C A P I T U L O 25
Capítulo 25:
—¿Cómo? —mencionó aturdido el muchacho.
—Eso, Simón... —comenzó a hablar —. Será mejor que lo dejemos así.
—¿Cómo puedes decir eso? —se exaltó —¿Esa... —respiró hondo —señora te dijo que no dijeras nada?
—No, Simón. No me dijo nada —confesó con la cabeza gacha.
—¡Pero tiene que ir presa! —gritó con euforia en su voz.
—¡Pero lo hecho, hecho está! —gritó ella también.
El moreno respiró hondo, no comprendía por qué la rubia no quería denunciar a su madrina. ¿Sería porque no tenía familia a parte de ella?, ¿o tal vez sería porque la quería de verdad?
Se aproximó a la chica y la abrazó —¿Por qué no quieres hacerlo, Ámbar? —preguntó abrazándola.
—No tendría a dónde ir... —comenzó —. Encima... Sería su palabra contra la de nosotros, no haríamos prácticamente nada, Simón.
—Pero algo tenemos que hacer, esto no puede quedar impune —le dijo el muchacho mientras le sujetaba las mejillas.
—Simón... No hablemos de eso ahora, por favor —mencionó mientras se le rodaban las lágrimas.
El moreno comprendió que era doloroso para la rubia, claro que para él también lo era, porque de verdad quería tener a ese niño, o niña. Estaba seguro que Ámbar también quería tenerlo, era el producto del amor que ambos se tenían, y del amor que se tuvieron aquella noche.
—Vamos, Ámbar. Tienes que descansar —le besó tiernamente los labios.
—Vamos... —dijo con la voz débil aún.
El chico aquel la acompañó hasta su casa, iba pensativo, pensaba en las opciones que podía crear para matar a aquella vieja sin que sospecharan de él. Pero no encontraba ninguna. Secuestrarla, cortarle los brazos y las piernas para luego curarla completamente y dejarla tirada en el medio de la calle, era una de sus primeras ideas. Pero luego recordaba que aquella vieja llena de jaquecas caminaba con guardaespaldas. Se le complicaría todo al instante.
Acompañó a su gran amor hasta la puerta de su casa, la besó y se despidió de ella, y emprendió camino al departamento que compartía con Nico y Pedro.
Ámbar, por su parte, se dirigió hasta su habitación, donde estaba segura que no iba a poder conciliar sueño en ningún momento, pero al menos lo intentaría.
Gran parte de su tiempo despierta la pasó llorando, pues aún estaba dolida por lo acontecido recientemente, ya se había hecho a la idea de darle una familia a Simón, una que ambos crearían con esmero y dedicación, una rodeada de amor y cariño por parte de ambos. Después de tanto llorar, al fin se quedó dormida.
Mientras que la chica dormía, un tipo vestido de manera elegante trataba de abrir la puerta de su habitación. Se arrodilló y con un gancho empezó a forzar la cerradura para que se abriera, y lo logró.
Se acercó despacio hasta donde yacía la bella chica, apartó uno de sus mechones y deslizó sus largos dedos por sus mejillas.
—En verdad es hermosa, señorita Ámbar —mencionó con su ronca voz.
Continuará...
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