimiento no se volvió a casar.
—¿Cómo falleció su padre, señorita Akkuş? Y disculpe de antemano si mi pregunta es muy insensible o inoportuna.
—No se disculpe. Me sé la historia de memoria y jamás me canso de contarla —dijo Selin, sonriente —. Pero la verdad es que es un verdadero misterio. Creo que será de lo único que no le podré hablar a ciencia cierta. Murió en nuestra mansión de Estambul. Yo lo encontré tirado en el suelo de su habitación. Las autoridades dijeron que había sido un suicidio... ¡Jamás escuché semejante mentira! Mi padre amaba su vida demasiado. Nunca se habría suicidado. Estoy segura de que no se mató. Alguien lo asesinó. El arma con la que lo hizo fue un cuchillo que nunca había pisado nuestra mansión. Se cortó la garganta de lado a lado. Toda la alfombra turquesa del suelo estaba roja. Fue un desastre.
—Quizá su padre padecía alguna enfermedad mental y eso lo llevó a acabar con su vida. Las personas que padecen depresión suelen recluirse y no contar a nadie su asunto. En sociedad se perciben felices y más con sus seres queridos para no causarles daño.
—¡¿Depresión?! —exclamó Selin Akkuş —. Mi padre era un hombre demasiado ocupado, doctora Davenport, no tenía tiempo para la depresión, se lo aseguro.
—Como usted diga. Ahora le haré la pregunta más importante... ¿Conocía usted al señor Blackwood o a alguno de los huéspedes con anterioridad?
—Sin duda conocía al señor Blackwood, pero no tuve ninguna relación con él. No lo veía desde la muerte de mi padre que sucedió hace tres años. Eran grandes amigos. El señor y la señora Blackwood siempre usan nuestros hoteles para hospedarse. A veces creo que es en honor a la memoria de mi padre, pero también lo hacían antes de su muerte. Probablemente solo les agrade mucho nuestra cadena hotelera, que por cierto fue nombrada la mejor del mundo por una de esas revistas de viajes estadounidenses.
¡Eureka! Al fin tenía un hilo del que halar. Allí si podía haber algo. Contrario a la señora Blackwood, que era su esposa y en largos años de matrimonio no había hecho nada por defenderse o vengarse, y a Tadashi Kurida a quien el asesinado no conocía, la relación de Henry Preston Blackwood con el padre de Selin Akkuş podría ser más dada a altibajos. Los negocios siempre eran un buen motivo para asesinar a alguien. Tan solo había un garrafal error en su hipótesis. El señor Akkuş había muerto hacía tres años, y a menos que validara la opción de un fantasma no podía ser el culpable, pero su hija quizá sí, aunque no pareciese una asesina.
—¿Usted maneja los negocios de la cadena hotelera, señorita Akkuş?
—¡No! —exclamó Selin, explotando en carcajadas estridentes —. Míreme, doctora, quebraría a la empresa en minutos. Contraté alrededor de cinco o seis asesores para que se encargaran de todo. Y sí que acerté con esa decisión. Constantinople Dreams solo crece y se expande cada día. Aunque no estoy del todo desligada del negocio. Viajo durante todo el año y me hospedo en mis hoteles. Estoy en contacto con el personal constantemente. Son muy trabajadores. Mi padre siempre decía "haz que sientan la empresa como suya, págales poco y trabajarán mucho". Era un hombre sabio, pero algo cruel también.
—¿Y a eso se debe su aparición aquí en Suiza?
—Hasin me envió un mensaje donde decía que debía venir...
—¿Hasin Mhaiskar?
—Sí, el gerente. Llegué hoy mismo por la mañana, pero decidí no atender a sus constantes plegarias para que lo escuchara porque deseaba dormir en la Residence Doré y dijo que esa estaba ocupada por el señor Blackwood y que solo quedaba la Residence Bordeaux. Me pareció una falta de atención del personal. ¡Todas las suites ocupadas! ¡Qué locura! Pero cuando me dispuse a salir de la habitación, sucedió todo esto del asesinato y no tuvimos tiempo para hablar. Es la hora en que no sé para qué vine realmente. Espero que no haya sido algo importante.
—¿Se dispuso a salir de la habitación y sucedió lo del asesinato? —repitió Claire, en busca de una explicación más detallada.
—Ajá. Me encargué de vestirme, peinarme y maquillarme minutos antes de la cena para poder escuchar a Hasin en el entretiempo, pero el escándalo en la habitación del lado me pareció demasiado interesante como para perdérmelo. El señor y la señora Blackwood en verdad estaban teniendo una acalorada situación. Parecía que la pared que compartíamos se iba a venir abajo.
—Entrevisté a la señora Blackwood, como ya sabe, y olvidó mencionar dicha discusión.
—Pues seguro olvida muy fácil. El señor Blackwood gritaba como loco muchas cosas que no entendí, pero hubo algo que sí escuché con claridad. Le reprochaba a su esposa por la presencia de un hombre en el hotel, al parecer era un amante o algo así. Finalmente, el señor Blackwood calló y un portazo sonó, lo que impidió que abandonara mi habitación. No quería ver la cara enojada de ese hombre. Pocos segundos después percibí como unos pasos surcaban el pasillo frente a mi puerta y más tarde escuché un grito y el golpe de lo que supongo fue la caída del muerto.
—¿Podría ser más clara con aquellos pasos?
—Creo que no. Les di muy poca importancia.
—¿No sabe si eran tacones o zapatos de vestir? —insistió Claire, pudiendo oler la victoria en aquella pista tan jugosa.
—No. El suelo de los pasillos está alfombrado. Todos los pasos sobre una alfombra suenan igual para mí. Tan solo le puedo decir que fueron pasos rápidos. Vi la sombra de estos por el pequeño hueco que separa al piso de la puerta.
—Está bien —suspiró Claire, dándose por vencida —. Muchas gracias, señorita Akkuş. Eso sería todo por ahora —Claire se levantó de la silla, pero Selin la detuvo en su accionar tomándola de la mano.
—¿No desea escuchar como encontré a mi padre? —La psiquiatra se detuvo, dubitativa, observando los ojos cafés de Selin que rogaban por algo de atención. Estuvo increíblemente tentada a decir que no, pero parecía que la joven necesitaba alguien que la escuchara. La depresión tenía cierto componente hereditario y si su padre la había padecido era mejor escucharla.
—¡Claro, cuénteme! —exclamó, retomando el asiento ante la vista de una estatua que ambas habían ignorado hasta el momento porque se escondía en una orilla sombría. Era de un dios, pero la oscuridad no permitió a Claire asignarle una identidad.
Estambul, Turquía – Antes
Selin poco hacía. Era el momento perfecto para descansar. Había llegado agotada de gastar el dinero de su padre en la semana de la moda de Paris y solo deseaba olvidarse del mundo terrenal. Flotaba en la bañera de su habitación, rodeada de burbujas rosadas, esencias florales y velas moradas. Sus ojos no se habían cansado de ver por la ventana junto a la bañera. El crepúsculo estaba en su esplendor y Selin no deseaba nada más en ese momento.
Si se concentraba lo suficiente podía escuchar las convulsionadas calles de Estambul, pero prefirió alejarse de aquel bullicio y mantenerse en aquel que era su santuario, donde podía estar sola y alejada del mundo, donde podía ser ella misma, una Selin sin apellido, sin propiedades y sin ataduras.
Su celular vibró y ella lo tomó. Había un mensaje de su padre que le pedía se acercase a su habitación. No lo deseaba. Había algo que la obligaba a permanecer allí, en la bañera. Como si el crepúsculo y el agua la necesitasen para sobrevivir. Lamentablemente terminó por salir de la bañera, secó su cuerpo con la toalla y la enredó alrededor de su cuerpo.
Salió a su habitación, envuelta en el aura naranja y pesada que siempre envolvía a Estambul. No se molestó en calzar pantuflas porque estaba apurada. Cuando su padre ordenaba algo tenía que llevarse a cabo en brevedad. El pasillo se veía adormecido, igual que la mansión entera. La servidumbre se había tomado el día libre porque era domingo y la casa tan grande parecía engullir a Selin entre sus alfombras y tapices.
La puerta de la habitación del señor Akkuş estaba entrecerrada y Selin no tardó en percibir que algo raro sucedía. Su padre nunca cerraba la puerta, argumentaba que siempre debía estar viendo su hogar, porque quién lo cuidaría sino él. Escuchó un gemido ahogado y después completo silencio.
—¿Padre?
Se aproximó a la puerta y tocó su tibia madera. Antes de moverse si quiera un poco más supo que debió haberle hecho caso a sus instintos y permanecer en la bañera mientras podía. Pero ya no había vuelta atrás. Al empujar la puerta vislumbró una sombra que desapareció en el balcón de la habitación tan rápido como lo hizo el último rayo del sol.
Selin encendió la luz de la habitación para observar. Todo yacía en perfecto estado, pero no vio a su padre por ninguna parte. Caminó lentamente y lo notó. La alfombra grisácea estaba manchada con parches rojos, igual que la pared naranja con un veneciano detallado. Las manos de Selin comenzaron a temblar y una gota de sudor frío se resbaló desde su nuca hasta su espalda baja. Avanzó hasta el otro lado de la cama, cubierta por millones de almohadas y un edredón suave como las nubes.
Intentó gritar al verlo, pero ningún sonido salió de su boca. Su padre estaba tirado como un costal de basura, con la garganta cortada de esquina a esquina y con los ojos bien abiertos y enfocados en el techo pintado con figuras. Selin se arrodilló junto a él y trató de cubrirle la garganta con sus manos, en un intento por detener la hemorragia del cuello de donde todavía emanaba sangre sin cansancio.
—¡Auxilio! —gritó tan fuerte como pudo. Las primeras lágrimas afloraron un instante después, cuando supo que ya no había nada que hacer —. ¡Mi padre! ¡Socorro!
El señor Akkuş pareció intentar hablar, pero en lugar de emanar palabras de su boca, un chorro grueso de sangre salió de su garganta y manchó la toalla blanca de Selin. El hombre dirigió la mirada al balcón, como queriendo decir algo. Selin giró su mirada y observó hacía el lugar, recordando en el momento la sombra negra que había visto al entrar en la habitación.
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