C A P I T U L O 35
Capítulo 35:
La temperatura había descendido notablemente, ya eran cerca de las diez de la noche, y en su cabeza estaba la duda de el por qué la pequeña mexicana lo había llamado con tanta urgencia.
Esperó durante lo que parecieron diez minutos, estaba a punto de retirarse del lugar, pues, llegó a pensar que la chiquilla le había jugado algún tipo de broma, pero no estaba del todo seguro, ella no era del tipo que hacía bromas como esa, no tenía sentido, hasta para ser Luna.
Escuchó ruidos cuando ya estaba a punto de retirarse, pensó que podía ser Luna, así que se quedó esperando que apareciera, pero, sin embargo, no podía estar seguro de que fuera ella, se mantuvo a la vanguardia, no podía bajar la guardia, cuando posiblemente su vida podría estar en peligro. Aunque era algo muy poco probable, la ciudad era muy segura.
—¿Simón? —se escuchó la aguda voz de Luna, no se podía distinguir muy bien la figura, pues la luz que había en el lugar era bastante opaca.
—Estoy por acá, Luna... —respondió él, estaba feliz de que la pequeña hubiera llegado, ya se había dado cuenta que no había sido una broma de su parte.
—Creí que no vendrías... —dijo ella con su típica sonrisa inocente.
—Yo también pensé lo mismo. Pero de ti —se rio un poco —. Y bueno... ¿Para qué me haz citado aquí? —preguntó con duda. Pues en realidad la tenía.
—Ah...—se quedó estática, no había pensado en el cómo le diría que estaba con Ámbar —Uh... yo... bueno... —mientras titubeaba, sus manos empezaban a sudar, y no tenía más que tirarle la sorpresa, así no más, sin anestesia.
—¿Tan malo es lo que me tienes que contar? —el castaño empezaba a preocuparse.
—Sí. Bueno, no... —hablaba rápidamente, se notaba que estaba llena de nervios, y lo peor de todo, es que ni ella misma sabía por qué, después de todo, no era nada malo, ni del otro mundo. Pero quería darle una sorpresa a su amigo, y no sabía cómo hacerlo.
—Todo depende de cómo lo tomés vos, Simón... —una voz suave, calmada y aterciopelada voz, abandonó una boca, unos hermosos y rosados labios, para llegar a los oídos del castaño, quien, por impulso, abrió los ojos de sobremanera y abrió la boca un momento, en señal de que tenía algo que decir, pero no lo hizo, y volvió a cerrar su boca.
Una Ámbar despeinada, y hermosa como siempre, salió de entre las sombras, dejándose ver por los ojos del mexicano. Con las manos juntas y con la mirada en el suelo, se aproximó hacia él.
—Ámbar... —susurró Simón aun sin salir de su trance.
—Simón... —esta vez susurró la rubia, mirándolo de frente, se podía notar la tristeza en sus orbes azules.
—Luna... —dijo Luna esta vez, ella, al parecer también se había adentrado al círculo amoroso y dramático de aquellos chicos, sin darse cuenta —Lo siento, lo siento... Yo... —decía nerviosa y sonrojada —Adiós, chicos —se fue corriendo del lugar, dejando a dos adolescentes mirándose entre sí.
—Ámbar, puedo explicarlo todo, lo juro... —se apresuró a decir el chico. No quería perder la oportunidad de explicarle todo lo que verdaderamente había pasado.
—Lo sé, Simón... —se acercó más a él, se sentó a su lado, y comenzó a llorar, la culpa otra vez se apoderaba de ella, y como no podía salir de otra forma, sus lágrimas aparecían.
—¿Lo sabes...? —preguntó dudoso. Acaso Luna le había explicado todo, no lo creía.
—Perdoname, Simón. Perdoname, mi amor. Fui una tonta de verdad... —rompió en llanto, y él no soportaba verla de esa manera, prefería sufrir él, mil veces más que ella.
—Shhh... —la calló con un pequeño beso en sus labios —. Ya no llores, chiquita... —besó su frente esta vez —. Me parte el alma verte así —la abrazó fuerte y cálidamente.
La amaba, él la amaba más que nadie sobre la tierra. Y ella había sido tan estúpida desde el momento en que dudó de él, se reprendía por eso, se odiaba por eso.
—Te amo... —le dijo entre sollozos, su rostro estaba contra su pecho, sus lágrimas mojaban su camisa, y eso no le importaba, ella esta con él, él estaba con ella, estaban juntos, los dos.
—Yo más... —le dijo sin dudar —Mucho más, bonita —la besó, ella correspondió, fue un beso corto, casto, pero llevaba algo simbólico en él: todo el amor que se tenían —. No hay nada que perdonar... Te amo, te amo con mi vida, Ámbar... —volvió a besar sus labios —Te amo —lo hizo otra vez —. Te amo —y lo repitió.
—Estás loco... —rio un poco. Su sonrisa era angelical. ¿Podía amarla más de lo que ya lo hacía? No lo sabía, pero estaba dispuesto a averiguarlo.
—Por ti, solo por ti, y por nadie más en este mundo... —le sonrió. Ella amaba esa sonrisa, y nunca se lo había dicho, pero lo haría.
—Amo tu sonrisa, Simón —cepilló su mejilla con su dedo pulgar.
—¿Quieres saber qué es lo que amo de ti? —le preguntó sabiendo cuál sería su respuesta.
—Dímelo... —lo miró a los ojos, nunca antes esos ojos color chocolate habían brillado tanto, y eso que estaban casi en la oscuridad total, ella podía ver ese brillo aún con los ojos cerrados.
—Todo... —se acercó a su rostro, comenzó a rozar la nariz de la chica con la de él, lo cual provocaba cosquillas a la rubia —Amo todo de ti, Ámbar Smith... —susurraba coqueto —. Cada parte, cada centímetro... Todo...
—Sos lo mejor que me ha pasado en la vida ¿Lo sabías? —enredó sus dedos en el cabello del chico.
—No lo sabía... Pero ahora lo sé —y se volvieron a besar, y es que, no podían pasar más de cinco segundos, cuando empezaban a extrañar los besos del contrario, el tacto de sus labios, las caricias del otro, simplemente todo.
—Ya debería irme a casa... —se separó del beso. No quería, pero lo tenía que hacer.
—Vamos. Te acompaño... —se puso de pie, y le dio la mano para que ella repitiera el acto.
Caminaron por unos minutos, el camino ya estaba a la mitad, el silencio los acompañaba, ninguno de los dos se atrevía a ahuyentarlo, pues, no era incomodo sentirse así, no en ese momento. Pero el silencio terminó con las palabras del mayor.
—Ámbar... —la llamó, a lo cual ella depositó su atención en él.
—Dime... —mencionó con una sonrisa.
—Yo... —se comenzó a poner nervioso —Estaba pensando en volver a México...
Si antes en los labios de la de ojos azules estaba dibujada una sonrisa, ahora de ello, solo quedaba un fantasma, pues se había desvanecido desde que escuchó la palabra "volver".
Se quedó en silencio por unos segundos, no sabía qué hacer o qué decir, sentía como si su voz se hubiese ido, como si un aire frio se expandiera por todo su cuerpo, y que ese mismo aire, hubiese paralizado su corazón, imposibilitándolo para reaccionar, para volver a latir, para volver a bombear la sangre y calentar su cuerpo.
Apretó la mano de Simón con más fuerza, temía que se fuera sin que ella se diera cuenta —¿Me vas a dejar sola? —preguntó haciéndose la fuerte, pero el comentario del moreno le había dolido, no quería aceptar que se quedaría sin él. No otra vez.
—No lo veas así... —rogó. Con su mano libre tomó la otra mano libre de su chica, y besó sus nudillos con ternura —Es solo que, no he visto a mis padres desde hace aproximadamente un año y... mi madre me preguntó si algún día regresaría. Créeme que en quien pensé primero fue en ti...
Entonces ella lo supo. Simón también tenía una vida, sería egoísta de su parte si le dijera que no fuera. Simón extrañaba a sus padres, necesitaba tiempo con ellos, y no podía negarle eso, ella se sentiría igual. Le sonrió, con amargura, pero lo hizo, estaba de acuerdo en que fuera, no estaba dispuesta a negárselo, estaba dispuesta a hacer el sacrificio de no verlo por días, o quizás por meses, pero lo hacía por él. Todo por él.
—Está bien, Simón... —lo miró a los ojos —Solo prometeme que vas a volver, y que me vas a besar en medio de todo el aeropuerto cuando nos veamos... —raras veces ella se sonrojaba, y esta vez lo había hecho. Él sonrió con gracia, nunca le había dicho algo así.
—Lo haré... —aseguró sin borrar su sonrisa, estaba en parte feliz de que ella hubiese aceptado que fuera a México, pero estaba triste –aunque no lo demostraba para no hacer sentir mal a su nena –porque la dejaría sola, pero estaba seguro de que regresaría, y la besaría como si fuera el ultimo día de su vida.
—Prometémelo —hizo un pequeño puchero, que no pudo ser más adorable a los ojos de su novio.
—Prometo que regresaré y que te besaré como nunca antes... —los dos se sonrieron. Ya habían llegado a la mansión, lamentablemente se tenían que despedir.
—Adiós, Simón... —se despidió.
—Adiós, chiquita. Te amo...
—Yo más...
Continuará...
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