C A P I T U L O 09

Capítulo 09:

Ámbar ya se había recuperado de su fingida torcedura de tobillo, pues, para los ojos de los demás y de ella, obviamente, ya habían pasado tres largos días.

La rubia se hallaba regresando del colegio a la mansión, sus amigas, por hoy, la habían abandonado, Jazmín se había ido al Roller para según ella llamar la atención de Simón, aunque, Delfi y ella le bajaran el autoestima diciéndole que él no era para ella porque no tenía su estilo, que no era nada In. Pero es Jazmín, no haría caso. Sentía algo dentro de ella cada vez que aquella chica la desobedecía, le cabreaba que sus órdenes no fueran obedecidas y mucho más si se trataba de la pelirroja, después de todo, era bastante conocida por ser muy despistada. 

En parte, las cosas que le decía eran por su bien, claro que, ese bien también y siempre tenía que beneficiarle no solo a Jazmín, sino, por supuesto, a ella misma.

Ir a patinar al Roller y lucirse ante todos con sus pasos perfectos sobre patines, ganarse las miradas de asombro y los cuchicheos de envidia, era algo que la llenaba, alimentaba su ego y eso le gustaba enormemente. Sin embargo, algo dentro, pero muy dentro de la rubia le decía que no fuera al Roller hoy, que, por ese día, descansara de el ajetreo de que todos quisieran hablarle, evadir a gente que no conocía y, por supuesto, evitar contestar cosas estúpidas provenientes de chicos que, si los había visto alguna vez, no se acordaba.  Pero no se hizo caso, ¿a quién le gusta perderse de que lo alaben? Desde luego, a ella no. Se puso bella, como siempre lo hacía, y emprendió camino directo a aquella pista de patinaje a la que todos acudían.

Llegando al lugar de su destino y, luego de colocarse sus blancos patines, se fue directamente a la pista, donde se encontró a un Simón, sentado en las banquetas que estaban sobre las gradas, platicando con una morena muy animadamente. Era una chica que jamás había visto en el Roller, quizás era una de las tantas que llegaban en busca de clases de patín. 

¿Quién es esa chica? 

Se preguntó a sí misma, con claras dudas en su cabeza, porque las tenía, la mayoría de los chicos que acudían a la pista lo hacían porque ya tenían conocimientos previos del arte de bailar sobre patines, le molestaba que alguien llegase con la vana idea de buscar aprender, eso le recordaba tanto a esa pequeña mexicana que una vez llegó para quedarse y creerse la dueña del lugar. 

—Simón... —llamó una voz desagradablemente conocida a lo oídos de Ámbar.

Lo que faltaba.

—¡Luna! —habló alegre el moreno. Poniéndose de pie de donde estaba platicando con la morena, dejándola a ella con las palabras en la boca. 

No entendía por qué tenía que estar tan contento con ella, ¿no que la odiaba? ¿Tan poco le duró mantener el odio hacia ella? Oh, sí, es que el bueno y bondadoso Simón no era conocido por mantener rencores, no al menos por mucho tiempo. 

—¡Podrías darme la cuerda para entrenar? Es que la necesito... —sonrió a medias —. Por favor —le pidió, al parecer no se había dado cuenta que lo acompañaba alguien.

—Sí, ya te la doy... —le sonrió —a propósito, mira... Ella es Daniela —apuntó a la morena que estaba a su lado —, Daniela, ella es Luna... —las presentó.

—¡Hola! —le saludó la mexicana, con la típica sonrisa y la cara de tonta que la caracterizaba. 

¿Nunca se cansa de hacerse la tonta o es que en realidad lo es? 

—Hola... —sin embargo, la otra le contestó bastante seca con su tono. Al parecer no era la única a quien se le hacía desagradable el escuchar hablar a aquella enana. 

¿Así que se llama Daniela?  

Se preguntó mentalmente sin saber a qué o de dónde venía tanto interés, no quería conocerla, ni siquiera era una de las personas que podrían estar en la fila para participar en poder ser parte sus amistades, estaba demasiado lejos de eso. No era bonita, no tenía buen gusto para vestir, prácticamente, a su par, era un cero a la izquierda, cuando ella venía siendo la cantidad más alta alguna vez registrada. 

Y así pasaron otros dos días, dos días que no habían sido los mejores para la castaña mexicana, no se sentía bien, no físicamente, de eso estaba perfecta, pero había algo que la molestaba, una espinita en su cabeza que le pinchaba cada cada vez que sus recuerdos viajaban hasta encontrarse con el que era su mejor amigo y con la persona que le había presentado días antes.  

Casualmente y por milagro, tanto Luna como Ámbar, se encontraban solas, la menor caminaba con la mirada perdida, con un camino que parecía ser el directo al de su salón de clases. La rubia, que caminaba a paso rápido y un poco más atrás de de ella, al momento de igualarla le picó la curiosidad de saber qué le sucedía. 

—¿Pensativa, Lunita?  —preguntó, fingiendo amabilidad para con la pequeña. 

Siempre que la chica más pequeña se ponía así con esa expresión de preocupación en el rostro, era algo que le convenía a la rubia, esa era la verdadera razón por la cual había preguntado.

—Eh... —estaba confusa —Sí... —mostró una rara mueca que Ámbar quiso interpretar como una sonrisa forzada —La verdad es que sí...

El porqué era la pregunta que rondaba la cabeza de la diva. Siempre que a Luna le sucedía algo y ella no estaba involucrada, debía ser un tema de conversación interesante. 

Caminaron hasta una de las bancas de color café rojizo que estaban en el pasillo y, luego de que Ámbar la halara del brazo para que la acompañara, se sentó a su lado, haciendo un gesto que le decía que le contara lo que fuera, que estaba para que confiara en ella. Eran, por supuesto, gestos descaradamente falsos para sacarle información a la menor. 

—¿Qué pasa? ¿Has olvidado algo, Lunita? —inquirió, frunciendo las cejas con un gesto de drama inexistente. 

Aquella situación era, para Luna, definitivamente rara, con todas las letras de la palabra. Era raro porque el hecho de que la otra le estuviera preguntando cosas así y que se sentara a su par, con cara de preocupación, que desde un principio dudó que fuera real, como si no fuera su enemiga declarada desde el día que la conoció en Cancún.

—No, no es eso, Ámbar... —comenzó a decir, intentando ocultar que le incomodaba estar de esa forma con ella. 

—Entonces... ¿Qué es? —se adelantó, apretando los dientes por la desesperación de que la chica no hablaba, era evidente que no quería hacerlo. 

—Es... —no quería decirlo, quería inventar que le dolía la cabeza, que estaba preocupada por el cualquier cosa que tuviera que ver con el Roller o sus estudios, pero hasta ella sabía que no se le daba bien mentir —Es... —sentía que no quería decir, es más, algo en su cabeza le decía que no dijera nada, después de todo, podrían ser solo cosas suyas, cosas que veía donde, en realidad, no sucedían —Es Daniela... la novia de Simón.

¿Alguien puede explicarme por qué siento que algo se hizo del tamaño de una aguja dentro de mí? 

Los pensamientos de la rubia se basaban sólo en las palabras apenas dichas por la chiquita. ¿Simón tenía novia? Eso no se lo esperó, no lo vio venir de ningún lado. Estaba segura de haber escuchado bien, pero sabiendo que era humana y, aunque raras veces, se podía equivocar. Sí, esa vez había sido una de esas veces. De seguro. 

—¿La qué? —con un hilo de voz se atrevió a preguntar. Era algo que todavía no termina de tragarse. Asimilar algo así tan de repente no era nada fácil, y lo peor de todo era que en otras circunstancias le habría dado igual. Esta no era una de esas otras, era especial, ¿por qué? Porque su mejor amiga estaba enamorada del mexicano y no quería verla sufrir. Claro, por eso. 

—La novia de Simón... —repitió —es que ella me trata mal, me hace quedar mal en frente de él, me dijo que no quería que me acercara a mi mejor amigo, porque, le costara lo que le costara... —su expresión se entristeció más de lo que estaba antes. No quería aceptarlo, pero le daba un poco de pena verla así —, me separaría a mí y a quien sea que se le acerque —bajó la mirada preocupada.

—¿Y qué vas a hacer? —Luna no habló —No tenés que dejar que esa chica te diga qué hacer, es tu amigo, Lunita, nadie te puede separar de él... —le decía como si fuese una vieja amiga, cosa que le provocaba miedo a la menor —. Es más, yo te ayudaré a recuperarlo.

Esta vez Luna abrió los ojos del tamaño del sol, totalmente impactada. Aquello no era era real, siempre se esperó todo, absolutamente todo por parte de esa que estaba frente a ella, pero lo que nunca se esperó fue amabilidad. 

¿A caso es un juego más de Ámbar?.

Pensó para sus adentros, tratando de encontrar una excusa coherente para engañar a su cerebro, algo con lo que pudiera justificar las palabras de la rubia. Algo que no cayera en caridad. 

—Ahora me voy a clases, nos vemos en el descanso —habló la rubia y emprendió camino a su salón.

Daniela... No te acerques a Simón.

Continuará...

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