Capítulo 24: Privados de la luz
Varios chillidos se escucharon, alguna que otra mandíbula tiritó de los nervios y hubo tres golpes secos y contundentes, muy similares a los que habían acabado con la vida del señor Blackwood al principio de la noche.
La primera luz que se encendió en el vestíbulo era débil, entre azul y blanca y se perdía con desosiego entre la inmensidad del lugar, y aun así permitió a Claire ver que quien sostenía aquel destello era el coronel Santodomingo. Tambaleante y desubicada se dirigió hasta él.
—Necesitamos encontrarlo, coronel.
—Me puede decir "Jacobo", doctora. No es momento para formalidades —agregó, sacando otra linterna de algún lugar para dársela.
—¿Acaso es vendedor de linternas en su tiempo libre?
—Viajas costumbres de soldado que de vez en cuando resultan útiles, nada más que eso, doctora.
—Usted dígame "Claire". No es momento para formalidades —aseguró Claire, sonriendo entre la penumbra sin que nadie pudiese saberlo.
—Kurida no está aquí. Ya ubiqué a todos y solo falta él. Debió haber escapado. ¿Alguna idea de dónde pueda estar?
—En su habitación.
—¿Y considera prudente ir allá?
—Eso creo —aseguró Claire, tomando al coronel de la mano para que no se extraviaran en la oscuridad —. Gerente Mhaiskar, intente arreglar los fusibles o hacerse con más linternas —ordenó, mientras subía por las escaleras.
—¡Jill! —gritó Pietro desde alguna parte, pero ella no le respondió porque no deseaba ponerlo en más peligro, era mejor que permaneciera allí en el vestíbulo, alejado del Señor Mundo.
Claire condujo a Jacobo hasta el salón del segundo piso, donde todos los adornos y muebles parecían cobrar vida en las sombras formadas por ambas linternas mientras la oscuridad se encargaba de jugar con la mente para hacer ver cosas que en realidad no estaban allí. Luego, caminaron hacia el pasillo izquierdo, Claire con la linterna firme, apuntando hacia adelante, y Jacobo con una linterna inquieta que alumbraba a todas partes y a ninguna a la par que sus ojos intentaban entrever cualquier atisbo sorpresivo de Tadashi.
—Estás temblando, Claire —dijo el coronel, arriesgándose a tutearla por primera vez en un acto de misericordia para relajarla ante el hecho de que no había dejado de percibir como su mano no paraba de moverse inquietante por el futuro que les deparaba. Jacobo se detuvo unos segundos más tarde y puso su rostro frente al de su acompañante, además, apuntó la luz de tal forma que ambos pudiesen entrever su rostro sin que les molestase los ojos —. Debes calmarte.
—Lo sé —suspiró Claire —, pero no puedo. —No dejaba de mirar para todo lado, temerosa como un conejillo silvestre. Las primeras gotas de sudor frío ya empezaban a asomarse en su rostro.
—Mírame, Claire —ordenó Jacobo y ella obedeció con algo de reticencia. Él tenía ojos oscuros y ella por alguna razón encontró un alivio allí dentro, justo como lo solía hacer en los ojos de Pietro —. Antes, cuando era un cabo joven e inexperto y me encontraba nervioso en medio de una misión en la selva o en algún lugar inhóspito, intenté varias cosas hasta que logré encontrar una forma de calmar mi ansiedad ante lo impredecible. ¿Hay algún cantante o banda que te guste?
—Los Guns N' Roses... siempre los escucho.
—¿Y puedes decirme alguna canción de ellos que te encante?
—Sweet Child O' Mine, ¿la has escuchado alguna vez?
—Por supuesto —respondió el coronel —. Si me esfuerzo puedo cantarla de memoria. ¿Crees poder hacer lo mismo? —preguntó, acariciando su mejilla suavemente.
—¿Aquí? —El coronel asintió e inmediatamente empezó a hacer un sonidillo instrumental pero muy desafinado con su garganta que jamás había sido dada a las artes vocales —. Vamos, canta conmigo... She's got a smile it seems to me reminds me of childhood memories where everything was as fresh as...
—The bright blue sky... —cantó Claire, con una voz mucha más prodigiosa que la de Jacobo.
—¿Ves cómo cantas de hermoso? Sigue... Now and then when I see her face she takes me away to that special place... —cantó el coronel desafinando mucho mientras sonreía, viendo el rostro cada vez más relajado y confundido de Claire.
—And if I'd stare too long I'd probably break down and cry... —continuó Claire mucho más suelta.
—Ahí viene el coro —anunció el coronel —. ¡Dale con toda, Claire! —exclamó y juntos, como una banda improvisada de garaje compuesta por un par de adolescentes que no saben nada de la vida, lograron entonar el coro —Oh, oh, oh, sweet child o' mine. Oh, oh, oh, oh, sweet love of mine... Eso es, continúa cantándola cuanto tiempo sea necesario.
El coronel Santodomingo tomó la mano de Claire de nuevo y sintió que el temblor no había desaparecido, pero sí se había reducido de manera drástica, lo que fue una luz verde para que continuaran con su camino.
Claire siguió dirigiendo el rumbo, con la canción clara en la mente: "She's got eyes of the bluest skies as if they thought of rain". El camino era el mismo que dirigía hasta los aposentos que compartía con su esposo, tan solo que al final, en lugar de detenerse delante de puerta de enfrente, se giró a la derecha. La habitación de Tadashi Kurida había estado todo el tiempo frente a la de ella, pero entonces ¿cómo ni ella ni Pietro y tampoco la mayoría de personas en el pasillo escucharon los pasos del asesino cuando se dirigía a acabar con la vida del señor Blackwood?
—Es aquí —señaló Claire.
El coronel tomó aire y su ya prominente pecho se infló más. De un empujón golpeó la puerta, lo que ocasionó que el picaporte cayera al suelo y esta se abriera bestialmente, dejando entrever desde el interior una luz verdosa que alumbraba mucho mejor que las linternas.
Jacobo penetró primero en la habitación y analizó el interior, y minutos más tarde terminó por dar el aval a Claire para que entrara, luego de cerciorarse de que Tadashi Kurida no estaba allí dentro, pero en su lugar sí había algo interesante.
El hombre y la mujer se dirigieron hasta varias pantallas apiñadas sobre un escritorio que estaba oculto dentro del armario, que producían la única luz del lugar, un resplandor azulado grisáceo, y rápidamente entendieron lo que pasaba. Tadashi Kurida había vigilado sus movimientos atentamente desde aquel lugar. De alguna manera había logrado hacerse con el control de las cámaras de seguridad del hotel y con ellas nada se le escapó.
—¡Aquí está! —exclamó el coronel, señalando con su dedo índice unas escaleras estrechas en forma de caracol que aparecían en una pantalla —. Hay que ir por él —sentenció, para después abandonar el lugar a toda prisa, dejando a Claire abandonada en aquel hotel dominado por la oscuridad.
La doctora decidió no seguir a Jacobo porque era consciente de que no podría seguirle el paso, pero tampoco deseaba quedarse allí sola, así que se dispuso a dejar el lugar, pero algo la detuvo. Fue una brisa muy fresca de invierno que entraba por algún lugar y arrebataba el calor que la calefacción ofrecía a la habitación.
Se giró curiosa hacia la ventana y recordó una conversación previa que había tenido con quien recién acababa de abandonarla. Si Tadashi Kurida fue el asesino, ¿cómo logró pasar por el pasillo sin que nadie lo escuchara ni tampoco lo divisara volviendo a su habitación luego del revuelo causado por los golpes del asesinato?
Se dirigió al escritorio, dispuesta a obtener una respuesta y luego de forcejear algunos minutos con los equipos electrónicos, rebobinó las grabaciones. Ante sus ojos, las pantallas mostraron el momento clave del asesinato, el último respiro del señor Blackwood y el momento exacto en el que Tadashi Kurida acababa con su vida, pero no le bastó con verlo una vez y lo rebobinó de nuevo para, esta vez, tomárselo con más calma.
Tadashi Kurida salió por la puerta de la habitación de Amelia Wilde para recorrer el pasillo casi a hurtadillas, silencioso y tétrico como la muerte que pronto haría presencia en el lugar. Por su parte, Henry Preston Blackwood terminaba de cruzar el salón del segundo piso y apenas había pisado el rellano para disponerse a bajar por la escalera cuando se giró para ver quien se aproximaba por el pasillo. Y aquella fue su última exhalación que venía tomada de la mano por su último recuerdo: el de un joven treintañero, guapo, esbelto, de piel prístina y ojos rasgados que se acercaba por el pasillo tan decidido como calculador, agarrando con fuerza una estatuilla de Deméter, la diosa de la vida, la muerte y las estaciones.
El Señor Mundo aligeró su paso y estuvo en una milésima de segundo frente a su víctima, con la estatuilla elevada y listo para descenderla y asestar un golpe mortal en la cabeza. Y fue allí, en ese último momento, cuando Henry Preston Blackwood entendió que en verdad era un humano más, una cucaracha del montón que tan solo ondeaba con las olas que eran los días, comprendió por fin, aunque muy tarde, que de nada le servían todas esas montañas de dinero, que todo el tiempo malgastado haciendo negocios se iría al caño y él terminaría muerto, sin un ápice de todo lo que había hecho en la vida. Y la revelación y el temor de ser igual a todos los seres humanos lo hizo gritar como nunca había gritado en su vida.
Su último deseo fue estar acompañado en su funeral, pero el primer golpe llegó cuando pensó en quienes podrían estar junto a su féretro. Fue un golpe duro, sonoro y espantoso en la parte trasera de su cabeza, pero no sintió dolor porque quizá ya se había resignado a recibir el beso de la muerte. Su esposa iría al funeral, sin embargo, solo lo haría por compromiso, pensó segundos después cuando se balanceaba desconcertado por la confusión del golpe y antes de que aterrizara en su magullada cabeza alguna otra persona, llegó un choque más de la estatuilla, exactamente en el mismo lugar que la primera vez.
El señor Blackwood trató de huir, no para salvarse, sino para ganar algunos minutos que gastaría en descifrar quienes más podrían asistir a su funeral, aterrorizado ante la idea de que iba a morir sin nadie que lo rodeara. Bajó un escalón como pudo y recordó que su único amigo, Yusuf Akkuş, había muerto bajo sus órdenes. Al descender otro escalón supo que su única hija, Harmony, no lo querría ver ni siquiera muerto luego de lo que le había hecho a su novia. Pensó que alguno de sus amoríos podría compadecerse y visitarlo, pero descartó la idea rápidamente cuando recordó que Amelia Wilde amaba más a Harmony que a cualquier cosa. También pensó en su abogado, Pietro di Marco, pero para él solo sería un alivio su muerte, puesto que su esposa por fin estaría a salvo.
Sin realmente nadie que en verdad lo extrañara por su ausencia en el mundo, se dejó caer al vacío, dispuesto a que sucediese lo que el futuro quisiera, ya que parecía ser el único interesado en sus actos. Su cuerpo surcó el aire antes de que su cabeza chocara contra el borde de un escalón, arrebatándole la poca vida que le quedaba, pero en la última milésima de segundo una jovencita de ojos opacos y piel morena vino a su mente, quizá ella lo podía visitar si no la hubiera abandonado sin haberle dado motivo aquella noche que tomó su virginidad.
Y aquel fue el fin del señor Blackwood, asesinado en medio de las escaleras de un lujoso hotel suizo, acompañado por Deméter, como si ella hubiese presentido su muerte y en un acto de desprecio hacia lo que había sido en vida, hizo uso de sus cualidades místicas para que terminara solo, en el invierno más frío que se había visto en décadas en aquella región, desangrándose lentamente en la escalera, consciente de que aunque la muerte le llegara a todos, era más condescendiente con unos cuantos suertudos.
Claire rebobinó las cintas algo más, con un nudo en la garganta, lo que le permitió descifrar las acciones que había tomado Tadashi para llevar a cabo el asesinato. El hombre había esperado que Amelia Wilde dejara su habitación para dirigirse a la habitación de su exesposo, el señor Quon Ming, y a eso se debía aquel pendiente que había encontrado justo allí. Seguro de que ella no volvería en un buen tiempo, el Señor Mundo saltó por la ventana de su habitación, para caer en el suave colchón de nieve acumulada durante semanas, atravesó todo el hotel por el jardín que daba al lago y al bosque y trepo por la nieve para subir hasta la habitación de Amelia y entrar por una ventana sin seguro. Allí dentro, tomó la estatuilla de Deméter, salió al pasillo, asesinó al señor Blackwood, salió de nuevo al exterior, pero esta vez por el gran ventanal del salón del segundo piso, espero a que María Paz Anaya dejara su habitación para socorrer al asesinado y subió a esa habitación, desordenó el lugar, dejó allí la estatuilla del crimen, tomó la estatuilla de Hestia que pertenecía al lugar, para después volver a saltar por la ventana y regresar a su habitación, esperar unos segundos allí, mientras su respiración se calmaba y el sudor del esfuerzo físico desaparecía. Y así terminó en medio del salón del segundo piso, junto a Claire y los demás huéspedes, presenciando tan atroz crimen como un inocente cualquiera.
Al regresar las cámaras a lo que sucedía en el momento, Claire vio como los huéspedes se habían aglomerado en las escaleras de caracol y emprendió su camino hacia allá.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top