C A P I T U L O 02

Capítulo 02:

Se quedó allí, no quería verle la cara a nadie, menos a Luna, después de todo ella había tenido algo de culpa, por no decir que toda, por el dolor que ahora estaba sintiendo. Hasta cierto punto, agradecía que ella no estuviese con él, sería una hipocresía por parte de ella. ¿De qué hablarían? ¿De cómo se sentía? Era más que obvio que se sentía mal. Simón no tendría si quiera el valor de verla a la cara sin llegar a sentirse asqueado por su presencia. No, definitivamente, era mejor no tenerla cerca. 

¿Cómo estuvo tu beso con El chico fresa? Esa podía ser una de las preguntas que, sin querer, se le podía salir por la rabia que llevaba reteniendo todo ese tiempo. 

—Estás mejor alejado, Simón... —se dijo suavemente a sí mismo, autoconvenciéndose de que era verdad. Porque lo era. 

Pero se le era difícil no recordarla, ella siempre estaba allí, metida en su cabeza como una intrusa, pero era lamentable para él que, en la mente de la muchacha, él no se encontrara presente. ¿Qué había hecho mal? ¡Por favor! Siempre estuvo con ella y para ella, ¿Había algo mal en él? Posiblemente sí, porque, ¿En quién no? Nadie es perfecto, no lo era él, ni mucho menos lo era Matteo. 

No acaba de entender qué era lo que hallaba la pequeña en ese tipo tan egocéntrico y engreído, un tipo que, según él, no miraba más allá de su nariz, que no veía en su persona.  Quizás quien estaba mal de los dos no era él mismo, sino ella. 

Se fue para el lobby del lugar, donde se encontró con Luna, fue donde tuvo la pequeña discusión sobre el beso de ella con Matteo. Donde le dijo que algo dentro de él al verla en brazos de otro se había roto. No supo por qué, pero a pesar de ver sus ojos aguados por las lágrimas, las sintió tan falsas y fingidas, tal vez la rabia había hecho que viera eso, no lo sabía, de lo que sí estaba seguro, era de que su amiga, o de quien decía serlo, no quería saber nada.

Como un ilusionado y enamorado chico, esperaba casi con ansias el momento para que ella le dijera que sentía lo mismo por él, que ese beso había sido solamente una farsa provocada por el chico aquel, que en verdad a quien quería era a él. Pero no fue así, ese maldito momento que tantas veces había recreado en su mente, nunca llegó. 

Luna se fue con su maleta, dejándolo solo en aquel lugar, con lágrimas en los ojos, reprimiendo las ganas de detenerla y hacer lo mismo que el chico que, en esos momentos, se acercaba muy despacio y sonriente a su círculo vital, plantarle un beso donde le demostrara lo que sentía por ella. Pero hizo muy bien su trabajo reprimiendo esas ganas. 

Matteo llegó y se posó frente a él de una forma que, dejando de lado los celos, parecía burlesca y de superioridad. Dios... cuánto lo odiaba, no lo asesinaba con sus propias manos en ese momento porque la fuerza mental que ejercía era enorme.

—Hola, guitarrista —sonrió de lado mostrando sus dientes perfectos. Frunció el ceño con falso desagrado para luego continuar hablando —. ¿No me vas a saludar? 

—Vete a la mierda... —quiso pasar y dejarlo hablando solo, pero lo detuvo del brazo evitando que se alejara. 

—¿Estás celoso? —amplió su estúpida sonrisa y apuntó la cara de Simón con gracia —. Sí, lo estás. 

—¿No escuchaste? Que te vayas a la mierda y, de paso, me dejas en paz, imbécil —lo fulminó con la mirada, porque era con lo único que lo podía fulminar. 

—Sabes, guitarrista... —se llevó su pulgar al mentón y miró al techo en pose de pensamiento y dudas —. Entiendo tus celos, Luna besa muy bien —se burló aún más, alargando las palabras buscando que más enojo se formara en su interior.  

—¡QUE TE CALLES, IMBÉCIL! —gritó empuñando sus manos y acercándose a él con el único objetivo de destrozarle la cara a golpes. 

—¡Simón! —habló Tamara, metiéndose entre ambos, evitando que diera comienzo una pelea que no estaba dispuesto a perder —. ¿Ustedes creen que esto es un ring de boxeo? ¿Qué es lo que creen que hacen? 

—¡Ese estúpido me provocó! —Simón apuntó con su dedo acosador a Matteo que no dejaba de lado su sonrisa burlona. 

—¿Yo? ¡Qué dices! Yo no hice nada. 

—No importa quién de los dos haya empezado, si quieren pelear, afuera está la calle —apuntó a la salida —. ¡Por Dios! Compórtense, chicos. 

***

Ese mismo día por la tarde en el hotel, estaba completamente cansado de compartir la habitación con aquel chico que no quería ver ni en figurita. Estaba seguro que de vez en cuando le daba miradas extremadamente largas, llenas de burla, no quería seguir sintiéndolo cerca, si pasaba un solo segundo allí encerrado, con él tan cerca, algo malo iba a pasar. 

Se propuso mentalmente salir a tomar un poco de aire, la asfixia que comenzaba a sentir le provocaba mareos y muchas más ganas de dejar sin cabeza a Matteo. Se fue para una pequeña fuente que había en uno de los dos jardines que el hotel poseía, se miraba como un lugar pacífico donde podía despejar su mente y olvidarse de lo que pasaba a su alrededor. Lo más probable era que el lugar estaba hecho, precisamente, para eso. 

Sin querer, regresó a su pensamiento la jovencita mexicana que, según él, había robado su, ahora, destrozado corazón. Es que, estando en cualquier lugar sobre la tierra, parecía como si esa chica no se saldría de su mente por más que así lo intentara. Parecía un parásito que lo destruía desde adentro.  

Mientras pensaba, rodeaba la fuente tratando de buscar algo interesante en qué concentrarse para dejar de pensar en Luna, con tantas cosas, parecía no haber nada que cumpliera con esa función. Pero antes de dar los trecientos sesenta grados a la fuente aquella, pudo, otra ves, reencontrarse con la diva rubia que, a simple vista, estaba también sufriendo por la traición que le había recetado el chico fresa, como le decía su amiga. Claro que, ahora, en realidad ni él mismo sabía qué era en estos instantes la pequeña chica de México y él. ¿Era amistad? Por su parte parecía ser que no, porque donde hay odio, no puede haber amistad. 

—Sé que me dijiste que no necesitabas mi ayuda pero... —la llamó con temor a que esta se levantara y le diera con lo primero que encontrase. Sí, esa muchacha daba miedo—. La verdad tú me das igual —quiso aclarar las cosas de antemano —, pero ahora que puedo sentir por lo que pasas, creo que te comprendo, y pienso que no deberías estar así por... él —le dijo evitando pronunciar su nombre. 

—No te pedí tu opinión, Simón... —lo miró a los ojos con furia, al menos eso era lo que trataba de disimular —. Además, vos no sabes qué es lo que me pasa... —escondió esta vez su rostro entre sus brazos, los cuales apoyó en sus rodillas. 

Simón, por su parte, se sentó al lado de ella de manera confianzuda. Su miedo de que ella escapara seguía presente, pero un poco de compañía y entendimiento no le venía mal a nadie.

—Sé que no me pediste ningún tipo de opinión, y quizás que no sé qué te ocurra, pero imagino que tiene algo que ver con el beso entre Luna y Matteo ¿No es así? —interrogó mirándola de soslayo mientras ella seguía con su rostro escondido entre sus brazos. 

—No es algo que te importe... Pero, sí. Decime, vos que sos amigo de esa... chiquita —ella también evitaba pronunciar el nombre de Luna, sentía ganas de vomitar cada vez que llegaba a hacerlo.Decime, ¿Por qué ella se mete en todo?¿Por qué se empeña en destruir mi vida? Se metió en mi casa, en mi colegio, en la pista, y no conforme con ello, se metió con mi novio, es solo una aprovechada que va por la vida recogiendo mis sobras. Es una... —iba a seguir hablando, pero Simón la interrumpió. Tenía los ojos muy abiertos debido a la sorpresa que le provocaba, no aquellas palabras, sino quien las decía. Sí, raras veces había cruzado palabras con Ámbar antes, pero por la forma en que ella se expresaba, parecía irreconocible. 

—¡Hey! No hables así. Puede que esas cosas sean ciertas pero... Bueno no sé cómo explicarlo pero, sé que ella no es así —parecía tonto al estarla defendiendo, pero, tal vez por el hecho de conocerla de años, no le parecía justo que se expresaran así de ella. 

—Vos solo lo decís porque estás enamorado de ella, pero, sin embargo... ¿Cuándo ella correspondió a tus sentimientos? —lo miró firme y se echó el cabello hacia atrás de la oreja y al ver que el moreno sólo agachaba la mirada prosiguió: —Nunca, lo sabía. Pero Matteo y yo sí tuvimos una relación, ¿Y todo para qué? Para que llegara esa persona que tenés por amiga y lo arruinara todo...

Pudo ver cómo ahora se estaba sincerando y liberando ante él, sin importar qué, antes no lo hizo, pero ahora parecía tan vulnerable que le provocaba una ganas enormes de abrazarla y decirle que todo estaba bien, que no se preocupara por esas cosas, aunque fuera todo una mentira, porque justamente él estaba sintiendo lo mismo. 

—De seguro todo se resolverá... —pasó un brazo por encima de sus hombros. Se sorprendió al sentir que, en lugar de alejarse como se esperó, la chica rubia se acercó más, posicionando mejor la cabeza sobre su pecho. Le acarició el cabello porque supuso que sería un buen detalle —.Deja de pensar en eso... 

—¿Ámbar?¿Simón?¿Qué pasa?

Continuará...

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