C A P I T U L O 10
Capítulo 10:
Por primera vez en su vida, la bella chica de ojos azules y cabellos dorados, estaba desconectada de lo que sucedía en el planeta tierra. Siempre había sido muy activa, siempre estaba pendiente de todo lo que estaba sucediendo a su alrededor, pero, aquel día las cosas para ella pintaban de tonos diferentes. Por más que se autoconvenciera, por más atención que quisiera prestarle a las palabras escritas en el pizarrón y a las palabras de su profesor, no podía, simplemente su cabeza viajaba a la pequeña conversación que había tenido con Luna esa mañana.
No era común. Si se lo hubieran contado, si le hubieran dicho que ella un día iba a conversar con Luna Valente sin ningún tipo de intención que le beneficiara de por medio, simplemente no lo hubiese creído.
Esa chica me da mala espina. ¿Acaso fue o es algo de Simón? Definitivamente lo tengo que averiguar.
Y solo era pura curiosidad, nada más. Después de todo, no le conocía al chico ninguna novia y, estaba casi segura que él estaba muy colado por la pequeña castaña. Averiguaría si aquella chica recientemente aparecida tenía que ver algo en la vida sentimental del moreno. La espina de la curiosidad era grande, solo quería sacársela.
La campana sonó, era hora de que todos se fueran del Blake directo a sus respectivas casas, a excepción de los que, por algún motivo u otro, tal y como a ella le había pasado ya una vez, según ella, por culpa de Luna, se quedaron castigados hasta ya bastante entrada la tarde. Por su parte, se había portado perfecta últimamente, no quería volver a pasar por esa bochornosa situación, donde todos se quedaron sorprendidos por verla cruzar la puerta del salón al que alguna vez ella llamó «El salón de los ineptos». Se prometió que, en su vida, nunca volvería a poner uno de sus muy valorados pies en aquella horrible estancia.
Ámbar, sola, caminaba a paso lento directo a la mansión de su madrina. Su casa. No tenía ni una idea de dónde se pudieron haber metido Delfina y Jazmín, pero en ese punto de su vida, ya ni siquiera se molestaba por buscarlas y, prácticamente, obligarlas a ir con ella a algún lado. Es allí donde se ve la importancia que tienes para tus amigos, sin embargo, al final de cuentas, consideraba que ella tampoco había sido de un gran apoyo para ellas. Pero ella era así y se suponía que ellas ya deberían estar ya acostumbradas.
La llegada a casa, misteriosamente, ese día había sido más corta de lo que recordaba. Se desesperó un tanto por el tiempo que Amanda le hizo perder al tocar el timbre y que esta no le abrió al instante, no le dijo nada, supo que con una sola mirada era suficiente para reprochar la poca eficacia que tenía la mujer para con quienes la empleaban. Como no era nada raro, el sillón donde su madrina normalmente se sentaba para leer uno que otro libro estaba vacío, no había ningún rastro de que alguien lo hubiera usado ese día, lo más rápido que se le vino a la mente fue que la señora no estaba, después de todo, no era de las que se pasan encerradas en su cuarto, los días soleados le encantaban, pero el día anterior al actual había tachado esa tarea de su lista. Pero, si su madrina no pasaba tiempo en su habitación, ella sí lo hacía y no le caía mal. Esa misma tarde tarde, como siempre, se arregló para ir directo al Roller, hoy le serviría más que nada ir allí, se disponía averiguar todo lo que fuere necesario sobre esa Daniela. No, la espina seguía tomando camino en su interior y no estaría contenta hasta saber lo que se había propuesto.
Cuando llegó todo parecía andar en su sitio: Pedro estaba en la barra, preparando sabría Dios qué cosa, pero se le notaba muy entusiasmado en su tarea. Nico estaba limpiando las mesas, con una sonrisa en la cara, la cual, le dedicaba a todo el que pasaba cerca suyo, Ámbar sospechaba que esas sonrisas eran obligatorias entre los tres chicos porque todos hacían lo mismo. Ella no dudaría ni un solo día dando una sonrisa falsa a gente calificada como lo mismo. Por otro lado, el último chico, el que faltaba por completar la Roller Band no estaba. se imaginó que podría estar en la pista practicando, tal vez. Haría también lo mismo, era una de las razones por cuales había decidido ir a aquel lugar.
Desechó la idea anterior, la que Simón podría estar practicando en la pista porque allí no había nadie, ni un alma que no fuera la suya misma, pero aún así, calentó un rato. Se sentía más relajada estando sola que estar entre demás personas que, o estaban aprendiendo a dominar el arte de andar sobre patines o las que se le cruzaban por el medio, entorpeciendo sus pasos que rozaban la perfección.
Se aburrió. Su vida no se basaba en pasar horas ensayando ni desperdiciando energías, no necesitaba practicar nada porque había llegado a la conclusión de que todo lo que se consideraba perfecto, venía Ámbar Smith y lo mejoraba mil veces más. Era un don, presumir de él no era un delito.
Pero había algo que la bella diva no tenía en cuenta en ese momento.
De camino a los lockers todo parecía igual, desértico como al parecer todo el mundo se había dispuesto a dejar el Roller. Presentía que no había podido cumplir con una de sus tareas: averiguar sobre la nueva amiga del mexicano. Pero como todavía no estaba comprobado el hecho de que Ámbar fuera perfecta aunque ella dijera que sí, se dio cuenta que tal vez se estaba equivocada. Dos figuras extrañamente conocidas hicieron acto de presencia ante sus ojos, no mágicamente, pues estaban allí seguramente antes de que ella llegara, muy ocupados según parecía.
Simón besándose con Daniela.
No supo por qué, pero, por alguna razón, presenciar aquella escena se había significado algo en su momento. Fue una extraña sensación que hizo revolver su estómago, sus pies parecieron adherirse, sin que se diera cuenta, al suelo, porque, por mucho que intentara, no se movían, la vista se estaba volviendo incómoda e incluso de mal gusto, no supo la razón porque, al cabo, de cierta forma, era eso lo que buscaba desde un inicio: el saber qué tipo de relación existía entre Simón y la chica que estaba engazada en sus labios.
Aquello fue más de lo que esperó, una sola frase resumiendo su pregunta era suficiente.
La morena al notar la presencia de la rubia dio por terminado aquel beso, claramente disconforme con su presencia, pues las miradas que le envió no eran precisamente de una grata bienvenida. El único chico de entre las tres personas se dio media vuelta, guiado por la mirada oscura de la persona que anteriormente estaba frente a él.
—Ámbar... —la voz de Simón sonaba asombrada, porque así estaba, uno, por el suceso reciente, y dos, por encontrarse después con la curiosa mirada azul de la última persona que se le pudo pasar por la mente.
—Yo... —tragó saliva con más esfuerzo del que creyó necesario para hacer algo tan simple —. Creo que mejor me voy.
Y la rubia se fue. Simón, por su parte, se quedó allí de la mano con su actual novia. Bueno, esa era la etiqueta que «la nueva» tenía puesta según Ámbar. Tal vez no se equivocaba, después de todo, ¿quién daba semejante beso a una persona que no era tal cosa?
Se fue directo a la plaza, se sentó allí en una de las bancas y con sus manos sujetó su rostro. Seguía pensativa, incluso estaba asqueada, no se sentía para nada bien, era algo nuevo y realmente no le gustaba. Era como una vez en que había invitado a Jazmín a su casa y ella se le llevó, al siguiente día, sus zapatos rojos preferidos, diciéndole que le gustaban mucho y que los usaría ese día, pero que luego se los devolvería. Ese día la pasó fatal, porque esos zapatos de verdad que se le miraban bien a la pelirroja y Ámbar no quería que se le vieran bien a nadie más que no fuera ella misma.
¿Por qué estoy así? ¿Qué es ese mexicano tonto para que yo me ponga así? Nada, no es nada. ¡Nada!
—Oye... ¿Estás bien?
—¿Y a vos qué te importa?
—Tranquila, Ámbar... Sólo quería saber si estabas bien. Es todo.
De alguna forma, fue relevante recordar la poco amable y corta conversación que había tenido con el chico la vez en que, frente a ojos de ambos, Luna y Matteo se besaron como si los demás no estuvieran presentes.
—Creo que ahora no soy yo la única pensativa... —la voz de Luna hizo acto de presencia entre los recuerdos de la rubia de fabulosos ojos azules.
—¿Qué? —preguntó, un poco sobresaltada —No estoy pensativa... —le dio la impresión de que a su frase le faltaba algo de ella —Lunita —agregó.
—¿Ah, no? Pero si esa es la misma expresión que hago yo cuando lo estoy, y créeme que la hago muy seguido —dio una risita, una de esas típicas que lanzaba ella, las que, parecían tener su firma.
—¡Oh, no! —exclamó asustada Ámbar, llevando los niveles del drama a tope.
—¿Qué te pasa? —le cuestionó la menor mientras fruncía las cejas ya que consideraba que entre las dos, la más rara era la rubia.
—Me acabas de decir que me parezco a ti —se agarró del pelo con desesperación.
Luna por su parte rió un poco y se dispuso a sentarse al lado de la súper chulita, apodo que tenía bastante tiempo de no usar, no porque ya no le quedara, sino porque ya no lo veía necesario.
—Ámbar... —llamó, con el tono de voz rozando la maternidad—dime, ¿Qué te pasa?
—No es nada, Lunita —la miró —, eso creo —entonces fue ella quien frunció las cejas ahora.
—Uno no se pone pensativo por nada ¿sabes...?
—Okay... —bajó la vista, donde los ojos de la menor no se encontraran con los suyos —. Te lo contaré, pero ya verás que no es nada —comenzó a decir, advirtiendo de antemano —. Es que cuando estaba por salir del Roller, miré a Daniela y a Simón besarse y... —iba a seguir con su relato, pero Luna la interrumpió:
—¿Eso fue lo que te puso mal? —cuestionó rápidamente, sin dejarla terminar.
—Tanto como mal, no —corrigió —. Se sintió extraño, es todo. Justo como ver a dos ancianos besarse en frente mío —se carcajeó —. No es que ambos sean viejos, es que me dio nauseas. Seguramente son síntomas de menstruación, ya se acerca el día en que me visite ya vos sabés quién.
—Ya veo... —resopló su flequillo, apartando así los cabellos de sus ojos —. Algo bastante similar me ha pasado a mí, tiempo atrás, quizás sepa lo que te pasa.
—¿Cómo lo vas a saber vos, si ni quiera lo sé yo? —preguntó en tono de burla, pero el rostro serio de la chiquita, hizo que la sonrisa de sus labios se borrara —Ya te dije, seguramente es la menstruación.
—Sólo lo se... —contestó, poniéndose en pie, pensativa por el cúmulo de ideas que estaban empezando a tomar forma en su cabeza —. Ahora me voy, nos vemos después, Ámbar —dicho aquello, la morena se fue, dejando aún más confusa a la rubia.
—Ámbar, ¿Cómo puedes ser tan inteligente y boba a la vez? —se dijo a sí misma, simulando un cuerpo con vida idéntico a la rubia a su par —Ya te darás cuenta tú solita, solo quiero estar allí para poder verlo.
Continuará...
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