C A P I T U L O 23

Capítulo 23:

—No... —mencionó con un hilo de voz.

—De verdad lo... —el anciano aquel no pudo terminar su frase de pésame. Simón lo interrumpió.

—¡No es verdad! —decía eufórico tomándose del pelo —. ¡Es mentira! —se dejó caer de rodillas y apoyó  sus manos en el frío piso —. Es mentira... —susurró entre lágrimas y sollozos.

—Hicimos todo a nuestro alcance, muchacho —dijo con tono de compasión. Se agachó para estar a su altura y puso su mano en el hombro del dolido mexicano.

—Debió hacer más... —dijo con rabia contenida.

—Yo no soy, ni todos aquí somos magos —contestó —. Comprendo como te sientes...

—No, no lo comprende —lo miró fríamente —. ¿Qué le diré a Ámbar...? —volvió la mirada al piso —Mi Ámbar... —susurraba mientras recordaba los azules ojos de aquella chica.

—Mejor ve a verla —indicó el médico.

—Tengo miedo —confesó.

—También yo lo tendría —le dijo. Lo ayudó a levantarse y lo llevó hasta la habitación donde yacía su bella novia.

—Te dejo solo —mencionó el doctor cerrando la puerta.

El moreno se adelantó a paso lento hacia donde dormía la muchacha, sus ojos se le llenaron de lágrimas. Deslizó su dedo índice por la mejilla de la menor y luego le besó la frente.

—¿Cómo te lo diré, mi amor? —susurró mientras tocaba la frente de la rubia con la suya —¿Cómo...?

Despacio, la muchacha empezó a abrir los ojos, lo primero que vieron sus azulados orbes fueron las lágrimas de Simón recorriendo desde sus ojos hasta sus labios.

—Simón... —mencionó al fin.

—Ámbar, mi amor —le besó los labios.

—¿Qué pasó? —preguntó después del pequeño beso.

El moreno no sabía qué responderle, entonces evadió su pregunta:

—Es lo que quiero saber: ¿Qué te sucedió, Ámbar? —cuestionó con el ceño fruncido.

—Bueno... —comenzó a relatar —Iba a sentarme cuando te fuiste a comprar los helados, cuando estaba a punto de llegar a la banca, un tipo de tomo por la espalda, y otro de paciencia delicada y más delgado que el otro, me tocó el estómago, fue doloroso después que lo hizo, sentía que me quemaba por dentro, luego de eso me dejaron allí tirada, no recuerdo más después que llegaste vos —confesó.

—¡Qué extraño...! —exclamó el moreno —No te robaron ni nada parecido...

—¿Y el bebé? ¿Está bien? —el moreno palideció —Simón...

—Ámbar... Escucha —le tomó las manos.

—¿Qué sucede, Simón? —las manos sudadas del chico la hacían pensar.

—El... —no podía seguir hablando —El bebé, el bebé murió, Ámbar —soltó de una sola vez.

La rubia abrió los ojos abruptamente, apretó aún más las manos de Simón, se soltó en llanto silencios mientras el chico la abrazaba.

Se alteró demasiado que el doctor obligó al moreno a salir de la habitación, la sedaron para que se durmiera. Al día siguiente por la tarde le dieron de alta, aunque estaba muy dolida psicológicamente por la muerte de su pequeño angelito, pero físicamente, estaba mejor.

Simón la llevó hasta su mansión, se despidió de ella y le aconsejó que se tranquilizara un poco. La rubia entró a la mansión, sin ganas de hablar con alguien, pero desgraciadamente, allí, sentada en un sillón, se encontraba su aterradora madrina.

—Hasta que llegas, Ámbar —mencionó la vieja, mirándola con su cara amarga. Sin embargo, la chica no le prestó atención —. Estás mejor así... —volvió su mirada al libro que leía.

—¿Qué? —ahora sí la miró, justo cuando hacía una sonrisa casi diabólica.

Continuará...

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