C A P I T U L O 22
Capítulo 22:
La rubia aún no procesaba lo que Simón le había propuesto. ¿Cómo se suponía que iba a huir? ¿De Argentina? ¿De su país natal? Cierto era que a lo largo de su vida había tenido muchos viajes, pero no para irse a vivir permanentemente a un país, y la propuesta de su ahora novio y futuro padre de su hijo la había hecho pensar.
—¿Qué? —mencionó aun impresionada.
—Eso... —comenzó —Huyamos, Ámbar.
—Pero ¿Por qué querés que huyamos, Simón? —preguntó seria.
—Porque tu madrina nos matará a ambos si se llega a enterar —recalcó mirándola también.
—¿Le tenés miedo a mi madrina, Simón? —cuestionó, aún con su carácter serio.
—No, claro que no —la tomó por los hombros —. Es que no quiero que te haga daño a ti, Ámbar, o al bebé —la miró con ojos tiernos mientras le sobaba el abdomen —. A mí que me mate si eso es lo que desea, pero que a ti no te toque. ¿Sabes por qué? —preguntó frunciendo los labios.
—¿Por qué? —relajó su entrecejo.
—Porque te amo —la besó, suave, pero con amor —. Te amo, y te voy a amar siempre, mi Ámbar Smith —mencionó y le besó la frente.
—También te amo, Simón —suspiró.
—¿Entonces? —la miró interrogante.
—¿Entonces Qué? —su ceño se volvió a fruncir, esperaba que a él se le olvidara su brillante idea.
—¿Huiremos?
—Lo pensaré, Simón —se dio la vuelta para retomar camino a la mansión.
Al pobre mexicano le tomó alrededor de una semana para convencer a la rubia, ella no quería huir como si fuese una delincuente, quería que su hijo o hija naciera en Argentina, pero también se ponía en los zapatos de su novio. Le preocupaba el qué diría su madrina, o peor, el qué hiciera, pues la vieja cascarrabias aquella no se le conocía por su lado maternal y comprensible.
La semana pasó, era viernes por la tarde, el sábado por la mañana Simón y Ámbar partirían a Cancún, sí, estaban ambos dispuestos a irse de Argentina.
Esa tarde, indirectamente se estaban despidiendo de sus amigos, pasaron el tiempo con ellos y rieron hasta casi estallar. Llegando la noche, Simón acompañaba a Ámbar a la mansión, se detuvo para comprar un helado mientras Àmbar lo esperaba afuera, según su decisión.
El moreno salió de la heladería, contento, con una sonrisa entre sus labios. Pero su sonrisa se borró automáticamente al ver a su amada tirada en el suelo deteniéndose el estómago y gimiendo por el dolor.
Votó los dos helados y se dirigió a auxiliar a la rubia. Ni siquiera preguntó qué le sucedía, qué le dolía o qué le había pasado, habría tiempo después para hablar de ello.
La llevó al hospital más cercano, inmediatamente la atendieron. Quería estar con ella, se comía las uñas de las manos, sus dedos estaban a punto de sangrar, llegó casi al punto de sacar sus zapatos y comenzar con las de los pies, los nervios se lo estaban comiendo vivo.
Al cabo de unos minutos, que para él fueron horas, un doctor se apareció y llamó a los familiares de la paciente, él como un rayo se levantó y dijo que era su novio.
—La señorita, está bien —le dijo serio.
El moreno sintió que el alma le volvía al cuerpo, el saber que su Ámbar estaba bien, era suficiente para vivir.
—Pero el bebé a muerto —le dijo, el moreno se sintió convaleciente, no podía estar sucediendo eso, no era verdad, eso no sucedía —. Hicimos lo posible para salvarlo pero no pudimos hacerlo. Lo lamento, muchacho.
Continuará...
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