Capítulo 20: Claire Jillian Davenport, la psiquiatra

Una profunda sombra se hizo visible en el suelo del gran salón y Pietro di Marco Bartolini no necesito ver más para saber que su esposa, Claire Jillian Davenport, estaba entrando en el lugar, y esperaba que no hubiese llegado el momento de su interrogatorio. No sabía lo que podría sucederle a su matrimonio si todos sus pecados salían a la luz.

—Es tu turno, Pietro —dijo Claire sin observarlo a los ojos.

El gran salón estaba vacío, solo permanecía su esposo en una silla cercana al fuego que le faltaba poco para consumirse debido a la falta de leña.

—¿Por qué no enviaste al gerente Mhaiskar por mí, justo como hiciste con los demás?

—Eres mi esposo, Pietro. Supongo que lo menos que podía hacer era venir hasta acá por ti.

—He escuchado decir al personal del hotel que has entrevistado a los huéspedes en distintas estancias ¿Dónde lo harás conmigo?

—Pensé en eso toda la noche... y no pude darle respuesta —dijo Claire, sentándose en uno de los cómodos sofás —. Me conoces bien, Pietro, y sabes que los entrevisté en lugares diferentes por una razón y no tiene sentido ocultártela. Llevé a los huéspedes a un lugar donde se sintiesen como en casa, o lo más cercano posible a ella. Supongo que en algunos casos fallé rotundamente, como con el general Santodomingo. Era simplemente imposible recrear algo lo suficientemente cálido o colorido como Colombia en este helado invierno suizo a blanco y negro.

Pietro se puso en pie y dio varios pasos hasta llegar junto a Claire, pero no se sentó. La observo desde arriba y acarició su cabello sin decir palabra.

—¿Perdonarías lo que fuese que haya hecho, amore mio?

—¿Tú ya me perdonaste por lo que hice? —preguntó Claire, observando a su esposo a los ojos.

—Estoy tratando de hacerlo, día tras día...

—Jamás hablamos de ello, Pietro.

—Nunca fue necesario...

—Mentí cuando le dije a todos justo aquí, en el salón, que no tenía ningún pecado que ocultar. Lo tengo y soy consciente de ello, pero lo oculté porque estaba completamente segura de que no tenía nada que ver con el señor Blackwood.

—No tenemos que hablar de ello, Jill...

—¡Sí tenemos que! —exclamó la mujer, hastiada de las rehuidas al respecto que su esposo había hecho por años —. Siéntate, Pietro —. El hombre obedeció y ambos quedaron frente a frente, a merced de la inmensidad del gran salón y del fuego de la chimenea que combatía por no morir —. La noche está cerca de terminar y pronto tendré que entregarle el sobre al Señor Mundo, y no quiero dar un nombre equivocado y condenarlos a todos si me dejo llevar por los sentimientos. Esta noche me dejó una gran enseñanza. Los secretos solo nos hunden en un poso de miseria que se encarga de tragarnos con esmero segundo a segundo y que se agranda con cada mentira más que pronunciamos para mantener la primera.

—Lo que tú tienes que decir, Jill, no es una mentira. Ya lo sé bien.

—No es una mentira, en eso tienes razón, pero es una verdad a medias. Nunca dejaste que te diera una explicación concisa, ni siquiera me dijiste algo, te limitaste a cambiar por completo conmigo y a seguir como si nada hubiese pasado. Ya todos se expiaron conmigo esta noche, y creo que es un momento prudente para que yo haga lo mismo contigo.

—No lo quiero escuchar —aseguró Pietro con vehemencia, apretando las manos de Claire —. No quiero saber nada sobre eso. Con esfuerzo he ido asimilándolo y superándolo. Han pasado años. No es necesario que volvamos al pasado por simple gusto.

—Es necesario, y lo haremos.

—Te lo ruego, Jill, no quiero que digas nada sobre eso —. Pietro calló por un largo momento y las chispas de la chimenea causaron un pequeño alboroto anunciando la extinción del fuego que llegó un segundo más tarde. Con el gran salón totalmente silencioso y sin otras personas más que ellos, Pietro continúo —. No sé si voy a poder perdonarte cuando escuche lo que tienes que decir. Quiero amarte, Claire Jillian Davenport, y la ignorancia sobre aquel asunto lo hace más fácil.

—No merezco tu amor si no estás dispuesto a escuchar lo que tengo para decir. Yo no quiero callarlo más y tú no quieres escucharlo, así que, si ninguno cede, no hay opción distinta que acabar con...

—¡Está bien! —exclamó Pietro, interrumpiendo de la nada a Claire —. Te escucharé, pero quiero que te quede muy claro que solo lo hago por ti, y también quiero que sepas que, si no soporto lo que voy a escuchar, el fin de nuestra relación habrá sido tu culpa.

Sídney, Australia - Antes

Claire había dudado demasiado para acceder a aquella cita y ahora que justo la terminaba tenía miles de sentimientos encontrados. Se giró por un momento para observar al hombre que aún permanecía en la mesa donde habían hablado durante toda la tarde y que estaba tomando sus cosas para retirarse.

No tenía nada especial, de hecho, si lo miraba por un buen rato, podría hasta describirlo como muy simplón, pero también sabía que había algo en él que le había encantado y aunque era consciente de que era una desfachatez compararlo con Pietro, no podía evitarlo. Era una necesidad imperiosa que tenía por hacerse saber que su esposo era mejor que aquel hombre en todo sentido y que aquello no era nada más que una aventura amorosa temporal que diezmaba el sentimiento de soledad avivado por las ausencias tan comunes de su esposo.

Su cabeza regresó al frente y sus pies continuaron avanzando. Tenía una vista maravillosa de la bahía y el sol alumbraba con descaro a todo lo que podía, incluido su cabello rubio que parecía envuelto en llamas por tanta luz.

—¡Claire! ¡Claire! —escuchó gritar desde atrás y no tardó en girarse. El hombre de la cita iba tras ella, con un trote rápido —. Olvidaste tu anillo —dijo cuando estuvo cerca —. Lo encontré envuelto en una servilleta sobre la mesa. Menos mal me gusta limpiar el desastre después de que como o los meseros probablemente lo hubiesen arrojado a la basura.

El rostro de Claire empalideció y ni la luz abundante de los rayos solares logró darle algo de color. Lo que aquel hombre le estaba ofreciendo era el anillo de compromiso que Pietro le había dado años antes. Se lo había retirado de su dedo para no causar desconfianza de ningún tipo ni parecer una descarada.

—Gracias —dijo apresurada, y tan veloz como pudo lo quitó de la mano ajena y lo metió en su cartera para que se perdiera entre todas las cosas que tenía allí dentro.

—No tienes que preocuparte por ocultarlo —aseguró el hombre.

—Discúlpame, Connor...

—Vi que era de compromiso, pero no me sorprendió. Es obvio que eres una mujer casada. Eres demasiado hermosa e inteligente como para estar sola. —Claire sonrió sutilmente al tiempo que el color normal de su tez regresaba a ella.

—No es...

—Tranquila, no tienes que decir nada sobre tu esposo. Yo tampoco estoy buscando una relación seria, así que, si quieres, podemos mantener esto con prudencia.

—Creo que eso sería lo mejor.

Connor asintió y le dio un beso rápido a Claire en los labios.

—Espero tengas un buen día.

Las cosas continuaron con cautela, como ambos lo habían acordado. Claire anotó el número de Connor en un papelillo y lo ocultó en el bolsillo de un abrigo de su armario, que rara vez utilizaba, para no guardar el número en los contactos de su celular y provocar sospechas en Pietro, hasta que al final, de tanto marcarlo, terminó memorizándolo por completo y se deshizo del papel.

Cada vez que su esposo anunciaba un nuevo viaje, trataba de disfrutar lo más posible con él, pero cuando dejaba Sídney para recorrer el mundo su diversión se desviaba hacia Connor. Con aquel hombre hacía todo lo que alguna vez había hecho con Pietro. Caminaban por los bulevares, iban a las playas a jugar voleibol y a nadar, frecuentaban interesantes cafés, se atiborraban de comida en sinuosos restaurantes y hablaban de toda clase de cosas.

Aquella noche ella y Connor se encontraban en un bar, y cada uno ya tenía más de un par de copas de vodka encima. A Claire le fue difícil consumir ese alcohol porque nunca lo había soportado, pero su acompañante poseía tal nivel de persuasión, que no le quedó más remedio que embutírselo al tiempo que tapaba su nariz para no sentir el fuerte y desagradable sabor.

Para entonces ya llevaban varios meses conociéndose y Claire sabía que Connor era vicepresidente de un banco estadounidense, era divorciado y tenía dos bellas hijas. También se sentía solo y por eso le agradaba su compañía.

Claire, atontada con el alcohol en su cabeza al que nada estaba acostumbrada, se detuvo a observar de frente a Connor, sin apartar la mirada, mientras él hablaba sobre cosas de las que ella ya había perdido el hilo. Su cabello era muy liso, no curvado y con volumen como el de Pietro. Su mandíbula era débil más no fuerte y marcada como la de Pietro. Sus ojos eran demasiado azules, pero prefería la oscuridad misteriosa y envolvente de los ojos cafés de Pietro. Su piel era pálida y grasosa además de llena de pecas y manchas, seguro se daba el sol demasiado y no procuraba utilizar ninguna protección, en cambio Pietro... su piel parecía bendecida por el sol del mar Mediterráneo y ni siquiera pasar mucho tiempo sin darse el sol la empalidecía.

—Claire... ¿está todo bien? —preguntó Connor, preocupado por la dispersión de las pupilas de su acompañante.

—Todo está perfecto —dijo ella, intentado articular con una mandíbula que se movía perezosa y torpemente.

—¿Te gustó la comida? ¿Quieres que te lleve a casa?

Y aquellas preguntas fueron suficientes para que Claire entendiera por qué le gustaba pasar tanto tiempo con Connor. Esas preguntas eran típicas de Pietro. Su esposo intentaría bajarle la luna si así lo pidiese.

En aquel momento tuvo una epifanía brutal de la verdad sobre su relación con Connor. No tenía una aventura con aquel hombre porque quisiese alguien más en su vida o porque Pietro la aburriese, era todo lo contrario. Salía con Connor cuando su esposo no estaba porque él la trataba muy similar a Pietro.

Siempre que salía con su amante o tenía intimidad con él, se imaginaba a Pietro, no lo podía sacar de su mente por más de que lo intentara. Era feliz con aquella fantasía porque no soportaba la soledad. Estar lejos de Pietro la aburría y la enviaba directamente a un océano de nada.

Balbuceando, se disculpó con Connor para ir al baño y él ofreció llevarla hasta allá, para evitar que se tropezara debido al alcohol. Era claro que a él le habían afectado mucho menos los tragos de vodka. Con el bolso en mano, tambaleándose sobre unos tacones altos y sosteniéndose de cualquier cosa que sus manos encontraban, se abrió paso hasta el baño. Algunos hombres intentaron insinuársele, pero los rechazó con malas palabras y se hicieron a un lado.

Al abrir la puerta del baño estalló en llanto y de ahí en adelante no lo pudo contener. Se odiaba por hacerle eso a Pietro. No entendía cómo podía haber sido tan desvergonzada y malnacida para mantener una relación extramatrimonial mientras su esposo se esforzaba por ser exitoso. Todo era perfecto en su vida, excepto eso. Tenía el trabajo que deseaba, amaba a su familia y su matrimonio, pero lo único turbio era el imbécil de Connor que había aceptado salir con ella aun sabiendo que estaba casada.

Su espalda se recargó en una pared y su cuerpo se deslizó hasta llegar al suelo. Las lágrimas salían como cataratas y por más que intentó relajarse no lo logró. Su consciencia le había jugado una mala pasada o quizá solamente eran los tragos, no lo podía saber con certeza en aquel momento, pero había algo que en efecto sabía: no podía vivir más con eso.

Revolcó su cartera y como no encontró lo que buscaba la puso de cabeza y la movió hasta que todo cayó sobre el suelo. El rímel de sus pestañas se había corrido, y ahora sus lágrimas caían negras sobre su vestido blanco. Se movió de su cómoda posición y gateó sobre sus objetos buscando uno en especial, su celular, el cual después de un tiempo y bastante concentración, logró hallar.

Buscó el contacto lo más rápido que pudo y eligió la opción de llamar. La llamada entró y Claire se puso en pie, sosteniéndose de un lavabo mientras esperaba que alguien respondiera del otro lado. Cuando se observó en el espejo vio lo destruida que estaba y le dieron más ganas de seguir llorando. Tenía los ojos hinchados y rodeados del negro corrido del rímel, el cabello enmarañado y el vestido lleno de varios fluidos que no recordaba haberse vertido encima. Cuando pensó que ya nadie iba a contestar del otro lado, escuchó una voz que le dio paz.

—Jill, amore mio. ¿Está todo bien? —preguntó Pietro con su dulce voz.

—Ni siquiera recuerdo el nombre de este lugar —dijo Claire entre feroces sollozos y sin mucha vocalización.

—¡¿Estás bien Jill?! ¡¿Algo te sucedió?! ¡Dime donde estás!

—Te amo, Pietro, te amo con todo mi corazón.

—Yo también, Jill, pero necesito que me digas dónde estás, amor, para que pueda ir por ti.

—¡No quiero que vengas por mí! —exclamó Jill, llorando y respirando sonoramente —. No mereces verme así...

—Jill, por favor, dime dónde estás, no te escuchas bien...

—Me da vergüenza que me veas de esta manera, Pietro.

—Amor, te he visto de todas las maneras y no hay solo una de ti que no me encante. Por cómo te oigo puedo adivinar que estás ebria, no hay nada de malo en ello, todos podemos tomar alcohol hasta perder la conciencia.

—No es solo eso, Pietro.

—No importa lo que sea, Jill. Solo quiero que me digas donde estás e iré por ti.

—En un bar...

—¿Y cuál es el nombre del bar? —preguntó Pietro. Jill observó por todo lado y en un letrero que indicaba no llevar a cabo nada sexual en el baño descubrió el nombre del establecimiento que ya había olvidado.

—Just One Gulp, el nombre del bar es Just One Gulp.

—Estaré ahí en unos minutos, Jill. No te muevas.

Pietro colgó y Claire aún no había parado de llorar. Una mujer entró al baño y al ver el desorden la ayudó a guardar sus cosas en la cartera y la devolvió a su mesa junto a Connor sana y salva, dentro de lo que cabía, por supuesto.

—No te ves muy bien, Claire. Es mejor que te lleve a casa ahora mismo...

—¡No! —gritó Claire, encolerizada y víctima del alcohol —. ¡Tú no me llevarás a casa! Alguien más lo hará.

—No hay nadie más con nosotros. No te dejaré sola.

—¡No estoy sola, maldito infeliz! ¡Tengo un esposo! —gritó a todo pulmón, llamando la atención de varias personas en el bar —. Y eso fue algo que tú no pudiste entender cuando te metiste conmigo, Connor... Connor... ¿Lo ves?... Ni siquiera puedo recordar tu apellido ¿Sabes por qué?... ¡Porque no me importas para nada!

—Estas demasiado ebria, Claire. Esto lo podemos hablar mañana, cuando estés en tus cinco sentidos. Vamos a casa...

—¡Dije que no! ¡¿Acaso no entendiste?! ¿No te basta con ser mi maldito amante, también tienes que ser un completo idiota que no entiende que es un no?

—Claire, por favor, tranquilízate —dijo Connor, posando su brazo sobre el hombro de la mujer.

—¡No me toques! —exclamó ella, muy a la defensiva —. No quiero nada contigo. Ya me cansé de esta aventura. ¡No siento nada por ti! —gritó y se acercó hasta los labios de Connor para besarlos por unos segundos —. No sentí nada más que un irremediable vacío. He estado saliendo contigo porque no aguantaba la soledad y porque me tratas bien. No hay ninguna otra razón para eso.

—Jill —dijo una voz familiar desde algún lugar entre la muchedumbre del bar. Claire buscó con su vista brumosa y confundida hasta que Pietro salió desde atrás de una pareja.

—Perdóname, Pietro —chilló Claire, aproximándose a su esposo —. Perdóname por esto —repitió sin parar de llorar, hasta que se arrodilló frente a Pietro, quien no había dicho ni una sola palabra —. Te lo ruego, perdóname.

—Ponte de pie, Jill —ordenó Pietro, tomándola con suavidad de un brazo y ayudándola a cumplir el acto —. Es hora de irnos —. El hombre fue hasta la mesa para tomar la cartera de su esposa mientras fulminó con la mirada a Connor, quien era muchos centímetros más bajo y bastante menos robusto.

Un mes después de aquel acontecimiento, y aún sin haber pronunciado palabra sobre Connor y la infidelidad de Claire, el matrimonio empacó maletas, puso a la venta su casa y despegó desde Sídney, Australia con rumbo a una nueva vida en San Francisco, Estados Unidos, buscando alejarse del pasado y del dolor que este causaba.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top