C A P I T U L O 33

Capítulo 33:

Tuvieron que pasar unos cuantos segundos para que el castaño se diera cuenta de lo que estaba pasando, inmediatamente reaccionó, separándose del beso en el que estaban sumergidos él y su pequeña amiga mexicana.

Ella lo quedó viendo con cara de asombro, y es que, en realidad lo estaba, y lo peor de todo, era que ni ella lo había detenido, se suponía que estaba enamorada de Matteo, y no se dio cuenta cuando ella misma comenzó a corresponder el desesperado beso de su amigo. Ahora se sentía mal, y no tenía palabras para poder decir algo y romper con el incómodo silencio que había entre los dos.

—Lo siento... —dijo la menor, con un deje e voz. Bajó la mirada avergonzada, no quería verlo a los ojos, no era capaz.

—No. No, Luna... —se acercó a ella, tomando su rostro entre sus manos y acariciando sus mejillas con sus pulgares —Fue todo culpa mía, no tienes que disculparte. ¡Qué tonto soy...! —se regañaba así mismo.

—Fue culpa de los dos, Simón... —habló ella levantando la mirada, encontrándose a él con los ojos cerrados y la cabeza gacha —Tú no debiste besarme, y yo... —pausó unos segundos, al parecer le dolía decir aquellas palabras — No debí corresponder. Ambos metimos la pata en este asunto —hablaba de forma lenta, asimilando la situación.

—Perdón, perdón, Luna —comenzó a decir, esta vez su voz se escuchaba quebrada, justo como se oía cuando lo encontró, y de nuevo, sus lágrimas volvieron. Era un hecho que estaba muy enamorado de Ámbar, que la amaba con su vida.

—Ya, Simón, no llores, me hace mal verte así, tienes que ser fuerte, por ti, por mí, por Ámbar... —lo abrazó con mucha fuerza y mucho amor. En verdad se le arrugaba el corazón ver a su mejor amigo de esa manera.

—No sé qué hacer... —sollozaba mientras hablaba —La perdí, Luna, la perdí... —él la abrazó también, y así se quedaron por varios minutos, sin decir nada, al fin y al cabo, no hacía falta.

Mientras tanto, en otra parte de la ciudad, se encontraba una pelirroja sonriente, sentada en una banqueta del parque, y junto a ella, un chico con una mirada gacha y pensativo.

—¡Ella nos vio! —mencionaba con alegría en sus ojos.

—Jazmín... —la miró con un poco de enojo el chico —Esto está mal. No debiste hacerlo —la chica dejó su sonrisa de lado, para cambiar su expresión a una seria —. Vi la cara de Simón. Lo destrozaste, Jazmín, a él y a su relación con Ámbar... no deberías alegrarte por eso —la reprendió.

—¿Y qué hay de mí? —cuestionó —¿Acaso soy la única que no puede ser feliz? Te preocupas por Ámbar y por cómo ella se siente, pero de Jazmín nadie se acuerda —chillaba mirándolo a los ojos, sus orbes cristalinos hicieron que Sebastián entendiera su punto —¿Qué tiene ella que no tenga yo? ¿Es porque es rubia y yo pelirroja? Seguro es por eso. No entiendo qué le ven, solo es una plástica en busca de atención. La odio, la odio porque ella es feliz y yo no, la odio porque ella tiene a Simón y yo no, la odio porque es ella, la odio, simplemente la odio. Y no trates de llevarme la contraria, Sebastián, porque... —pero el chico no la dejó continuar.

Rápidamente le dio un abrazo que hizo que la chica dejara de hablar. Ella trató de apartarse de él, pero se le hizo imposible, el chico la sujetaba con fuerza, hasta que al fin se dio por vencida dejando que el olor a Sebastián la impregnara, sintió un calor que singular, un calor que nunca había sentido, y sin siquiera darse cuenta, hundió su rostro en el espacio que había entre el hombro del chico y su cuello. Se quedaron de esa forma por unos minutos, en silencio, un silencio que sin embargo no era incómodo, más bien, era tranquilizante, y de cierta forma, le gustaba estar así con él, la tranquilizaba, la hacía sentir bien.

—No tienes nada de malo, hermosa —susurró mientras continuaban con el abrazo, pero se separó de ella para mirarla a la cara —. Todo de ti, es perfecto, es hermoso, no te preocupes porque no te parezcas a Ámbar, ella es ella y tú eres tú —le limpió una de las lágrimas que se resbalaban por la delicada piel de su mejilla.

—Yo... —no tenía palabras para poder responder. Lo que Sebastián le había dicho, era lo más hermoso que en su vida había escuchado, y él estaba ahí, frente a ella, con esos ojos hermosos puestos sobre ella, y no tenía palabras para darle las gracias —¿Me abrazas otra vez? —preguntó con mucha timidez y con un muy visible sonrojo en su rostro.

Sonrió con mucha ternura, le encantaba la imagen que tenía de ella en ese momento, se acercó a su rostro y tocó su nariz con la suya —Haré algo mucho mejor... —volvió a sonreír.

Todo se volvió de colores de un segundo a otro, de hecho, no esperaba ni tampoco se imaginaba lo que iba a pasar después de aquellas últimas palabras. Si él se lo hubiese anunciado antes, tal vez no se hubiera dejado, tal vez. Pero fue sin previo aviso, solo se acercó más a ella, y depositó y corto y casto beso en sus rojos labios, no le dio ni tiempo de poder cerrar los ojos, y que pasara como en unos de esos besos de telenovelas o series románticas que alguna vez había visto, pero fue algo casi mágico.

—Créeme que... —no terminó su frase, pues esta vez, fue ella quien lo interrumpió.

—Ahora no te detengas...

Y dicho eso, lo besó. No lo dudó por un segundo, no quería separarse de esos labios carnosos que, hasta ahora se daba cuenta, la estaban volviendo loca.

Y por supuesto, el chico no dudó tampoco en corresponder, sonrió en medio del beso, se sentía bien tocar esos labios que no solo parecían delicados, sino que también lo eran, y los estaba disfrutando como nunca disfrutó otros. Ella y él se dijeron en su mente, que definitivamente, ese beso, fue mágico.

(***)

Era casi el anochecer, ella estaba en casa de su madrina, había tenido el valor de ir hasta esa casa, y enfrentar cualquier cosa. En ese momento se encontraba en el living, tenía el celular en sus manos, esperando un mensaje siquiera de parte de Simón, disculpándose al menos por lo que había pasado. Pero esperar fue en vano, no recibió nada de parte del chico.

El timbre de la casa sonó, esperó que Amanda fuera a abrir la puerta, pero la mujer nunca apreció, y el timbre sonó otra vez, no tuvo otra opción que levantarse de su asiento e ir a abrir la puerta aquella.

Al llegar se sorprendió de ver a quienes vio, su semblante se tornó serio y rodó los ojos, no quería hablar con nadie, y menos con ellos dos.

—¿Qué hacen aquí? —preguntó cortante y arrogante.

—Necesito hablar contigo —respondió la chica rápidamente y de forma nerviosa —. Es sobre Simón...

Continuará...

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