C A P I T U L O 07
Capítulo 07:
El moreno llegó devuelta al Roller, allí se encontró con Nico y Pedro, ambos chicos le convencieron de practicar un rato, con el comentario de que «la Roller Band tiene que mejorar cada día y, llegar así, a ser la mejor banda en la historia de las bandas». Sin más, Simón, se dejó llevar por la música y tocar con todo su corazón y sentimientos, como cada vez que estaba junto con sus dos amigos. Porque cantar y tocar su guitarra era una de las mejores cosas que, para él, podían existir, porque siendo así, podía liberar las tensiones, olvidarse, aunque fuera por un momento, de las cosas malas que pasaban en el exterior, se llenaba de buenas vibras y podía sentir que lo que corría pos sus venas, dejaba de ser sangre para volverse en música hecha líquido.
Justo ese día, no necesitó de muchos esfuerzos por parte de los muchachos, pues quería liberar tensiones haciendo lo que le gustaba. ¿De qué se liberaría? El vago recuerdo de Luna era una buena opción. Aunque, disimuló bastante bien la situación cuando esta se encontraba con Matteo y él con Ámbar, no podía negar que le molestó, su sangre se volvió hirviente y sus pensamientos lógicos se nublaron, lo único que quería era desaparecer de la cara de Matteo, la sonrisa que siempre dedicaba a todo el mundo, pero sobre todo a él, esa sonrisa de superioridad y llena de victoria, como si hubiese ganado algo. Sí, esta vez sí había ganado, pero, ¿Por qué restregárselo?
Cuando se volvió tarde y el sol se había alejado para darle espacio a la oscuridad, los chicos supieron que ya era hora de regresar a su departamento. Salieron del establecimiento y se dirigieron a su morada, no sin antes asegurarse de que estaba todo cerrado y en su lugar, como las personas responsables que eran.
Estando ya en el apartamento, Pedro se puso a cocinar, como ellos bien sabían, sin Pedro, no comerían ni huevos duros, ya que ni eso saben hacer.
Todos tenía sus propios roles, cada uno de estos se ajustaban a sus capacidades de hacer las cosas. Pedro, era el improvisado chef, por el cual, los tres subsistían sin estar comprando comida chatarra todos los días, despilfarrando el dinero como si de millonarios de trataran. Nico, él era el que salía a comprar los víveres al supermercado cuando la ausencia de estos de hacía presente, pocas veces llevaba las cosas que se le encargaban, pero no era como si Pedro no les las pudiera ingeniar para cocinar algo agradable y/o comestible. Y, por último, pero no menos importante, estaba el mexicano favorito de todos; Simón. El chico se dedicaba a mantener limpio el lugar y se aseguraba de todas las cosas permanecieran en su lugar, aunque, a veces tenía problemas con los dos chicos antes mencionados ya que, para el pobre Simón, el «lugar correcto de las cosas», era donde todas estuviesen a la vista, y la vista, según él, era la mitad de la poca espaciosa sala de estar.
—Simón... —llamó Nico al mexicano que se encontraba con su teléfono móvil en las manos, con la vista fija en la pantalla.
—¿Sí? Dime, Nico —asintió Simón, apartando su mirada de donde la tenía y posándola ahora en el chico que lo miraba con un toque de curiosidad.
—Bueno es que... —no sabía si decirlo o no, pero, eran amigos, a parte, la pregunta no era nada del otro mundo... casi —. Hoy te vi con Ámbar ¿No era que ustedes no se llevaban?
Esta vez se les unió Pedro, quien ponía los platos en el pequeño comedor, interesándose también en el tema de conversación que estaba a punto de empezar. También él había visto a ambos chicos juntos ese día y, si no estaba mal, la rubia odiaba cruzarse con el mexicano ya que este era el mejor amigo de la que era su peor enemiga.
—Es verdad —los miró —¿Tenés onda con Ámbar, Simón? —inquirió en tono serio, pero sabiendo que era una broma, era obvio, Simón no podía estar interesado en ella, no podía ser posible.
—Claro que no ¿Cómo se te ocurre decir eso, Pedro? —preguntó tratando de no darle importancia a la pregunta, sin poder evitar removerse con incomodidad sobre la silla.
—No sé... Es que como ustedes eran como perros y gatos —contestó.
—Como el agua y el aceite —le siguió Nico.
—Como el día y la noche —volvió Pedro.
—¡Ya, chicos, basta! —los detuvo Simón, sin enojarse, más bien, se rio por lo que sus amigos decían —En verdad, no traigo onda con Ámbar... —pausó un momento y con una pequeña sonrisa que curvaba sus labios prosiguió: —Sólo la quise ayudar, es todo.
—Digamos que te creemos, Simón... —dijeron ambos, al estilo Jim y Yam.
—Me voy a acostar, se me pasó el hambre —se levantó de la silla y emprendió camino a su alcoba.
—¡Hacen bonita pareja! —gritó Pedro, tratando de seguir con la mirada el rastro que dejaba su amigo.
Simón tomó un cojín de los que estaban en el sillón y se lo tiró al moreno, el cual se escondió debajo de la mesa haciendo que el cojín le diera a Nico.
—Perdón, Nico, pero fue culpa de Pedro por no dejar que le pegara —se excusó Simón.
—No es verdad, Nico, a mí me dijo hace poco que te iba a pegar con ese mismo cojín —hizo cara de dolido mientras apuntaba al cojín que estaba en manos del castaño.
—¡Es mentira! ¡Injusticia! —decía Simón mientras se reía tratando de escapar de la mirada del chico castaño claro.
—Parece que vivo con niños —dijo Nico rodando los ojos.
—Apropósito... —Pedro hizo un gesto de que estaba recordando algo y medio sonrió cuando obtuvo la atención de su otro amigo —Jim tiene un nuevo novio —hizo un sonido con su dedo pulgar y el del medio —. Hoy lo llevó al Roller, ¿No te diste cuenta?
—¿Qué? ¿Quién es? ¿Dónde lo conoció? ¿Lo conozco? —Nico parecía un periodista con tantas preguntas. Su amigo sabía que, aunque tratara de disimular, estaba completamente tocado por aquella pelirroja.
—Calmate —dijo Pedro entre risas —, parecés una vecina de chismosa —se carcajeó —. Era broma... Solo quería ver cómo te ponías... Y veo que me salió bien —se levantó y tomó rumbo a la sala.
—No es gracioso... —dijo Nico y le tiró el cojín que todavía tenía en manos —¡Bruto!
—Controla tus celos, amigo —volvió a reír y se puso a ver la televisión, poniendo sus pies sobre una pequeña mesa de color rojo muy oscuro.
Al día siguiente, una hermosa chica de cabellos dorados, cual rayos de sol, se despertaba para vestirse e irse al Blake. No quería irse en el mismo coche que se iba a ir la mexicana, o se iba temprano o la soportaría todo el camino, escuhándola hablar con el chofer sobre temas que, a ella, le parecían de poco interés y que rozaban la estupidez. Desayunó y le dijo a Tino que la llevara temprano, que tenía cosas que hacer. Cuando el hombre le preguntó que cuáles eran esas cosas no le quedó otro remedio de decirle, muy enojada, que a él no le importaba, que para lo único que podía servir era para llevarla y traerla a los lugares que ella deseara. Verdaderamente odiaba cada vez que la escudriñaban sobre sus planes, mucho más cuando la persona que lo hacía era un simple empleado.
Cuando llegó al colegio, se dio cuenta de que no era mucho el cuerpo estudiantil que había llegado en ese momento, era una de las primeras en llegar al lugar y la primera en llegar al aula de clases. Buscó su lugar que desde un inicio estaba asignado para ella, no por ningún profesor, sino porque las tres chicas se sentaban siempre en el mismo lugar y sus compañeros de clases respetaban eso. Luego de unos minutos llegó su amiga Jazmín, quien, según Ámbar, era increíble como podía llegar si quiera, si no despegaba su mirada de su celular. No era algo de extrañar verla con su rostro inclinado todo el tiempo.
—¡Hola, amiga! —le saludó enérgicamente cuando se dio cuenta de su presencia —¿Por qué tan temprano?
—No quería seguir en casa, además, no quería venir en el mismo vehículo con esa... Chiquita. —respondió siguiéndola con la mirada hasta que se sentó en un lugar a su par.
—Bueno... —pareció pensar las cosas unos segundos —. Tenés el razón, no me gustaría viajar al lado de Luna, no quiero que se me pegue su alergia a la moda —negó dramáticamente —. Solo hay una cosa que le envidio a ella —suspiró con pesadez, apoyando su mentón sobre la palma de su mano y mirando hacia la nada.
Ámbar alzó una ceja en señal de duda —¿Y qué es? —preguntó con intriga.
—A Simón —suspiró —. Es un chico muy lindo, ¿No crees? —perdió su mirada, era como si hubiese entrado en un trance existencial.
—¡Hay, Jazmín qué mal gusto tenés! —le negó con la cabeza mientras que la pelirroja solo agachaba su cabeza sonrojada.
Por la tarde, en el Roller, se encontraban ellas dos platicando de cosas triviales, o eso es lo que Ámbar llamaba de esa manera, porque, para Jazmín, el color rojo de sus uñas no era nada trivial, era todo un descubrimiento y envidia el que sus uñas se miraran tan perfectas con cualquier color de esmalte. En ese momento, se apareció Simón, cruzando de lado a lado el lugar en dirección a la barra, pasando de largo a las dos chicas. Se puso a hablar con Pedro y Nico de algo que parecía ser gracioso, porque no dejaban de reír los tres, cosa que no pasó desapercibida por la pelirroja, ella solo estaba fija en la sonrisa del mexicano. No era la única.
—¿Otras vez pensando en Simón? —rodó los ojos la rubia mientras hacía la pregunta y apartaba su vista de donde estaban los tres chicos.
—Es que es tan guapo... —dijo suspirando como pequeña enamorada.
—Sí... Claro, como vos digás... —se llevó la pajilla a la boca y succionó el milkshake que guardaba su vaso.
Jazmín no puede estar con Simón. Él... él no es para ella...
No dejaba de pensar la rubia, evitando por todos los medios dirigir su vista al castaño que estaba siendo acosado por uno de sus amigos.
Se merece a alguien diferente... No a Simón, no a él...
Continuará...
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